29 de mayo de 2009

Paternalismo impropio

LO MÁS DESTACABLE de lo que dicen los políticos no siempre son sus palabras sino las formas en que las envuelven. En éstas puede reflejarse mejor que en la literalidad de sus discursos su perfil ideológico, su forma de entender la actividad política. Lo pienso al leer unas recientes declaraciones del Presidente de la Junta de Extremadura sobre la huelga de profesores.

A veces, en efecto, es difícil conciliar intereses contrapuestos. Sucede así, por ejemplo, cuando se enfrentan el razonable propósito de la Administración Educativa de reducir el número de institutos de secundaria, fusionando aquellos que son cercanos y cuentan con pocos alumnos, y el deseo de los sindicatos de mantener cuantas más plazas docentes mejor. Podría estar justificado que los sindicatos convocaran una huelga, pero no porque si hay centros que se van quedando sin alumnos lo mejor no sea suprimirlos, sino porque, según dicen esas organizaciones, fuera cierto que "la Consejería de Educación no accede a constituir una comisión que negocie las posibles fusiones de centros". Si fuera cierto.

Pero, volviendo a las declaraciones citadas, me ha llamado la atención el ruego que el Presidente de la Junta ha hecho a raíz de la convocatoria de huelga. Ha manifestado el señor Fernández Vara que se entienda su responsabilidad como gobernante que ha de manejar con prudencia el dinero de todos ya que, "como padre de una familia de 1.097.000 miembros", tiene que actuar desde principios como la eficacia, eficiencia, austeridad y calidad.

Con todo el respeto, y aunque me parezca bien el fondo de lo que ha dicho, esa concepción de sus obligaciones como las de un "padre de familia" que vela por sus hijos indefensos rezuma un paternalismo impropio de una sociedad avanzada en la que sobran las tutelas y en la que los gobernantes debieran ser sólo representantes de los ciudadanos, sometidos periódicamente al examen electoral, nunca una especie de tutores que deciden por ellos. Desprenden tales palabras, por bienintencionadas que sean, un aroma más propio de un internado que de una comunidad integrada por ciudadanos adultos, libres e informados.

23 de mayo de 2009

Sentencia esperanzadora

LA DECISIÓN del Tribunal Constitucional, revocando la sentencia previa del Tribunal Supremo y permitiendo a la candidatura encabezada por el dramaturgo Alfonso Sastre presentarse a las próximas elecciones al Parlamento Europeo constituye una de las noticias más esperanzadoras acontecidas en el panorama político español en los últimos años.

Un gravísimo defecto de nuestra democracia lo viene constituyendo la progresiva reducción del abanico político, en la mayor parte del territorio y debido entre otras causas a un sistema electoral injusto, a las dos opciones mayoritarias que, frecuentemente, discrepan más en aspectos formales que de fondo. Por no hablar de aquello a lo que parece haber sido reducida la actualidad política: el lamentable espectáculo que a menudo ofrecen nuestros representantes. Este presidente autonómico vendiéndose, si no por un plato de lentejas, sí por un buen paño; aquella deslenguada ministra, alimentando con sus desafortunadas declaraciones los argumentos contra la aprobación de importantes leyes; este antiguo dirigente, supuestamente retirado de la vida pública, admitiendo sin rubor aduladores homenajes de resonancias caciquiles tributados por quienes, al parecer, mucho deben agradecerle... Todo previsible, plano, según el guión preestablecido.

La decisión del Tribunal Constitucional da una ligera luz al panorama. Primero, porque aún permite creer en la división de poderes; segundo, porque pone al desnudo la progresiva adopción por parte del PSOE de conductas que suscribiría sin problemas el PP (no se olvide que, a fin de cuentas, la Ley de Partidos fue aprobada cuando gobernaba Aznar); tercero, porque da cauce a la pluralidad política e ideológica presente en nuestra sociedad...

Para algunos la sentencia del Constitucional otorga a las próximas elecciones un carácter democrático sin el cual la postura más responsable hubiera sido la abstención o el voto nulo. ¿O sólo hay que dejar que se exprese y ejerza sus derechos quien dice lo que nos gusta oír?

16 de mayo de 2009

Himnos y vetos

SE ESCANDALIZAN, con motivo, comentaristas de todo tipo y condición ante la manipulación que Televisión Española urdió para ocultar a los telespectadores la pitada con que aficionados vascos y catalanes reaccionaron a la aparición de los Reyes en el palco del estadio de Mestalla y a la reproducción del himno de España. No pongo en duda que el directivo luego destituido fuera el responsable del desaguisado, impropio de la televisión pública de un Estado democrático, pero mucho me temo que el incidente no haya sido sino reflejo de unos resabios censores aún presentes en nuestra sociedad.

Sin embargo, existe una situación que supone una censura y una limitación de libertades mucho más grave que la del otro día sin que nadie parezca protestar por ello. Lo que está sucediendo con la anulación de ciertas candidaturas electorales, gracias a una Ley de Partidos elaborada ad hoc y sobre cuya aplicación pronto habrá de pronunciarse el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, debiera provocar, a mi juicio, un enérgico rechazo por parte de una opinión pública que distinguiera entre no estar de acuerdo con alguien e impedir que este alguien se pronuncie.

Ya saben: como sería un disparate tildar a un dramaturgo del prestigio de Alfonso Sastre, o a una pacífica militante de izquierdas, destacada diputada durante más de una década, como Ángeles Maestro, experta como medico en asuntos de sanidad, de peligrosos terroristas, se recurre a que la coalición con la que pretenden presentarse a las elecciones europeas constituye una etérea “sucesión fraudulenta del entorno” de Batasuna. No se trata de castigar penalmente a los autores de delitos, lo que nadie rechazaría, sino de criminalizar una forma de acción política que, aunque cuente con el apoyo de cientos de miles de ciudadanos, no resulta muy televisiva, por así decir.

Las elecciones al Parlamento europeo parecen preocupar poco al común de los mortales. No creo que con prohibiciones y vetos su interés vaya a aumentar de aquí a cuando se celebren.

9 de mayo de 2009

El ruido y las autoridades cacereñas

HAY OCASIONES en que por razones de salud conviene tomarse las cosas con buen humor. Es cierto que ante muchas situaciones de las que se producen en nuestra sociedad no cabe una actitud chistosa, pero hay otros asuntos ante los que la postura más aconsejable, si no quiere estar uno permanentemente amargado, es verlos desde un punto de vista humorístico.

Lo he pensado al leer en el periódico Extremadura una entrevista con el presidente de la Sociedad Española de Acústica, de visita en Cáceres ante la próxima celebración en nuestra ciudad de un congreso sobre esa rama de la física. “Ahora sí hay inquietud política por solucionar el problema del ruido”, rezaban los titulares de la noticia, que era ilustrada por una fotografía de este señor en la plaza Mayor; la que dentro de poco, si nadie lo remedia, se convertirá en paradigma del minimalismo y el diseño asistido por ordenador.


Y digo que hay que tomarse las cosas con buen humor porque resulta jocoso leer que existe inquietud política por evitar el ruido en una ciudad que es de las más ruidosas de España sin que las autoridades hagan nada por evitarlo. Ruidosa no por causas justificables (nadie protestará por el sonido de una sirena o por las molestias que puedan producir celebraciones ocasionales, que tantos otros aspectos positivos suponen), sino por causas fácilmente evitables, ante las que quienes podrían impedirlo permanecen con los brazos cruzados, autorizándolas sin pestañear.

Hablo de esos altavoces agresivos que irrumpen en nuestras casas sin pedirnos permiso, ofreciéndonos machaconamente, una y otra vez, reparar sofás o descalzadoras; o de esos otros que se empeñan, aunque estemos intentando descansar, en que degustemos mariscos traídos desde la Costa de la Muerte. Hablo de esos ciclomotores que rompen los tímpanos de quienes se hallan a menos de un kilómetro de distancia, incluidos los agentes de la autoridad que los ignoran cuando pasan a su lado...

Sí, la Sociedad Española de Acústica ha elegido el mejor lugar posible para celebrar su congreso. A ver si, al menos, comprueban que la existencia de “inquietud política” por evitar los ruidos es, como hipótesis científica, un auténtico disparate.

2 de mayo de 2009

Benedetti: Fidelidad y fanatismo (2)

HACE CINCO o seis años tuve la fortuna de asistir a un inolvidable curso sobre Literatura en El Escorial. Inolvidable porque entre los ponentes se encontraban figuras como Ángel González, puro hueso en una permanente nube de humo, Vázquez Montalbán, de palabra tan precisa como tímida, Mario Benedetti, que cuando escribo estas líneas lucha por su supervivencia en un hospital de Montevideo... Escuchar a estos maestros, oír sus poemas en su propia voz, fue una experiencia maravillosa que permanecerá para siempre en mi memoria.

Benedetti, hombre comprometido políticamente, amigo de causas perdidas, repitió verdades como puños con su voz apenas audible: habló de Cuba, de las injusticias que aún perduran en el mundo, de la obligación de no permanecer en silencio ante ellas. Veo, por ejemplo, la cantidad de papel que en los últimos días han ocupado en los periódicos las tonterías sobre los modelitos lucidos por ciertas señoras en recientes actos en Madrid, la comparo con el espacio que esos mismos medios dedican a tragedias como la de Sri Lanka (vean, por favor, algunas fotos en www.boston.com/bigpicture/2009/04/refugees_in_sri_lanka.html) y la poca capacidad de asombro que aún me queda se ve colmada.

Pues bien, en el coloquio posterior a una lectura de poemas en aquel curso, una de las asistentes le preguntó a don Mario si él, que tanto y con tanta sencillez y belleza había escrito sobre los sentimientos, se había enamorado muchas veces. La respuesta fue antológica, y creo que se puede aplicar no sólo a asuntos de carácter personal, sino político, más aún en estos tiempos de tantas deserciones. "Llevo casado con la misma mujer", dijo el poeta, "cincuenta y siete años, de modo que constancia, al menos, no puede negárseme". En medio de los aplausos aún tuvo tiempo para añadir: "Sí, creo en la fidelidad". Hizo una pausa de varios segundos y remató, entre las sonrisas de los oyentes: "Pero sin fanatismos".

Ojalá la voz y la palabra de don Mario nos sigan acompañando por mucho tiempo.