11 de junio de 2011

Libertad de expresión y civismo

TIENE SOBRADOS MOTIVOS el presidente en funciones de la Junta, Fernández Vara, para dolerse de lo que, según cuenta en su blog, le sucedió hace unos días cuando se encaminaba a su domicilio en Mérida. Un joven mal encarado se dirigió a él en términos insultantes, recriminándole su condición de «parásito y sanguijuela». Cuenta Vara que propuso al joven sentarse con él para contrastar civilizadamente sus puntos de vista, pero su empeño fue en vano.

El problema es que esta anécdota no es un caso aislado. El debate político, a diferentes niveles, se está deslizando hacia terrenos en los que prima el exabrupto sobre el argumento, el insulto sobre la razón, las descalificaciones personales sobre el análisis sereno de las cosas. Y sin ignorar que no siempre dan el mejor ejemplo quienes más obligados debieran estar a ello, hay un par de fenómenos que contribuyen notablemente a esta degradación del lenguaje político.
Por una parte, las nuevas formas de expresión vinculadas a Internet facilitan la propagación de los malos modos, los insultos y las infamias. Especial responsabilidad en la extensión de estos virus les cabe a unos medios de comunicación que abren demasiado a la ligera sus muros virtuales a anónimos grafiteros de brocha gorda. Es algo a lo que debiera ponerse término. Los intereses comerciales no debieran prevalecer en este terreno.

Y, por otra parte, no podemos desdeñar el papel emponzoñador del llamado TDT party. Nombre afortunado, pues permite asociar las cadenas de televisión que lo forman al grupo ultra de Estados Unidos y ayuda a considerarlas a ellas mismas como un partido. Extraparlamentario, sí, pero en el que cada noche se integran destacados y vociferantes miembros del PP. En este asunto le cabe una grave responsabilidad al gobierno central, que distribuyó los canales según unos criterios que se están evidenciando desacertados. Desacertados incluso en los mínimos requisitos de tipo económico que se impusieron a estas televisiones, ahora felizmente abocadas al cierre o a mendigar los donativos de sus fanatizados espectadores.

Sucesos como el ocurrido a Vara, que merece nuestra solidaridad, debieran hacernos reflexionar a todos. Porque la libertad de expresión no está reñida con el civismo; como, por cierto, vienen demostrando de forma ejemplar desde hace semanas los indignados del movimiento 15-M.