25 de julio de 2009

Imputados provisionales

PARA UN LEGO en Derecho, como un servidor, resulta cada día más difícil entender la jerga en la que a menudo se formulan las decisiones judiciales. Y no me refiero, claro está, a que ante asuntos concretos haya opiniones diferentes entre los encargados de aplicar justicia o entre los jueces obligados a informar sobre ellos, como sucede ahora con el dictamen sobre la ley del aborto. Ni a la distinta valoración que en los tribunales se hace de algunas pruebas y la forma en que se obtienen, como ha ocurrido recientemente en Cáceres con el asunto de la supuesta prevaricación en Tráfico. Ni tampoco, desde otro punto de vista, a la sensación de vulneración del principio de independencia de los jueces cuando en órganos como el Consejo General del Poder Judicial se sabe de antemano en qué sentido se pronunciarán sus integrantes según sus respectivas adscripciones ideológicas.

Con lo de la incomprensión me refiero a esas formulaciones barrocas con las que se expresan muchos tribunales. La última que me ha sorprendido ha sido ésa según la cual un destacado miembro del PP ha sido citado al Tribunal Supremo como “imputado provisional”. Un lego en Derecho, como digo, siempre hubiera pensado que las imputaciones son por esencia provisionales, pues imputar es atribuir inicialmente, no declarar probadas responsabilidades. Si somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario, toda imputación será provisional, ¿no?

Aunque es cierto que, a menudo, la justicia, como Dios, se ve obligada a escribir con renglones retorcidos. Al fin y al cabo, si el mismísimo Al Capone acabó sus días entre rejas no fue por ordenar decenas de asesinatos, sino por los delitos fiscales que cometió. Ejemplo que pongo a riesgo de que algún lector lo considere desafortunado, pero coincidirán conmigo en que las conversaciones intervenidas a los implicados en el famoso ‘caso Gürtel’ más parecen propias de gánsteres del Chicago de la Ley Seca que de políticos honrados cuyo propósito sea contribuir al bien común.

21 de julio de 2009

Debiera existir algún límite

ESTA MADRUGADA una mujer falleció en Cáceres tras precipitarse a la calle desde un noveno piso. De la trágica noticia se hacen eco los dos periódicos regionales en su edición digital. En ambos, lectores anónimos hacen unos llamados "comentarios" a la noticia, entre la que se incluía el hecho de que un perrito resultó muerto como consecuencia de la caída de la desdichada mujer.

Pues bien, uno de esos anónimos "comentaristas" ha escrito y ha dejado a la vista de todo el mundo en internet, lo siguiente:

"Jo... pobre perrito".

¿Hay derecho a esto? ¿Qué perversa interpretación de la libertad de expresión permite tal muestra pública de inhumanidad? ¿Cómo es posible que el afán de lucro de las editoras de los periódicos –a más visitas a sus webs más beneficios– prime sobre valores que debieran ser protegidos a toda costa?

17 de julio de 2009

La Luna, 40 años después

LEYENDO El viento de la Luna, de Antonio Muñoz Molina, caigo en la cuenta, y luego me lo recuerdan los periódicos, de que hace ya cuarenta años del histórico paseo de Neil Armstrong y su compañero (de nombre olvidado: así de injustas son las cosas para los segundos en cualquier carrera) por la superficie de nuestro satélite. De nuestro único satélite, aunque hoy se pronuncie tal palabra y todo el mundo piense en uno cualquiera de los que entonces llamábamos “satélites artificiales”.

Recuerdo aquella calurosa madrugada cacereña, con media ciudad en vela, mientras en el televisor en blanco y negro se veían las imágenes borrosas de algo que sucedía a casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia. El entonces famoso corresponsal Hermida auguraba próximas conquistas espaciales, que luego han resultado lejanas, mientras acentuaba el carácter épico de lo que millones de espectadores en todo el mundo contemplábamos con la respiración contenida.


Pocos días después, Paris Match, la revista francesa, publicó un dibujo que captaba perfectamente un aspecto oculto del acontecimiento, al margen del hito histórico que en sí mismo supuso. La ilustración mostraba una gran ciudad de enormes edificios. En el cielo, brillante, la Luna llena. Tras cada una de las ventanas de los rascacielos, un televisor encendido en el que aparecía la misma Luna que presidía la escena. Delante del televisor, en cada habitación, un espectador contemplaba ensimismado la realidad a través de los ojos de otros.

Pienso en ello hoy, cuarenta años después, cuando constato día tras día que la realidad ya no es lo que sucede ante nosotros, a mayor o menor distancia. La realidad es lo que nos quieren contar. Hay incluso quien mantiene que aquel paseo lunar fue pura ficción. No lo creo, pero es cierto que centenares de muertos violentamente en China parecen no tener importancia, mientras que el fichaje de un futbolista ocupa horas de televisión; que miles de niños muertos de hambre al año en el mundo no merecen nuestra atención, mientras un muerto en los sanfermines ocupa todas las portadas... En estos años el medio, en efecto, se ha convertido en el mensaje.

11 de julio de 2009

La importancia de opinar

POR LIMITADA y modesta que, como en el caso de un servidor, sea la experiencia de escribir en los periódicos, se trata de una práctica que puede deparar sorpresas sin tino. Si uno escribe que ve la botella medio llena, por ejemplo, alguien dirá que está medio vacía, y viceversa. Si uno critica iniciativas de este partido político –pues para contar que el patio de su casa no es particular y cuando llueve se moja como los demás no considera que merezca la pena el esfuerzo– el de aquel otro le tildará de sectario; si se dice que algo es blanco, otro responderá que negro... Y no digamos nada si se intenta la ironía. Las interpretaciones pueden llegar a ser inverosímiles. Quizás se deba a la torpeza con la que uno se expresa, acaso a que cada lector lee lo que quiere leer... vaya usted a saber.

Sin embargo, cuando los grandes medios de comunicación nos agobian con acontecimientos que en muchas ocasiones son fuegos de artificio –véanse los despliegues planetarios con motivo del fallecimiento de cierto cantante o del fichaje de un famoso futbolista– es importante que la gente corriente, pero con criterio propio, por erróneo que pueda ser, se haga oír. Es importante sobre todo en el terreno de la política, de la política de cada día, para que quienes permanecen encerrados en capillitas sin contacto con el exterior sepan qué se piensa en la calle de sus decisiones. La libertad de expresión es uno de los rasgos fundamentales de una sociedad democrática. Cercenarla, dificultarla o no practicarla, es un atentado contra la propia democracia.

Naturalmente, la crítica debe ejercerse de forma respetuosa con las personas. No comparto esa idea tan manida de que todos los políticos sean iguales. Aunque tampoco pienso que todos se muevan por principios intachables. Precisamente por ello merece la pena correr el riego de equivocarse en público. Es preferible errar que asentir con el silencio cuando se considera, y ello ocurre con frecuencia, que ha de distinguirse entre galgos y podencos.

7 de julio de 2009

Incoherencias en el Ayuntamiento

SE EXTRAÑA un amigo, por cuyos criterios tengo gran aprecio, de que muchos de quienes podemos no hayamos expresado en público nuestra opinión sobre el desbarajuste en que se encuentra el Ayuntamiento de Cáceres. Y no le falta razón. Pero no resulta fácil. En primer lugar, y por lo que a quien suscribe respecta, porque para opinar sobre asunto tan vidrioso sin riesgo de resbalar conviene estar muy al tanto de los intríngulis que se dan en el mismo, el cual no es el caso. En segundo lugar, porque al hablar de una situación como la que vive nuestro consistorio, formado por convecinos a los que se encuentra uno en la calle, hay que tener una pluma muy sutil que permita conjugar el respeto de orden personal a los responsables del caos que se ha producido con la crítica severa a quienes, como políticos que se ganan un sueldo por su actividad, han defraudado las expectativas de muchos de sus electores. Pero no es menos cierto, sin embargo, que quien calla otorga y que los ciudadanos tenemos la obligación de pronunciarnos sobre lo que nos atañe, de modo que los reparos que menciono han de quedar en un segundo plano.


Mi particular punto de vista es que quienes mejor política de derechas hacen –disculpen la perogrullada– son los de derechas. El PP, en este caso, entre cuyos concejales en Cáceres, me consta, hay gente merecedora de toda consideración que no defraudaría a nadie con su conducta. Porque, desde luego, algunas decisiones tomadas por el Ayuntamiento cacereño hubieran resultado menos sorprendentes si las hubiera adoptado un alcalde de dicho partido, el PP, que no alguien de un partido que aún mantiene en su nombre los calificativos de socialista y obrero. Pensar que unos grandes almacenes, por ejemplo, van a hacer de nuestra ciudad una nueva Meca, que con su instalación los empleos van a surgir bajo las piedras, que todo van a ser oropeles y festines, nos hace pensar inevitablemente en el Mister Marsall de Pepe Isbert y Manolo Morán; como si el objetivo de una empresa como la de marras no fuera, por encima de todo, repartir el máximo beneficio entre sus accionistas. Pero aun así, incluso aceptando que unas monjas que todavía se denominan “de la caridad” tienen derecho a olvidarse una vez más de sus votos de pobreza y dar el pelotazo, lo de alterar planes urbanísticos buscando subterfugios y triquiñuelas legales para que el camello pase por el ojo de la aguja de la especulación urbanística, resulta, en mi opinión, un manifiesto fraude a quienes, con su voto, hicieron posible una corporación supuestamente de izquierdas. Propiciar, por citar otro asunto polémico, que un servicio público de capital importancia en una ciudad siga en manos privadas cuando podría ser de carácter municipal antes lo atribuiría uno a un partido fundado por Fraga Iribarne que a otro creado por Pablo Iglesias...


Y, luego, están los gestos, que tanto delatan. Ese despacho de la alcaldesa, por ejemplo, plagado de símbolos que parecen sacados de la noche de los tiempos; esa reiteración por parte de la máxima autoridad municipal de comportamientos públicos que antes cabría atribuir a razones populistas que a las obligaciones de su cargo, asistiendo devotamente y en primera fila a manifestaciones confesionales mientras dice actuar en representación de todos los cacereños...

No conozco al señor Pavón ni pongo en duda la singularidad de su carácter, de la que tanto hablan los periódicos. Pero, sinceramente, no creo que sea el malo de la película. El malo, los malos de verdad, son quienes se olvidan de los supuestos en que dijeron sustentarse y, salvo en las siglas bajo las que se cobijan, no se distinguen en nada de quienes harían lo mismo que ellos sin necesidad de retorcer los argumentos y las justificaciones. Lo mínimo que puede exigírsele a un político es coherencia entre los principios que proclama y sus actos. Cuando esa coherencia no existe las consecuencias resultan antes o después (ahora o dentro de dos años, por ejemplo) inevitables.

(Pulsa sobre la imagen para descargar el artículo tal y como apareció publicado en el Periódico Extremadura)

4 de julio de 2009

Honduras: más que un episodio

MIENTRAS que hace años acontecimientos como los entonces frecuentes golpes de estado en Latinoamérica nos resultaban remotos y apenas si teníamos noticias de ellos, ahora, la transformación que internet y la televisión por satélite han producido en el terreno de la información nos permite seguir al minuto lo que ocurre en cualquier lugar de mundo; como Honduras, por ejemplo, el país centroamericano del que lo más que nos llegaban hasta hace poco eran noticias sobre huracanes y otros desastres naturales.

Hoy, sin embargo, gracias a esos medios antes inexistentes puede ver uno en directo lo que, si se lo contaran sin imágenes, sin testimonios personales, podría parecer pura ficción: Militares enmascarados asaltando un palacio presidencial, secuestrando a un jefe del Estado, metiéndolo en un avión y mandándolo al extranjero, declarando el toque de queda... ¡y diciendo hacerlo en nombre de la democracia! Cuando estas líneas se publiquen el presidente hondureño, Zelaya, si se cumple lo anunciado, estará a punto de regresar a Tegucigalpa acompañado de dirigentes de países amigos. Ojalá la fuerza bruta, los militares golpistas, se rindan a la evidencia: el rechazo de su pueblo y de la comunidad internacional a una conducta tan criminal como anacrónica, y permitan el pacífico retorno a su puesto del legítimo presidente violentamente separado de él. Ojalá todo concluya sin sangre.

En ocasiones como ésta es cuando la gente demuestra su verdadera faz. Aznar, por ejemplo, cada vez más caricaturesco, refiriéndose a lo sucedido en el país centroamericano como “lamentables episodios”. Episodio, incidente... Es como si se lamentara de que hace mal tiempo. En España algunas organizaciones políticas han sido ilegalizadas por no condenar la violencia como medio de acción política, y ello acaba de recibir el aval del Tribunal de Estrasburgo. ¿Se medirá alguna vez con la misma vara a quienes, como el inefable ex presidente del Gobierno califican un golpe de estado como lamentable episodio?