27 de diciembre de 2008

Discurso insustancial

NO SÉ QUIÉN redactará los discursos del Rey, pero a buen seguro que no es él mismo. Y a buen seguro, también, que todo lo que dice en sus intervenciones públicas es previamente conocido, por no decir autorizado, por el Gobierno de turno y por el mayor partido de la oposición. De modo que, aun reconociendo no haber oído al monarca en la intervención de fin de año y haberme limitado a leer el discurso en Internet, me parece un poco hipócrita que el PSOE exprese su total acuerdo con las palabras del Jefe del Estado. ¡Cómo no estarlo, si posiblemente las hayan escrito ellos!

Apenas llama ya la atención, qué quieren que les diga, la actitud cortesana de un partido que si en su día aceptó la monarquía como un mal menor, lo cual pudo entenderse porque la realidad no siempre se pliega a nuestros deseos, al menos podría ser más prudente hoy a la hora de manifestar sus nuevas afinidades. No se trata de salir ahora con extemporáneos vivas a la república, pero entre un extremo y otro hay puntos medios razonables. No es de extrañar que ante el conformismo imperante los jóvenes participen cada vez menos en la vida política.

En cuanto al discurso en sí, no hay verdadera razón para el desacuerdo, dada su futilidad. Plagado de tópicos y trivialidades –“despleguemos con inteligencia y tesón nuestra bien probada capacidad de superación, tirando del carro en la misma dirección”– buenas palabras –“son muchos los motivos para sentirnos orgullosos de España, para alimentar la necesaria confianza y esperanza en el futuro”–, se trata de una pieza, iba a decir oratoria si no hubiera sido leída, que no pasará a la historia de los grandes mensajes políticos ni a la de la Literatura. Aunque sea cierto que a quienes aún recordamos aquellos últimos discursos del sanguinario dictador, aquella tragicómica marioneta moviendo en vertical su brazo derecho, mientras nos echaba la bronca a todos, palabras como las del otro día, por tópicas e insustanciales que resulten, nos puedan parecer gloria bendita.

20 de diciembre de 2008

El bueno y el malo

HUBO UNA FAMOSA película japonesa, hace muchos años, de la que luego se hizo un remake en Holywood, en la que siete testigos daban en un juicio versiones radicalmente diferentes de un mismo suceso violento, presenciado por cada uno de ellos desde su particular perspectiva. Todas las versiones se ajustaban a la verdad, pero no había dos de ellas iguales. Incluso parecían corresponder a distintos acontecimientos.

Eso exactamente es lo que a mi juicio pasa con muchas de las noticias de las que informan los periódicos y otros medios en nuestro país. Y me refiero, como digo, a noticias en sentido estricto, no a opiniones, cuya variedad no sólo es posible, sino absolutamente deseable.

En los últimos tiempos, y en relación a la situación política de dos países latinoamericanos, se están dando dos muestras muy ilustrativas del cuidado con el que el lector de prensa --no hablemos del telespectador-- ha de tomarse lo que le cuentan. Las informaciones se refieren a dos países, Venezuela y Colombia, cuyos presidentes están impulsando modificaciones legales que les permitan continuar en el poder una vez finalicen sus actuales mandatos. Y lo curioso es que mientras en el caso de Venezuela las modificaciones propuestas despiertan en la mayor parte de los periódicos españoles airadas protestas y calificativos de dictador deseoso de perpetuarse en el poder para Hugo Chávez, en el caso de Colombia, donde Álvaro Uribe pretende hacer algo parecido a lo del venezolano, todo son parabienes y actitudes comprensivas. En ambos casos las propuestas de cambios legales se han hecho con un respeto escrupuloso a las normas vigentes en cada país y mediante procedimientos plenamente democráticos, que incluyen un referéndum de ratificación final.

Habría que analizar a qué se deben esos distintos comportamientos. Convendría saber, por ejemplo, hasta qué puntos poderosos intereses económicos, de grandes bancos o de compañías petrolíferas, por ejemplo, están influyendo en que la opinión pública española se forje juicios diferentes sobre situaciones completamente similares. ¿Por qué lo que aquí es bueno allí es malo? La edad de la inocencia, por citar otro título cinematográfico, pasó hace tiempo.

18 de diciembre de 2008

Objeciones estrictamente partidistas

A SER CIUDADANO se aprende ejerciendo como tal. Y para enseñar a ser buen ciudadano a un joven, nada mejor que predicar con el ejemplo, mostrarse como tal si se está con él en casa o en un aula, sin esperar a que un reloj marque la hora en que hay que hacerlo. Se puede, se debe, enseñar ciudadanía se esté sentado a la mesa o en la clase de Matemáticas.

O sea, y para no andar con rodeos: que lo de la Educación para la Ciudadanía me pareció desde el principio una invención más de las muchas tan bienintencionadas como inútiles que quienes regulan el sistema educativo sin haber pisado la tarima de un aula en su vida se han sacado de la chistera en los últimos años. Las cosas claras.

Ahora bien, sentado lo anterior, hay que ser muy ingenuo para no darse cuenta de que las objeciones que algunos padres, impulsados por organizaciones ultra católicas o partidos políticos tan respetuosos con los derechos humanos como para apoyar la invasión de Irak, han formulado para que sus hijos no cursen una asignatura tan inocua como esa, obedecen a razones estrictamente políticas y no a que dicha disciplina (de la que existen libros de texto tan dispares que algunos los podrían suscribir los más tridentinos de los obispos españoles), constituya una intromisión inaceptable del Estado en el tipo de educación que los padres desean para sus hijos. Por mucho que un tribunal de justicia otorgue cautelarmente y en primera instancia el beneficio de la duda.

A estas alturas de la temporada, pensar que un joven, en un centro de enseñanza público, puede ser adoctrinado -convertido en marxista leninista, por ejemplo- por profesores cuya sensatez y respeto a los chicos hay que dar por sentados, constituye una ofensa a esos docentes y un olvido de que, si en algún lugar se adoctrina a los escolares, no es precisamente en los colegios e institutos públicos, sino en otros que, por cierto, no tienen reparo en mendigar cuantiosas subvenciones de ese Estado cuyas leyes algunos pretenden ignorar cuando les interesa.

13 de diciembre de 2008

El futuro está por escribir

RECORDARÁ EL LECTOR lo sucedido hace unos meses con la huelga o, más propiamente, el plante de los empresarios del transporte, que protestaban por los precios del combustible: en apenas unos días, las estanterías siempre repletas en los hipermercados, los mostradores siempre rebosantes, quedaron vacíos. Iba uno a la compra y rememoraba imágenes de viejas películas de ciencia ficción, en las que alguna catástrofe natural o una explosión nuclear habían provocado desabastecimiento y desolación. Afortunadamente, la situación se normalizó en poco tiempo y todos consideramos lo sucedido como un mero accidente.

Hace unos días, charlando con un amigo sobre la dichosa crisis, se dolía éste de que el batacazo se ha producido “sin comerlo ni beberlo” por nuestra parte. La gente que tenía ahorros ve impotente cómo éstos han perdido gran parte de su valor, quienes habían adquirido recientemente una vivienda por la que estarán endeudados de por vida asisten incrédulos a la bajada de su precio... Y todo ello como caído del cielo, o del infierno, por accidente, sin que los ciudadanos hayamos tenido arte ni parte en ello. Y qué decir de quienes han visto sus nombres añadidos a las listas de parados, ¿qué les hacía pensar en esa posibilidad hace nada?

De la experiencia de estos meses cabría concluir que nuestro modo de vida no es tan definitivo como pudiera parecer. Y si sistemas económicos que se juzgaban inmejorables muestran ahora su verdadero valor, lo mismo sucederá tarde o temprano con otras leyes que hoy se tienen por intocables y que en cualquier momento serán superadas por las circunstancias. En un país en el hay quien se escandalice por un “¡Viva la República, muerte al Borbón!”, como si la monarquía fuera sagrada, en un lugar en que se defiende la presencia de símbolos religiosos en las instituciones públicas como si viviéramos en los tiempos del caudillo bajo palio, bueno sería sacar conclusiones de lo ocurrido en la economía: el mañana está por escribir.

1 de diciembre de 2008

El orgullo de ser extremeños

HOY TODA LA prensa habla de la concentración celebrada ayer en Mérida, en conmemoración de no sé qué aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía. Un día, según los cronistas más entusiastas, que "pasará a la historia" –¡otro más!– Nos cuentan que el presidente de la Junta "se baja de su coche oficial, a las nueve y media de la mañana, para recibir a los miles de ciudadanos que asistirán a esta cita, muchos de ellos trasladados en más de 120 autobuses". Autobuses, sí, como en los viejos tiempos... No añade la noticia si hubo dietas y bocadillos.

Pero no seré yo quien objete nada a esa concentración, como no lo hago a las que hacen los aficionados al fútbol o al rock. Lo que mis pobres entendederas no pueden comprender es eso de que los asistentes a la fiesta transmitieran en Mérida su "orgullo de ser extremeños". ¿Orgullo de ser extremeños? Entendería que alguien se sintiera orgulloso de su profesión, si fue elegida por él, de su trabajo bien hecho, de sus amigos, de su familia... pero ¿de ser extremeño, vasco, andaluz o venezolano?

Algunos despotrican mucho de estos y aquellos, les llaman insolidarios, separatistas, atentadores contra la sagrada unidad de la patria, pero, en el fondo, se les nota un poco envidiosos por no haber llegado adonde ellos.