30 de enero de 2006

Inmersos en períodos activos vacacionales

SIEMPRE SE HABÍA DICHO que alguien podía estar de buen o mal talante, pero no de talante. Ya el diccionario de la Academia define el término en su primera acepción como “modo o manera de ejecutar algo”. Pero ahora, a lo que se ve, se puede tener talante. Así, a secas. Pues muy bien. También se podrá decir, supongo, que fulanito está de humor. Y si se mete con nuestra familia aclararemos que era de mal humor. O que zutanito, a quien nos acaban de presentar, tiene leche. Cuando lo hayamos tratado más a fondo sabremos si es buena o mala.

Lamento no tener los conocimientos suficientes para analizar con más rigor ciertos fenómenos habituales en el lenguaje utilizado por políticos y periodistas, ni el ingenio que permitiría sacar de ellos provecho para proporcionar al lector un rato; quiero decir, un buen rato. Pero a riesgo de que alguien me mande a mis zapatos, o sea, a mis teoremas, me voy a permitir opinar algo sobre ellos. Sobre algunas de las expresiones con las que me he sentido últimamente sorprendido.

A diferencia de lo que le ocurría al maestro Lázaro Carreter, que no se perdía una crónica deportiva de las que a todas horas ofrecen las emisoras de radio, he de confesarles que cada vez que, por falta de reflejos en las manos, llegan a mis oídos algunas de las palabras que los intrépidos cronistas futboleros utilizan, noto en ellos un dolor insoportable. ¿Será algo grave, doctor? Curiosa asociación de ideas. Pues una expresión que el otro día soltó un locutor, y se quedó tan pancho el tío, fue que determinado futbolista no jugaría en el derby porque se “hallaba inmerso en un proceso gripal”. ¡Me cachis en la mar! Y a mí, que lo más que me pasa es que a veces tengo gripe. Debe de ser porque la gente como ustedes, lectores, o como yo, no tenemos derecho a sumergirnos en nada. Con una gripe vamos que chutamos. Y digo lo de chutamos ya que de balompié estábamos hablando.

Claro que a veces cambias rápidamente de emisora, para no martirizarte con la voz huera que intenta hacer trascendente la nada, y la siguiente que te encuentras acaba de rematarte. Entrevistaban a un concejal cacereño. No diré de quién se trataba, no por caridad, sino porque no apunté su nombre. Le entrevistaban, digo, y el tipo, ni corto ni perezoso, habló de que el ayuntamiento iba a desarrollar una “política activa de juventud”. Como suena. Convendrán ustedes conmigo en que en este caso ya no se trata de grandilocuencia. Es que no se dice nada. ¿Política activa? ¿La habrá pasiva, pues? Me falta preparación para entender esta jerga.

Pero como a menudo vemos la paja en el ojo ajeno sin percatarnos de la viga en el propio, no quisiera yo dejar de mencionar los dislates que en nombre de un nuevo mandamiento, el de no permitir que alguien te tome por un carca, utilizan algunos de mis colegas docentes; sobre todo los que se mueven en espacios contaminados por la política, pues en las aulas otro gallo canta y solemos ser más normales. Pero está tan visto lo que, para resumir, concretaríamos en lo de alumnos y alumnas o padres y madres (peor aún es cuando se utiliza el dichoso símbolo de la arroba), que no merece la pena más comentario al respecto. ¡Qué anticuallas, aquellas cartas que empezaban con el “queridos padres”! Comenzar ahora una así supondría un insulto a la madre.

En otras ocasiones el lenguaje se retuerce, pero no por pedantería o ignorancia. Se retuerce de mala fe, para dificultar la comprensión de lo que se dice, para oscurecer lo que debiera ser claro. Redacto estas líneas cuando acaba de anunciarse que hay acuerdo (pese a los pájaros de mal agüero) sobre el Estatuto de Cataluña y la frase que voy a transcribir, propuesta por el PSOE, no ha quedado plasmada en el texto definitivo. Pero era ésta: “De modo natural, muchos ciudadanos y ciudadanas sienten a Cataluña como una nación”. ¡No me digan ustedes que no es un artista quien la redactara! Todo por no llamar al pan, pan y al vino, vino. En fin, podríamos seguir un buen rato, pero como muestra ya es suficiente. Ahora, con su permiso, me voy a tomar unas pequeñas vacaciones. O, como dijo el otro día una moza en televisión, un “período vacacional”. Por supuesto. Si ya hasta los escolares lo corean: “¡Queremos períodos vacacionales!”. ¡Su santa madre!

20 de enero de 2006

Esclavos de su caricatura

COMPRENDO PERFECTAMENTE que a los lectores les importe un pepino dónde cursó el primer año de sus estudios universitarios el firmante de estas líneas, pero he de decirlo para poderes desarrollar mi argumentación: en Salamanca. Con todas las inmensas limitaciones que en los años sesenta sufría, hay que reconocer que la universidad española de entonces gozaba de algunas virtudes que hoy se echan en falta. Entre ellas, la de ser más universal que la actual, entendiendo por tal que en ella no existían aldeanismos, localismos, ni provincianismos como los que hoy se ven en escuelas y facultades. En otras palabras: que tanto en Salamanca, como en Valladolid, Zaragoza, Sevilla, Madrid y muchos otros lugares, el estudiante universitario convivía con gente venida de los cuatro puntos cardinales: catalanes, vascos en gran número, gallegos… Pero no sólo de España, ciertamente, aunque en aquella época la verdad es que de la Europa democrática a pocos se les ocurría venir a nuestro país, pero sí abundaban los estudiantes entonces llamados hispanoamericanos. Eran todos ellos, justo es reconocerlo, miembros de las burguesías, si no de las más poderosas familias, de países como Perú o Costa Rica. En nuestras universidades cursaban estudios preferentemente de medicina. Con irregulares resultados. Había quienes en el menor plazo posible se convertían en magníficos profesionales, que ejercían su trabajo al poco tiempo en sus lugares de origen, pero también abundaban los estudiantes eternos, que repetían curso tras curso, alcanzando edades que incluso superaban la treintena sin haber obtenido el título. Eran, junto con otros especimenes nacionales, los eternos integrantes de tunas y otras asociaciones de las que ahora se llamarían culturales.

Perdonen ustedes la digresión, pues me aleja del motivo de este comentario. Lo que les quería decir es que en cierta ocasión, caminando este su servidor por las bellísimas calles salmantinas, las que tan maravillosamente retrató Martín Patino en Nueve cartas a Berta; caminando, digo, en compañía de un amigo, joven estudiante catalán cuya emprendedora familia tenía un próspero negocio textil en Portugal, sucedió que nos topamos con otro joven, paisano por lo que supe después, de mi buen compañero. Y ambos, ante mi sorpresa, es decir, ante la sorpresa de un supuestamente buen estudiante extremeño, acostumbrado a que sus padres oyeran por las noches casi clandestinamente Radio París y la BBC en lugar del parte de la radio franquista, empezaron a hablar en un idioma desconocido por él. Ahora parecerá increíble, incomprensible, lo que ustedes quieran. Pero en aquella época era perfectamente normal que un estudiante universitario ignorase que había mucha otra gente, incluso entre sus amigos, cuya forma natural de expresarse no utilizaba el castellano.

Digo todo esto porque pienso que una buena parte de quienes componen eso que se ha dado en llamar clase política, con independencia de su color, pues en este asunto de admitir la diversidad entre unos y otros las siglas no tienen mayor importancia, todavía pertenece a esa generación que fue educada en la ignorancia de que hay quienes al nacer no oyen a su madre hablarles en castellano, sino en vasco, en catalán, en gallego… En la ignorancia de que si hay un principio democrático que deba prevalecer sobre cualquier otro es el de dejar a la gente que se organice social, políticamente como le venga en gana. Y sólo esos antecedentes explican, a mi juicio, que se produzcan coincidencias tan sui géneris como la de nuestro incombustible Ibarra, para quien la actual negociación del pronto de Estatuto catalán , es una "operación política nefasta", con destacados miembros del PP, que le piden que interceda ante el Gobierno y la dirección del PSOE para “reconducir” la situación.

En todos los órdenes de la vida, cada cual, según envejecemos, tendemos a parecernos cada vez más a la nuestra propia caricatura. A lo que los demás dicen ver en nosotros. Mucho me temo que algunos dirigentes políticos estén tan pendientes de su caricatura que se les haya agotado toda capacidad creativa. Y si esto fuera cierto, lo mejor que podrían hacer sería dejar paso a quienes aún tienen libertad de pensamiento. A quienes no están continuamente pendientes de repetir una y otra vez la misma cantinela.

19 de enero de 2006

Los funcionarios somos muy sensibles

LEO EN LA PRENSA que una mujer será juzgada próximamente en Cáceres por agredir a un médico y a una enfermera. Según el diario en el que veo la noticia, la mujer propinó al galeno, tras soltarle una catarata de insultos después de que el doctor se negara a recetarle unos medicamentos, una patada en su zona genital, lo que ocasionó al médico lesiones de las que tardó en curar ocho días.

Hasta aquí de acuerdo. Pero luego veo que a la buena señora (es una forma de hablar), amén de por una falta de lesiones, la llevarán a juicio por un delito de atentado a funcionario público. Y con respecto a esto ya no sé a qué atenerme. ¿Acaso insinúa el señor fiscal, pues de un hombre parece tratarse, que recibir una patada en tan delicado lugar es más doloroso si quien la recibe es un funcionario que si se trata de un trabajador que no cobre del Estado? Ya, ya sé que existe el delito de atentado a un empleado público en el ejercicio de sus funciones, pero ¿no tienen nada que decir sobre este caso los correspondientes sindicatos? ¿No debieran protestar? ¿Acaso insinúa la fiscalía que los funcionarios tengan determinada zona de su anatomía más sensible que el resto de los mortales, quizás por estar tocándosela todo el día? Como funcionario público que soy, protesto muy enérgicamente.

18 de enero de 2006

¿Es usted partidario de ganar más?

La anécdota es conocida y aparece en todos los libros de Estadística: Según algunos, esta poderosa rama de las matemáticas, cada día más omnipresente, es esa ciencia según la cual si usted se come un pollo entero y yo ninguno, cada uno nos habremos comido medio animal. La ocurrencia, ciertamente, es feliz. Tan feliz como inductora al engaño. Porque la Estadística, aliada con el Cálculo de Probabilidades, lejos de ser una patraña, es usada a diario para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Y no me hagan entrar en más detalles, por favor, porque, de hacerlo, mi insaciable vocación de maestro insatisfecho me llevaría a soltarles una lección que no soportaría ni el más paciente de mis jóvenes alumnos, por mucho que en el instituto en el que procuro enseñarles algo tengan conmigo una paciencia que para sí hubiera querido el santo Job.

El caso, y a eso iba, es que mientras los científicos que se dedican a esta rama de las matemáticas actúan de acuerdo con los principios de rigor y meticulosidad que les son habitualmente exigibles, los aficionados se toman la actividad estadística como si de un vulgar pasatiempo se tratara. Y eso, seamos generosos, descartando que en su forma de proceder medien propósitos inconfesables. Porque, lamentablemente, cualquiera se cree en condiciones, especialmente en los medios de comunicación, de obtener conclusiones supuestamente válidas sobre la opinión de la ciudadanía sobre éste o aquel asunto, basándose para ello en pretendidas encuestas que no cumplen ni uno solo de los requisitos que habrían de satisfacer a poco que se quisiera ser rigurosos.

Voy a ponerles algunos ejemplos. Todos ellos tomados entre los que cualquier lector que navegue por el proceloso mar de Internet conocerá de sobra. Es el de las encuestas que casi todos los medios, incluyendo este mismo en el que tienen la amabilidad de acoger mis opiniones, realizan entre los visitantes de sus ediciones en la Red. El primero me lo proporciona un conocido periódico de Madrid, aunque su nombre tenga resonancias mundiales, que hoy pregunta a sus lectores en su página web si “les parece bien que conocer el catalán se convierta en un deber en Cataluña”. No necesito mirar el resultado de las votaciones. Nadie es partidario de soportar deberes, ni de aprender catalán ni sueco, luego la pregunta se la podrían haber ahorrado. ¿Qué tal si ese periódico, supuestamente objetivo y con pretensiones científicas, hubiera preguntado si parece conveniente que un juez que ha de escuchar lo que un acusado diga entienda sin necesidad de intérprete lo que éste considere adecuado alegar en su defensa? ¿A que el resultado de la encuesta hubiera sido bien diferente?

Segundo ejemplo, sacado de otro periódico, éste exclusivamente digital: “¿La justificación del PP de las palabras de Mena –ya saben, el general de lengua incontrolada– es una muestra de su giro a la derecha extrema?” Si quieren saber mi opinión particular, yo diría que sí o, mejor, que el giro no necesitan darlo, porque ya están en la extrema derecha, pero la preguntita se las trae. ¿No hubiera sido más honrado preguntar si la reacción del PP está o no justificada?

Termino con un tercer ejemplo, éste más cercano. Tan cercano que me permitirán que diga que es, casi, de hoy mismo: “¿Deben adelantarse las rebajas de enero al día 2?” ¡Caramba, esa es una pregunta de las que ponían a Fernando VII! Pues claro que sí, al dos de enero, o, de ser posible, al uno, y que durasen todo el año…

De modo, amable lector, que desconfíe usted de estos estadísticos de tres al cuarto. Tiéntese bien las ropas cuando le interroguen tan capciosamente y, haciendo caso omiso de tales encuestas, cómase tranquilamente su medio pollo. El mío, entero y vero, hace tiempo que fue devorado. Por cierto, ¿es usted partidario de ganar más? Yo también. Lo digo para ver si los de El Periódico Extremadura se dan por aludidos.