6 de junio de 2005

Los obispos se manifiestan

RECONOZCO QUE me voy haciendo mayor. Y como a todos a quienes la senectud acecha, me gusta contar batallitas. Batallitas que a la mayoría de los lectores de estas páginas, tan afortunadamente jóvenes ellos, acaso les resulten estrafalarias. No les faltaría razón, me apresuro a reconocer. ¿O no eran estrafalarios aquellos ejercicios espirituales en los que a los escolares de los años sesenta del pasado siglo se nos amenazaba con el fuego eterno, la carne en llamas, el dolor sin límite, si caíamos en la tentación? La tentación, excuso decirlo, en forma de mujer de curvas generosas --en el caso de los chicos, que es el que yo viví-- o, de joven viril de bañador escueto en las piscinas públicas en el caso de las chicas, como podría acreditar: “Dime, dime, hijo, ¿cuántas veces?, ¿en qué pensabas?, ¿cómo lo hacías?” Y si esto sucedía en el caso de los varones, ni imaginarme quiero el detallista interrogatorio a que se sometería a las tiernas niñas que acudieran a los confesionarios… Más tarde, en el sesenta y nueve (perdonen, pero fue justamente entonces), participé en un encierro en una céntrica iglesia zaragozana, en protesta por la declaración de uno de aquellos estados de excepción con los que el Consejo de Ministros de Franco, en el que ya hacía tiempo se sentaba el demócrata Fraga, se permitía aún mayores arbitrariedades de las que de por sí constituían su esencia. Y llegado el momento de pasar la noche, rodeado el templo por la policía, unos se recostaron como pudieron sobre los bancos, otros se subieron al coro y los más afortunados nos instalamos en unos confesionarios que, para aquella época, eran el no va más de las comodidades: alfombrilla eléctrica para combatir el frío del invierno, ventilador para suavizar el calor del verano, cojincito mullido para que las benditas y santas posaderas eclesiales no sufrieran…

Bueno, pero pongamos los pies sobre la tierra y el reloj en hora. ¿Los obispos que se manifiestan en Madrid contra el reconocimiento de que los homosexuales puedan disfrutar de los mismos derechos que los heterosexuales son los mismos de la época que rememoro? ¿Son los mismos que alzaban el brazo en saludo fascista a la salida de las iglesias y en presencia del general golpista? Pues no, claro, no son los mismos. Aquéllos, por razones puramente biológicas, desaparecieron de este mundo hace ya unos cuantos años y es de esperar que Dios les haya dado el descanso que merecieron. Pero, ¿acaso éstos de ahora no son sus sucesores? ¿No siguen, como aquellos tridentinos y recalcitrantes clérigos, oponiéndose a la libertad de los demás, intentando imponer su particular forma de ver el mundo a quienes no comulgan con su integrismo? ¿Acaso esta ley que se anuncia les obliga a ellos a algo? ¿De qué familia amenazada hablan? ¿De la suya? ¿Sería temerario pensar que más de uno de ellos lamenta no haber vivido en la época gloriosa de sus mayores?

Uno, al que el paso de los años ha hecho estar de vuelta y media de tantas cosas, no sabe bien de qué dolerse más. Si de que aún haya entre nosotros quienes sean tan enemigos de la libertad como estos señores que se manifiestan hoy y no lo hicieron nunca antes, ni contra la dictadura hace años ni contra la guerra hace nada, o de que gobiernos como el actual, pese a sus amagos de reconciliar la realidad con la legalidad, aún les tengan pavor a estos personajes que parecen sacados de novelas barojianas y anden templando gaitas continuamente con ellos en asuntos como el de la enseñanza religiosa o los privilegios en forma de cuantiosas subvenciones económicas que debieran estar resueltos hace décadas. En fin, que sigue valiendo aquello de cría cuervos y te sacarán los ojos.