28 de enero de 2012

Los Soprano en Valencia

TERMINÉ hace poco de ver en su totalidad Los Soprano, la magnífica serie de televisión producida por la cadena HBO ganadora de numerosos premios. La serie, como sabe el lector, refleja el día a día de un grupo de mafiosos unidos por su mismo origen, italiano, y afincados en Nueva Jersey, en los primeros años del presente siglo.

La que algunos críticos han llamado «obra maestra de la cultura pop» retrata con gran realismo la actividad criminal y los conflictos familiares de unos personajes que, de acuerdo con normas no escritas, saben que cualquier traición, cualquier deslealtad a los suyos, tendrá como coste la propia vida. Sin embargo, pese a la crudeza de muchas escenas de los casi noventa capítulos de la serie, lo que a mi juicio mejor refleja el verdadero carácter de sus protagonistas, empezando por el principal, Tony Soprano, no son los escalofriantes modos en que torturan, matan, se deshacen de sus rivales. Lo que mejor los retrata es su lenguaje.


Mi conocimiento de idiomas es, lamentablemente, semejante al de los presidentes de Gobierno españoles. Aun así, prefiero ver las películas en versión original, con subtítulos. Si me resulta imposible imaginar que a Pepe Isbert, por ejemplo, le privaran de su auténtica voz, lo mismo me sucede con los grandes actores internacionales. Pues bien, las expresiones obscenas en Los Soprano, los «motherfuckers», los «cocksuckers», solo audibles en la versión original e intraducibles en su grosería, son tan habituales, tan consustanciales a los personajes, que solo con ellas bastaría para hacerse una idea cabal de la auténtica naturaleza de los mismos. Casi sobran las escenas de sangre en que se ven envueltos.

Cuando leí que un jurado popular no se puso de acuerdo sobre la culpabilidad de Camps y Costa pensé que sus miembros no habrían visto Los Soprano. Porque, de haberlo hecho, tras oír las grabaciones aportadas en el juicio de Valencia, los abundantes «que le den por culo», «hijo puta» y otras lindezas semejantes, un incontrolable acto reflejo les hubiera llevado a sobreponer el rostro de James Gandolfini, el actor que encarna en la ficción al jefe mafioso, al de los sentados en el banquillo. El veredicto de culpabilidad, en esas condiciones, hubiera resultado insoslayable.

Publicado en El Periódico Extremadura
 

21 de enero de 2012

Dime cómo hablas...

NUESTRO refranero, pese a su riqueza, no contiene una sentencia que bien pudiera rezar: «Dime cómo hablas y te diré cómo eres». ¿Alguien que oyera al recientemente fallecido Fraga, por ejemplo, aunque no le hubiera visto arrancar teléfonos de cuajo, podría dudar por un segundo de su carácter autoritario? Gran mérito, ya que hablamos de Fraga, el de los autores de la mayoría de las necrológicas publicadas días atrás sobre él, que entre miles de palabras laudatorias consiguieron eludir cualquier referencia al dictador, Franco, al que el fundador del Partido Popular tan fielmente sirvió.


El lenguaje como reflejo de la personalidad… Escribía recientemente un amigo, cuyos criterios suelo compartir, a propósito de la actitud de Monago sobre el retraso de las obras del AVE, que le sorprendía el cambio de discurso del presidente extremeño. De lobo frente al anterior Gobierno, venía a decir, ante el que todo eran exigencias destempladas, se había transformado en manso corderito que entendía las dificultades para finalizar en un plazo breve las obras del dichoso tren. Pero, siendo cierto ese cambio de actitud, discrepé parcialmente de mi amigo. Para mí no hay sorpresa. Si se trata de que un político se torne en veleta, diga Diego donde dijo digo o dé hiel cuando prometió miel, es difícil no estar ya curados de espanto.

El rasgo más preocupante del presidente regional no es, a mi juicio, su cambio de actitud ante Madrid, sino el tono pendenciero con el que últimamente se refiere a sus adversarios políticos. El otro día, tras la sugerencia del ministro de Hacienda de que sea castigado penalmente el incumplimiento de los límites del déficit en las comunidades autónomas, el señor Monago no solo pidió que ese castigo –¿un año, dos, cinco de prisión?– se aplique con efecto retroactivo, lo que hasta para un profano en derecho como quien suscribe es un disparate, sino que se preguntó con gesto adusto, sin acodarse en una barra por no haber ninguna cerca, si acaso «hay una amnistía para los que han gastado como si fueran los dueños de la cafetería, invitando a todo el mundo, dejando a deber». ¡Qué nivelazo, madre!

La respuesta del PSOE, de cajón, ya la conoce el lector: que el presidente de la Junta pidiera opinión sobre su propuesta a sus elegantes compañeros valencianos, tan buenos pagadores ellos. ¡Así se las ponían a Felipe II!

Publicado en El Periódico Extremadura
  
  

20 de enero de 2012

¿Seré un delincuente?

LEO en Público, a propósito del cierre por parte del FBI de Megaupload, que «EEUU considera que la compañía, que cuenta con unos 150 millones de usuarios registrados, ha causado más de 500 millones de dólares en pérdidas al transgredir los derechos de autor de compañías».


Dos sencillas consideraciones:

La primera, que en mi caso, como supongo que en el de muchísimos otros, el haber bajado un fichero de Megaupload en alguna ocasión no significa que por oír o ver una sola vez su contenido hubiera estado dispuesto a pagar hasta los más de 30 euros del precio de venta del correspondiente soporte físico. Ignoro cómo se habrá calculado el montante de esas pérdidas de las que hablan las compañías, pero doy por hecho que se ha inflado al máximo. El que se hayan bajado x copias no significa que se hubiera vendido igual número de originales.

Y en segundo lugar: Megaupload funcionaba desde hace años. Pongamos cinco, aunque sean más. 500 millones de supuestas pérdidas, divididas entre 150 millones de usuarios a lo largo de cinco años, dan como resultado 0,66 dólares, unos 50 céntimos de euro, por usuario y año.

Decididamente, no me considero un delincuente.
 

14 de enero de 2012

Impuestos a nivel sueco

PUBLICÓ este periódico [El Periódico Extremadura] hace unos días un interesante gráfico en el que sobre un mapa de Europa se mostraba el tipo máximo vigente para el IRPF (o como se llame este impuesto en cada caso) en los distintos países de nuestro continente. Se añadían los correspondientes a otros lugares, como el Reino Unido, Estados Unidos y Japón. En el caso de España, además, se detallaba la información por comunidades autónomas.


Supongo que, como a mí me ocurriera, la sorpresa de los lectores del periódico debió de ser mayúscula al comprobar que el tipo aplicado en Extremadura, un 55 %, solo es superado en la actualidad por el de Suecia, apenas un punto más alto. En Francia es nueve puntos inferior, en Alemania ocho puntos, en Japón cinco… Como, al margen de la existencia de otro tipo de impuestos, nadie creerá que la calidad de los servicios públicos en esos países sea inferior a la nuestra, la pregunta es inmediata: ¿por qué aquí hemos de pagar más?

La primera explicación quizás consista en que es imposible mantener un estado del bienestar sin mayor coste del necesario sufriendo un grado de corrupción política como el que aquí tenemos. Corrupción que, para mayor inri, no está condenada socialmente como debiera. ¿Habrá que mencionar lugares donde se elige presidente por abrumadora mayoría a un supuesto delincuente o donde se refrenda en las urnas a quien adjudica obras, no al mejor postor, sino al mejor sobornador?

Otra razón habría que buscarla en que el gasto público en nuestro país no siempre se ha basado en criterios de eficiencia y utilidad, sino de rédito electoral. ¿Hacemos una lista de aeropuertos faraónicos sin viajeros, fabulosos palacios de congresos sin uso, soberbias autovías sin apenas tráfico…? Casos cercanos no faltan.

Y, finalmente, pero no menos importante, la inmensidad del fraude fiscal, cuyo montante anual cifran algunos estudios en 70.000 millones de euros; el equivalente, para entendernos, del presupuesto del sistema sanitario público. Todos podríamos dar ejemplos de esa práctica, que muchos consideran lo más natural del mundo. La economía sumergida representa casi un 18 % del PIB, según informes bien fundados.

De modo que si el Gobierno recién constituido quisiera enmendar la situación, trabajo no le faltaría. Todos debiéramos contribuir a que así fuera, aunque sus primeros pasos no parezcan ir por ese camino.

Publicado en El Periódico Extremadura
 

5 de enero de 2012

No son iguales, pero lo parecen

NO PARTICIPO de la extendida opinión según la cual todos los políticos son iguales. Admitiendo que para militar en un partido hay que abdicar en gran medida de la independencia de criterio y que en esos ámbitos abundan los aprovechados y oportunistas, pienso que la mayoría de los afiliados a este tipo de organizaciones son personas decentes que quieren contribuir al bienestar de la sociedad en la que viven. La honradez es independiente de las ideologías.

Pero, dicho lo anterior, he de reconocer que en la llamada clase política son frecuentes los comportamientos que no contribuyen precisamente a su buen nombre. El incumplimiento de compromisos públicos es uno de los peores. Ya hemos visto cómo los dirigentes del PSOE quebrantaron no hace mucho importantes promesas electorales (por no hablar de fraudes históricos, como el producido en el asunto de la OTAN, del que hoy se enorgullecen algunos). Aquí, en Extremadura, acabamos de comprobar cómo ha puesto en práctica Izquierda Unida aquello de que no dejaría gobernar al PP ni por activa ni por pasiva, según se repitió hasta la saciedad. Y en cuanto al Partido Popular…


En cuanto al Partido Popular, ya ven. Rajoy se hartó de decirnos que si ganaba las elecciones no tocaría los impuestos, que hacerlo constituiría una intolerable agresión a los españoles y dificultaría la recuperación económica… Y a las primeras de cambio, alegando razones que ni con la fe del carbonero pueden darse por válidas, decretó la mayor subida del IRPF que hayan visto nuestros ojos. Subida que afectará no solo a unos pocos privilegiados, sino a millones de asalariados y pensionistas cuyos ingresos quedarán notablemente menguados en los próximos meses. Esa disculpa de que se desconocía el verdadero estado de las cuentas públicas es de una inconsistencia pasmosa procediendo de un partido que gobierna desde mayo en la mayoría de las comunidades autónomas y que, además, calificó de ejemplar el traspaso de poderes hecho por el Ejecutivo anterior.

Pero, en fin, no todos los políticos son iguales; no todos son unos mentirosos. Aceptémoslo para que no paguen justos por pecadores. Aceptémoslo, aunque cada vez resulte más difícil mantenerlo en público sin temor a ser abucheado por una concurrencia harta de tanto engaño.

Publicado en El Periódico Extremadura