29 de noviembre de 2008

Eufemismos y falta de rigor

LAS ESTADÍSTICAS, ya se sabe, hay que mirarlas con lupa. Y no me refiero a eso tan antiguo de que si usted, amable lector, se come un pollo y yo ninguno, alguien diga que hemos comido medio cada uno, sino a las estadísticas que cada vez en mayor medida nos asaltan desde periódicos, revistas, televisiones... Ejemplos los hay a montones. Así, sucede que tras cada estudio publicado por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) sobre intención de voto, por poner un caso muy habitual, todos los partidos políticos sacan conclusiones favorables. Unos porque suben, otros porque no bajan, éstos porque su líder es el más valorado, aquéllos porque el suyo no es el peor calificado.

Por otra parte pienso que los periodistas debieran esforzarse en explicar a sus lectores, no siempre economistas ni sociólogos, qué quieren decir cuando utilizan expresiones como esa del crecimiento negativo de la economía, tan en boga últimamente. ¿Crecer negativamente? Algunos siempre hubiéramos hablado de decrecer o disminuir pero debemos ser unos anticuados. ¿Será que la riqueza crece, que en el caso de un país más concretamente el PIB (Producto Interior Bruto, la suma de lo que se produce, sea en bienes materiales o en servicios), aumenta pero en menor medida de cómo lo hizo antes? ¿O quieren decir que la riqueza del país ha disminuido? No vendría mal que a muchos profanos, entre ellos quien suscribe, nos lo explicaran.

Aunque no bastaría con que los entendidos nos explicaran a los demás algunas cosas, sino que sería bueno que los periodistas tuvieran un poquito más de rigor al informar. Últimamente ha podido leerse en la prensa regional, en titulares, que “los extremeños son los españoles que más usan el ADSL para su conexión a Internet”. ¡Qué avanzados estamos!, dirían algunos. Pero en realidad lo que se desprendía de una lectura atenta de la noticia era que, de entre los extremeños usuarios de Internet, aunque fueran media docena, el porcentaje de quienes utilizaban ADSL era mayor que en otras regiones. O sea: que podían ser muy pocos los que conectaran, pero entre esos pocos se utilizara la tecnología citada en mayor proporción que en otros lugares. Que es cosa bien diferente.

22 de noviembre de 2008

Obras son amores

ES SABIDO QUE el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Si no, que se lo pregunten a Bono, el del tupé, no el cantante, tras su chasco con sor Maravillas. O a Fernández Vara, tras ver cómo le han saltado a la yugular la oposición y la opinión pública al poco de anunciar sus últimas decisiones. Y si hablo de la opinión pública, con los matices que se quiera, es por los comentarios que sobre la prometida austeridad de la Administración autonómica se han visto en las webs de la prensa regional. Mucho más abundantes, por cierto, en días laborables que en festivos, aunque cupiera suponer que es en estos últimos cuando la gente tendría más facilidad para escribirlos.

El caso es que, como se sabe, Vara reunió a centenares de personas que ocupan altos cargos y puestos de libre designación en la Junta para anunciar una reducción del gasto público. Eran tan ilustrativas las imágenes del concurrido lugar en que se hizo el anuncio que cualquiera pudo pensar que la primera consecuencia de él sería la reducción a la mitad de tan descomunal plantilla de trabajadores. Pero no, todo quedó en que habría que dormir en hoteles de menos estrellas, no usar los móviles oficiales para llamar a la familia y cosas así.

Lo que estaría lejos de suponer Vara es que sus buenas intenciones, de las que no hay por qué dudar, desataran el aluvión de críticas que desataron, favorecidas por actuaciones que, aparentemente, desmentían los propósitos anunciados. La compra del coche de lujo por una consejera (eso de que fue para ahorrar en combustible resultó risible) o la instalación de un despacho a domicilio a otra son quizás asuntos menores, pero no parecen casar con lo prometido. Como no casan otros gastos de mayor cuantía –ciertas campañas publicitarias, por ejemplo– que, según mi criterio, habría que criticar antes que esos. Pero, en fin, parece que al final imperó el sentido común y el presidente de la Junta admitió como bueno que la oposición “evidencie los errores que el Gobierno haya podido cometer”. Ojalá que eso, pese a alguna palabra de más en la Asamblea, signifique que algo está cambiando y que cierta modestia está hallando acomodo en lugares poco habituados a ella.

15 de noviembre de 2008

Vara y la reducción de gasto

ES ENCOMIABLE el propósito del presidente de la Junta de Extremadura, el señor Fernández Vara, de reducir algunos de los gastos en que hasta ahora incurría su Administración. Alojamiento de los responsables políticos en hoteles de categoría media en lugar de hoteles de lujo, restricciones en el uso de los teléfonos móviles o supresión de los aperitivos a costa del contribuyente en inauguraciones y actos oficiales son algunas de las medidas acordadas. Y eso está muy bien, desde luego. Pero cuando me entero de que dicho anuncio se efectuó en una reunión en Mérida con centenares de altos cargos y puestos directivos de libre designación de la Junta, me viene a la memoria lo del chocolate del loro y me pregunto si no sería mucho más efectiva que todo lo anunciado la reducción, precisamente, de tan alto número de esos cientos de envidiables puestos de trabajo, que me permito suponer tan bien remunerados como de dudosa necesidad.

Políticos por exigencia del guión

LEYENDO LAS DECLARACIONES de un conocido político extremeño, que resumiré al lector enseguida, me han venido a la cabeza aquellos tiempos en que, empezando a vislumbrarse en nuestro país la desaparición de la censura cinematográfica (la que convertía en apasionados hermanos a los amantes de Mogambo pero se tragaba el genial final con trío que Buñuel urdió para Viridiana), algunas actrices, o aspirantes a ello, declaraban que sólo se desnudarían si lo exigiese el guión. No necesito decir que ya se las ingeniaban ellas para que el guión exigiera todo lo que fuera menester.

Hace unos días, en efecto, mientras tomaba café en un local en el que lo único que sobra en ocasiones es el abundante humo, consecuencia de una ley antitabaco pacata e insuficiente que se quedó en un quiero y no puedo, eché un vistazo a la enorme pantalla de televisión. Allí, nuestro ex presidente autonómico contestaba con su habitual gracejo a las preguntas más bien complacientes de una periodista. Naturalmente, se trataba de cuestiones de índole política, entre ellas las referentes a una oficina que, al parecer, se ha montado para su uso exclusivo, supongo que para que pueda utilizarla entre clase y clase de las muchas que impartirá, una vez vuelto, como se anunció a bombo y platillo, a su actividad académica e investigadora como filólogo. Y anteayer, en estas mismas páginas, se recogían otras amplias declaraciones del ex presidente en las que, con motivo de la presentación de un libro por él firmado opinaba –y está en su perfecto derecho, faltaba más– sobre el sistema autonómico, sobre quién podría suceder al actual presidente del Gobierno...

Lo que, sin embargo, me ha hecho recordar a aquellas esforzadas buscadoras de guiones exigentes han sido otras palabras pronunciadas por nuestro hombre en el acto mencionado: “No echo de menos la política”, manifestó sin inmutarse. ¡Cómo va a echarla de menos, me digo a mí mismo, con lo que el pobre se esfuerza para que el guión le obligue a practicarla continuamente!

11 de noviembre de 2008

Carla no es reina

LEO, CON CIERTA SORPRESA, las reacciones que unas declaraciones de Carla Bruni sobre el comentario que Berlusconi le dedicó a Barack Obama –"joven, guapo y bronceado"– han provocado entre prominentes políticos italianos. "Cuando vi a Silvio Berlusconi tomarse a la ligera un hecho que nos llena a todos de esperanza, cuando le vi bromear sobre que Obama 'esté siempre bronceado' me quedé perpleja. Algunos dirán que es humor... Pero yo, en momentos así, me alegro de ser francesa", había manifestado la esposa del presidente francés.

Pues bien, unas declaraciones tan oportunas como esas han soliviantado en extremo tanto al ex presidente de la República italiana, Francesco Cossiga, que ha hecho una referencia de dudoso buen gusto a la "tempestuosa vida" de la cantante, como a la ministra de Juventud, que ha afirmado que ser la esposa de un presidente no la convierte en una estadista y sus reflexiones suscitan "un interés que oscila entre el cero y el cero coma cinco".


Un servidor se permite pensar modestamente si esas mismas consideraciones (lo de que ser la esposa de un jefe de Estado no concede el don de la oportunidad o el acierto al hablar) serían de aplicación en otro caso muy reciente y sucedido apenas unos kilómetros al sur de donde se han producido las manifestaciones de la señora Sarkozy. Por razonables que hayan sido las palabras de ésta y desafortunadas las otras. "No, no son de aplicación", opinarán algunos. "Una cosa es la república", añadirán, "y otra bien distinta la monarquía". En eso, qué quieren que les diga, habría de concedérseles toda la razón del mundo.

9 de noviembre de 2008

Edimburgo

HAY MUCHAS CIUDADES en el mundo a las que quizás nunca llegará uno, pero a las que tampoco descartó llegar: Viena, por ejemplo, o Berlín, Moscú... A otras, en cambio, se llega sin haberlo esperado nunca, por circunstancias imprevistas. Eso me sucedió a mí recientemente, por razones que no vienen al caso, con Edimburgo, una capital que jamás estuvo en la lista de las candidatas a ser visitadas por este viejo profesor que, por otra parte, es de la opinión de que no hay que alejarse mucho de la propia cuna para conocer todo lo que merece la pena en la vida...

El caso es que hace unas semanas me vi aterrizando, tras un breve vuelo desde Madrid en una compañía de bajo coste, en la capital de Escocia, la del famoso festival de teatro, la ciudad nata
l o de acogida de científicos como Néper, el inventor de los logaritmos, Darwin o, más recientemente, los creadores, si así se pueden llamar, de la famosísima oveja Dolly, el primer animal clonado. La ciudad universitaria por excelencia, con tres universidades de primer orden para una población que no llega al medio millón de almas.


Pero no tema el lector, pues no voy a fatigarle con una narración de mi viaje ni una descripción, que podrá obtener fácilmente en una guía turística (una muy buena: http://www.edimburgo.org.es) de los muchos lugares dignos de visitarse en esta bellísima ciudad que, en muchos aspectos, recuerda a la no menos bella Salamanca. Voy a hablar de algunas facetas de las costumbres de la gente, de la forma en que los lugareños se relacionan entre sí y con los visitantes.

En primer lugar he de mencionar la extraordinaria educación de todo el mundo. Los thank you y los excuse me son continuos. Incluso los mendigos, pues los hay, se dirigen al viandante con una cortesía que en ocasiones le hace pensar a éste si no se hallará ante nobles venidos a menos... En segundo lugar sorprende la ausencia total de rejas en las ventanas de las muchas viviendas que, de acuerdo con una singular arquitectura, se hallan en las plantas bajas de los edificios o incluso bajo el nivel del suelo, en callejones. Sin rejas, sin persianas, no es raro que mientras uno pasea tranquilamente vea cómo los vecinos de esta o aquella casa conversan sentados en sus sofás, miran la televisión... Nadie parece extrañarse de ello.

El respeto a la estricta ley sobre el consumo de tabaco en lugares públicos es total, de modo que al cabo de unos días, el visitante, mientras saborea el preceptivo whisky de malta en uno de los numerosísimos pubs y bares existentes, no se extrañará de ver salir hasta la puerta de la calle para fumar, ateridos de frío, a fornidos parroquianos que, por su aspecto externo, podría haber sospechado poco amigos de seguir las normas de urbanidad. En plazas y avenidas, abundantes ceniceros permiten que los fumadores dejen en ellos las colillas de sus cigarrillos sin que hayan de arrojarlos al suelo. Previamente, se cuidan de apagarlas con todo esmero.


Los autobuses públicos, aunque caros, como todo en esa ciudad –y por lo que me dicen, en todo el Reino Unido– funcionan impecablemente, y constituyen el principal medio de transporte. En Princes Street, su calle más comercial, es perfectamente posible ver juntos siete, ocho o nueve de ellos, de dos pisos, haciendo sus respectivos recorridos. En la actualidad muchas calles se encuentran levantadas como consecuencia de las obras para la próxima entrada en funcionamiento de modernos tranvías.

Podrían decirse muchas cosas más, pero sólo añadiré una que me llamó poderosamente la atención, y que no sé si es una costumbre exclusiva de esa ciudad o si se dará también en otras: en los parques –maravilloso, por cierto, el Jardín Botánico– se encuentran centenares de bancos de madera, todos iguales, pero con una pequeña placa que los hace singulares, en la que los donadores de cada uno de ellos –pues de eso se trata: de bancos regalados al municipio por particulares– rinden su pequeño y particular homenaje a sus antepasados desaparecidos, abuelos, padres... Las breves leyendas son en ocasiones conmovedoras e incrementan en quien las ve la inevitable sensación de melancolía a la que los prontísimos atardeceres de la ciudad y las maravillosas puestas de sol contribuyen poderosamente.

8 de noviembre de 2008

La reina y Felipe

RECUERDO el primer mitin dado por Felipe González en la plaza de toros de Cáceres, en las semanas previas a las elecciones de junio de 1977, las primeras tras la muerte del dictador. Entre la numerosa asistencia aún tenían éxito rimas fáciles e ingenuas, como aquella de “España, mañana, será republicana”. En los balconcillos de la plaza lucían, mostradas por un grupo de militantes socialistas que al parecer acompañaban a su líder allá donde fuera, numerosas banderas tricolores.

España, desde luego, no iba a ser republicana, al menos en un futuro cercano, pero en aquellos años nadie en la izquierda se atrevía a defender abiertamente una institución, la Monarquía, que, se quiera o no, era herencia directa del franquismo. ¿No conservan las filmotecas imágenes de cierta sesión en las Cortes franquistas, en julio de 1969? Hay cosas que pueden gustar más o menos y cuya mención puede resultar más o menos adecuada desde el punto de vista de la corrección política, pero la verdad, ya se sabe, es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

Lo que estábamos lejos de suponer, sin embargo, era que aquel joven abogado sevillano, al que la gente veía como la encarnación de ideales largamente mantenidos, fuera a convertirse al cabo del tiempo en defensor a ultranza de la institución de la que anteriormente abominaba. Y así, hoy, tras unas declaraciones de la reina Sofía que rezuman un conservadurismo más bien casposo –aunque un portavoz del PP haya dicho que reflejan el pensamiento de las mujeres españolas y católicas de su edad–, el otrora político republicano sale en defensa de la esposa del jefe del estado, aduciendo que “lo que dice esta señora en el libro –refiriéndose a la autora de la biografía en la que aparecen las discutibles manifestaciones– no se corresponde con el pensamiento que yo conozco de la reina”. Pues muy bien. Pero lo que uno mismo piensa, acaso por no haber estado nunca en La Zarzuela, es justamente todo lo contrario. Que el lector elija con qué opinión se queda.

1 de noviembre de 2008

Ordenadores escolares y contumacia

RECUERDO haber asistido a los primeros congresos que se celebraron en España, a mediados de los ochenta, sobre el uso de la informática con fines educativos. Con unos ordenadores que harían sonreír hoy al más tierno de nuestros infantes, los más avanzados de los asistentes a aquellas reuniones presentaban meritorios programas en Basic que lo mismo servían para resolver una ecuación de segundo grado que para ordenar alfabéticamente una lista de alumnos. Para poco, verdaderamente, pero entonces parecía mucho.

Más tarde, con los ordenadores presentes ya en muchos hogares y utilizados normalmente en la Administración y en los negocios, las jornadas de ese tipo tuvieron más enjundia. Y un mayor aprovechamiento político. No había congreso en el que los representantes de las diecisiete consejerías de educación no alardearan de lo mucho y bien que se utilizaba la informática en los institutos de sus respectivos territorios. Y cuando llegaba el turno a los extremeños, el anuncio de que cada dos alumnos dispondrían de un ordenador causaba admiración... o perplejidad, según los casos. Al cabo de unos años, comprobada suficientemente la eficacia de aquel desparrame de pupitres y monitores mastodónticos, resultó difícil encontrar a algún representante de nuestra consejería defendiendo lo que, a todas luces, era ya indefendible. Era preferible –parecía desprenderse de la desaparición de aquellos propagandistas del principio– no meneallo.

Bueno, pues ahora nos encontramos con que no van a ser dos ordenadores por alumno, sino uno, portátil y en propiedad, los que van a lograr, de creer en los milagros con tanta fe como nuestros responsables educativos, que Extremadura sea la región española en que la formación escolar alcance, por fin, niveles de excelencia que para sí quisieran los finlandeses... El tesón y la constancia son, ciertamente, virtudes que nuestros jóvenes debieran apreciar en sus mayores; pero la contumacia de algunos de éstos empieza a ser, a mi juicio, francamente preocupante.