27 de febrero de 2010

Oír no es escuchar

SI HAY UNA confusión que me soliviante en el lenguaje al uso en radios y televisiones, que se está trasladando al conjunto de la población, es la existente entre los términos oír y escuchar. En algunas ciudades, por ejemplo, estamos hartos de oír altavoces que nos aturden a diario, metiéndose en nuestras casas sin permiso, pero dudo que haya quien los escuche, quien preste atención a lo que dicen.

Pues bien: si malo es que esa errónea identificación entre términos de distinto significado se produzca en el habla común, peor es que también se dé en la llamada clase política, como estamos comprobando reiteradamente. Los partidos no pueden evitar oírse, pero lo hacen como se oye llover. Aunque cara a la galería digan que se escuchan, la realidad lo desmiente.

El Gobierno, por citar un caso reciente, convoca una reunión para consensuar medidas contra la crisis económica, cuya gravedad se refleja no solo en frías estadísticas, sino en la vida de millones de españoles. Cuáles sean sus verdaderas intenciones pertenece al ámbito de los juicios de valor, pero lo cierto es que desde La Moncloa se ofrecen pactos. Sin embargo, a juzgar por las reacciones de los dirigentes del PP (la última del señor Montoro ha sido, sencillamente, grosera), éstos se limitan a oír; no escuchan a sus teóricos interlocutores. Que como única respuesta a las propuestas socialistas se reclame una “rectificación total” sin aportar sugerencia concreta alguna; que como sola causa de las dificultades económicas se cite la política del Ejecutivo (ciertamente errática), como si el estallido de la burbuja inmobiliaria alimentada por el PP en sus años de gobierno, causa de muchos de nuestros problemas, fuera imputable a los actuales gobernantes o como si la crisis no tuviera carácter global, es síntoma de lo que digo. Síntoma de que muchos políticos oyen, pues se trata de un acto reflejo, involuntario, pero no escuchan.

Algunos debieran seguir el consejo machadiano: “Para dialogar, preguntad primero; después... escuchad”. Me temo que ni les suene.


Publicado en El Periódico Extremadura:
Oír no es escuchar

20 de febrero de 2010

Homenajes para reír... o llorar

REÍR O LLORAR. O reír y llorar, pues no siempre son opciones contrapuestas. O incluso reír por no llorar. Las combinaciones son variadas. Abundan las oportunidades de elegir entre ellas.

Abro el ejemplar de este periódico que el otro día, como todos, dejó a primera hora un puntual repartidor en mi casa. Y, al poco, leo unas declaraciones del señor Vara en las que manifiesta, tras otorgar un jurado por él presidido el premio Carlos V, que "si hay una persona que (...) ha trabajado por la paz (...) en el mundo, esa ha sido Javier Solana”. Me río, qué voy a hacer, tras recordar el bombardeo ordenado por el galardonado, en su condición de Secretario General de la OTAN, en abril de 1999, contra la Televisión Serbia. Bombardeo que causó 16 muertos, todos civiles. Entre los miembros del jurado se encontraban, además del señor Vara, el presidente de la Asamblea, la consejera de Cultura, el rector de la Universidad... Me río, digo. O sea, lloro.

Dos páginas más adelante una fotografía llama mi atención. Muestra una travesía en la “avenida Presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra” de Almendralejo. El importe de la obra ha sido de diez millones de euros; los precisos, no lo discuto, pero ¿no podrían haberse ahorrado el vasallaje del kilométrico nombre de la avenida? Unas declaraciones de Ibarra publicadas ayer me sacan de dudas: “Antes no era partidario de ello –se refiere a lo de su nombre en placas evocadoras de viejos tiempos–, pero he decidido cambiar y agradar a los que me quieren y disgustar a mis enemigos, por ello a partir de ahora voy a aceptar todo lo que me propongan”. ¿”Enemigos”? ¿Solo de él? ¿No lo serán también de España, como decía el invicto? ¿Quizá quienes “se ponen a correr intensamente para que les dé una angina de pecho y poderse operar del corazón”, como dijo en la televisión hace nada? Quienes le quieran, quienes no rían, sino lloren ante el espectáculo, debieran aconsejarle que no desprestigiara más su nombre ni el de aquellos a quienes representó durante años.


Publicado en El Periódico Extremadura:
Homenajes para reír... o llorar - 20/02/2010 )

19 de febrero de 2010

Vergüenza torera

LEO en el periódico Extremadura que ayer, en Cáceres, tras un esperpéntico pleno del Ayuntamiento en el que la alcaldesa primero retiró la palabra y luego expulsó a una concejala de la oposición, perteneciente al PP, este partido solicitó en el punto de "ruegos y preguntas" que la alcaldesa, como presidenta del consorcio 2016, propusiera al ex niño torero Jairo Miguel (lo de ex niño es un decir, pues en la actualidad cuenta con 16 años), que meses atrás hubo de torear en México porque hacerlo aquí en España hubiera violado las más elementales leyes de protección al menor, como "Embajador de la Capitalidad". Cultural, se entiende. De Europa, se supone.

¡Ya no sabe uno a qué lado mirar! ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza!

13 de febrero de 2010

Las apariencias no siempre engañan

LAS APARIENCIAS no son lo más importante en la vida. Ni en la de las personas, ni en cómo éstas se agrupan; ni en las autoridades que las gobiernan, ni en los jueces que dirimen sus diferencias. No son, digo, lo más importante, pero en ocasiones permiten conocer sobre unos y otros, sobre individuos e instituciones, mucho más de lo que sus declaraciones de principios (políticos, religiosos o de cualquier otra índole) podrían hacernos creer. A menudo, la forma delata el fondo.

Si una jueza trata despectivamente a un acusado que se muestra respetuoso en un juicio, por ejemplo, la imparcialidad de la magistrada no habrá de ponerse en duda, aunque su modo de proceder invitará a ello. Si determinadas decisiones adoptadas por un Ejecutivo supuestamente de izquierdas reciben elogios del mayor banquero de su país, mientras los sindicatos las critican, no podrá asegurarse que sobra alguna letra en las siglas del partido que sustenta ese Gobierno, pero se podría estar tentado de hacerlo.


Si ciertas monjas, en lugar de imitar a las misioneras que se dedican en países tercermundistas a ayudar a los pobres y cuidar enfermos desahuciados, hacen un negocio millonario vendiendo terrenos en pleno centro de una ciudad, mientras envían a sus escolares a recaudar fondos para el Domund, nadie las acusará de hipocresía, pero alguien recordará la expulsión de los mercaderes del templo. Si un Ayuntamiento tuerce y retuerce la ley para que un plan de urbanismo se adapte como un guante a las manos –dicho sea sin segundas– de unos pocos, incumpliendo compromisos previamente contraídos, no podrá hablarse en términos estrictamente jurídicos de ilegalidad, pero la apariencia que se da es justamente la contraria.

La realidad, ya se sabe, es muy tozuda. No siempre se pliega a nuestros deseos. Pero se ha llegado a un punto en que cabría pedir un poco, aunque sólo fuera un poquito más de elegancia, de disimulo si quieren, a quienes en sus procederes ya ni siquiera se preocupan de guardar las más elementales formas.

6 de febrero de 2010

El ‘ora pro me’ de Zapatero

NO ME ALEGRA escribir lo que sigue, más bien me entristece, porque el asunto que hoy se impone es el papelón desempeñado por Zapatero en su reciente visita a Washington, donde en el Desayuno Nacional de la Oración –¡vaya nombrecito!–, amén de su plegaria basada en la Biblia llegó a invocar al mismísimo Dios. ¿Se dejó asesorar por el cardenal Rouco, el mismo que encabeza las marchas antiabortistas y moviliza su grey contra toda ley que ensanche las libertades en España? ¿Lo hizo aconsejado por el presidente del Congreso, Bono, tan experto en poner una vela a dios y otra al diablo? ¿Quizá por su nuevo amigo, Jota P, que ha alabado sin recato su intervención?

Todos recordamos con sonrojo la fotografía de Aznar con los pies en la mesa ranchera fumándose un puro con su amigo americano, el responsable de tanto desastre como hoy asola el mundo. Pero aquella imagen era, después de todo, reflejo de los personajes retratados. No situaba a ninguno fuera de su contexto. ¿Y ahora?

Ahora Zapatero acude a una ceremonia religiosa ultramontana, traga saliva –queremos suponer– cuando le traducen los rezos que otros dirigen, pierde la mirada cuando los demás inclinan la cabeza y deja perplejos a millones de españoles que confiaron en él tras prometerles que no les defraudaría. ¿Un ora pro nobis?

No. Bien pensado, cuando las alarmas de naufragio en el buque gubernamental suenan atronadoras, cuando los cambios de rumbo y las órdenes contradictorias son pan de cada día, cuando las disensiones en las filas socialistas son inocultables; cuando se desmiente hoy lo que se dijo ayer, cuando incluso alguien tan absolutamente incoloro, inodoro e insípido como Rajoy sería presidente de Gobierno si mañana se celebrasen elecciones, no ha de tratarse tanto de que el agnóstico Zapatero, el defensor de la laicidad del Estado, entone no se sabe bien a qué santo un ora pro nobis. Lo que ha entonado habrá sido más bien un ora pro me. Pero muy milagroso tendría que ser el santo para que la plegaria surtiera efecto.