27 de febrero de 2008

Cuando no había tele

AQUEL PROFESOR era una enciclopedia andante o, al menos, eso creíamos ingenuamente los chavales a los que lo mismo nos explicaba francés que geografía, ciencias naturales que física y química. La mayor parte del tiempo lo dedicaba en clase a preguntarnos la lección: nos sacaba a la pizarra en grupos de cinco y, siguiendo el orden del programa que llevábamos en la mano, que previamente nos había vendido junto al libro de texto, recitábamos frases de memoria, sin saber en muchos casos qué decíamos. Además, como el orden en que interveníamos solía coincidir con el de la lista de alumnos, a poco que recordáramos dónde habíamos terminado en la clase anterior resultaba fácil saber qué pregunta nos tocaría al día siguiente. Me río yo de los peces de colores cuando se habla ahora de la escasa preparación de nuestros jóvenes. Cualquier lector de mi generación podría contar anécdotas que hoy resultarían increíbles; aquellos libros de biología mutilados en determinados colegios religiosos, por ejemplo...

En cierta ocasión, servidor –como, por cierto, se respondía cuando te nombraban– había calculado la pregunta que le correspondería y tenía memorizadas las pocas líneas con las que el árido libro de texto respondía a no sé qué; la lista de los reyes godos o los afluentes del Ebro, supongo. El profesor nombró a varios para que saliéramos a la pizarra, con la mala fortuna de que alteró el orden que habíamos previsto y uno mismo, que tendría que haber sido el primero en intervenir, quedó en otro lugar. Eso significaba no poder responder, permanecer en silencio, ganarse un rotundo cero. Ni corto ni perezoso, el entonces joven estudiante que uno era, apenas levantado de su pupitre y camino todavía de la palestra, no pudo contenerse y empezó a recitar la respuesta a una pregunta que nadie le había hecho. La única que llevaba aprendida.

En aquella época aún no había debates electorales en televisión y una de las más celebradas secciones de la revista La Codorniz era Diálogo de besugos.

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23 de febrero de 2008

Capital ruidosa 2016

CAMINAS POR LA CALLE tranquilamente, disfrutando de esta primavera adelantada en la que las mimosas revientan ya de amarillo, y procuras comportarte como un buen ciudadano. Esquivas como puedes a los viandantes que hablan a voces por sus móviles sin mirar por dónde van, cedes la acera a las embarazadas y a los ancianitos (pensando, en este caso, que así haces más probable que en un futuro cercano te la cedan a ti), sientes la tentación de llevarte la mano a tu inexistente sombrero cuando te cruzas con una dama amiga y, finalmente, te paras en seco ante un semáforo en rojo que prohíbe el paso a los peatones. De pronto, una furgoneta multicolor, cuyo avance también impide el semáforo, pues el funcionamiento de estos artilugios en Cáceres es realmente cosa incomprensible, se detiene enfrente de ti, justo al ladito de tus oídos. Y de repente, como si hubiera estallado una bomba, de sus inmensos altavoces empiezan a surgir unos estruendosos anuncios comerciales de dudoso gusto, penosa sintaxis y sonido ensordecedor que te agreden de forma brutal, con alevosía.

Estás indefenso. No puedes cruzar, no puedes taponarte los oídos, has de enterarte de dónde ponen no sabes qué tapas, de dónde venden no sabes qué mejores vehículos de ocasión... ¿Es posible, te preguntas, que por incívica que sea la actitud del joven grafitero que ensucia una pared, al menos éste sepa que si le pillan va a sufrir las consecuencias, mientras que estos otros ensuciadores del ambiente no sólo ganarán con su agresión a los ciudadanos una buena pasta, sino que lo harán con todos los parabienes oficiales? ¿Es esto civismo, cultura? ¿Se ampliará la flotilla de altavoces rodantes, que ahora también se dejan oír de noche, cuando estás en tu casa leyendo tranquilamente o descansando a la hora que libérrimamente hayas decidido, se ampliará la flotilla, te dices, si la ciudad llegase a esa capitalidad cultural a la que aspira? ¿Alegarán nuestras autoridades semejantes méritos ante la oportuna comisión designadora?

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20 de febrero de 2008

Cree el ladrón...

ADMITO, AUN CON ESFUERZO, que quienes se dedican a la actividad política se vean obligados a simplificar su discurso, ateniéndose a los tres o cuatro tópicos que se les dictan, no arriesgándose bajo ningún concepto, pues en ello les va la vida, a opinar con criterio propio. No parece que las actitudes críticas, la confrontación de pareceres, sean la tónica dominante en, al menos, los dos grandes partidos políticos. Y eso, la repetición automática de consignas previamente emanadas desde la cúpula de cada organización, se hace especialmente agudo en períodos electorales. El recurso a la idea simplona, al juego de palabras que otorgue unos titulares de prensa al día siguiente, la contemplación del elector como mero consumidor de una mercancía con fecha de caducidad muy cercana, es pan nuestro de cada día, si me permiten la expresión. Tiene razón Llamazares cuando señala que PP y PSOE llevan camino de convertir “la democracia deliberativa en una democracia espectáculo”. ¿Sucederá que esos comportamientos sean inevitables y constituyan la cruz de un sistema político cuya cara nos está permitiendo convivir en relativa armonía a los españoles, pese a las enormes diferencias ideológicas existentes en nuestra sociedad?

Hay sin embargo entre ciertos políticos a sueldo comportamientos menos aceptables. Así, el que consiste en atribuir intereses espurios a quienes, obrando con criterio propio, ponen en cuestión algunas verdades de las que ellos pretenden vendernos. Una muestra de eso se produjo hace unos días cuando el secretario de Economía y Empleo del PP exigió a un organismo público tan prestigioso como el Instituto Nacional de Estadística “prudencia” al publicar datos en período electoral; y ello porque las últimas cifras sobre el PIB desmienten el catastrofismo del que el PP hace gala. La presidenta del INE acertó en la respuesta: “Estamos en período electoral y los partidos están a lo que están”. A lo que están lo sabemos todos, pero al menos debieran disimularlo un poquito.

16 de febrero de 2008

Cáceres no es Londres

CON TODO EL RESPETO que merece la memoria de alguien, ya fallecido, que probablemente se limitara a cumplir con lo que él creyó su deber, la lectura en la prensa de cierta noticia me trae al recuerdo un episodio ocurrido en Cáceres hace ya 40 años y que dio la vuelta al mundo. Eran los tiempos, recordemos, en que la censura cinematográfica transformaba relaciones adulterinas –como en Mogambo– en incestuosas, por el sencillo método de convertir a los amantes en hermanos; en que la Guardia Civil detenía a las primeras turistas que osaban mostrarse en bikini en alguna playa... Los tiempos, qué vamos a hacerle, si así es la historia, en que los obispos no sentían necesidad de orientar el voto de nadie, ni siquiera de pedir al caudillo, por el que rezaban en todas las misas, que nos dejara votar de vez en cuando... Los tiempos, lo diré ya, en que el nombre de un municipal cacereño dio la vuelta al mundo tras ordenar retirar de un escaparate una reproducción de la maja desnuda de Goya. El buen hombre obraría así, supongo, en defensa de sus principios, como en defensa de los propios obrarían los concejales cacereños que le otorgaron una distinción honorífica tras la hazaña.

Episodios como ese, ocurridos aquí y en otros lugares de España, se podrían citar muchos otros: La obligación con la que se encontraban las mujeres, por ejemplo, cuando deseando visitar algún edificio de carácter religioso eran conminadas a ponerse velo; la necesidad para las niñas de lucir en clase de gimnasia unos pololos inmensos...

Las cosas han cambiado en nuestro país como nunca hubiéramos soñado. Y, hoy, hasta los mismísimos británicos tendrían motivos para envidiarnos. Que se lo pregunten, si no, a los usuarios del metro de la otrora avanzada Londres, que, según la noticia que citaba al principio, acaba de retirar de sus paredes el anuncio de un exposición en el que aparecía una bellísima Venus de hace 500 años por “temor a herir ciertas sensibilidades”. ¡Quién se lo hubiera dicho al cabo Piris!

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13 de febrero de 2008

El voto no se presta

SOY DE LOS QUE CREEN que en los resultados electorales de marzo de 2004 tuvieron una influencia decisiva los atentados cometidos en los trenes de cercanías madrileños, en los que perdieron la vida o resultaron gravemente heridas tantas personas, trabajadores y estudiantes en su mayoría. Tuvieron influencia porque una buena parte de quienes en condiciones normales se habrían abstenido de votar decidieron que no se podía soportar pasivamente la maniobra en la que se empeñaron Acebes y compañía al atribuir la autoría a ETA contra viento y marea, en la creencia de que eso les reportaría beneficios electorales. “Si ha sido ETA, barremos”, dijo algún preboste por aquel entonces. El voto de estas personas al PSOE fue, sin duda, un voto de castigo al PP.

¿Qué sucederá con esta capa del electorado el próximo 9 de marzo? Todas las estimaciones de resultados que se están publicando en las últimas semanas vaticinan una diferencia mínima entre los dos grandes partidos, de modo que serán los indecisos y los normalmente abstencionistas quienes determinarán el signo del Gobierno durante los próximos años. Ello quizás explique la guerra de ofertas en la que se han embarcado unos y otros. En el caso del PSOE, además, su oportunismo a la hora de propiciar la ilegalización de partidos vascos que cuentan con cientos de miles de votantes, buscando el apoyo de quienes en el resto de España piden mano dura, es difícilmente negable. Pero no todo debiera valer para captar votos. Detener a personas por convocar manifestaciones, dar ruedas de prensa o intentar participar en las elecciones recuerda tiempos de ingrata memoria. Y que las ilegalizaciones no eran tan urgentes ni estaban tan justificadas como quieren hacernos creer lo demuestran incluso las últimas decisiones al respecto del Tribunal Supremo.

No hay que votar pensando en el mal menor. Hay que votar (incluso en blanco) o abstenerse libremente, sin consideraciones utilitarias, sin prestar un voto que una vez entregado nadie te devolverá.

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9 de febrero de 2008

Que se hunda el barco

NO SOY EXPERTO EN URBANISMO, por lo que me abstendré de opinar desde un punto de vista técnico sobre la decisión de la Comisión Regional que ha establecido la necesidad de modificaciones en el Plan General Municipal de Cáceres, pero sí me parece posible hacer algunas consideraciones sobre la forma en que la oposición en el ayuntamiento cacereño ha acogido una resolución que, como se sabe, ha suspendido la tramitación del plan hasta que se corrijan en él aspectos tan importantes como los referentes a la ubicación de El Corte Inglés o a las viviendas previstas en la estación de Arroyo-Malpartida.

Lo que más me ha llamado la atención de la reacción de los ediles del Partido Popular ha sido su reiterada mención a que la resolución constituye “una intromisión clara de unos señores de Mérida”, pues “ni el consejero, ni el presidente de la Junta, son nadie para limitar la capacidad de desarrollo de los cacereños”. ¿Nadie? No es que uno sea muy partidario de la existencia de entes administrativos que quizá se constituyeron sin necesidad, pero esos “señores de Mérida” son los que forman un órgano legítimamente encargado de tramitar grandes proyectos urbanísticos, creado en ejercicio de sus competencias por la Junta de Extremadura, cuya composición, acaso lo recuerde el fogoso portavoz municipal del PP, es consecuencia de unas elecciones en las que su partido, como en muchas otras ocasiones anteriores, resultó derrotado.

Aunque, en el fondo, no creo que los del PP se preocupen mucho por los hipotéticos inconvenientes que pudiera suponer la suspensión del plan. No lo creo porque el PP practica la política de tierra quemada. Recuerden la actitud que mostró hace unos días aquí mismo su portavoz de empleo tras los malos informes sobre el paro en el último mes, cuando escribió que “afortunadamente, los datos están poniendo a cada uno en su sitio”. Es decir, húndase el barco, aunque con él nos hundamos todos, si con ello logramos que nuestros adversarios perezcan. Así les luce el pelo.

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6 de febrero de 2008

Pecadores por omisión

CHARLABA HACE UNOS DÍAS con un amigo acerca de las reacciones que la postura beligerante de los obispos contra el Gobierno está despertando entre la gente. Si una muestra de ellas fueran los numerosos comentarios que dejan en la web de este periódico los lectores, cada vez que se producen novedades en esa guerra, habría que concluir que predominan las opiniones que rechazan la postura de la jerarquía eclesiástica. Son muy significativas las consideraciones, que se repiten con bastante frecuencia, de aquellos que, aun declarándose católicos practicantes, cuestionan la oportunidad de los reiterados pronunciamientos políticos de los obispos. Pronunciamientos que, desde luego, nadie, salvo el jesuítico (en todos los sentidos) portavoz de la Conferencia Episcopal Española, se atreve a calificar de neutrales, alegando que en las proclamas obispales no se mencionan las siglas de partido alguno. ¡Faltaría más!

En nuestra conversación surgió el nombre del abad de Monserrat, Josep Maria Soler, que en su homilía del pasado domingo manifestó que la Iglesia debe defender sus ideales “a través del diálogo y de la misericordia, y no de la confrontación”. Nos preguntábamos, mi amigo y yo, si sería imaginable una postura semejante en alguno de los responsables de la Iglesia católica en Extremadura. Desde luego, si a las pruebas hubiéramos de remitirnos, la conclusión sería que no. Adoptar una postura como la del monje catalán (fiel, por otra parte, a la tradición democrática de los frailes de Monserrat, manifestada ya en tiempos de la dictadura) constituiría en nuestra tierra un acontecimiento excepcional. Pero, ¿y en el caso de algunos destacados dirigentes políticos extremeños que se declaran católicos practicantes y como tales actúan en público, en una confusa mezcla de sus actividades privadas con las oficiales? ¿No debieran también ellos pronunciarse nítidamente sobre estos temas? ¿O prefieren nadar en la ambigüedad movidos a ello por alguna suerte de duda entre dos fidelidades?

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2 de febrero de 2008

La derecha y los obispos

A MI MODESTO ENTENDER son dos, fundamentalmente, los problemas de la derecha en España. El primero de ellos, su carencia de líderes que pudieran llevarla hacia posturas más centradas, únicas que le permitirían incluir entre sus votantes a muchas personas de mentalidad conservadora que no ven con buenos ojos la permanente tendencia de los dirigentes del PP a situarse en un extremo del arco ideológico. Una UCD renacida (y no digamos si fuera liderada por un nuevo Suárez) tendría magníficas expectativas electorales. Conozco a mucha gente que tiene reparo en votar al PSOE pero que no dará el voto al PP en tanto sean Acebes, Zaplana o el mismísimo Aznar los que marquen la pauta.

El segundo gran problema de la derecha es que, pese al tiempo transcurrido desde que el dictador entrara bajo palio en las iglesias, no ha sabido desprenderse del olor a cerrado y sacristía. Así, puede hacer suyos con toda tranquilidad y luego divulgar infundios descabellados que son fruto del más rancio beaterío (insuperables, las declaraciones de la Botella dando por cierta la trituración de niños en las clínicas abortistas, patraña que se asemeja a las que nos contaban a la gente de mi generación en los inolvidables ejercicios espirituales de nuestra infancia); despotrica de leyes sobre derechos civiles de las que luego es la primera en beneficiarse (que se lo pregunten a Cascos o a Rato), desprecia actitudes mayoritarias en la sociedad en asuntos tan importantes como el de evitar dolores insoportables a los enfermos terminales (recuérdese el hipócrita montaje del hospital de Leganés) o el de permitir que cada cual elija el tipo de familia que prefiera...

Si los del PP fueran un poco más listos tendrían ahora, tras la nueva proclama electoral de los obispos, en la que es difícil discernir si destaca más la hipocresía o el tremendismo, una ocasión de oro para desprenderse de tanta caspa. Bastaría con decirles a Rouco y compañía que, para provocadores y cuentistas, les basta con Martínez Pujalte.

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