8 de septiembre de 2005

Aldeanismo televisivo

RECUERDO UNA ANÉCDOTA de los ya algo lejanos años en que me cupo cierta responsabilidad en la organización de un importante centro educativo de nuestra región. El padre de un aspirante a alumno del mismo, en régimen becario, se me mostró encolerizado porque se hubieran concedido plazas de residencia a jóvenes de otras regiones y su hijo, extremeño, no la tuviera. Aunque le hice ver que los criterios de concesión de las becas tenían más que ver con las auténticas necesidades de los chicos que con su origen geográfico, el argumento no pareció convencerle. Finalmente se me ocurrió presentarle un dilema: “Supongamos por un momento”, le dije, “que su hijo obtiene la plaza a la que aspira y puede ir destinado a uno de estos dos grupos de alumnos: en el primero impartirán clase los mejores profesores de nuestro centro, con independencia de donde sean; en el otro impartirán clase profesores, digamos no tan buenos, pero, eso sí, extremeños todos de pura cepa. ¿En qué grupo desearía que se inscribiera a su hijo?”. El buen hombre hubo de callar.

Pensando probablemente en que ese padre también es elector y bajo el criterio de si ellos lo hacen nosotros no vamos a ser menos, algunas administraciones autonómicas --la nuestra en lugar prominente--, están cometiendo, a la hora de seleccionar sus funcionarios, disparates que moverían a la sonrisa si no fuese porque las nefastas consecuencias de sus decisiones las estamos pagando todos los ciudadanos. Yo no sé ustedes, amables lectores, pero en lo que a mí se refiere les aseguro que si mañana tuviera la desgracia de necesitar colocarme en la mesa de un quirófano, pongamos por caso, lo último que se me ocurriría preguntarle al cirujano que me atendiera sería si es extremeño. Lo que más me interesaría en tan delicada tesitura sería, como es lógico, que el médico estuviera bien preparado y hubiera sido seleccionado de acuerdo con criterios estrictamente profesionales.

Ya sé que decir estas cosas es incurrir en herejía, pero es que hay casos sangrantes. Hace años, acaso presionada la administración regional por movimientos de tipo gremial, en cierto procedimiento para elegir profesores, amén de exigirse a los candidatos el conocimiento de leyes educativas de más que dudosa utilidad para el buen desempeño de su tarea, se valoraba extraordinariamente el que fueran extremeños. Más, por ejemplo, que el tener un brillante expediente académico. De modo que para poder explicar matemáticas o lengua a nuestros jóvenes era más importante haber nacido en Santa Marta de Magasca, dicho sea con todo respeto, que tener el grado de doctor. Como la inconstitucionalidad de tal criterio era evidente para todo el mundo, salvo para los más demagogos de nuestros particulares nacionalistas, una sentencia estableció la improcedencia de dicha norma. Así que en la Consejería de Educación, ni cortos ni perezosos, buscaron rápidamente una forma de burlar lo que el interés de nuestros estudiantes hubiera aconsejado: a partir de entonces en las oposiciones se valoró especialmente el conocimiento de la realidad educativa extremeña, ente metafísico cuya definición precisa se escapa por completo de mis limitadas capacidades. ¿Alguien que no cobre por decir amén me ayuda?

Podríamos mostrar otros ejemplos de cómo los responsables de seleccionar profesionales para los servicios públicos simulan ignorar muchas veces que elegir los mejores no hace buenas migas con el aldeanismo electoral o el clientelismo político; pero baste, para finalizar, que mencione algo leído en estas páginas hace unos días y que aún me tiene perplejo: En las oposiciones que se están celebrando para cubrir plazas de periodista en la televisión extremeña, se preguntó a los aspirantes cosas tan interesantes como la verdadera denominación de la torre de Espantaperros de Badajoz o dónde se celebra la fiesta de Las Capeas. ¡Menos mal que no soy uno de esos pobres opositores, quizás de meritorio currículum académico o profesional pero con la desgracia de haberlo alcanzado fuera de nuestra región! Porque, francamente, en lo que a mí se refiere, ni puñetera idea. ¿Hubiera sabido responder don Mariano José de Larra?