18 de febrero de 2012

Besugos en el Congreso

LOS MÁS... veteranos de los lectores (seamos generosos en el apelativo) recordarán Diálogos para besugos, la descacharrante sección de La Codorniz, “la revista más audaz para el lector más inteligente”, como ella misma se definía. Pese a su título, la memorable columna no contenía diálogo alguno, sino un par de monólogos entrecruzados en los que cada uno de los supuestos interlocutores decía lo que le venía en gana. Si uno empezaba con un «buenos días», el otro respondía con un «buenas tardes». Y así sucesivamente.

Pensaba en ellos, en los besugos, mientras, a salto de mata, veía en la tele la transmisión de la última de las sesiones de control al Gobierno. La pantalla mostraba a unos padres y madres de la patria saludando a su aire y, al poco, a otros desde el banco azul respondiendo como les petaba. ¡Qué espectáculo más prescindible!

Habla una diputada socialista, cuyo nombre lamento no haber anotado, y le pregunta al ministro de Educación (ante quien el famoso elefante de la cacharrería tiraría la toalla) si cree que los cambios anunciados desde su departamento han sido «hechos con rigor». ¡Y se queda tan ancha! ¿Qué responderá el ministro, que no, que son fruto de la última juerga con sus amiguetes de congregación? Contesta brevemente y de mala gana el calvo, dicho sea con el respeto que otorga la solidaridad entre iguales, y la señora diputada replica tirando de papel y leyendo algo que llevaba previamente escrito.

Toma después la palabra otra diputada, antigua consejera de la Junta de Extremadura a la que, cosas de la vida, han colocado ahora en el gallinero, y, dirigiéndose a la ministra de Empleo, le inquiere si la reforma laboral recién aprobada va a favorecer el empleo. ¿Qué dirá la interpelada, que en absoluto, que la han acordado buscando precisamente los efectos contrarios?

Nuestros parlamentarios, a diferencia de La Codorniz, no son audaces, aunque, como ella, hagan reír (por no llorar). Nuestros diputados y senadores (con las pocas excepciones que sea menester) se parecen mucho más a Cantinflas que a Cicerón. Nuestras bien remuneradas señorías valoran en muy poco la inteligencia de aquellos a quienes dicen representar. ¿Cómo, si no, se comportarían cual besugos sabiendo que los estamos viendo?

Publicado en El Periódico Extremadura