18 de septiembre de 2010

Grillos y camaleones

LA ACTUALIDAD política y social de nuestro país, como acaso nos suceda a sus pobladores, está llena de contradicciones. Por razones altruistas o interesadas, por decir lo que se piensa o solo por buscar un titular en la prensa o la televisión, quienes, en su condición de dirigentes, debieran contribuir al debate riguroso sobre los muchos problemas que nos acosan, muestran comportamientos desconcertantes, ante los que solo cabe la perplejidad.

Rajoy, por citar un caso: Acude a Melilla, con el cansino argumento de que solo faltaba que no pudiera viajar a la ciudad española que le placiera. Y son pocos los que, al oírlo, echan un vistazo al mapa, exclusivamente para poner las cosas en su sitio. Acude a Melilla, digo, consciente del avivamiento del fuego que ello supone, pero una vez allí llena su boca de deseos de concordia y entendimiento con Marruecos. ¿A qué nos atenemos? ¿Sube o baja las escaleras?, ¿hombre de Estado o agitador de masas?

Zapatero, por ser equitativo en el reparto: Afiliado –digo yo– a la UGT, habitual asistente, hasta el año pasado, a uno de los actos más significativos de ese sindicato, y ahora manifestando que ciertas medidas que su Gobierno ha adoptado o piensa adoptar –la reforma del sistema de pensiones, por ejemplo– serán mantenidas pese a quien pese y se convoquen las huelgas que se convoquen. ¿A cuál de los dos haremos caso?


Fernández Vara, por seguir y para que el lector no piense que, opinando sobre quienes están lejos, este modesto columnista evita mojarse: rechaza vehementemente el llamado “montaje artístico” consistente en pegar miles de pobres grillos en un panel para que se retuerzan mientras agonizan, pero al tiempo permite, en un canal autonómico de televisión que nadie creerá que no controla, que se incremente día a día el tiempo dedicado a las corridas de toros y otros festejos populares en que se tortura, llamándolo cultura para mayor escarnio, a otros animales no menos merecedores de piedad que los insectos martirizados.

De modo que no es de extrañar que cada día esté más de moda en lo referente a la política ese término hasta hace poco de uso limitado: desafección, al que la Academia solo asigna el significado de “mala voluntad”, pero utilizado hoy más en el sentido de alejamiento, extrañamiento. ¿Cómo no alejarse, cómo no sentir desconfianza hacia unos individuos que superan a la veleta en su capacidad de adaptación al viento, a los camaleones en su facilidad para cambiar de color según las circunstancias imperantes?