30 de octubre de 2010

El tratamiento de las noticias

SE PREGUNTABA el otro día un amigo periodista si la posición adoptada por la prensa en relación con la noticia del bebé cacereño que murió poco después del parto en el domicilio de sus padres era la adecuada. Algunos lectores habían reconocido el rigor de los periódicos al informar objetivamente de lo sucedido, con opiniones desde distintos ángulos, pero –añadía mi amigo– otros criticaban lo que consideran un tratamiento sensacionalista de la noticia.

Mi opinión al respecto no es fácil de exponer. Es cierto que en este caso se ha respetado el principio de que al hablar de un asunto polémico hay que dar todos los puntos de vista; algo que no siempre ocurre. Existen temas en los que todos los medios, con independencia de su adscripción ideológica, repiten el mismo soniquete, utilizando un único prisma. Es un asunto vidrioso, pero cuando se habla de la situación en el País Vasco, por ejemplo, es raro que se recuerde que la izquierda aberzale obtuvo en varias ocasiones más de 250.000 votos. Así, ideas tan peregrinas como la de Basagoiti de someter a esa parte del electorado a una cuarentena son difundidas ocultando lo que ello supondría y los intereses espurios de la propuesta. Curioso, por cierto, que un líder del PP hable de cuarentena –que viene de cuarenta– y exija condenas con efectos retroactivos...


Pero, volviendo a nuestro tema, aun cuando un suceso sea tratado objetivamente, dándose todas las opiniones sobre él, conviene preguntarse cuándo y por qué se le otorga carácter de noticia. En ello intervienen factores como los intereses del medio de comunicación y el lugar en que ocurren los hechos. Que un político acepte sobornos de empresarios sin escrúpulos, pongamos por caso, es noticia de primera plana para los medios de ideología opuesta a la del delincuente, pero apenas si merece mención por los afines. Por otro lado, que algo propio del ámbito privado, como el fallecimiento por causas naturales de un bebé, merezca o no grandes titulares no parece depender de la trascendencia del hecho, sino de que ocurra en una gran urbe, donde pasaría desapercibido, o en una tranquila ciudad de provincias.

Al lector, al oyente, debiera quedarle la opción de seleccionar libremente el grano de la paja y dar a cada cosa su verdadera importancia. Debiera quedarle esa opción, seamos optimistas, incluso en un país donde alguien como Belén Esteban puede convertirse en el personaje del año.

23 de octubre de 2010

La derecha se ha puesto nerviosa

AL ATARDECER del jueves tenía preparado un borrador casi definitivo de la que habría de ser esta columna. Hablaba en él de la mala impresión que me había causado ver varias fotos en las que la recién nombrada ministra de Sanidad, Leire Pajín, lucía una de esas pulseritas de supuestos efectos terapéuticos y manifestaba mi sorpresa por el hecho de que alguien que creyera en tales supercherías pudiera llegar a ministra, y de ese ramo, en particular. Me preocupaba eso, y no que la citada careciera de experiencia en temas de salud, pues si no se necesita ser ingeniero para llevar la cartera de Fomento, ni militar para ocuparse del ministerio de Defensa, no veía que se necesitara ser médico para encargarse del ministerio de Sanidad.

Añadía también que la creencia en fetiches no dependía de colores y ponía los ejemplos del diputado Arístegui, habitual portador de una de esas pulseras, y el de la concejala que mostró en un pleno del ayuntamiento de Cáceres la estampita de la virgen que siempre lleva en la cartera. Y concluía expresando mi seguridad en que Rubalcaba, en cambio, no necesita esas tonterías para andar por la vida. Por eso, porque va al grano, su ascenso habría provocado tanto pavor en el PP. Un PP que creía tener grogui al PSOE y de pronto se daba cuenta de que –perdón por la frase manida– aún “queda partido”.

(El alcalde de Valladolid con Ana Botella en una corrida de toros)
En ello estaba cuando, de repente, y confirmando que los nervios se han apoderado de quienes vendían la piel del oso antes de cazarlo, oigo los insultos proferidos por el alcalde de Valladolid contra la ministra Pajín. Sexistas, casposos, impropios no ya de una autoridad pública, sino de alguien mínimamente educado. Y al oír tales improperios, con ese tonillo displicente de quien mira por encima del hombro al que no es de su clase (el personaje es ginecólogo: compadezco a sus pacientes), caigo en la cuenta del riesgo que se corre al criticar al último Zapatero: alguien puede pensar que apoyas a la derecha asilvestrada del alcalde de Valladolid, esa que vocifera a diario en las tabernarias tertulias de la TDT. Y me duelo de que por unas u otras razones un PSOE desdibujado, impregnado de modos de comportamiento ajenos, devoto de Frascuelo y de María, haya puesto el poder al alcance de tal gente. Confiemos en que Rubalcaba les haga, al menos, sudar la camiseta.

16 de octubre de 2010

Una ley electoral injusta

VUELVE a hablarse en estos días del asunto de la ley electoral y el modo en que se reparten los 350 escaños del Congreso de los Diputados. Es sabido que en virtud de la llamada ley D’Hont y del número de diputados asignados a cada provincia, el coste en votos de un escaño en esa cámara es tremendamente dispar según el partido del que se trate. Así, por ejemplo, mientras que Izquierda Unida necesitó en las últimas elecciones casi 500.000 votos para obtener un escaño y Unión, Progreso y Democracia 300.000, al PP y al PSOE les bastó, a cada uno, con 66.000 votos. No parecen necesarios más datos para concluir que el sistema es de una injusticia flagrante. Por cierto: contra lo que suele decirse, la ley no favorece especialmente a los partidos nacionalistas, pues el coste de cada uno sus diputados es semejante al de los del PP y el PSOE.


Los argumentos que dan los dos grandes partidos para mantener ese estado de cosas suelen basarse en que, por una parte, no es deseable un parlamento atomizado, en el que nadie obtenga mayoría y, por otra, en que una distribución más proporcional de los asientos en el Congreso disminuiría la representación de provincias escasamente pobladas, como las extremeñas. No obstante, y sin olvidar que la cámara de representación territorial no es el Congreso, sino el Senado –de dudosa utilidad, por cierto–, numerosos estudios demuestran que podría lograrse una mayor proporcionalidad en la asignación de diputados sin caer en los riesgos a los que aluden socialistas y populares. El profesor Peces-Barba, por ejemplo, propuso hace tiempo la creación de una circunscripción extra de 50 escaños, factible sin reforma constitucional, que recogería los votos desaprovechados en cada provincia. En estas mismas páginas [El Periódico Extremadura, 20-12-2007] tuvimos ocasión de comprobar que ello daría lugar a un Congreso más semejante en su composición a la sociedad española, que no es atomizada, pero sí plural. Y advertíamos de que no era descartable una situación en que un PSOE sin mayoría hubiese de lamentar no haber permitido una adecuada representación a muchos electores situados a su izquierda.

Sin embargo, no solo se trata de que el sistema vigente sea manifiestamente injusto. Lo que debiera encorajinarnos hasta decir basta es que, encima de ser los responsables de lo que sucede, los dos partidos mayoritarios –semejantes en tantas cosas– apelen cada vez que se aproximan unas elecciones al que llaman voto útil. Si eso no es cinismo, que venga Dios y lo vea.

9 de octubre de 2010

Venid y vamos todos

SE ANUNCIA que el ayuntamiento de Cáceres va a solicitar al ministerio correspondiente la declaración de la Semana Santa local como fiesta de interés turístico internacional. Habrá que dar la razón, pues, a quienes sostienen que nuestra ciudad tienen una gran capacidad para olvidarse de las decepciones y encarar nuevos proyectos con optimismo. Ya que lo de la capitalidad cultural de  Europa nos fue negado injustamente por gente envidiosa que no sabe lo que se ha perdido, lo mejor será hacer como si aquí no hubiera pasado nada y afrontar nuevos retos. No faltan méritos para que se nos otorgue la nueva declaración a la que aspiramos. En cuestión de vírgenes, antigüedad –en el más amplio sentido de la palabra– de las cofradías y asistencia de autoridades a esas ceremonias folclórico religiosas, parece difícil que haya ciudad que nos supere. ¡Si incluso periódicos como este entregan de vez en cuando a sus lectores medallitas, no sé si milagrosas!


Pero no, hablando en serio, no creo que la gente olvide rápidamente los fracasos. Lo que ocurre es que cuando el panorama es como el que ahora padecemos, salvo que uno se queme a lo bonzo no cabe más recurso que la ironía y el distanciamiento. Deseemos fervientemente, puestos así, que lo de la Semana Santa cuaje.

Algo semejante ocurre con la situación política española. Numerosas encuestas han evidenciado en los últimos años que la mayoría social se sitúa ideológicamente en el centro izquierda. ¿Qué actitud cabe en las presentes circunstancias a quienes forman parte de esa mayoría? Descartado su apoyo a una derecha sin civilizar –vean sus medios de comunicación, esos que hablan del “gorila rojo” para referirse al presidente democráticamente elegido de un gran país, o de “la cara de actriz de película porno” de una destacada dirigente socialista– ¿qué opciones se les ofrecen a los votantes desengañados por un Zapatero que habla y habla sin decir nada, perdido todo el crédito del que dispuso? Por eso me parece tan interesante el fenómeno de Tomás Gómez en Madrid. Abierto a su izquierda, ajeno al lenguaje tan políticamente correcto como vacuo de muchos de sus compañeros, capaz de escuchar en silencio y argumentar con rigor, constituye un modelo que debiera seguirse en otros lugares. A la izquierda madrileña, socialista o no, puede habérsele abierto un cauce de representación. Aquí, en cambio, el único cauce es el que conduce, todos de la mano, a las procesiones. Estamos apañados.

2 de octubre de 2010

Todos los huevos en la misma cesta

NO RESULTA fácil escribir al respecto, pero parece obligado que quienes disponemos de un espacio como éste para opinar en público hagamos alguna observación, por modesta que sea, sobre el acontecimiento más importante ocurrido en Cáceres en los últimos años. O no ocurrido, para mejor decir, pues a la no selección de nuestra ciudad como candidata a la capitalidad cultural de Europa en el año 2016 me refiero.

Pensaba tratar hoy otro asunto, no sé si relacionado con el anterior: el triste espectáculo ofrecido días atrás en Cáceres por numerosos “estudiantes universitarios” que iniciaban el curso practicando las zafias novatadas a que nos tienen acostumbrados. Espectáculo agravado este año al coincidir en algunos momentos con la manifestación que ponía fin a la huelga del pasado miércoles, cuando se evidenció el escaso sentido cívico de esos jóvenes, que tomaron a chacota algunos de los lemas usados por los huelguistas.

De esas gamberradas iba a hablar, pero ya saben: estaba pendiente lo de la capitalidad y si, dando por justificada la seguridad en el triunfo de la que hacían gala las autoridades, el jurado ponía el nombre de nuestra ciudad en la lista, cualquier otro tema hubiera resultado extemporáneo. Ahora pienso que, a la vista de lo ocurrido, tampoco resultaría adecuado escurrir el bulto.


Sería un irresponsable si dijera que el proyecto cacereño era malo. No lo conozco y no dudo de la capacidad de sus redactores. Me provocó una sonrisa, eso sí, que los miembros de nuestra delegación lo expusieran en Madrid en varios idiomas, rumano incluido. Envidiable poliglotismo, aunque acaso un tanto pretencioso. ¿No bastaba un buen castellano...? No conozco el proyecto cacereño, digo. Menos aún, los de las ciudades elegidas. ¿Los conocen quienes hablan de “verdadera injusticia”, a un tris de rememorar viejas conjuras judeo-masónicas?

Pero lo más grave de lo ocurrido no es tanto la eliminación como que ésta se haya producido cuando lo único importante para nuestra ciudad parecía ser el dichoso 2016. En eso sí que éramos los mejores. Si se levantaban los suelos aquí y allá, era por 2016; si se abría un museo, era por 2016; si se formaba un equipo de baloncesto, era por 2016... Todos los huevos estaban en una misma cesta. Rotos ahora, habría que pedir cuentas a quienes los pusieron juntos.