24 de mayo de 2008

Lo global: paella y toros

EL FORMIDABLE DRAE, tantas veces mencionado aquí mismo, recoge ya, contra lo que uno pensaba, el término globalización, al que define como “tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”. Pero, aunque pudiera alegarse que, en el fondo, todo lo rige la economía, la globalización abarca otros campos de la actividad humana. Globalización sería también la cada vez más débil frontera entre los hábitos alimenticios, recreativos, culturales, en este o aquel otro país, en este o aquel otro hemisferio. La boina hace tiempo que desapareció entre nuestros lugareños y hoy muchos de ellos lucen esas gorras de béisbol yanquis con las que, en su país de origen, ilustres personajes incluso asisten a solemnes acontecimientos. Me parece recordar, por cierto, que hasta la mostró el presidente más nefasto que se haya conocido en los EE UU en los últimos tiempos –y mira que hay donde elegir– cuando anunció años ha el fin de una guerra, la de Irak, que supondría entre otras cosas la estabilización del precio del petróleo. Precio que, desde entonces, se ha septuplicado. Si alguien pensara todavía que el devenir de la humanidad se rige por la lógica y la racionalidad bastaría con mostrarle al tal Bush para desmontar en un segundo su teoría.

Todo esto viene a cuento de una foto con la que me acabo de topar en Internet en la que se ve una valla publicitaria en un país que, por la grafía de las letras, es del este de Europa. En ella, una conocida multinacional de la comida basura, cuyos establecimientos pueden encontrarse en medio mundo, anuncia un nuevo y revolucionario producto: ¡La paella! Y quien la ofrece es un joven de innegable belleza ¡vestido de torero!

Así que nuestro producto más conocido internacionalmente –la paella– y la profesión más singular en este ruedo ibérico, que por algo se llama así –la torería–, ahora son objeto de consumo en tierras no cristianas. El capital, en efecto, no conoce de patrias.

21 de mayo de 2008

Ruleta que debiera evitarse

"LA VIDA ES LA RULETA en que apostamos todos”, rezaba la vieja ranchera mexicana. Y en la que –cabría añadir– siempre termina ganando la banca. Pero lo más tremendo es que según las casillas en que se detengan determinadas bolas, el afectado no será únicamente el forzoso jugador, sino miles, millones de personas.

En nuestro país existen órganos judiciales –perdonen los expertos mi imprecisión terminológica–, altos tribunales, cuya composición ha obedecido desde hace años a criterios estrictamente partidistas. Obsérvese que no hablo de criterios políticos, lo que sería razonable hasta cierto punto, sino partidistas; y si existe un caso en el que esa afirmación es irrefutable es en el del Tribunal Constitucional. La correlación de fuerzas en él ha estado tan bien fijada en los últimos tiempos que todo el mundo daba por descontado el resultado de las votaciones sobre leyes tan importantes como las del matrimonio entre homosexuales o el Estatuto de Cataluña, que habían sido recurridas por el Partido Popular. Lo de menos eran los argumentos de los recurrentes. Por otra parte, las recusaciones de magistrados planteadas en su día por PP y PSOE no han redundado en un mayor prestigio de tan importante órgano, a quien corresponde nada más y nada menos que el papel de interpretar la Constitución.

Pues bien, hace unos días la bola de la ruleta se detuvo caprichosamente, como suele hacerlo, en una casilla inesperada. Y falleció de manera repentina un conocido miembro del Tribunal Constitucional, del sector conservador. Y ese sencillo hecho, fortuito y azaroso, que nos puede ocurrir a cualquiera, va a condicionar la vida de millones de españoles durante décadas. Los periódicos que ya daban posibles resultados de futuras votaciones del tribunal, como si de vaticinar los goles en un próximo partido de fútbol se tratara, cambian ahora sus predicciones. Mientras, la bola sigue moviéndose. ¿No debiera proveerse la sociedad de instrumentos que la protegieran del caprichoso rodar de la ruleta?

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17 de mayo de 2008

“Dura lex”, pero ¿tanto?

SIN DUDA ALGUNA, las leyes están hechas paras ser cumplidas y, en el caso de los jueces, para ser aplicadas. El proverbio latino dura lex, sed lex, “la ley es dura, pero es la ley”, se refiere a la necesidad social de la existencia de normas legales, por estrictas que sean, salvo que se prefiera vivir en una especie de selva en la que nadie sepa a qué atenerse. Aunque, claro, las leyes no son teoremas matemáticos igualmente interpretados por todos, y gracias a ello viven los abogados. Porque con frecuencia hay puntos de vista diferentes sobre un mismo asunto y porque lo que para un tribunal es blanco, para otro es negro, etcétera. Por no hablar de casos que hayan de ser resueltos por tribunales cuya composición obedezca a criterios políticos, porque entonces casi puede predecirse con antelación a sus resoluciones en qué sentido se inclinarán éstas y con cuántos votos a favor y cuántos en contra.

Lo anterior viene a propósito de una sentencia dictada recientemente por el Juzgado de lo Penal de Cáceres, en la que se ha condenado a una mujer china que vendía discos falsificados en algunos bares a seis meses de prisión y multa de 1.080 euros. La condena ha sido sustituida por la medida de expulsión de España durante 10 años. Como lo leen: seis meses de prisión y multa de un importe que debe equivaler al salario de varios años en su país de un trabajador no cualificado de la misma nacionalidad que la condenada. Dios y los tribunales de justicia me libren de poner en duda la recta aplicación que de la ley haya hecho el señor magistrado, pero, francamente, si la norma legal permite tal condena, habría que cambiarla. No defiendo la piratería, pero ¿no sería mejor perseguir a los jefes de las mafias en vez de castigar de tal forma a unos desdichados vendedores?

Por cierto: La opulenta Sociedad General de Autores había calculado que con la venta de esos discos la pérdida que hubieran sufrido sus arcas hubiera sido de 567 euros. De modo que dura lex, sí, pero ¿tanto necesariamente?


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14 de mayo de 2008

Medallas son amores...

A TÍTULO PERSONAL no tengo nada en contra de quienes van a recibir próximamente, tras el reciente acuerdo del Consejo de Gobierno de la Junta, dos medallas de Extremadura que, por lo visto, han sido adjudicadas en fechas distintas de las habituales debido a la conmemoración de los 25 años de paz, digo, de la existencia de nuestra comunidad autónoma. (Lo de los 25 años de paz, lo aclaro, es un guiño para los más veteranos de los lectores).

Una de esas medallas se otorga a la esposa del Jefe del Estado porque, en palabras del señor Fernández Vara, se trata de “una amiga de Extremadura en la que siempre hemos encontrado apoyo y compañía”. Si quieren que les sea sincero no sé cómo se habrá manifestado exactamente esa amistad, ni conozco de primera mano en qué habrá consistido la mentada compañía, pero, dicho con ironía, doctores tiene la Iglesia. Es una lástima, sin embargo, que la premiada con tan alto honor no pueda desplazarse hasta nuestra tierra, pese a tanta autovía como existe hoy en día, por “problemas de agenda”, de modo que hayan de ser el presidente autonómico y todos los consejeros quienes viajen, supongo que en autobús, hasta el palacio de La Zarzuela para hacer entrega del galardón a la ilustre dama en una fecha en que su repleta agenda tenga algún hueco.

La segunda medalla, como se sabe, ha sido otorgada al anterior presidente de la Junta, hombre de tan pregonada honradez personal como, según dicen, poco apegado a los honores mundanos; aunque, claro, a nadie le amargue un dulce. La cosa hubiera quedado sin embargo más... presentable si quienes han acordado concederle tal honor no debieran en buena medida sus puestos, con sus correspondientes satisfacciones, no solo espirituales, a ese a quien ahora premian; pero ya se sabe que es de bien nacidos ser agradecidos.

En román paladino: que ni la corona ha sido nunca tan adulada como en nuestros días ni la gratitud por los favores recibidos tan manifiesta como la que hoy muestran sin recato los nuevos cortesanos.


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10 de mayo de 2008

Normativa fiscal cambiante

MIENTRAS QUE HAY ASUNTOS de carácter político general de los que cualquier hijo de vecino, como quien suscribe, puede opinar con total libertad, pues para ello no se requieren especiales conocimientos técnicos, existen en cambio otras cuestiones de las que resulta más arriesgado hablar si no se manejan los recursos científicos o técnicos adecuados. ¿Cómo opinar un profano sobre, por ejemplo, la política de trasvases de agua del Ejecutivo o sobre los fondos dedicados a investigación sobre células madre? En esos casos, creo yo, hay que confiar en la buena voluntad de los gobernantes y en la pericia de los profesionales responsables de esas tareas.

Hay sin embargo otros campos en los que se mezclan a partes iguales las razones de carácter científico y las puramente políticas, derivadas de la voluntad de quienes han de tomar decisiones. Y a mi modesto entender un terreno en el que eso se manifiesta de forma más evidente es en el terreno fiscal, en el de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos. Si debiera existir una normativa que no estuviera sujeta a los vaivenes políticos del momento, que infundiera a los ciudadanos mayor seguridad de su buena fundamentación y de su vigencia durante períodos de tiempos más razonables, esa sería la fiscal. Creo que decirlo en estas fechas, en las quien más quien menos se halla enfrascado con su declaración de la renta, resulta oportuno.

¿Se contribuye a infundir la responsabilidad fiscal entre la gente cuando, por ejemplo, en ciertas comunidades autónomas rige un impuesto como el de sucesiones y donaciones que en otras ha desaparecido? Ahora se anuncia para el próximo ejercicio la desaparición del Impuesto sobre el Patrimonio que, contra lo que pudiera parecer, afecta a un millón de españoles. ¿Con qué fuerza moral se puede exigir que se haga hoy una declaración que mañana no habrá que hacer y cuando pocos años atrás el PSOE pretendía potenciar tal impuesto? ¿No sería deseable una mayor seguridad en la vigencia este tipo de leyes?

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7 de mayo de 2008

Ovejas negras

TRAS LEER EL OTRO DÍA en este periódico [El periódico Extremadura] la noticia que desvelaré más adelante me entró la curiosidad de saber cuál sería el origen de la expresión oveja negra que, como todo el mundo sabe, sirve para designar al miembro de aquella familia que se destaca por salirse de las normas establecidas o de los rectos fines que a la existencia de cada cual han de suponérsele. Hoy, gracias a Google, no hay que esperar mucho para salir de dudas. La expresión de marras, no solamente utilizada en nuestro idioma, sino también en muchos otros, “proviene del hecho de que una oveja negra se considera marginada del resto del rebaño, quizás porque su color oscuro asusta a las ovejas blancas. Pero también porque la lana negra no puede venderse”.

Naturalmente, la probabilidad de que en una familia exista alguna oveja negra aumenta según crece el número de sus miembros y según sea más virtuoso su modo de vida. No quiero cansar al lector, pero bastaría con recordar al célebre Jarabo que a mediados del siglo pasado, pese a pertenecer a un linaje entroncado con las clases pudientes de este país –uno de sus tíos, incluso fue ministro de Franco, aunque, a decir verdad, éste no sea un mérito digno de orgullo–, fue ajusticiado en el garrote vil tras asesinar a varias ricas viudas a las que previamente había esquilmado de joyas y pertenencias. Se hizo, incluso, una serie de televisión sobre el tipo.

Bueno, pues la última prueba de la existencia de tal variedad de personajes me la ha dado, como digo, este mismo periódico, que tras contarnos que cierta señorita, Magdalena Rouco Hernández, ha posado como su madre la trajo al mundo para una conocida revista, nos hace saber que en su misma familia existe otro miembro que se dedica a labores menos encomiables: el presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid. “Me desnudo”, ha declarado Magdalena, “para desnudar la hipocresía de mi tío”. Hace más que bien. Lo mejor, en estos casos, es colocar a cada cual en su sitio.

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3 de mayo de 2008

Bibliotecas públicas

DADO POR SENTADO que quienes podemos expresar nuestra opinión en medios como éste tenemos la obligación de criticar, cuando la ocasión lo exija, tanto a nuestros representantes políticos como a los responsables de los distintos servicios públicos, sean el sanitario, el educativo, o cualquier otro, también es cierto que a veces debiera reconocerse, y no se hace, el buen funcionamiento de ciertas instituciones y organismos del Estado. Y parece de justicia que cuando uno observe que alguna prestación de las ofrecidas por unas y otros, cualquiera que sea su nivel, desde el estatal al municipal, es eficiente, se reconozca sin ambages.

Hoy, en particular, quisiera hacer un reconocimiento merecido al magnífico funcionamiento de las bibliotecas públicas; tomando como modelo la de Cáceres, única que conozco y de cuyos formidables y modernos servicios acaso muchas personas no estén al corriente. A fuer de ser sincero, he de decir que yo mismo no he sido consciente hasta fecha muy reciente de la magnífica organización de dichos establecimientos, cuyas prestaciones, por cierto, son gratuitas, en estos tiempos en que casi todo tiene un precio.

Es formidable comprobar que en una ciudad como esta en la que escribo, la de las paredes sucias y altavoces escandalosos, existe un lugar en el que uno puede obtener con gran facilidad y, como digo, sin coste alguno, una enorme variedad de libros, grabaciones musicales, videográficas... Cuando redacto estas líneas suena en mi casa un disco hallado en la biblioteca e imposible de encontrar en el mercado. Luego, podré gozar de la belleza incomparable de Tango, la extraordinaria película de Carlos Saura, obtenida de igual manera. La consulta del fondo de las bibliotecas y la reserva de ejemplares son posibles desde internet, los funcionarios que atienden al público en esos establecimientos son de una amabilidad extraordinaria... A veces, uno tiene la sensación de vivir, efectivamente, en el siglo XXI. Y ello ha de ser motivo de satisfacción para todos.

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