18 de diciembre de 2010

Los intereses de España y del PSOE

CIRCULAN a menudo en el mundo de la política ciertos tópicos que, a base de repetirse, adquieren carácter de verdades irrefutables aun cuando, si se analizaran con detenimiento, resultarían más bien escasos de rigor. Uno de los más recientes, también utilizado hace unos días por el presidente de la Junta de Extremadura, es el de que las medidas adoptadas por el Gobierno para superar la crisis económica redundarán en el bien de España, aunque perjudiquen al partido socialista.

Antes que nada habría que establecer qué se entiende por España, porque dicho así, sin más, pudiera pensarse que en un país tan complejo como el nuestro es posible tomar decisiones que beneficien de igual manera a todo el mundo. Es cierto que el PSOE abandonó hace ya tiempo el marxismo, pero de ahí a pensar que no existen las clases sociales media un trecho, creo yo.


Pero, al margen de eso, admitida incluso la idea de España como suma de todos los españoles, la afirmación de marras me parece preocupante por, al menos, un par de razones. En primer lugar, porque nunca hubiera uno pensado que los intereses del partido socialista llegarían a ser considerados por sus propios militantes como contrapuestos a los de la ciudadanía o, al menos, su mayoría democráticamente expresada.

Se me podrá argüir que he entendido mal y que, en realidad, lo que se dice es que las decisiones tomadas últimamente tendrán un elevado «coste electoral», que el perjuicio ocasionado al PSOE se medirá en votos perdidos. Si así fuera, la afirmación de Vara sería más consistente. Más consistente desde un punto de vista lógico, pero a costa de un penoso sobrentendido: que la gente común, a diferencia de sus gobernantes, no sabe lo que le interesa y eso la llevará a votar dentro de unos meses, no a quienes buscan su bien, sino a quienes, en lugar de arrimar el hombro para salir del atolladero, se frotan las manos viendo pasar el cadáver de su enemigo.

Me temo que sea esto lo que suceda, que, casi cuarenta años después de la muerte del dictador, Zapatero y los suyos hayan asumido con resignación (y, probablemente, con acierto) que la sociedad española es exactamente la que algunos programas de televisión de creciente audiencia reflejan. Tendrían razones entonces para decir lo que dicen, pero el precio que habríamos pagado por ello se me antoja excesivo.

10 de diciembre de 2010

Pisa no está en Extremadura

EN EFECTO, la ciudad de la bellísima torre inclinada no está en nuestra tierra. Pero ahora sabemos que tampoco encontraremos Extremadura en PISA, el amplísimo y detallado informe (más de mil páginas de tablas, gráficos y análisis) que «ofrece resultados globales y niveles de rendimiento» sobre tres competencias básicas de los escolares de 67 países de todo el mundo y «evalúa la equidad del sistema educativo y permite un análisis de tendencias desde el año 2000». Como es sabido, los resultados de ese estudio han mostrado de nuevo que los escolares españoles se hallan claramente por debajo de la media del resto de sus colegas en los aspectos mencionados (comprensión lectora, matemáticas y ciencias) y que son escasísimos los que se sitúan en el nivel de excelencia.


La muestra española ha estado formada por 27.000 alumnos de Secundaria de casi mil centros educativos de todo el país, «aunque para analizar mejor la situación específica de algunas Comunidades Autónomas, catorce de ellas han decidido voluntariamente aumentar la muestra participante», según ha indicado de forma muy diplomática el Ministerio de Educación.

Esas muestras de tamaño estadísticamente significativo de las catorce Comunidades permiten establecer diferencias entre la situación de sus respectivos escolares, por lo que es de suponer que donde los resultados hayan sido más bajos se adoptarán medidas para mejorarlos en el futuro. Participar en un estudio tan amplio y riguroso como este, realizado por una organización independiente, desprovisto de todo sesgo de carácter partidista, parece obligado para obtener un diagnóstico lo más acertado posible de la situación educativa en este o aquel lugar, establecer las comparaciones oportunas y, en su caso, intentar corregir las deficiencias que se observen.

Pues bien, tres Comunidades Autónomas se han negado a proporcionar una muestra «ampliada» de sus escolares, por lo que tales comunidades no aparecen en la parte del Informe referente a España. Se trata, lo recuerdo, de la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Extremadura. Que el lector saque las conclusiones que considere más oportunas al respecto. La de temer que los resultados, en relación con otras regiones, hubieran evidenciado el fracaso de un sistema plagado de retórica y de partidas presupuestarias que podrían tener mejor destino que el actual es, en nuestro caso, una de las más probables.

4 de diciembre de 2010

La ‘innovación’ tendrá un precio

NO SÉ QUÉ sucederá en otros países, pero pienso que uno de los mayores problemas de la administración pública en España es la escasa repercusión que en su carrera profesional tiene la calidad del trabajo de los funcionarios. Se diría más bien que para progresar en los respectivos cuerpos lo que prima no es tanto la valía y entrega de los empleados públicos como su capacidad para pasar desapercibidos.

Debido a ello, mi primera reacción ante el anuncio de que la Junta de Extremadura premiará económicamente a los profesores con mayores méritos fue positiva. Si una máxima del pensamiento progresista ha sido siempre la de «a igual trabajo igual salario», también habría que defender que a diferente trabajo corresponda diferente salario. Magnífico, pues, que ese lema se haga realidad en el colectivo docente. (La decisión a que me refiero se contiene, como sabrá el lector, en el proyecto de Ley de Educación recientemente aprobado por la Junta de Extremadura tras el pacto de los dos únicos partidos presentes en la Asamblea).


Pero lee uno que, según la consejera, el «reconocimiento» económico afectará a los docentes «especialmente implicados, especialmente motivados y especialmente innovadores» y entonces surgen las dudas. Porque si gratificar a los mejores profesores es de sentido común, lo de motivados, implicados e innovadores huele a chamusquina. Lo primero, porque la motivación no depende del profesor, sino de las circunstancias en que se desarrolle su tarea; resultará más probable en un centro bien organizado, con padres y alumnos responsables, que en otro en que todo vaya manga por hombro. Lo de implicados, por ser un concepto tan vago que parece impropio de una norma legal. Y en cuanto a lo de innovadores… ¿Innovar sin más? Porque si la innovación se practica para mejorar la formacion de los estudiantes, estupendo; pero si consiste en decir amén a todas las ocurrencias tecnológicas o pseudopedagógicas de la Consejería de turno, lo que se potenciará será –y perdóneseme la expresión un tanto vulgar– el compadreo.

Mejores servicios de inspección independientes que permitan evaluar el trabajo de los profesores, más control de la calidad docente y menos palabrería. Eso es lo que necesita el sistema educativo. Lo demás son cuentos chinos.

27 de noviembre de 2010

Se alquila caverna

HACIENDO zapping el otro día (deporte frustrante donde los haya, salvo que uno dé con alguna de las pocas cadenas dignas de verse, como la 2 o el canal 24 horas, de RTVE), fui a parar a una de esas emisoras de la ultraderecha, cada vez más desatadas, que emitía un programa sobre el proyecto de Ley de muerte digna anunciado por el Gobierno. En ese momento hablaba un médico que, aunque de posiciones lejanas a las mías (no me refiero a sus puntos de vista profesionales, claro, sino a los ideológicos) mantenía posturas razonables. Conservadoras, pero razonables. Aducía que la ley no era necesaria, pues en la actualidad ya se aplicaban protocolos para evitar no solo el dolor físico a los enfermos terminales, sino el sufrimiento propio de esas situaciones, y mencionaba la existencia de unidades hospitalarias dedicadas a cuidados paliativos... Razonable, ya digo.

Sin embargo, a la presentadora del programa debió parecerle escasa la beligerancia del entrevistado, jefe de un servicio oncológico, y no se anduvo por las ramas. «El proyecto de ley –le preguntó– ¿no encubrirá el propósito del gobierno socialista de acelerar el fallecimiento de muchos ancianos, con el fin de ahorrar en gasto sanitario?». Así, sin anestesia.


Me pareció tan infame la pregunta, tan falta de ética profesional, que si no estuviera uno curado de espanto habría saltado del sillón para acudir a alguna institución defensora del espectador, de la cordura o, sencillamente, de la ausencia de demagogia en la pugna política... Debiera perseguirse el diario cultivo de insidias como la que comento, que no harán mella en la inmensa mayoría de los ciudadanos, pero hallan eco en círculos escasos de formación, fanatizados y deudores de las épocas más oscuras de nuestra historia.

En los años finales del franquismo se hablaba del búnker o la caverna para referirse a los sectores más extremistas del mismo. Hoy sería erróneo utilizar esas expresiones. Pero no porque los grupos a que se referían ya no existan. Más bien al contrario: porque han renacido y no se ocultan; la caverna en que se escondían ha quedado libre. Cada vez se exhiben más abiertamente y aunque su tropa se aproveche del anonimato y la impunidad que facilitan medios como Internet, donde son una plaga, sus ayatolás han perdido todo pudor y vocean desde modernos minaretes lo que hasta ayer solo se atrevían a decir entre tinieblas.

20 de noviembre de 2010

¡Qué machos, estos muchachos!

NO ES UN TEMA cómodo de tratar, y el lector estará harto de ello, pero hoy voy a referirme a las repetidas muestras de mala educación, rayanas en la grosería, ofrecidas en los últimos tiempos por diversos parlamentarios del PP. Es obligado. Porque aun pudiéndose citar situaciones protagonizadas por gente de otros partidos que demostrarían que la zafiedad no entiende de ideologías, hay que reconocer que machos como estos, pocos.

Recordaré al lector los casos más recientes. El primero, el ocurrido hace unos meses en el parlamento valenciano, después de que Mónica Oltra, una diputada de Compromís, coalición electoral de izquierdas, hiciera algunas recriminaciones al vicepresidente de la Generalitat, Juan Cotino. La respuesta del diputado figurará en los anales del parlamentarismo: «Lo único que me avergonzaría, en caso de ser padre, sería tener una hija como usted, pero como probablemente ni lo conozca...». Muy propia, sin duda, de un miembro tan distinguido del Opus Dei como este ex director general de la policía en tiempos de Aznar.

Esa misma diputada, cuya juventud y condición femenina deben poner nerviosos a sus adversarios, fue interrumpida en ocasión posterior por otro machote, también diputado del PP: un tipo que rompía ruidosamente papeles a su lado y que como reacción a la pregunta de la parlamentaria sobre si no podía dejar tan importante tarea para otro momento, soltó que él «ya venía reñido de casa» –no dijo por quién– antes de seguir impertérrito con su grosera actitud. El vídeo es fácilmente localizable en Internet.

El último ejemplo (para qué hablar de los comentaristas de ciertas cadenas de televisión) lo vimos todos hace unos días: la vociferante intervención del senador Juan Van Halen, que en su réplica a la ministra de Asuntos Exteriores a propósito de la situación en el Sáhara realizó, mientras parecía a punto de reventar, unos pedestres comentarios acerca de la indumentaria de la ministra que evidenciaron cuánto preocupa al elegante senador –en el PP saben mucho de trajes– la suerte de los saharauis. Sus compañeros le aplaudieron a rabiar.

No soy votante del Partido Popular, pero me niego a admitir que los muchos millones de españoles que sí lo son se sientan representados por estos individuos; al contrario, los supongo avergonzados. Que ocurriera lo contrario sería verdaderamente preocupante.

12 de noviembre de 2010

Un crucifijo no hace daño, pero...

HAY UN ASPECTO en el asunto de los símbolos religiosos en dependencias públicas sobre el que apenas se está tratando, cuando, a mi juicio, convendría hacerlo en aras de una buena convivencia ciudadana. Porque mal estaría que hubiera enfrentamientos, por dialéctica que fuera su naturaleza, a causa de posturas inconciliables, pero peor sería que esa disputas se produjeran por falta de información entre las partes.

A mí, desde luego, un crucifijo no me hace daño. Como tampoco me lo hace un retrato de Mahoma o de cualquier otro dios o profeta. Y no solo no me hace daño, sino que acepto sin reserva alguna que, con él por bandera, haya mucha gente que se esfuerza en pro del bien común. Pero quienes, de forma tan escandalosa como algunos padres del colegio de Almendralejo, no aceptan que la aconfesionalidad del Estado conduce a que no haya cruces y vírgenes en aulas u otras dependencias públicas, debieran escuchar las razones de quienes defienden que se cumpla la ley.

Porque –lo repetiré de nuevo– no se trata de que un símbolo religioso me moleste a mí, por ejemplo. Lo que me molesta es que al hallarse encima de una pizarra pueda pensarse que allí, en el aula, los principios que rigen no son los de la sociedad civil, sino los de la Iglesia Católica, muy dignos de acatamiento por sus fieles, pero rechazables cuando se quieren imponer a todo el mundo. Rechazables por cómo afectan a asuntos como el divorcio, los anticonceptivos, el aborto, el papel de la mujer... Lo que me molesta cuando en un centro sanitario público veo un crucifijo no es el personaje, más o menos histórico, allí representado y que, efectivamente, forma parte de nuestra tradición. Lo que me molesta es que sobre los terapéuticos y científicos, en esa institución puedan predominar otros criterios, auspiciados por Roma y sus obispos, a la hora de enfrentarme como enfermo a determinadas circunstancias.

Tengo muchos amigos católicos. Católicos de verdad, practicantes, quiero decir, para no entrar en esas recientes disquisiciones del Presidente de la Junta (me gustaría saber qué es eso de católico no practicante). Católicos que llevan una vida acorde con sus creencias. Nadie les va a impedir que la sigan llevando. Y como los conozco sé que a ninguno de ellos, que distinguen entre religión y política, se les ocurriría imponer su punto de vista a los demás exigiendo la presencia de la cruz en lugares en que, por cierto, hasta hace relativamente poco, todos sabemos por quién estaba acompañada.

10 de noviembre de 2010

«Falta de consenso», dice, sin que se le caiga la cara de vergüenza

DICE ZAPATERO, en la sesión de control al Gobierno celebrada hoy, 10 de noviembre de 2010, que si ha paralizado la tramitación de la Ley de Libertad Religiosa, ello se ha debido a la falta de «consenso social y político». Desde luego, este hombre se supera cada día a sí mismo. Si ese criterio, el de la falta de consenso social y político, fuera el que ilumina sus actos, ¿por qué habría aprobado la reducción de salarios de los funcionarios, la congelación de pensiones, la facilitación del despido, etcétera, etcétera, etcétera? Que siga así, dilapidando el poco crédito que le queda. Los del PP deben tener los ojos enrojecidos de tanto frotárselos.

8 de noviembre de 2010

Dudas morales

NO PRETENDO ser original al decir lo que sigue, pero lo peor de las famosas declaraciones de Felipe González: «tuve que decidir si se volaba a la cúpula de ETA. Dije no. Y no sé si hice lo correcto» no es que sean inoportunas –menuda gracia habrán hecho en el PSOE– ni que las efectúe como quien se halla por encima del bien y el mal, sino que se expresen sin el menor rubor al dudar de si no cometer un asesinato múltiple (pues a eso, a un asesinato se refiere, aunque él quizás prefiriera llamarlo ejecución extrajudicial) fue lo correcto. Al menos podría haber permanecido callado. ¿O no pudo vencer la tentación de alimentar su supuesta aureola de hombre de Estado? La ultraderecha, tan activa últimamente, estará feliz: González la ha provisto gratuitamente de más leña para el fuego.

6 de noviembre de 2010

Escribir al congresista

NO SÉ CUÁL sería la primera película americana en la que oí aquello de «escribiré a mi congresista», pero fue hace mucho. Desde entonces, cada vez que he vuelto a oírlo he pensado que en aquel país los políticos saben con quién se juegan los cuartos. Sea porque una calle esté mal asfaltada, porque el sheriff se haya extralimitado en sus funciones o porque un servicio público no funcione, el congresista recibe una carta y asunto resuelto.

Aquí, en España, nadie tiene su congresista. Viviendo un servidor, por ejemplo, en Cáceres, circunscripción por la que en los últimos comicios resultaron elegidos dos diputados del PSOE y otros dos del PP, tendría que admitir que, teóricamente, cada uno de ellos me representa en igual medida, de modo que si hubiera de escribir a mi congresista, el primer problema sería con cuál quedarme. El primero, porque el segundo consistiría en poner su nombre en el sobre. Menuda papeleta: ni bajo tortura sería capaz de confesar la identidad de uno solo de los cuatro diputados que supuestamente me representan.


¿Les ocurrirá algo semejante a mis vecinos? De ser así, convendrán ustedes conmigo en que la relación de los votantes españoles con quienes dicen obrar en su nombre es mínima. Y si malo era el juicio que nos merecía un sistema electoral profundamente injusto por su falta de proporcionalidad, no sería menos malo si atendiésemos al sistema de listas cerradas en que se basa, que minimiza el papel del votante y convierte la posibilidad de control de los representantes por parte de sus representados en una entelequia. Quienes mañana premiarán o castigarán al diputado actual no serán los electores, sino quienes lo coloquen en mejor o peor lugar en las listas. La composición del Parlamento, pues, más que los votantes, la deciden las cúpulas de los partidos.

Así que mientras a la hora de ocupar cargos públicos prime sobre el trabajo y los méritos de los candidatos su capacidad de decir amén a las consignas partidistas –lo que alguien llamó el coeficiente de flexibilidad de su cerviz–, los españolitos pensaremos que gastarse los céntimos en ciertos sellos merecerá la pena... en Hollywood.

30 de octubre de 2010

El tratamiento de las noticias

SE PREGUNTABA el otro día un amigo periodista si la posición adoptada por la prensa en relación con la noticia del bebé cacereño que murió poco después del parto en el domicilio de sus padres era la adecuada. Algunos lectores habían reconocido el rigor de los periódicos al informar objetivamente de lo sucedido, con opiniones desde distintos ángulos, pero –añadía mi amigo– otros criticaban lo que consideran un tratamiento sensacionalista de la noticia.

Mi opinión al respecto no es fácil de exponer. Es cierto que en este caso se ha respetado el principio de que al hablar de un asunto polémico hay que dar todos los puntos de vista; algo que no siempre ocurre. Existen temas en los que todos los medios, con independencia de su adscripción ideológica, repiten el mismo soniquete, utilizando un único prisma. Es un asunto vidrioso, pero cuando se habla de la situación en el País Vasco, por ejemplo, es raro que se recuerde que la izquierda aberzale obtuvo en varias ocasiones más de 250.000 votos. Así, ideas tan peregrinas como la de Basagoiti de someter a esa parte del electorado a una cuarentena son difundidas ocultando lo que ello supondría y los intereses espurios de la propuesta. Curioso, por cierto, que un líder del PP hable de cuarentena –que viene de cuarenta– y exija condenas con efectos retroactivos...


Pero, volviendo a nuestro tema, aun cuando un suceso sea tratado objetivamente, dándose todas las opiniones sobre él, conviene preguntarse cuándo y por qué se le otorga carácter de noticia. En ello intervienen factores como los intereses del medio de comunicación y el lugar en que ocurren los hechos. Que un político acepte sobornos de empresarios sin escrúpulos, pongamos por caso, es noticia de primera plana para los medios de ideología opuesta a la del delincuente, pero apenas si merece mención por los afines. Por otro lado, que algo propio del ámbito privado, como el fallecimiento por causas naturales de un bebé, merezca o no grandes titulares no parece depender de la trascendencia del hecho, sino de que ocurra en una gran urbe, donde pasaría desapercibido, o en una tranquila ciudad de provincias.

Al lector, al oyente, debiera quedarle la opción de seleccionar libremente el grano de la paja y dar a cada cosa su verdadera importancia. Debiera quedarle esa opción, seamos optimistas, incluso en un país donde alguien como Belén Esteban puede convertirse en el personaje del año.

23 de octubre de 2010

La derecha se ha puesto nerviosa

AL ATARDECER del jueves tenía preparado un borrador casi definitivo de la que habría de ser esta columna. Hablaba en él de la mala impresión que me había causado ver varias fotos en las que la recién nombrada ministra de Sanidad, Leire Pajín, lucía una de esas pulseritas de supuestos efectos terapéuticos y manifestaba mi sorpresa por el hecho de que alguien que creyera en tales supercherías pudiera llegar a ministra, y de ese ramo, en particular. Me preocupaba eso, y no que la citada careciera de experiencia en temas de salud, pues si no se necesita ser ingeniero para llevar la cartera de Fomento, ni militar para ocuparse del ministerio de Defensa, no veía que se necesitara ser médico para encargarse del ministerio de Sanidad.

Añadía también que la creencia en fetiches no dependía de colores y ponía los ejemplos del diputado Arístegui, habitual portador de una de esas pulseras, y el de la concejala que mostró en un pleno del ayuntamiento de Cáceres la estampita de la virgen que siempre lleva en la cartera. Y concluía expresando mi seguridad en que Rubalcaba, en cambio, no necesita esas tonterías para andar por la vida. Por eso, porque va al grano, su ascenso habría provocado tanto pavor en el PP. Un PP que creía tener grogui al PSOE y de pronto se daba cuenta de que –perdón por la frase manida– aún “queda partido”.

(El alcalde de Valladolid con Ana Botella en una corrida de toros)
En ello estaba cuando, de repente, y confirmando que los nervios se han apoderado de quienes vendían la piel del oso antes de cazarlo, oigo los insultos proferidos por el alcalde de Valladolid contra la ministra Pajín. Sexistas, casposos, impropios no ya de una autoridad pública, sino de alguien mínimamente educado. Y al oír tales improperios, con ese tonillo displicente de quien mira por encima del hombro al que no es de su clase (el personaje es ginecólogo: compadezco a sus pacientes), caigo en la cuenta del riesgo que se corre al criticar al último Zapatero: alguien puede pensar que apoyas a la derecha asilvestrada del alcalde de Valladolid, esa que vocifera a diario en las tabernarias tertulias de la TDT. Y me duelo de que por unas u otras razones un PSOE desdibujado, impregnado de modos de comportamiento ajenos, devoto de Frascuelo y de María, haya puesto el poder al alcance de tal gente. Confiemos en que Rubalcaba les haga, al menos, sudar la camiseta.

16 de octubre de 2010

Una ley electoral injusta

VUELVE a hablarse en estos días del asunto de la ley electoral y el modo en que se reparten los 350 escaños del Congreso de los Diputados. Es sabido que en virtud de la llamada ley D’Hont y del número de diputados asignados a cada provincia, el coste en votos de un escaño en esa cámara es tremendamente dispar según el partido del que se trate. Así, por ejemplo, mientras que Izquierda Unida necesitó en las últimas elecciones casi 500.000 votos para obtener un escaño y Unión, Progreso y Democracia 300.000, al PP y al PSOE les bastó, a cada uno, con 66.000 votos. No parecen necesarios más datos para concluir que el sistema es de una injusticia flagrante. Por cierto: contra lo que suele decirse, la ley no favorece especialmente a los partidos nacionalistas, pues el coste de cada uno sus diputados es semejante al de los del PP y el PSOE.


Los argumentos que dan los dos grandes partidos para mantener ese estado de cosas suelen basarse en que, por una parte, no es deseable un parlamento atomizado, en el que nadie obtenga mayoría y, por otra, en que una distribución más proporcional de los asientos en el Congreso disminuiría la representación de provincias escasamente pobladas, como las extremeñas. No obstante, y sin olvidar que la cámara de representación territorial no es el Congreso, sino el Senado –de dudosa utilidad, por cierto–, numerosos estudios demuestran que podría lograrse una mayor proporcionalidad en la asignación de diputados sin caer en los riesgos a los que aluden socialistas y populares. El profesor Peces-Barba, por ejemplo, propuso hace tiempo la creación de una circunscripción extra de 50 escaños, factible sin reforma constitucional, que recogería los votos desaprovechados en cada provincia. En estas mismas páginas [El Periódico Extremadura, 20-12-2007] tuvimos ocasión de comprobar que ello daría lugar a un Congreso más semejante en su composición a la sociedad española, que no es atomizada, pero sí plural. Y advertíamos de que no era descartable una situación en que un PSOE sin mayoría hubiese de lamentar no haber permitido una adecuada representación a muchos electores situados a su izquierda.

Sin embargo, no solo se trata de que el sistema vigente sea manifiestamente injusto. Lo que debiera encorajinarnos hasta decir basta es que, encima de ser los responsables de lo que sucede, los dos partidos mayoritarios –semejantes en tantas cosas– apelen cada vez que se aproximan unas elecciones al que llaman voto útil. Si eso no es cinismo, que venga Dios y lo vea.

9 de octubre de 2010

Venid y vamos todos

SE ANUNCIA que el ayuntamiento de Cáceres va a solicitar al ministerio correspondiente la declaración de la Semana Santa local como fiesta de interés turístico internacional. Habrá que dar la razón, pues, a quienes sostienen que nuestra ciudad tienen una gran capacidad para olvidarse de las decepciones y encarar nuevos proyectos con optimismo. Ya que lo de la capitalidad cultural de  Europa nos fue negado injustamente por gente envidiosa que no sabe lo que se ha perdido, lo mejor será hacer como si aquí no hubiera pasado nada y afrontar nuevos retos. No faltan méritos para que se nos otorgue la nueva declaración a la que aspiramos. En cuestión de vírgenes, antigüedad –en el más amplio sentido de la palabra– de las cofradías y asistencia de autoridades a esas ceremonias folclórico religiosas, parece difícil que haya ciudad que nos supere. ¡Si incluso periódicos como este entregan de vez en cuando a sus lectores medallitas, no sé si milagrosas!


Pero no, hablando en serio, no creo que la gente olvide rápidamente los fracasos. Lo que ocurre es que cuando el panorama es como el que ahora padecemos, salvo que uno se queme a lo bonzo no cabe más recurso que la ironía y el distanciamiento. Deseemos fervientemente, puestos así, que lo de la Semana Santa cuaje.

Algo semejante ocurre con la situación política española. Numerosas encuestas han evidenciado en los últimos años que la mayoría social se sitúa ideológicamente en el centro izquierda. ¿Qué actitud cabe en las presentes circunstancias a quienes forman parte de esa mayoría? Descartado su apoyo a una derecha sin civilizar –vean sus medios de comunicación, esos que hablan del “gorila rojo” para referirse al presidente democráticamente elegido de un gran país, o de “la cara de actriz de película porno” de una destacada dirigente socialista– ¿qué opciones se les ofrecen a los votantes desengañados por un Zapatero que habla y habla sin decir nada, perdido todo el crédito del que dispuso? Por eso me parece tan interesante el fenómeno de Tomás Gómez en Madrid. Abierto a su izquierda, ajeno al lenguaje tan políticamente correcto como vacuo de muchos de sus compañeros, capaz de escuchar en silencio y argumentar con rigor, constituye un modelo que debiera seguirse en otros lugares. A la izquierda madrileña, socialista o no, puede habérsele abierto un cauce de representación. Aquí, en cambio, el único cauce es el que conduce, todos de la mano, a las procesiones. Estamos apañados.

2 de octubre de 2010

Todos los huevos en la misma cesta

NO RESULTA fácil escribir al respecto, pero parece obligado que quienes disponemos de un espacio como éste para opinar en público hagamos alguna observación, por modesta que sea, sobre el acontecimiento más importante ocurrido en Cáceres en los últimos años. O no ocurrido, para mejor decir, pues a la no selección de nuestra ciudad como candidata a la capitalidad cultural de Europa en el año 2016 me refiero.

Pensaba tratar hoy otro asunto, no sé si relacionado con el anterior: el triste espectáculo ofrecido días atrás en Cáceres por numerosos “estudiantes universitarios” que iniciaban el curso practicando las zafias novatadas a que nos tienen acostumbrados. Espectáculo agravado este año al coincidir en algunos momentos con la manifestación que ponía fin a la huelga del pasado miércoles, cuando se evidenció el escaso sentido cívico de esos jóvenes, que tomaron a chacota algunos de los lemas usados por los huelguistas.

De esas gamberradas iba a hablar, pero ya saben: estaba pendiente lo de la capitalidad y si, dando por justificada la seguridad en el triunfo de la que hacían gala las autoridades, el jurado ponía el nombre de nuestra ciudad en la lista, cualquier otro tema hubiera resultado extemporáneo. Ahora pienso que, a la vista de lo ocurrido, tampoco resultaría adecuado escurrir el bulto.


Sería un irresponsable si dijera que el proyecto cacereño era malo. No lo conozco y no dudo de la capacidad de sus redactores. Me provocó una sonrisa, eso sí, que los miembros de nuestra delegación lo expusieran en Madrid en varios idiomas, rumano incluido. Envidiable poliglotismo, aunque acaso un tanto pretencioso. ¿No bastaba un buen castellano...? No conozco el proyecto cacereño, digo. Menos aún, los de las ciudades elegidas. ¿Los conocen quienes hablan de “verdadera injusticia”, a un tris de rememorar viejas conjuras judeo-masónicas?

Pero lo más grave de lo ocurrido no es tanto la eliminación como que ésta se haya producido cuando lo único importante para nuestra ciudad parecía ser el dichoso 2016. En eso sí que éramos los mejores. Si se levantaban los suelos aquí y allá, era por 2016; si se abría un museo, era por 2016; si se formaba un equipo de baloncesto, era por 2016... Todos los huevos estaban en una misma cesta. Rotos ahora, habría que pedir cuentas a quienes los pusieron juntos.

25 de septiembre de 2010

El poder de las imágenes

NO SOY de quienes crean que una imagen valga más que mil palabras, pero he de reconocer que los efectos producidos por una fotografía tomada en el momento oportuno o por una película grabada en el instante adecuado pueden ser más intensos, inmediatos y, paradójicamente, permanentes, que los de cualquier discurso. En ocasiones, es difícil que un relato pueda superar en su capacidad de emocionar a imágenes que se meten en nuestro cerebro en segundos, quedándose en él para siempre.

Se habrán escrito miles de páginas sobre la guerra de Vietnam, por ejemplo, que tanto supuso para la gente de mi generación, pero es difícil que alguna de ellas ilustre tan claramente sobre lo que fue aquella atrocidad como dos famosas fotografías: la de la niña desnuda de brazos abiertos, huyendo entre alaridos de una explosión de napalm cercana, y la del general sudvietnamita asesinando a un guerrillero, de manos esposadas a la espalda, de un tiro en la sien.



Existen ejemplos menos dramáticos de lo que digo, por supuesto. La tormenta que días atrás azotó la ciudad de Cáceres difícilmente hubiera alcanzado la repercusión que tuvo en periódicos digitales y televisiones si no hubieran existido imágenes de ellas, tomadas en el instante preciso, aunque no fueran captadas por profesionales. Se podría haber intentado describir cómo diluviaba, cómo azotaba el viento, cuán enormes y abundantes eran los granizos que chocaban contra árboles, farolas y persianas, pero ninguna descripción hubiera igualado los efectos ilustrativos de unos pocos minutos de vídeo.

En sentido contrario, a nadie le cabrá duda de que acontecimientos de primer orden son ignorados por los medios de comunicación, precisamente por no existir testimonios gráficos de ellos. Cuántas guerras indocumentadas seguirán causando miles de muertos en lugares recónditos sin que nos enteremos. Cuántas hecatombes de causas naturales producirán destrucción y caos sin que nos lleguen ni siquiera indicios de ello. Mientras, el tobillo inflamado de un célebre futbolista ocupará las portadas de los periódicos y el estrafalario vestido de un modisto o los besos de una pareja de actores llenarán las pantallas de las televisiones.

No descubro nada nuevo, ya lo sé, pero no creo que existan palabras que puedan superar el efecto aleccionante de unas buenas imágenes. Ni tampoco evitar –y esto es mucho peor– el adormecedor de conciencias de su ausencia.

19 de septiembre de 2010

"Allá donde estés"

ES MUY DURO decirlo, pero rara es la ocasión, cuando desaparece alguien y se le quieren dedicar unas palabras como homenaje, que no leamos eso de "allá donde estés", "te halles donde te halles". Pues no, queridos amigos: en ningún sitio. El recuerdo de la gente a la que quisimos, de quienes nos dieron algo; la huella de sus obras, su vida… podrán durar mucho tiempo, tanto como nosotros mismos, pero no existe ningún allá donde puedan estar, ningún paraíso celestial ni terrenal en el que descansen, salvo nuestra memoria, tan perecedera y frágil como lo fueron ellos mismos.

18 de septiembre de 2010

Grillos y camaleones

LA ACTUALIDAD política y social de nuestro país, como acaso nos suceda a sus pobladores, está llena de contradicciones. Por razones altruistas o interesadas, por decir lo que se piensa o solo por buscar un titular en la prensa o la televisión, quienes, en su condición de dirigentes, debieran contribuir al debate riguroso sobre los muchos problemas que nos acosan, muestran comportamientos desconcertantes, ante los que solo cabe la perplejidad.

Rajoy, por citar un caso: Acude a Melilla, con el cansino argumento de que solo faltaba que no pudiera viajar a la ciudad española que le placiera. Y son pocos los que, al oírlo, echan un vistazo al mapa, exclusivamente para poner las cosas en su sitio. Acude a Melilla, digo, consciente del avivamiento del fuego que ello supone, pero una vez allí llena su boca de deseos de concordia y entendimiento con Marruecos. ¿A qué nos atenemos? ¿Sube o baja las escaleras?, ¿hombre de Estado o agitador de masas?

Zapatero, por ser equitativo en el reparto: Afiliado –digo yo– a la UGT, habitual asistente, hasta el año pasado, a uno de los actos más significativos de ese sindicato, y ahora manifestando que ciertas medidas que su Gobierno ha adoptado o piensa adoptar –la reforma del sistema de pensiones, por ejemplo– serán mantenidas pese a quien pese y se convoquen las huelgas que se convoquen. ¿A cuál de los dos haremos caso?


Fernández Vara, por seguir y para que el lector no piense que, opinando sobre quienes están lejos, este modesto columnista evita mojarse: rechaza vehementemente el llamado “montaje artístico” consistente en pegar miles de pobres grillos en un panel para que se retuerzan mientras agonizan, pero al tiempo permite, en un canal autonómico de televisión que nadie creerá que no controla, que se incremente día a día el tiempo dedicado a las corridas de toros y otros festejos populares en que se tortura, llamándolo cultura para mayor escarnio, a otros animales no menos merecedores de piedad que los insectos martirizados.

De modo que no es de extrañar que cada día esté más de moda en lo referente a la política ese término hasta hace poco de uso limitado: desafección, al que la Academia solo asigna el significado de “mala voluntad”, pero utilizado hoy más en el sentido de alejamiento, extrañamiento. ¿Cómo no alejarse, cómo no sentir desconfianza hacia unos individuos que superan a la veleta en su capacidad de adaptación al viento, a los camaleones en su facilidad para cambiar de color según las circunstancias imperantes?

11 de septiembre de 2010

Gómez no vive aquí

SI, como dijera Fraga hace siglos tras su inesperada asociación con destacados miembros del Opus Dei que habían sido sus adversarios, “la política hace extraños compañeros de cama”, no debieran sorprendernos los parabienes con los que ciertos medios de la derecha están acogiendo la decisión de Tomás Gómez de ser candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Decisión tomada contra los deseos de las máximos dirigentes de su partido, que día sí, día no, se pronuncian a favor de otra candidata, la preferida del casi desahuciado inquilino de la Moncloa.
Ciertamente, llama la atención que esos medios, en su afán por destruir a Zapatero –como si no se bastara él solito en el empeño– arrojen flores sobre alguien a quien, si ganara en las primarias, pondrían a caer de un burro inmediatamente. Pero ello no debiera privar a su candidatura de méritos a los ojos de una militancia, primero, y un electorado de izquierdas, después, que se hallan desconcertados desde hace tiempo. Que la derecha elogie espuriamente a Gómez no debiera privarle de apoyos entre los madrileños progresistas, hartos según todas las encuestas, como tantos otros españoles, de los giros, los incumplimientos, la falta de reflejos de quienes llevan las riendas del PSOE. Hay muchas personas que jamás votarán al PP ni a Izquierda Unida y a quienes la falta de candidatos socialistas idóneos, libres de culpa, podría estar impulsando hacia la abstención. La aparición de Gómez, por mucho que algunos lo elogien solo para dañar a Zapatero, constituye una bocanada de aire fresco para esa parte del electorado.

Lástima que el ejemplo de Madrid no haya cundido en otros lugares. ¿Cómo es posible que en Cáceres, sin ir más lejos, no haya existido quien, a la vista del panorama existente, diera un paso al frente y luchara por ser elegido por sus compañeros candidato socialista a la alcaldía? Con todo el respeto que merecen las personas afectadas y dado que solo hay dos partidos con posibilidades reales de optar a ese cargo, ¿no es lamentable que, según parece, el PSOE prefiera llevar –o dejar ir– al sacrificio a la actual alcaldesa antes que arriesgarse a presentar un nuevo rostro que movilice a su electorado? ¿O es que se da por perdida la batalla con cualquier candidato? Aunque Gómez no viva aquí y el tiempo de las primarias haya pasado, podría hacerse algo para evitar la hecatombe.

4 de septiembre de 2010

Desde lejos puede verse mejor

ALEJARSE, por corto que sea el tiempo, del punto de vista habitual permite al observador hacerse una mejor idea de la verdadera importancia de lo que de cerca parece trascendente. Sabiendo que nos preocupa más una desgracia próxima que un millón de ellas sucedidas lejos, basta con abandonar por unos días las coordenadas de siempre para comprobar cuán pequeños pueden ser los aconteceres, las rencillas, las disputas de nuestros vecinos más cercanos. Los movimientos en torno a las candidaturas para la alcaldía de Cáceres –si no pongo este ejemplo reviento– nos hacen recordar, desde la distancia, aquella inolvidable película de nuestra infancia: La guerra de los botones. Quienes se ofrecen no valen, y quienes valen no se ofrecen. Lo tenemos claro.


Otros asuntos no cambian de perspectiva aunque el observador se mueva. Así, por ejemplo, el de Ceuta y Melilla, sobre el que pocos parecen decir lo que piensan. Como en el caso del porquero de Agamenón, que un dictador del jaez de Franco afirmara que Gibraltar era español no restaba ni un ápice de verdad a la sentencia; pero tampoco deja de ser cierto lo que los mapas evidencian en el caso de los enclaves de soberanía española en el norte de África, por mucho que también lo mantenga el despótico rey de Marruecos. Hay que ver cómo destilan sus resabios colonialistas los tertulianos de las cadenas de ultraderecha de la TDT al hablar al respecto.

Sin embargo, recibida desde cualquier lugar, la noticia más tremenda de las últimas semanas, excluida acaso la de las inundaciones en Pakistán, ha sido la de la mina de Chile. Treinta y tres hombres atrapados a casi un kilómetro de profundidad por la avaricia de unos empresarios que pese a los avisos del peligro en ciernes no hicieron nada para evitarlo. Contemplar las imágenes austeras de esos hombres sufridos y ennegrecidos, escuchar sus palabras serenas, en ese precioso castellano aquí perdido, debiera provocar en todos nosotros profundos sentimientos de solidaridad. Ésos son asuntos verdaderamente serios y no las disputas por platos de lentejas, por muy a nuestro lado que se produzcan.

24 de julio de 2010

Silencios culpables

AUNQUE las generalizaciones sobre los políticos, en las que todos incurrimos a veces, son injustas, pues en cualquier grupo de gente dedicada a una misma actividad hay personas de distinta condición, es destacable que, según todas las encuestas, una de las principales preocupaciones de los españoles la constituyan precisamente quienes rigen los asuntos públicos.

La preocupación tiene su razón de ser, pues los ciudadanos solo sabemos del obrar y decir de los políticos que más están en la palestra, que no son necesariamente los mejores militantes de cada partido, y apenas si sabemos del trabajo de muchas personas anónimas que, en el marco de sus respectivas organizaciones, actúan lo mejor que pueden en pro del bien común, si la expresión no resulta arcaica. Es lógico el descrédito de la mal llamada clase política, porque sus miembros más visibles se lo proporcionan a diario.


Si un presidente de Gobierno hace promesas que luego no cumple y descartamos de buena fe que sea un mentiroso, no nos quedará más remedio que considerarlo un irresponsable, pues no debiera prometerse lo que no se puede cumplir. La confianza que nos merezca como gobernante se resentirá, claro. Pero algo semejante podría decirse de los políticos de la oposición cuya única actitud es el no al adversario. O de los incoherentes: Si los huelguistas son trabajadores del Metro, se pide mano dura con ellos, si son controladores aéreos, “la solución es el diálogo”; si un preso cubano mantiene una huelga de hambre, se critica la inacción de nuestro Ejecutivo para aliviar su situación, si la mediación del ministro de Exteriores consigue la liberación de presos y que aquél salve la vida, se le critica por hacer concesiones al castrismo.

Lo peor, sin embargo, no es que existan razones para la desconfianza. Lo peor es que en los partidos mayoritarios parezca no existir quienes alcen la voz e intenten acabar con el vigente modo de hacer las cosas. ¿Disciplina de partido? Mucho me temo que la ciudadanía atribuya dicho silencio a motivos menos confesables.

17 de julio de 2010

Sin bicicletas para el verano

COMO no soy estudiante, ni extranjero, ni –esto es lo peor– joven, no me encuentro entre quienes usaban el servicio de alquiler de bicicletas que el ayuntamiento de Cáceres puso en marcha hace unos meses. Pero eso no me impide opinar sobre la abrupta interrupción de una prestación cuyo coste inicial, de unos 100.000 euros, debiera haberle proporcionado más larga vida. El resultado de dividir ese coste entre el número de bicicletas que se adquirieron –100, según creo– debiera provocar la reflexión de todos. De quienes pagamos esos gastos y de los responsables de que el negocio, por así decir, parezca haber sido tan ruinoso. Son cosas que no contribuyen a que la gente acepte de buen grado la política de austeridad que se le impone.


Porque, situando este caso de las bicis en su contexto, lo sucedido es un capítulo más de una novela cuya acción transcurre en nuestra ciudad y que está resultando demasiado reiterativa. Una novela en uno de cuyos capítulos se organizan a lo loco y sin reparar en gastos actuaciones de cantantes y festivales y luego, como apenas si asisten a los mismos los organizadores y sus amigos, no hay forma de cuadrar los números. La novela que, en otras páginas, cuenta cómo se realizan obras públicas tan costosas como innecesarias, sobre las que la opinión de la gente se halla –en el mejor de los casos– dividida y cuyos resultados solo parecen satisfacer las inquietudes supuestamente vanguardistas de quienes las dirigen. La novela de proyectos culturales que se anuncian como vitales para la ciudad y que, tan rápidamente como surgen, desaparecen. La de multitudinarios viajes promocionales impropios de momentos como los presentes.

No me arrogaré la facultad de saber qué opinan los demás, pero creo no equivocarme si digo que entre los cacereños, cansados de fuegos artificiales, cunde cierto fatalismo; una dolorosa sensación de que las cosas no tienen remedio, de que nuestros políticos son unos ineptos. No todos lo serán, pero hay que ver cómo se empeñan algunos en hacernos pensar lo contrario.

10 de julio de 2010

Puyol no será Zarra

LOS MITOS de antes eran más duraderos. Y no me refiero a los mitos literarios. Me refiero a estos mitos de carne y hueso asociados a las competiciones deportivas con los que hoy muchos se identifican y en los que cifran sus esperanzas de redención. Antes, sí, eran más duraderos. Y pobres.

Un ciclista se dopaba a base de bocatas de sardinas, mientras sentado en un bordillo esperaba al pelotón tras coronar en solitario una cima alpina, y los escolares poníamos su foto en chapas que constituían nuestro mejor juguete durante años. Nos importaba poco que el mismísimo Franco, tan aficionado al deporte como a la filosofía, sentando un precedente, llamara al Pardo al enjuto escalador para fotografiarse con él. La fama del Águila de Toledo perduró a lo largo del tiempo. Más que la modesta tienda de accesorios ciclistas con la que se ganó la vida tras su retirada.


Un futbolista marcaba un gol de cabeza en Maracaná, en 1950, a la pérfida Albión, y pareció que la Armada Invencible se hubiera desquitado. Zarra –vasco, por cierto– fue durante décadas emblema de la furia española, aunque tuviera que sobrevivir, una vez alejado de los estadios, de un pequeño negocio de artículos deportivos. Por no hablar de Marcelino, autor del famoso gol a Rusia, como decían los del régimen, con el que la selección española ganó la Copa de Europa en 1964. Le premiaron, como a sus compañeros, con 150.000 pesetas y una cena en el hotel Palace.

¿Se recordará dentro de sesenta años el gol de Puyol –catalán, ya saben– a los alemanes? ¿Se considerará gesta propia de héroes? Sin restar méritos al bravo futbolista, creo que no. La rapidez con que los medios devoran hoy a sus criaturas, su necesidad de echar cada día más madera al fuego, de trivializar todo lo que tocan (vean, si no, lo del dichoso pulpo), me hacen pensar que estos ídolos de hoy no vivirán en la memoria colectiva tanto como sus antecesores. Aunque tengan la ventaja sobre ellos de que, cuando abandonen el Olimpo, podrán pagarse un buen alquiler.

3 de julio de 2010

Agoreros interesados

AUNQUE la gente de mi generación –que no es la del 98, pero casi– haga tiempo que peine canas, nunca había oído hablar tanto como ahora de asuntos económicos. Y no porque esa generación, al igual que nuestro país, no haya atravesado por momentos difíciles, sino porque jamás la profusión de informaciones, la avalancha de opiniones sobre lo que se debe y no debe hacer para salir de atolladeros como el actual, habían sido tan abundantes. Hablamos hoy con tal desparpajo de deuda pública, de producto interior bruto, de euribor y tantas otras cosas semejantes, que bien pareciera que todos somos economistas... Pobres economistas, por cierto, atrapados en la contradicción entre lo que su ciencia les enseña que habría que hacer y lo que la avaricia humana –eso que se ha dado en llamar los mercados– impone.


Si, reconocida mi ignorancia en ese campo, me preguntaran qué llama más mi atención de las reacciones ante las medidas del Gobierno para sanear las cuentas públicas, mencionaría ciertos argumentos contra la subida de impuestos. Ya saben ustedes: “Lo único que se logrará haciendo pagar más a quienes tienen grandes patrimonios es que se los lleven a paraísos fiscales”, dicen algunos. O, también, con respecto a los impuestos indirectos: “su subida  provocará un incremento de la economía sumergida; el con IVA o sin IVA se generalizará”, nos cuentan, aparentando ignorar que en muchos países europeos los tipos impositivos son mayores que en el nuestro y no por ello se engaña al erario.

Puede estarse de acuerdo en que la subida de impuestos no es una panacea, pero sería bueno que quienes se quejan de ella reclamaran más lucha contra el fraude fiscal. Porque no basta con usar bases de datos en las que los contribuyentes que ya están en ellas salen en rojo cada vez que por un mísero euro no cuadran sus declaraciones. Habría que esforzarse en descubrir evasores y sumergidos. Aunque solo fuera mirando entre quienes anuncian, fariseos, la posibilidad de que tan dañina especie siga creciendo.

26 de junio de 2010

El café no gusta a todos

OYENDO el otro día uno de los más memorables discos de Lluís Llach, el grabado en directo en Barcelona en enero de 1976, con la participación de un público entregado que coreaba “Llibertat, amnistia i estatut d'autonomia”, recordé la época en que los únicos que reclamaban el autogobierno eran vascos, catalanes y, en menor medida, gallegos. La posterior creación de diecisiete comunidades autónomas con sus respectivas y costosas administraciones, cuya reforma es hoy objeto de debate, fue un modo de acceder a las demandas de aquellos territorios históricos, aunque fuera diluyéndolas, para no soliviantar a fuerzas poderosas que aún podían interrumpir el proceso de transición a la democracia.


Sin embargo, en estos días se tiene la impresión de que tomada aquella decisión del “café para todos”, con los aspectos positivos que trajo consigo, pero también con los negativos que empiezan a reconocerse, el viejo problema, guste o no admitirlo, sigue pendiente. El País Vasco y Cataluña siguen constituyendo piezas sin encajar plenamente en el rompecabezas territorial español.

En Euskadi, una coalición parlamentaria basada más en el rechazo al nacionalismo que en la coincidencia de programas, y fruto de unos comicios de los que se excluyó a buena parte del electorado independentista, sigue sin saber integrar a toda la sociedad en un proyecto común. Que el lehendakari parezca hallarse más próximo al Partido Popular que al presidente de su propio partido es muestra de lo que digo y debiera hacer reflexionar a sus correligionarios.

En cuanto a Cataluña, el lamentable espectáculo ofrecido por un Tribunal Constitucional de dudosa legitimidad, que probablemente invalide en la próxima semana, tras años de vigencia, una norma aprobada por dos parlamentos y refrendada por la ciudadanía, puede hacer que, aun parcialmente, vuelva a ser coreado el viejo eslogan de los años setenta. Aunque ahora se encarguen de ello no ya quienes lo cantaron entonces, sino sus hijos y nietos. La historia continúa.

19 de junio de 2010

Cuando ‘The Times’ no era amarillo

SI HA EXISTIDO un actor que haya encarnado a la perfección al auténtico gentleman, fue David Niven. Podría haber estado derrumbándose el mundo a su alrededor y lo que más le hubiera preocupado habría sido la raya de sus pantalones. Lo recuerdo, entre otras muchas películas, en La vuelta al mundo en 80 días, en la que su contrapunto fue un Cantinflas de trazo poco afortunado, lejos de su entorno habitual. La formidable historia empieza cuando el protagonista, Phileas Fogg, llega a su club londinense. “Allí –escribe Julio Verne– un criado le entregó The Times con las hojas sin cortar y él se dedicó a desplegarlo con una seguridad tal que denotaba la más extremada práctica en esta difícil operación”.


Cuento eso porque hace unos días, alertado por este diario [El Periódico Extremadura] eché un vistazo a la primera plana del otrora prestigioso rotativo londinense y pude comprobar que la mayor parte de ella la ocupaban tres enormes fotografías, tres, del portero de la selección española de fútbol, acompañado por una joven con micrófono en mano que, por lo visto, además de periodista, es novia del jugador. “¿Cómo fue que lo encajaste?”, ponía el diario en labios de la señorita. La fracesita se las trae en inglés, según dicen. A los españoles, que tanto sufrimos del amarillismo de ciertos medios de comunicación, nos cabe cierto consuelo, pues. Hasta en el Times cuecen habas.

Estoy seguro de que si el personaje interpretado por David Niven se hubiera encontrado en su periódico con semejante portada, tras arrojarlo a la papelera habría enviado una carta al director protestando por su falta de seriedad y prometiendo no volver a leerlo. Se hubiera ahorrado así, al día siguiente, otro motivo de desazón: un artículo de José María Aznar, apoyando en su “lucha contra el extremismo” al Estado de Israel, cuya caída, según afirmaba el combativo ex presidente, supondría la caída de todo Occidente. La flema de los caballeros británicos es proverbial, pero hasta mister Fogg, tan comedido él, habría tenido que votar a Bríos.

12 de junio de 2010

Lo que no dijo Vara

AÑADIÉNDOSE a la vorágine de noticias de tipo económico que nos abruman últimamente: niveles del paro, caídas de la bolsa, disminución de salarios, congelación de pensiones, huelgas, reformas laborales, etcétera, se ha producido un hecho en Extremadura en esta misma semana sobre el que conviene reflexionar sin dejarse llevar por prejuicios partidistas. Me refiero, claro, a la sesión de la Asamblea en la que el presidente de la Junta anunció medidas contra la crisis. Medidas que, por su carácter fundamentalmente recaudatorio, llevaron a este diario [El Periódico Extremadura] a colocar en primera plana un contundente “revolución fiscal”.


Sin embargo, aun comprendiendo las razones periodísticas de tan llamativo titular, no estoy seguro de que lo anunciado por Fernández Vara, semejante a lo acordado en otros lugares, sea una revolución. Ni fiscal –aspecto que destacaba la prensa– ni en lo referente al gasto público. Está bien, desde luego, la prevista reducción del presupuesto del 5%, pero va a resultar difícil lograrla en una administración habituada a gastos superfluos, de la que será arduo eliminar ciertos organismos ya consolidados, por prescindibles que sean. No parece que disponer de un canal de televisión para transmitir partidos de fútbol de primera regional o corridas de toros en plazas de segunda, por ejemplo, sea algo de interés social, pero no veo probable que ello se reconozca y se obre en consecuencia.

En cuanto a la subida de impuestos, anunciado que pagarán más quienes superen los 60.000 euros de renta anual bruta (recordemos que su tipo marginal en la actualidad es del 43%), hay que decir que esa subida solo afectará, de ellos, a los honrados, a los que no ocultan sus ingresos. Quienes los mantienen opacos o quienes, verdaderamente ricos, tienen mil instrumentos legales para burlar al fisco, no perderán el sueño por las medidas anunciadas. Es una lástima que, se trate o no de una competencia autonómica, el señor Vara no hiciera referencia al fraude fiscal. A muchos nos hubiera gustado oírlo.

5 de junio de 2010

La veda está abierta

EL LECTOR habitual de esta columna sabrá que su autor es de quienes creen que el actual Gobierno y su presidente, en particular, son merecedores de censura por su forma de dirigir la política y la economía españolas en los últimos meses. Incluso en asuntos sociales, donde el avance había sido notorio, se están produciendo retrocesos. Por no mencionar la toalla ya definitivamente arrojada a propósito de la aconfesionalidad del Estado, con renuncias como la de la ministra Chacón a prohibir la participación de fuerzas militares en la procesión de Toledo.

Pero, afirmado lo anterior, aceptado que Zapatero no solo es criticado por sus adversarios, sino por muchos de sus votantes, hay que apresurarse a afirmar que la campaña desplegada contra él por la derecha nacional es de una bajísima estofa. Algunos medios están sobrepasando los límites impuestos por las más elementales normas de convivencia. Su odio al presidente es tan patente que, como ya ha dicho alguien, no les importaría que el barco se hundiera, si con ello lograran que se ahogara quien, más que oponente político, parece su enemigo bíblico.

Episodios como el del cartel injurioso en los juzgados de Badajoz, que no debiera quedar impune, permiten pensar que la cacería está en pleno apogeo. La derecha civilizada, si alguna queda, se halla escondida; pero ¿la más extrema? ¿No les llega a ustedes el eco de sus arengas? Los votantes de izquierdas, mientras tanto, desorientados. Los del PSOE, sin saber adónde mirar tras los cambios de rumbo de sus líderes. Los de IU, comprobando una vez más las consecuencias de una ley electoral manifiestamente injusta que disminuye su capacidad de influencia.

Los problemas económicos no son exclusivos de España, y eso podría consolarnos. Pero en lo que somos únicos es en el descaro de algunos al asegurar que sus motivos son altruistas, cuando lo que buscan es terminar a toda costa con una presa que saben herida y a la que consideran usurpadora de algo que les pertenece. La veda sigue abierta.

29 de mayo de 2010

Barberá no es Churchill

EL LECTOR conocerá la anécdota protagonizada por el entonces liberal Winston Churchill, antes de que se convirtiera en Primer Ministro. En un debate parlamentario, Nancy Astor, la primera mujer que tomó asiento en la Cámara de los Comunes, en desacuerdo con ciertas afirmaciones del futuro estadista, le espetó: “Señor Churchill, es usted un peligro para la patria; si yo fuera su esposa le echaría cianuro en el café”. La respuesta de Churchill no se hizo esperar: “No le quepa duda de que, si usted fuera mi esposa, me bebería ese café”.


He recordado esa historia, que el lector puede ampliar con otras semejantes a poco que busque en Internet, para contrastar su elegancia con la zafiedad del espectáculo que muchos de nuestros parlamentarios, muchos de los tertulianos en televisión, algunas alcaldesas de verbo tabernario, ciertos columnistas de esos que tropiezan de madrugada en locales poco recomendables, vienen poniendo en escena en nuestro país desde hace meses. Vociferan, vociferan y, cuanto más lo hacen, más muestran lo “asilvestrado” de su rostro. La última sesión en el Senado pareció más propia de un estadio de fútbol repleto de hooligans que de la cámara donde debieran discutir civilizadamente los llamados padres de la patria.

Que la situación política y económica es preocupante, que la zozobra se ha instalado en  nuestra sociedad, que ante las dificultades parece responderse de forma atropellada, improvisada, contradictoria, es difícilmente rebatible. Pero se echa de menos, creo yo, menos agresividad en el debate, menos insultos, más argumentos, más respeto por el adversario, más finura intelectual. Se echan de menos auténticos líderes.

Porque lo más preocupante de la situación no es el descrédito en que se hallan sumidos Zapatero y su gobierno, reflejado en todas las encuestas. Lo peor es que la única alternativa en el horizonte sea la de Rajoy, la de Barberá, la del remilgado portavoz del PP en el Senado. Lo peor no es lo que tenemos, sino lo que se nos avecina.

28 de mayo de 2010

Excesos no solo de velocidad

TODA ESTADÍSTICA es susceptible de lecturas sesgadas. Sucede, por ejemplo, con las encuestas electorales. O, incluso, con los propios resultados electorales. Todos los partidos afirman estar satisfechos. Los que ganan, porque lo han hecho; los que pierden, porque han sacado más votos de los esperados, etcétera.

Con las estadísticas sobre accidentes de tráfico ocurre lo mismo, y es raro el día en que alguna autoridad del ramo no se muestra satisfecha ante la reducción del número de víctimas. Se trata de una realidad de la que todos nos alegramos, pero las discrepancias surgen al determinar su principal causa. Mientras que las autoridades mencionan las nuevas leyes sobre circulación (límites de velocidad, carnet por puntos...), otros pensamos en la mejoría experimentada por la red viaria. Quien recorriera tiempos atrás las curvas de la maldita N-630 y hoy circule por la A-66, por ejemplo, sabrá a qué me refiero.


De modo que no me parece especialmente grave que un buen coche vaya a 180 km/h por una autovía, como ha sucedido con el que transportaba la otra tarde al Presidente de la Junta. No me parece especialmente grave, aunque constituya una clara infracción de la normativa vigente y un pésimo ejemplo para los conductores. Lo que me parece mucho más preocupante, pues denota qué opinión tienen algunos políticos de la inteligencia de los ciudadanos, es la excusa dada por la delegada del Gobierno para justificar lo ocurrido: “Estamos en una situación de prealerta. Venía de un acto oficial conocido y se dirigía a otro acto oficial conocido, y por tanto podría serle de aplicación” el Reglamento General de Circulación, que permite que quienes escoltan autoridades conduzcan a más velocidad de la normal por razones de seguridad.

Desde luego, para resolver la crisis andarán faltos de reflejos, pero para no cortarse y buscar disculpas inverosímiles si de defender al colega en apuros se trata son unos artistas. “Con estos amigos –pensará el señor Vara –para qué buscarme enemigos”.

22 de mayo de 2010

El arte de hablar sin decir nada

LOS POLÍTICOS, los políticos profesionales, no acceden a sus cargos por oposición, pero si ocurriera lo contrario y desde los candidatos a concejal de pueblo hasta los pretendientes a la presidencia del Gobierno hubieran de mostrar sus habilidades ante un tribunal, supongo que uno de los exámenes versaría sobre el arte de hablar sin decir nada. Lo supongo a la vista del lenguaje utilizado por la llamada clase política, cada vez más repleto de frases hechas, latiguillos, vacuidades.

Así, para ocupar alguna de las plazas que nuestros actuales representantes dejaran libres (sin tilde en el dejaran, porque se trata de un futurible, una hipótesis poco probable), habría de mostrarse destreza en el uso de expresiones como “con la que está cayendo”, “hacer los deberes”, “apretarse el cinturón” y tantas otras semejantes. No importaría de qué se estuviese hablando ni en qué principios se basase el discurso. En cuanto a lo primero, podría tratarse del prestigio de jueces y magistrados, de la altura de miras de tantos políticos incorruptibles, de la sintonía entre ministros, de la capacidad de liderazgo de algunos registradores de la propiedad o de las aficiones hípicas de este o aquel diputado; el tema sería lo de menos. Y en cuanto a los principios, innecesario recordar lo de Groucho Marx: si no gustaran unos, siempre habría otros. Eso sí, la coletilla “como no podría ser de otra manera” subiría nota.

La más reciente muestra de ese lenguaje que tan bien retrata a quienes lo utilizan la ha dado el presidente del Gobierno, tras desmentir por enésima vez a sus sufridos ministros: se van a aumentar los impuestos, dijo, “a los que realmente tienen”. A los que realmente tienen edad, paciencia, salud... qué sé yo. ¡Maravilloso ejemplo de cómo dejar a un auditorio atónito, atrapado por un verbo!
Así que llamar al pan pan y al vino vino, prescindir de circunloquios, dejarse de milongas, supondría, definitivamente, en esas imaginarias oposiciones de las que hablo, un suspenso automático.

15 de mayo de 2010

Libertad de expresión, no de injuria

ME RECONOZCO aficionado a los programas de televisión en que se habla de temas de actualidad política. Los hay variados y tanto quien prefiere la demagogia y el griterío como el análisis y la reflexión tiene donde elegir... Con reservas, pues algunos comentaristas parecen tener el don de la ubicuidad y se repiten en dos o tres canales diferentes a la semana. Sorprendente fenómeno para quien hubiera pensado que sobrarían candidatos a tan poco fatigante trabajo.

Algunos de esos debates, como se sabe, discurren en ambiente sereno y las discrepancias se resuelven de manera civilizada, tratándose al espectador como ser pensante; otros, en cambio, se asemejan a jaulas de grillos en las que tuviera más razón quien más gritara; sus moderadores son tendenciosos y sesgados. A veces, más que impedir que el calor del debate o el deseo de ser ingeniosos lleve a algunos a la injuria, parecen regodearse en que ello se produzca.
Claro que, si esta última forma de proceder constituye un uso torticero de la libertad de expresión, ¿qué decir de la reproducción en los televisores de ciertos sms remitidos por los espectadores? Por su desprecio a las normas ortográficas, por su carencia del más básico respeto a las personas, tales mensajes debieran ser proscritos. Ocurre algo parecido en las ediciones digitales de muchos periódicos, repletas de textos anónimos, ofensivos al buen gusto, al castellano y a la mesura. Por eso es una buena noticia que el Consejo Audiovisual de Andalucía haya sancionado a un canal de televisión por difundir un mensaje en el que se amenazaba de muerte a los homosexuales y se incitaba a la violencia contra ellos. Supongo que pronto sucederá algo semejante en la Red.

La libertad de expresión, irrenunciable en una sociedad democrática, no debiera confundirse con la libertad de injuria ni con la gratuita y anónima exaltación de la zafiedad y la violencia.

Constatación de lo evidente

NO PRETENDO ser original en estas líneas. Imposible serlo cuando a diestro y siniestro, desde hace días, en radios y televisiones, en periódicos y sitios de Internet, el tsunami de opiniones sobre las decisiones adoptadas por el Gobierno para hacer frente a la crítica situación económica es de tal envergadura que apenas si da tiempo a leerlas, a escucharlas todas.

Imposible ser original si se trata de opinar sobre el cambio de rumbo de Zapatero y los suyos; si se trata de juzgar el incumplimiento hoy de pactos cuya vigencia se defendía hasta ayer mismo, con el gravísimo precedente que ello supone, con el aumento de la desconfianza en los políticos que ello trae consigo. Menos posible aún si se trata de enjuiciar la actitud de una oposición que parece regocijarse con el cumplimiento de los peores vaticinios, que se queda sin argumentos cuando otros hacen lo que ella demandaba. Que, bajo un gesto de apariencia compungida, es incapaz de disimular la alegría que le produce que esos sindicatos a los que tanto denosta convoquen una huelga.

No se puede ser original cuando tantos ya han pedido que, en situaciones como la presente, organismos públicos de dudosa necesidad prescindan de asesores fantasmales o que ciertos ayuntamientos apenas distintos de agencias de representaciones artísticas se olviden de costosas obras que, si en época de bonanza eran discutibles, ahora resultan indefendibles. Que dejen para mejor ocasión reformas urbanísticas cuyo desmedido coste nadie, salvo ellos, considera compatible con el inusitado recorte de salarios y pensiones que dice justificarse en la necesidad de ahorrar fondos públicos.

No se puede ser original al constatar el desprestigio de los partidos políticos cuando el máximo dirigente extremeño ha manifestado que, al tomar medidas tan duras, el Gobierno ha antepuesto los intereses de España a los del partido que lo sustenta, como si, de no ser obvio tal desprestigio, no hubiera sido lógico pensar que tales intereses eran siempre coincidentes.

8 de mayo de 2010

El pacto educativo no fue excepción

PODRÍA estar uno de acuerdo, si no entráramos en detalles, con la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, cuando, para justificar que su organización no haya firmado el Pacto de Estado por la Educación, afirma que “nuestro país no puede mantenerse con el mismo modelo, responsable del 30% de fracaso escolar”.
Podría estar uno de acuerdo, digo, porque el “modelo” educativo vigente ha ignorado con frecuencia la importancia del mérito y el esfuerzo del alumno, como implícitamente reconoció en su día el propio ministro Gabilondo, y ello ha tenido consecuencias. Discutibles criterios pedagógicos, de un progresismo exclusivamente superficial, han sido los principales responsables de la situación. Más ordenadores, más pizarras digitales y más buenas intenciones no suplirán nunca, como demuestra la experiencia, la asunción por parte de la sociedad de que una adecuada formación de los jóvenes es fruto sobre todo de su voluntad de progreso. Más aún si han desaparecido los obstáculos, especialmente los debidos a un origen social poco favorecedor, que podrían impedirla, como ocurría en el pasado.

Pero sucede que también en este asunto el PP utiliza la falacia, para no variar. Porque al enumerar las principales causas del desacuerdo con el plan Gabilondo, el partido de Rajoy habla de que éste “no garantizaba la enseñanza del castellano” (supuestamente amenazado por otras lenguas) o de que no contemplaba la subvención incondicional de todo colegio privado para el que hubiera demanda. ¿De veras tiene esto algo que ver con el fracaso escolar?

No nos engañemos. Todo es palabrería. El acuerdo frustrado, tan anhelado por la sociedad, hubiera sido una excepción en el desolador panorama político español. Un panorama que entre la inoperancia y el desconcierto de unos y la táctica del “cuanto peor, mejor” de otros, está llevando a la ciudadanía a un alejamiento de lo público y a una desafección hacia quienes dicen representarla que hasta hace poco hubiéramos creído imposibles.

1 de mayo de 2010

Una entrevista que no debió hacerse

NO TENGO el gusto de conocerlo en persona –apenas si lo he saludado brevemente una vez–, pero la impresión que casi siempre me ha causado el presidente de la Junta ha sido favorable. Puede que ello obedezca sobre todo a las diferencias en su forma de actuar respecto a la de su predecesor, mucho menos florentino que él, más bronco. Es cierto que algunas de sus intervenciones públicas, realizadas como presidente y no como ciudadano particular –me refiero, por ejemplo, a su reiterada costumbre de encabezar ceremonias confesionales–, me parecen inadecuadas, pero ello no me impide pensar que es un hombre ajeno a la prepotencia y al que el cargo no se le ha subido a la cabeza.

Ocurre con frecuencia, sin embargo, que quienes merodean en torno al poder son proclives a la adulación, a las muestras más o menos claras de servilismo. Más papistas que el Papa, en ocasiones llegan a poner a éste en evidencia. Es lo que pensé el otro día cuando minutos antes de la transmisión por Canal Extremadura de un partido de fútbol (concretamente, del que supuso la eliminación del Barça de la copa que algunos seguimos llamando de Europa), la televisión regional ofreció una entrevista con el señor Vara... en su condición de aficionado. Con un balón en las manos. Para mayor tipismo, supongo.

Lamento escribirlo, pero me pareció deplorable que el presidente se prestara a ello. La entrevista, aparentemente inocua, fue desde mi punto de vista una muestra de propaganda encubierta. Cuando los medios de comunicación ofrecen a diario espacio más que sobrado para que quienes ocupan cargos representativos se expresen a sus anchas, mientras que al común de los mortales suele resultarle difícil que su voz llegue a los demás, que una televisión pública dedique su programación, en horario de máxima audiencia, a una conversación como la que menciono constituye una demostración palpable de que aún quedan por erradicar de entre nosotros algunos comportamientos más propios del pasado que del tiempo en que quisiéramos vivir.

24 de abril de 2010

Esperanza Aguirre tiene razón

COMO sabrá el lector, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se opuso hace unos días a que los alumnos “se cubran la cabeza” dentro de los centros educativos, tras el episodio protagonizado por una joven estudiante que decidió presentarse en su instituto con hiyab. A mayor abundamiento, un destacado consejero del gobierno madrileño se mostró “absolutamente en contra” del uso del velo musulmán en los centros educativos por tratarse de “un elemento de discriminación”.

Pues muy bien, por una vez y sin que sirva de precedente, estaré de  acuerdo con Aguirre. No seré yo quien se oponga a medidas que refuercen (o establezcan, donde no exista) el carácter no confesional de colegios e institutos y eviten cualquier discriminación entre los estudiantes basada en motivos religiosos.

He de decir, sin embargo, que esta historia, de final incierto cuando escribo, me ha recordado una escena de la que fui testigo hace meses mientras caminaba por una calle de Cáceres y oí, sin poder evitarlo, la conversación mantenida por dos señoras muy señoreadas tras cruzarse con una joven ataviada con velo islámico. "¡No sé adónde vamos a llegar!”, le dijo una de ellas a la otra, “¡qué te parece, la mora, con esa cosa a la cabeza!”. Lo más chocante fue que la escena sucedió ante un colegio situado donde pronto habrá unos grandes almacenes, en el que acaso las dos mujeres estudiaran de niñas y cuyas profesoras llevaban hasta ayer mismo –no sé si aún lo hacen– la cabeza cubierta con velos parecidos al de la chiquita que menciono. ¿La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio?

Así que ojalá termine imponiéndose el criterio de la presidenta madrileña y se concrete en normas de obligado cumplimiento en todos los centros escolares. En todos y por todos: alumnos y profesores. Que la ley establezca con la rotundidad mostrada por la lideresa que ciertas cosas, sin excepción, por respetables que sean en el ámbito privado, es mejor dejarlas a la puerta de las aulas. ¿O he entendido mal?

17 de abril de 2010

Matar al mensajero

CUANDO alguien le señala las estrellas, el tonto se fija en el dedo, ya se sabe. Pero tal actitud no le es exclusiva, pues la comparte con quien, incapaz como él de rebatir con argumentos una opinión que le desagrade, no solo hace de lo anecdótico esencia sino que recurre a lo más sencillo: a la falacia ad hóminem, a la descalificación personal. Al no poder desmentir el mensaje que le molesta, desacredita al mensajero. O lo intenta, que es cosa bien diferente.

Garzón no es personaje de mi devoción. Muchas de sus instrucciones, aun para un lego en derecho, han sido deficientes; su teoría sobre el entorno del entorno de ETA, en particular, de la que nadie habla en estos días, discutible. Pero ello no me impide llevarme las manos a la cabeza, como a tantos otros españoles, cuando compruebo que lo que más inquieta a ciertos de sus colegas, hasta el punto de acusarlo de prevaricar, no son los crímenes que el famoso juez haya intentado investigar, las demandas que haya procurado satisfacer, sino quién lo estaba haciendo. Hablar en estas condiciones de independencia judicial, creer que la venda tapa los ojos de la justicia en nuestro país, que las togas no ocultan rencillas inconfesables, constituye una muestra, más que de buena fe, de insensatez. La cúpula judicial está cuestionada porque como el tonto, o el falaz, mira al dedo.

Menos mal que, por aquí, hay cosas menos terrenales de las que preocuparnos. Terminados los desfiles de Semana Santa, con codazos y empujones para colocarse en primera fila y salir en la foto, los cacereños tendremos de nuevo en la calle otro de nuestros más genuinos espectáculos: el traslado de cierta imagen religiosa desde su sede habitual a la concatedral; enriquecido en esta ocasión con la presencia, junto a las autoridades municipales, del presidente de la Junta, según se ha anunciado. Afortunadamente, a quienes no gustamos de esos festejos siempre nos quedará la más saludable opción de rellenar sudokus. El lector habitual de este diario [El Periódico Extremadura] ya me entiende.

10 de abril de 2010

Escudos imperiales

TENGO A LA VISTA la portada del libro en que muchos escolares de mi generación aprendimos a leer: Escudo Imperial. Lo hacíamos en las mismas fechas, aproximadamente, en que se levantó en Cáceres el monolito en homenaje a los conquistadores, objeto de polémica en estos días por la sustitución en él de un escudo, franquista para unos, mero emblema de los Reyes Católicos, para otros, por algo más acorde con los tiempos presentes. Como es sabido, el asunto ha provocado tal malestar en las filas del Partido Popular de Cáceres que han pedido el cese del concejal responsable de la sustitución del blasón, o como eso se llame. Craso error el del concejal, sin duda, como si todo el monumento no tuviera claras connotaciones fascistas. ¿Se quejará también el PP de la pusilanimidad del PSOE, que mantiene en una de las principales entradas a nuestra ciudad la Cruz de los Caídos que tantas veces prometió retirar?

Según la portavoz municipal del PP, el “Ayuntamiento ha hecho el ridículo a nivel nacional”. Lo dice con inocultable regocijo, amplificando el hipócrita escándalo con que medios de comunicación afines a su partido han recogido la importantísima noticia. Me ha recordado ese grupo de Facebook, el de las señoras que dicen oyoyoyoyoyoy cuando se enteran de un cotilleo.

Vale, puedo aceptar que el concejal, el Ayuntamiento en su totalidad, hayan hecho el ridículo. Pero cuando en el partido al que pertenece la escandalizada concejala los ladrones hacen su agosto, cuando este dirigente es imputado por robarnos millones a todos y aquel otro se ve obligado a depositar –sin esfuerzo aparente– una cantidad astronómica para eludir la prisión, la preocupación de la edil cacereña por un quítame allá ese escudo resulta sorprendente. Por no mencionar la comparación que, para ridiculizar al concejal del PSOE, hizo con la historia del famoso cabo Piris. ¿Sabe la señora portavoz quién propuso felicitar entonces al probo funcionario? ¿Sabe en qué partido militó y –supongo– sigue militando?

1 de abril de 2010

Procesiones, las de antes

PODRÍA dedicar este espacio a glosar la entrañable presencia de la alcaldesa de Cáceres desfilando el pasado domingo tras la imagen de la burrina en la Semana Santa. Curioso, por cierto, que esa procesión (o desfile procesional, como dirían algunos que no sé cómo llamarán al pan) deba su nombre más al jamelgo que al jinete, pero, en fin, todo sea por el casticismo. Podría glosar la presencia de la máxima autoridad municipal, digo, pero no merece la pena. Se glosa por sí misma. El único consuelo que me cabe es que en el pecado llevarán la penitencia. Nada tengo contra esas celebraciones, cada vez más folclóricas, pero sí contra ser representado en ellas por quienes, muy libres de cuanta práctica religiosa en el ámbito privado deseen, no lo debieran ser tanto en su condición de autoridades públicas. Pero, ya digo, desisto del empeño.

Eran más autenticas las procesiones de antes, creo yo. O, al menos, una que en mi infancia llegaba a la Cruz de los Caídos (como seguirá llamándose hasta que desaparezca, si algún día lo hace). Era, si no me equivoco, la del Cristo de las Batallas. Desfilaban tras la imagen del crucificado fornidos caballeros legionarios (de acrisolada fe y piadosas costumbres, como todo el mundo sabe) mientras tambores y cornetas acentuaban la marcialidad del desfile, que finalizaba con los “gritos de rigor”. Los lectores menos jóvenes me entenderán.

He de reconocer que, pasada la niñez, participé en alguna de esas procesiones. Pero, ojo: en cumplimiento de un honroso servicio a la patria: el militar, entonces obligatorio. Con fusil a la funerala y casco de obvias connotaciones, los jóvenes que perdíamos más de un año aburriéndonos en los cuarteles éramos forzados a actuar de comparsas en aquel circo.

Tiempos pasados, dirán. Puede, pero, en todo caso, lo último entonces imaginable era que si algún día se instauraba en España un régimen político democrático no confesional, las autoridades públicas perderían el culo para colocarse en la primera fila de ese tipo de manifestaciones. Qué ilusos.