24 de abril de 2010

Esperanza Aguirre tiene razón

COMO sabrá el lector, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se opuso hace unos días a que los alumnos “se cubran la cabeza” dentro de los centros educativos, tras el episodio protagonizado por una joven estudiante que decidió presentarse en su instituto con hiyab. A mayor abundamiento, un destacado consejero del gobierno madrileño se mostró “absolutamente en contra” del uso del velo musulmán en los centros educativos por tratarse de “un elemento de discriminación”.

Pues muy bien, por una vez y sin que sirva de precedente, estaré de  acuerdo con Aguirre. No seré yo quien se oponga a medidas que refuercen (o establezcan, donde no exista) el carácter no confesional de colegios e institutos y eviten cualquier discriminación entre los estudiantes basada en motivos religiosos.

He de decir, sin embargo, que esta historia, de final incierto cuando escribo, me ha recordado una escena de la que fui testigo hace meses mientras caminaba por una calle de Cáceres y oí, sin poder evitarlo, la conversación mantenida por dos señoras muy señoreadas tras cruzarse con una joven ataviada con velo islámico. "¡No sé adónde vamos a llegar!”, le dijo una de ellas a la otra, “¡qué te parece, la mora, con esa cosa a la cabeza!”. Lo más chocante fue que la escena sucedió ante un colegio situado donde pronto habrá unos grandes almacenes, en el que acaso las dos mujeres estudiaran de niñas y cuyas profesoras llevaban hasta ayer mismo –no sé si aún lo hacen– la cabeza cubierta con velos parecidos al de la chiquita que menciono. ¿La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio?

Así que ojalá termine imponiéndose el criterio de la presidenta madrileña y se concrete en normas de obligado cumplimiento en todos los centros escolares. En todos y por todos: alumnos y profesores. Que la ley establezca con la rotundidad mostrada por la lideresa que ciertas cosas, sin excepción, por respetables que sean en el ámbito privado, es mejor dejarlas a la puerta de las aulas. ¿O he entendido mal?

17 de abril de 2010

Matar al mensajero

CUANDO alguien le señala las estrellas, el tonto se fija en el dedo, ya se sabe. Pero tal actitud no le es exclusiva, pues la comparte con quien, incapaz como él de rebatir con argumentos una opinión que le desagrade, no solo hace de lo anecdótico esencia sino que recurre a lo más sencillo: a la falacia ad hóminem, a la descalificación personal. Al no poder desmentir el mensaje que le molesta, desacredita al mensajero. O lo intenta, que es cosa bien diferente.

Garzón no es personaje de mi devoción. Muchas de sus instrucciones, aun para un lego en derecho, han sido deficientes; su teoría sobre el entorno del entorno de ETA, en particular, de la que nadie habla en estos días, discutible. Pero ello no me impide llevarme las manos a la cabeza, como a tantos otros españoles, cuando compruebo que lo que más inquieta a ciertos de sus colegas, hasta el punto de acusarlo de prevaricar, no son los crímenes que el famoso juez haya intentado investigar, las demandas que haya procurado satisfacer, sino quién lo estaba haciendo. Hablar en estas condiciones de independencia judicial, creer que la venda tapa los ojos de la justicia en nuestro país, que las togas no ocultan rencillas inconfesables, constituye una muestra, más que de buena fe, de insensatez. La cúpula judicial está cuestionada porque como el tonto, o el falaz, mira al dedo.

Menos mal que, por aquí, hay cosas menos terrenales de las que preocuparnos. Terminados los desfiles de Semana Santa, con codazos y empujones para colocarse en primera fila y salir en la foto, los cacereños tendremos de nuevo en la calle otro de nuestros más genuinos espectáculos: el traslado de cierta imagen religiosa desde su sede habitual a la concatedral; enriquecido en esta ocasión con la presencia, junto a las autoridades municipales, del presidente de la Junta, según se ha anunciado. Afortunadamente, a quienes no gustamos de esos festejos siempre nos quedará la más saludable opción de rellenar sudokus. El lector habitual de este diario [El Periódico Extremadura] ya me entiende.

10 de abril de 2010

Escudos imperiales

TENGO A LA VISTA la portada del libro en que muchos escolares de mi generación aprendimos a leer: Escudo Imperial. Lo hacíamos en las mismas fechas, aproximadamente, en que se levantó en Cáceres el monolito en homenaje a los conquistadores, objeto de polémica en estos días por la sustitución en él de un escudo, franquista para unos, mero emblema de los Reyes Católicos, para otros, por algo más acorde con los tiempos presentes. Como es sabido, el asunto ha provocado tal malestar en las filas del Partido Popular de Cáceres que han pedido el cese del concejal responsable de la sustitución del blasón, o como eso se llame. Craso error el del concejal, sin duda, como si todo el monumento no tuviera claras connotaciones fascistas. ¿Se quejará también el PP de la pusilanimidad del PSOE, que mantiene en una de las principales entradas a nuestra ciudad la Cruz de los Caídos que tantas veces prometió retirar?

Según la portavoz municipal del PP, el “Ayuntamiento ha hecho el ridículo a nivel nacional”. Lo dice con inocultable regocijo, amplificando el hipócrita escándalo con que medios de comunicación afines a su partido han recogido la importantísima noticia. Me ha recordado ese grupo de Facebook, el de las señoras que dicen oyoyoyoyoyoy cuando se enteran de un cotilleo.

Vale, puedo aceptar que el concejal, el Ayuntamiento en su totalidad, hayan hecho el ridículo. Pero cuando en el partido al que pertenece la escandalizada concejala los ladrones hacen su agosto, cuando este dirigente es imputado por robarnos millones a todos y aquel otro se ve obligado a depositar –sin esfuerzo aparente– una cantidad astronómica para eludir la prisión, la preocupación de la edil cacereña por un quítame allá ese escudo resulta sorprendente. Por no mencionar la comparación que, para ridiculizar al concejal del PSOE, hizo con la historia del famoso cabo Piris. ¿Sabe la señora portavoz quién propuso felicitar entonces al probo funcionario? ¿Sabe en qué partido militó y –supongo– sigue militando?

1 de abril de 2010

Procesiones, las de antes

PODRÍA dedicar este espacio a glosar la entrañable presencia de la alcaldesa de Cáceres desfilando el pasado domingo tras la imagen de la burrina en la Semana Santa. Curioso, por cierto, que esa procesión (o desfile procesional, como dirían algunos que no sé cómo llamarán al pan) deba su nombre más al jamelgo que al jinete, pero, en fin, todo sea por el casticismo. Podría glosar la presencia de la máxima autoridad municipal, digo, pero no merece la pena. Se glosa por sí misma. El único consuelo que me cabe es que en el pecado llevarán la penitencia. Nada tengo contra esas celebraciones, cada vez más folclóricas, pero sí contra ser representado en ellas por quienes, muy libres de cuanta práctica religiosa en el ámbito privado deseen, no lo debieran ser tanto en su condición de autoridades públicas. Pero, ya digo, desisto del empeño.

Eran más autenticas las procesiones de antes, creo yo. O, al menos, una que en mi infancia llegaba a la Cruz de los Caídos (como seguirá llamándose hasta que desaparezca, si algún día lo hace). Era, si no me equivoco, la del Cristo de las Batallas. Desfilaban tras la imagen del crucificado fornidos caballeros legionarios (de acrisolada fe y piadosas costumbres, como todo el mundo sabe) mientras tambores y cornetas acentuaban la marcialidad del desfile, que finalizaba con los “gritos de rigor”. Los lectores menos jóvenes me entenderán.

He de reconocer que, pasada la niñez, participé en alguna de esas procesiones. Pero, ojo: en cumplimiento de un honroso servicio a la patria: el militar, entonces obligatorio. Con fusil a la funerala y casco de obvias connotaciones, los jóvenes que perdíamos más de un año aburriéndonos en los cuarteles éramos forzados a actuar de comparsas en aquel circo.

Tiempos pasados, dirán. Puede, pero, en todo caso, lo último entonces imaginable era que si algún día se instauraba en España un régimen político democrático no confesional, las autoridades públicas perderían el culo para colocarse en la primera fila de ese tipo de manifestaciones. Qué ilusos.