21 de julio de 2008

¡Aleluya! Cohen, en Lisboa, entre claveles

ME PERMITIRÁ EL LECTOR que utilice este medio para encauzar en la medida de lo posible la profundísima emoción que aún me embarga tras haber asistido, en la noche del pasado sábado, 19 de julio, al más conmovedor espectáculo que me haya sido dado presenciar en la vida: el concierto, recital, llamadlo como queráis, de Leonard Cohen en Lisboa. Hubo factores imprevistos que, por si el espectáculo en sí no contenía suficiente capacidad de emocionar, se añadieron al evento: Luna llena brillando sobre el Tajo, junto al cual se desarrolló el acontecimiento de cerca de tres horas, claveles rojos arrojados una y otra vez por el público sobre el escenario –pues en el único país en que una Revolución se hizo con flores, al fin, estábamos–, un Cohen magnético, elegante, cordial, con la sonrisa permanentemente en los labios, arrodillándose como un chaval de 15 años cuando en alguna de sus letras hacía súplicas amorosas, agitando los puños cuando clamaba contra injusticias de uno u otro tipo, descubriéndose –quitándose el sombrero– ante cualquiera de sus extraordinarios músicos cuando, tras algún "solo", quería reconocerles sus méritos. ¡Maravilloso, absolutamente inolvidable!

Imposible elegir una entre las decenas de canciones que interpretó. En muchas, el público, de todas las edades, internacional, con mayoría de españoles (entre ellos un buen amigo), coreaba los estribillos en una especie de ceremonia que no seré yo quien califique de religiosa, pero sí de profundamente humana y solidaria. La gente abrazándose (como dos espectadores próximos a mí, jovencísimos tanto ella como él, hicieron conmigo), llorando, entendiéndose aunque hablasen distintos idiomas...

Fui muy legal respetando las prohibiciones (luego convertidas en papel mojado) de acceder al recinto con cámaras de vídeo, por lo que sólo pude grabar unos fragmentos de no muy buena calidad con la cámara de fotos. He aquí un pequeño trozo de su celebérrimo "¡Aleluya!":

12 de julio de 2008

La fugacidad de las noticias

PARECE QUE LOS FAMOSOS TOLDOS que el año pasado se instalaron tarde y mal y hubo que retirar precipitadamente, en el centro de Cáceres, y que iban a acompañarse de ingeniosos chismes para refrescar el ambiente, este año ni siquiera van a colocarse. Todo el estruendo que el verano pasado se hizo acerca de las innumerables ventajas del invento y los muchos miles de euros que se invirtieron en él –supongo que de procedencia privada–, han pasado a mejor vida.

Lo anterior constituye un ejemplo, a nivel local, de lo rápidamente que se producen noticias hoy en día y la rapidez aún mayor con la que pasan al olvido. Pongamos el caso de los deportes: hace unas semanas, no había forma de salir a la calle sin oír hablar de Luis, de Casillas y de la selección. Me crucé en un parque con un niño de apenas cuatro años y el pobrecito iba clamando con su vocecita infantil: "¡España, España!”. Otros, más talluditos, aunque se confesaban poco aficionados al fútbol, mostraban su alegría porque el triunfo en la Eurocopa hubiera propiciado un ensalzamiento de la bandera nacional. ¡Toma ya! Bueno, pues aquello duró lo que tardó un tenista en vencer en un torneo en Londres. Lo próximo, en ese terreno, serán las olimpiadas. Y en septiembre nadie las recordará.

¿Se acuerda alguien del escándalo que se montó por el incidente en la Cumbre Iberoamericana entre el Rey de España y el presidente venezolano? Alguna prensa española, de claros intereses económicos en la zona, utilizó aquel suceso para desprestigiar al dirigente del país sudamericano. Hoy, sin embargo, se le da escasísimo realce al hecho de que Hugo Chávez vaya a reunirse Uribe, el líder colombiano cuya ilegal intención de optar a una tercera presidencia de su país no recibe ni la menor crítica por parte de quienes vilipendiaron al venezolano por convocar un referéndum en el que pedía autorización para lo mismo.

¿Y de los obispos y de sus manifestaciones preelectorales? ¿Qué fue de Rouco y compañía? ¿Ya no corre peligro la “familia cristiana”?

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9 de julio de 2008

Una nueva Selectividad

PARECE QUE existen proyectos avanzados acerca de la nueva Selectividad, o pruebas de acceso a la universidad. La actual, con unos índices de aprobados superiores al 90%, más que elegir a los estudiantes más aptos para seguir determinados estudios, lo que hace es una mera clasificación de ellos mediante unas calificaciones globales que pueden permitir a quienes no superan el cuatro en inglés, pongamos por caso, acceder a estudios de filología inglesa, pero no siempre bastan a quienes alcanzaban un nueve, digamos, en Biología para acceder a Medicina. Además se da la paradoja de que, debido a la diferencia de demanda entre unos y otros estudios, alumnos con calificaciones muy bajas pueden ingresar en carreras de las que todo el mundo considera difíciles y, en cambio, alumnos con altas notas en todas las materias no alcanzan el mínimo necesario para cursar estudios más asequibles. El lector podrá poner nombre fácilmente a unas y otros.

La nueva selectividad tendrá una parte voluntaria para mejorar la nota, constará de pruebas orales de idioma extranjero (es absurdo que hasta ahora las pruebas fueran exclusivamente escritas) y, sobre todo, permitirá que las universidades aumenten la ponderación de la nota de ciertas asignaturas significativas para algunas de sus carreras. O sea: a quien aspire a estudiar una ingeniería, pongamos por caso, le contarán más las calificaciones en matemáticas y dibujo técnico que al que pretenda cursar Medicina, cosa que hasta ahora, y por absurdo que parezca no ocurría.

La necesidad de modificar el sistema actualmente vigente era manifiesta desde hace tiempo, pero la inercia que siempre arrastra el sistema educativo y una errónea concepción de la igualdad de oportunidades han impedido que ese cambio se produjera. Confiemos en que en esta ocasión ello sea posible y que los ministerios competentes no se dejen presionar por planteamientos populistas que, en el fondo, son escasamente democráticos al no valorar adecuadamente los méritos de cada cual.

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5 de julio de 2008

La crisis y los economistas

SIEMPRE HE TENIDO a la de economista por una de las profesiones más contradictorias. Supongo que en las facultades de económicas,que no sé si se seguirán llamando así con esta moda de cambiar a todo de nombre se enseñará a los estudiantes a poner en práctica los principios de una ciencia que el diccionario define como la “que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales”. De modo que, en efecto, los jóvenes se esforzarán por aprender métodos estadísticos aplicables a la gestión económica, estudiarán los fenómenos demográficos para anticiparse a las necesidades de la población, analizarán la historia desde el punto de vista más adecuado para aprender de los errores pasados...Todo para procurar que sean razones de carácter científico las que fundamenten la actividad económica.

Pero, claro, todos sabemos que aplicar este tipo de criterios al análisis de unos fenómenos en los que interviene de forma decisiva el egoísmo humano, el afán de enriquecimiento, el propósito de obtener el mayor beneficio en el menor tiempo,resulta tarea tan bienintencionada como condenada al fracaso. ¿Acaso ha sido el deseo de satisfacer necesidades humanas el que ha promovido el destrozo cometido en nuestras costas, por ejemplo? Parece dificultosa la tarea de hacer compatibles la obtención del bien colectivo y el beneficio privado a cualquier precio.

En estos días, al común de los mortales le resulta difícilmente comprensible que sin haber cambiado las condiciones materiales en que la humanidad se desenvuelve, disponiéndose de la misma riqueza, de los mismos medios de producción, iguales canales de distribución, etcétera, de hace dos, tres años, se desate una crisis como la que atraviesan las economías occidentales y que está ya afectando a todo hijo de vecino. Quien pagaba 500 euros de hipoteca y ahora paga 900 no necesita tecnicismos para saber qué es la crisis. ¿Pero todo es atribuible a la especulación? ¿Dón-de han estado los economistas gobernantes?

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2 de julio de 2008

Los verdaderos ganadores

ALGUNA LECTORA AMIGA, que no escatima las críticas a columnas como ésta, me recriminaba el otro día cierta tendencia a echar la vista atrás. Y hube de concederle la razón, aunque aduje atenuantes: a medida que pasan los años tiende a incrementarse la nostalgia por lo que fue... o por lo que no fue y pudo haber sido. Hoy mi amiga tendrá más argumentos, pues todo el circo mediático, por utilizar una de esas tontas expresiones al uso, montado en torno al fútbol me ha traído a la memoria no ya el célebre gol de Marcelino a la Unión Soviética en 1964, en un estadio en el que en lugar de reyes altos había un dictador bajito, que también conocía la importancia de la imagen, sino el día en que decidí dejar de acudir a los partidos. Fue más o menos por la misma época, en mis tiempos de estudiante en la Universidad de Zaragoza.

El equipo de fútbol de aquella ciudad había alcanzado un gran nivel –la delantera la formaban los cinco magníficos, expresión tomada del título de la famosa película de Yul Brynner– y los espectáculos que ofrecían en el estadio de la Romareda eran preciosos. Sobre todo para un chaval procedente de Extremadura, donde el nivel máximo de enfrentamiento se daba entre el Cacereño y el Badajoz en partidos que en algunas ocasiones habían de suspenderse tras las expulsiones de seis o siete jugadores.

En una ocasión se enfrentaba el Zaragoza con un equipo inglés y tras una gran jugada los británicos marcaron un gol bellísimo que aún veo en mi memoria. De forma instintiva, sin meditar bien en lo que hacía, me puse aplaudir. No debí hacerlo. Fue dar la primera palmada y decenas, cientos de pares de ojos inyectados en sangre, de los pasionales hinchas maños se clavaron en mí, mientras sonaban palabras ininteligibles, pero claramente amenazantes. “Una y no más”, me dije, mientras metía mis manos en los bolsillos. Y hasta la fecha, cuando pienso que los Reyes, los Príncipes, Zapatero, no han debido vivir experiencia semejante. ¡Ellos sí que han ganado el campeonato!

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