QUE LOS PERIÓDICOS –y más en los tiempos que corren– necesitan de la publicidad es perfectamente sabido y se comprende que sus responsables no desaprovechen oportunidad alguna que les ayude a sanear unas cuentas que en los últimos años, en toda la prensa, ofrecen tintes más bien sombríos. Es indiscutible que ciertos anuncios publicitarios son de pésimo gusto, como los que en diversos medios, incluidos algunos de marcado carácter conservador, ofrecen servicios sexuales de forma tan procaz como para escandalizar al mismísimo Camilo José Cela que resucitara, pero supongo que si los lectores compran esos diarios, aunque sea a la salida de misa de una, las empresas periodísticas tienen razones para mantenerlos.
Sin embargo, el anuncio antiabortista que, con apariencia de esquela funeraria, apareció el pasado lunes en varios periódicos españoles no debiera haber sido publicado; al menos, en ciertos periódicos; al menos, en la forma en que lo fue. Aun respetando a quienes crean honradamente que la interrupción de un embarazo, en los términos previstos por la ley, es un asesinato –ojo: respetando a las personas, no sus ideas– daré una razón, sólo una, por la que ese anuncio no debiera haberse publicado.
No debiera haberse publicado como lo fue porque al admitir su diseño, al colocarlo donde se colocó, los periódicos asumieron como propios –las esquelas auténticas sólo hacen referencia a personas fallecidas– los tópicos más esgrimidos por las organizaciones antiabortistas: que un embrión es una persona (“niños abortados”, decía la nota) y que interrumpir un embarazo equivale, por tanto, a quitar la vida a alguien. Lamento decirlo, pero al colocar el anuncio en el lugar destinado a las esquelas verdaderas, de fallecidos cuyos deudos debieron sentirse molestos al ver el recuerdo a sus familiares junto a esa propaganda, los periódicos otorgaron credibilidad a consignas de organizaciones extremistas que, acompañen o no sus proclamas de una cruz, son de carácter político antes que religioso.