Pues bien: si malo es que esa errónea identificación entre términos de distinto significado se produzca en el habla común, peor es que también se dé en la llamada clase política, como estamos comprobando reiteradamente. Los partidos no pueden evitar oírse, pero lo hacen como se oye llover. Aunque cara a la galería digan que se escuchan, la realidad lo desmiente.
El Gobierno, por citar un caso reciente, convoca una reunión para consensuar medidas contra la crisis económica, cuya gravedad se refleja no solo en frías estadísticas, sino en la vida de millones de españoles. Cuáles sean sus verdaderas intenciones pertenece al ámbito de los juicios de valor, pero lo cierto es que desde La Moncloa se ofrecen pactos. Sin embargo, a juzgar por las reacciones de los dirigentes del PP (la última del señor Montoro ha sido, sencillamente, grosera), éstos se limitan a oír; no escuchan a sus teóricos interlocutores. Que como única respuesta a las propuestas socialistas se reclame una “rectificación total” sin aportar sugerencia concreta alguna; que como sola causa de las dificultades económicas se cite la política del Ejecutivo (ciertamente errática), como si el estallido de la burbuja inmobiliaria alimentada por el PP en sus años de gobierno, causa de muchos de nuestros problemas, fuera imputable a los actuales gobernantes o como si la crisis no tuviera carácter global, es síntoma de lo que digo. Síntoma de que muchos políticos oyen, pues se trata de un acto reflejo, involuntario, pero no escuchan.
Algunos debieran seguir el consejo machadiano: “Para dialogar, preguntad primero; después... escuchad”. Me temo que ni les suene.
Publicado en El Periódico Extremadura:
Oír no es escuchar