15 de diciembre de 2009

Un ministro que no lo parece

AYER ESCUCHÉ, en CNN+, una interesantísima entrevista con Ángel Gabilondo, el ministro de Educación. Me pareció tan sensato, tan suscribible, tan libre de prejuicios todo lo que dijo, que hube de lamentarme de que no abunden entre los políticos, con independencia de su color, muchos otros como él. Ya le había oído pronunciarse meses atrás con palabras cabales, lejos de la jerga huera al uso entre tantos pedagogos y educadores por accidente, sobre la importancia del esfuerzo en el proceso de aprendizaje de los alumnos, pero nunca lo había visto en persona.

Habló, claro, de temas de su competencia en el Gobierno, propugnando ese añorado pacto sobre la regulación del sistema educativo que tan necesario parece en un país que ha visto, en los últimos años, la friolera de doce leyes al respecto, cuatro de ellas sobre la universidad y el resto sobre las enseñanzas primaria y secundaria.



Pero lo que más me sedujo de sus palabras, aparte de la forma cordial y poco dogmática en que las pronunció, fueron cosas como que –no cito literalmente, pero sí en esencia– en nuestra vida cotidiana, en las relaciones humanas, no siempre encontramos las palabras adecuadas. Que en ocasiones éstas se desvanecen antes de llegar y se produce una sensación de incomunicación. Todo ello a propósito de un nuevo libro que acaba de publicar en su condición de profesor de metafísica.

Oír esas  cosas en boca de un ministro, cuando tan propensos son en su gremio a pontificar, a excluir toda verdad que no sea la suya o la de su partido, constituye una novedad por la que debiéramos congratularnos. Ojalá los vaivenes políticos no le impidan plasmar en la práctica, en los meses que le queden en su despacho de la calle de Alcalá, muchas de sus ideas.