5 de diciembre de 2014

Periodismo basura

NO SE TRATA ya de que todo periodista debiera cumplir las mínimas exigencias éticas de su profesión (eso que los antiguos llamaban código deontológico), se trata de que debiera tener un poquito, tan solo un poquito, de respeto al lector (al oyente, al telespectador). De que no le tomara por imbécil al dar por hecho que se tragará cualquier patraña que quien ha vendido su pluma por dos perras no tiene el menor reparo en expeler por donde suelen expelerse este tipo de cosas.


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Observad el recorte (lo tomo del periódico Extremadura, pero en esta ocasión no creo que la fechoría se haya cometido en él, sino en la  redacción central del grupo al que, al menos en teoría, pertenece dicho periódico). Un lector superficial se limitará a quedarse con el titular: "La Universidad de Málaga sanciona  a Íñigo Errejón". Pero, por favor, tened la amabilidad de leer la noticia al completo: "suspendió de forma cautelar (...) mientras se resuelve el expediente", "suspensión temporal", "no se trataría de una posible incompatibilidad"... ¿Dónde demonios se habla de sanción? ¿Quién ha puesto ese titular infame a la noticia? ¿Dormirá bien semejante individuo, tamaña individua?

El problema no consiste –¡faltaría más– en discrepar de las propuestas de Podemos –que puede ser legítimo expresar incluso de la forma tan burda en que un afamado escritor lo hacía el otro día en El País–, ni de atribuir con mayor o menor fundamento a sus dirigentes simpatías con este o aquel régimen político al otro lado del océano. Pueden incluso comprenderse esas actitudes: el miedo que se ha apoderado de quienes se consideraban exclusivos usuarios, aunque fuera por turnos, de un sillón, desde el de la alcaldía de la más pequeña aldea, al del despacho principal del palacio de la Moncloa; el miedo a que alguien distinto a ellos les dé una democrática patada en salva sea la parte, los tiene desconcertados, dando palos de ciego allí donde creen encontrar un punto débil en la nueva formación. No, el problema no consiste en eso, en que con el agua al cuello, se defiendan como gatos panza arriba; consiste en que sus lacayos no insulten nuestra inteligencia con manipulaciones tan burdas como la que ha dado lugar a estas líneas.

Los quioscos ya no son lo que fueron. Cuando tantos acudíamos cada día a ellos en busca de nuestro periódico, con el que nos unían unos lazos que no eran exclusivamente comerciales, sino incluso sentimentales, el mayor riesgo que corríamos era que la tinta fresca nos manchara las yemas de los dedos. Afortunadamente, muchos dejamos tiempo ha (y no solo por culpa de internet) de repetir  esa visita diaria a nuestro amigo quiosquero, visita tan grata como obligada, hiciera calor o frío, lloviera o hubiera "pertinaz sequía". Afortunadamente, digo, porque de seguir haciéndolo en la actualidad, junto a las monedas con que pagásemos el diario recién impreso, habríamos de llevar papel higiénico para librar nuestras manos de tanta inmundicia como hoy, faltos de pudor, muestran –hagamos las excepciones de rigor–  algunos que, más que periódicos, sería apropiado llamar panfletos.