HACE UNAS SEMANAS me topé, por azar, con una entrevista en la televisión a Ángel Gabilondo, el ministro de Educación. Me pareció tan sensato, tan libre de dogmas lo que dijo, que hube de lamentarme de que no abunden entre los políticos, con independencia de su color, muchos otros como él. Eso por no hablar de su lenguaje: claro, sencillo... Ni una “apuesta decidida”, ni un “representa lo que es”...
Con ese antecedente, he leído atentamente el documento de propuestas para un pacto legislativo presentado días atrás por el ministro a la Conferencia Sectorial de Educación. Haré unos breves apuntes sobre los aspectos que me han parecido más destacables del mismo.
Primero: El reconocimiento de que “el trabajo y el esfuerzo son valores en los que es preciso insistir”. Ya era hora de que se pronunciase así alguien a quien resulte difícil colgar el sambenito de retrógrado.
Segundo: La exigencia de una gran mayoría parlamentaria para aprobar una legislación que no se vea sometida en el futuro a vaivenes políticos como los que, en el pasado, han dado lugar a la friolera de doce leyes educativas en pocos años.
Tercero: Cierta ambigüedad al sugerir modificaciones en la ESO, cuyo último curso, en ciertos casos, constituiría un preámbulo al Bachillerato. Es más explícito a tal respecto el proyecto del PP, que propone extender de los dos años actuales a tres la duración de dicho ciclo.
Cuarto: El último asunto que mencionaré quizás sea el más endeble de la propuesta ministerial: la “evaluación de diagnóstico” que se efectuaría en 6º de Educación Primaria y en 3º de ESO. Al otorgarle sólo un “carácter formativo y orientador”, parece restarse trascendencia a lo que sucedería cuando los resultados, bien de los alumnos individualmente considerados, bien de los centros, fueran negativos.
En todo caso, ojalá prime el propósito de acuerdo sobre los prejuicios asentados en uno y otro lado del espectro político y, por fin, una ley educativa tenga en nuestro país una vida que le permita alcanzar cierta madurez.