2 de marzo de 2006

A la caza del conductor

QUE TENER UN VOLANTE entre las manos nos hace más proclives a la agresividad no es algo que haya que descubrir ahora. Y no me refiero a ese volante de la Seguridad Social con el que más de una vez hemos tenido que peregrinar de ventanilla en ventanilla confiando en que el especialista al que nos ha remitido el antiguamente llamado médico de cabecera nos eche un vistazo antes de que la Parca nos visite. Aunque, por supuesto, también me podía referir a él. Pero no, me refiero al volante de forma circular con el que los sufridos conductores, especialmente si somos extremeños y transitamos de vez en cuando por la nacional 630, procuramos sortear los mil y un obstáculos con los que nuestros viajes se ven amenizados. A ese volante que termina mareado cuando lo sometemos a los giros necesarios para poder circular por las curvas del Tajo sin salirnos de la calzada. Esas benditas curvas, por cierto, de las que habremos de seguir disfrutando unos cuantos meses más, pues parece que el tramo Hinojal-Cañaveral de la autovía del Escorial, digo de la Ruta de la Plata, aún necesita de varios meses para ser concluido. ¿Lo veremos transitable quienes superamos los cincuenta? ¿Los que están en la cuarentena? Cosas más difíciles se han visto, de modo que no desesperemos.

El caso es que si los conductores somos proclives a la agresividad (y dejo la explicación de las causas a los psicólogos, pues también tiene derecho a la vida), el jefe de la cosa esta del tráfico (y no de estupefacientes, aunque a veces parece que los conozca de primera mano), o sea, el Director General de Tráfico, don Pere Navarro, constituye el ejemplo más manifiesto de sujeto agresivo. Siempre está regañándonos. Y, francamente, uno ya es un poquito mayor como para que este buen señor le esté continuamente echando admoniciones. En más de una ocasión ha hablado el alto funcionario de dar caza a los infractores de las normas sobre límites de velocidad, expresión que puede estar muy bien en boca de un policía corrupto en alguna república bananera, pero no parece ajustarse a los modos de un país democrático que justo en estos días conmemora los veinticinco años del “se sienten, coño”, para mí la forma más precisa de definir en qué consistió el 23-F: en la quintaesencia de la zafiedad cuartelera. ¿Se puede “dar caza” a los ciudadanos españoles, por muy infractores que sean de las leyes?

Ahora parece que el señor Navarro no se conforma con dedicarse a la caza. Ahora pretende enjaular a los infractores. Meterlos en la cárcel durante varios meses. A los delincuentes. Entendiendo por tales a quienes superen en 60 kilómetros por hora, al mando de sus automóviles, los límites establecidos. O sea, que si usted, amable lector, hace un viaje a Alemania, pongamos por caso, y en una de sus numerosas autopistas circula a 180 kilómetros por hora, no sólo no le encarcelarán, sino que no estará cometiendo una simple infracción administrativa, pues en dicho país, en tales carreteras, no existe limitación alguna de velocidad. Aquí, en cambio, ya sabría a qué se arriesgaría: a dormir en la sombra durante una buena temporada a cargo de los presupuestos del Estado. ¡Viva la Unión Europea! Pero no se trata ya de eso, porque no tengo empacho en reconocer que circular a velocidad excesiva es peligroso, sino de que el señor Director General, con tan manifiesto aspecto de frustrado prefecto de colegio religioso de los años cincuenta (a saber dónde se educó) parece olvidar en qué país vive. Vive en un país en el que, por ejemplo, existe una ciudad llamada Cáceres en una de cuyas vías de comunicación más recientes, denominada Ronda Norte, existen unas señales de limitación de velocidad cuyo carácter totalmente absurdo hace que ni los vehículos policiales, circulando sin sirenas ni señales de emergencia, las respeten. Vive en un país en el que un operario cualquiera, un día en el que efectuó una pequeña operación en una cuneta, puso en el suelo una señal que limitaba la velocidad a 20 kilómetros a la hora, y la buena señal sigue allí donde el tipo la dejo, sin que nadie sepa ni por qué eligió esa y no otra ni por qué demonios no la han quitado después de meses, si no años, de terminada la obra.

De modo que es comprensible la agresividad de los conductores. ¿Cómo no ser agresivos si quienes habrían de predicar los buenos modos y la educación por vía del ejemplo parece que fueran sargentos del ejército de Pancho Villa?