26 de septiembre de 2009

La importancia del sexo en el cine

AMABLE LECTOR: supongamos –ojalá no sea así– que mañana tuviera usted que acudir al médico. ¿Qué le importaría más, que éste fuera hombre o mujer o que gozara de merecido prestigio como galeno? Pregunta retórica, sin duda. A usted, como a mí, y como a todo hijo de vecino, nos importaría más la calidad de la asistencia que se nos prestara que el sexo de quien lo hiciera (hablo de sexo, excuso decirlo, como “condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas”, según establece la Academia).

Supongamos ahora que usted es estudiante o tiene un hijo que lo sea. Si pudiera elegir sus profesores, ¿se fijaría especialmente en si son hombres o mujeres o más bien en sus méritos y experiencia docente? En efecto, coincido con usted. Incluso admito que las preguntas que le estoy formulando, más que retóricas, le parezcan ridículas.

Tercer y penúltimo ejemplo: va usted al cine y se dispone a pagar religiosamente su entrada. A la hora de elegir la película, ¿prima el sexo de quien la haya dirigido o su historial como realizador; su condición –masculina o femenina– o las críticas que del film haya podido leer y quiénes sean sus intérpretes? Seguimos estando de acuerdo.

Pero, querido amigo o amiga mía, vayamos al último caso: Ahora es usted ministro o ministra de Cultura de determinado país y dispone, pese a que corran tiempo de crisis, de abultados fondos para favorecer la producción cinematográfica, para subvencionar a quienes desean dirigir películas. ¿He de preguntarle en qué razones basaría usted la concesión de esas ayudas? ¿En si son hombres o mujeres los solicitantes? No, claro, usted no administraría de forma tan irresponsable el dinero de los ciudadanos. Usted, persona sensata, se basaría en la calidad de los proyectos que le presentasen y en los currículos de los solicitantes, no en su sexo. Usted subvencionaría a los mejores. Usted no haría demagogia. Usted, excuso decirlo, no se llamaría Ángeles González-Sinde ni el país del que le hablo sería España.

18 de septiembre de 2009

Nuevo curso, viejos problemas

COMO TODOS los años por estas fechas, los problemas del sistema educativo vuelven al primer plano de la actualidad. Forman parte de la rutina de cada curso. En esta ocasión, apaciguada la alarma sobre el peligro en las aulas de la nueva gripe (aunque sea raro el día en que no nos asustan los medios con la noticia del fallecimiento de un anciano acá o allá), los temas que vuelven a ser objeto de debate son los de siempre: cómo reforzar la autoridad de los profesores y, especialmente en nuestra región, cómo sacar provecho, de una vez, de los nuevos medios tecnológicos, que se anunciaron como panacea de todos los males.

Respecto del primero, cerca de cuarenta años de experiencia docente me hacen pensar que la autoridad del profesor, más que en leyes que criminalicen comportamientos inadecuadas de los alumnos, ha de basarse en el trabajo diario de los docentes, en el respeto a que se hagan acreedores con su ejemplo, su actitud y sus reacciones ante los esporádicos episodios de indisciplina y violencia verbal (la que tiene otros rasgos es excepcional). Ahora que el PP quiere aplicar el código penal a chavales apenas salidos del destete, sería una pena que partidos que supuestamente tendrían una visión menos represiva de cómo solucionar los problemas se hicieran partícipes de esa forma de ver las cosas. Menos mal que pese a su comunión con la jerarquía católica el PP no ofrece el rezo del rosario como remedio universal.

En cuanto a las innovaciones tecnológicas, ¿qué decir? Los miles de ordenadores instalados hace años en todos los institutos extremeños han llegado a la vejez sin apenas haber servido para algo más que pasar lista en clase. Y, pese a ello, se sigue entronizándolos. Ahora, aunque la promesa parece que fue un tanto precipitada, se dice que dotar a cada alumno de un ordenador portátil hará que su conocimiento del lenguaje, su aplicación al estudio, su rendimiento escolar, progresen de forma inusitada.

Menos leyes, menos derroche, y más seriedad, más controles del rendimiento de los centros, menos permisividad a la hora de conceder títulos y más seguridad de que éstos abrirán verdaderamente puertas a quienes los consigan. Lo demás son pamemas.

12 de septiembre de 2009

El síndrome de Benidorm

PARECE fuera de duda que los partidos políticos constituyen la vía más adecuada para la participación ciudadana en la gestión de los asuntos públicos. Aunque todos sepamos que, con frecuencia, la militancia en tales organizaciones, más que un razonable acuerdo con los principios de cada una de ellas, exija una sumisión acrítica a las decisiones de las cúpulas dirigentes. Es un asunto éste que podría relacionarse con un sistema electoral en el que la existencia de listas cerradas propicia que sean los méritos contraídos ante el superior jerárquico, y no ante los ciudadanos, los que permiten llegar a desempeñar cargos de importancia. Hay otros sistemas electorales que, sin menoscabo del carácter propio de cada partido, permiten que los electores elijan dentro de una lista los candidatos más idóneos. Que el lector saque las conclusiones oportunas sobre, por ejemplo, las alcaldías de los ayuntamientos extremeños si a la hora de depositar el voto se le diera más libertad al votante.

Viene lo anterior al caso por lo sucedido en Benidorm, donde doce concejales socialistas han pactado con un tránsfuga del PP el desalojo de la alcaldía de otro miembro de este último partido, al que acusan de “prevaricación e invasión de competencias”. Como en Ferraz se amenazase con abrir expediente de expulsión a quienes votaran la correspondiente moción, a los concejales socialistas no les ha quedado más remedio, “para no perjudicar al partido”, que darse de baja en el mismo.

La conclusión que puede sacarse de todo ello es que, a la hora de mantener o no a un alcalde en su puesto, importa más lo que consideren los dirigentes centrales de los partidos que lo que piensen los concejales que, aunque incluidos en una lista con determinadas siglas, se supone que ofrecieron a los votantes algún mérito personal amén del de la obediencia. De ser ello cierto parecería aconsejable una modificación de un sistema electoral que prima la sumisión y el acatamiento sobre la capacidad e iniciativas propias.

5 de septiembre de 2009

Al sur de la frontera

EL PRÓXIMO LUNES se estrenará en el Festival de Venecia South of the Border, la última película del director norteamericano Oliver Stone, en la que, tras su viaje a Venezuela para entrevistarse con Hugo Chávez, analiza los últimos cambios políticos en Latinoamérica y la visión que de ellos se ofrece en su propio país. “Basándonos en nuestra experiencia en Irak –ha dicho Stone– debiéramos preguntarnos por el papel de nuestros medios de comunicación al convertir en demonios y enemigos a ciertos líderes extranjeros”. Unos medios, recordemos, que dieron por buenas mentiras tan burdas como la de las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, sin que hasta el momento se hayan tomado la molestia de disculparse.

La cuestión es de capital importancia porque en la actualidad, por paradójico que resulte en una sociedad repleta de periódicos, emisoras de radio y televisión, sitios de Internet, etcétera, siguen siendo los grandes medios de comunicación, controlados por pocas manos, los que forman según sus intereses, casi siempre ocultos, la opinión pública. Se ofrecen visiones sesgadas de lo que ocurre en el mundo, se transmiten opiniones parciales como si de información objetiva se tratara... Periódicos que durante años fueron de referencia para muchos españoles, por ejemplo, se pliegan sin pudor alguno a los intereses estrictamente mercantiles de las empresas que los controlan. Los principios deontológicos se olvidan en aras del dividendo a final de año.

Haríamos bien, en efecto, en preguntarnos por qué algunos periodistas–no quiero generalizar ni olvido las dificultades de su trabajo–, en lugar de presentarnos a presidentes latinoamericanos democráticamente elegidos cual si de dictadores sanguinarios se tratara, no recogen alguna de las conclusiones del cineasta americano: que el fondo del problema, la razón de tanta animadversión hacia esos líderes estriba en que desean “controlar sus propios recursos, fortalecer los vínculos regionales y ser tratados como iguales por los EEUU”.

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Puede verse el tráiler de South of the Border, aquí:


4 de septiembre de 2009

Mover ficha, hacer acto de presencia y otras gilipolleces

UN LECTOR de la edición digital de un periódico extremeño se tomaba el otro día con sorna el titular de una noticia: “arrancan las obras de la nueva Comisaría de Policía”. “A quien haya 'arrancado' las obras –decía en su comentario–, debieran pillarlo y llevarlo ante el juez. No se puede consentir que alguien arranque unas obras con un destino tan útil para el ciudadano”. El hombre, excuso decirlo, tenía toda la razón del mundo. En el Diccionario de la RAE aparecen diecinueve acepciones para arrancar, pero ninguna corresponde a lo que el titular pretendía comunicar. ¿No hubiera sido mucho más sencillo e inteligible escribir “se inician las obras”? Claro que, entonces, ¿en qué se notaría que el que escribió esa entrada sabe qué es la elegancia de expresión?

Ignoro si son los periodistas los que han contagiado a la mayoría de los políticos ese lenguaje retorcido, cursi, reiterativo, repleto de frases hechas que si una vez resultan ingeniosas –”mover ficha”, por ejemplo– con el tiempo se hacen aborrecibles por su reiteración o si, recíprocamente, han sido los políticos los responsables de tanto desaguisado lingüístico, pero, sea como fuere, si el lenguaje es reflejo del pensamiento, si “lo que bien se concibe, bien se expresa”, entonces debiéramos llorar por cómo piensan quienes organizan nuestra vida en común y quienes nos lo cuentan.

Ya ni nos sorprende que, según Zapatero, las próximas subidas de impuestos hayan de ser “limitadas y temporales” –¿cómo si no?–, que en tal o cual sitio no haya llovido, sino que la lluvia haya hecho acto de presencia; que la corrida de toros no haya sido suspendida a causa del mal tiempo, sino de la meteorología, o de que desde el más modesto concejal hasta el más encumbrado ministro no elijan u opten, sino que apuesten, apuesten continuamente... Como dice Rosa María Artal, una de las excepciones que confirma la regla, “seguiremos con las letanías sesgadas, mil veces repetidas, de buena parte de quienes tienen voz en los grandes medios informativos”. Es, mucho me temo, uno de los sinos de nuestro tiempo.