22 de abril de 2013

El tonto del pueblo

LA DESAPARICIÓN de cualquier persona es un suceso siempre lamentable, y acaso para mitigar el pesar que en mayor o menor grado nos suscita su memoria, cuando la recordamos tendemos a iluminar sus virtudes y velar sus defectos. Es una actitud muy encomiable, creo yo, pero que no debiera llevarnos a ver color rosa donde había un negro azabache.


Lo digo, –los amigos cacereños lo comprenderán perfectamente– por las páginas sin tino que la prensa regional, cada vez más semejante a las viejas hojas parroquiales, ha dedicado al reciente fallecimiento de un peculiar personaje local que, en una sociedad más avanzada que la nuestra, en lugar de pasar media vida metido en un cuchitril lleno de basura y la otra media diciendo disparates a las mujeres por la calle, hubiera sido atendido adecuadamente en una institución sanitaria.

En cierto periódico he leído, en sentido elogioso, supuestamente ilustrativo de su bondad, que le gustaba piropear a las chicas. ¡Curiosa forma de referirse a las obscenidades que, como era público y notorio, el pobre hombre soltaba a cuanta mujer joven se cruzaba con él!

Según la Wikipedia, «el tonto del pueblo fue considerado durante mucho tiempo socialmentel aceptable, un individuo único dependiente pero que contribuía al tejido social de su comunidad». Mucho me temo que en una ciudad cada vez más casposa como Cáceres, la reflexión anterior tendría que conjugarse en presente en lugar de en pasado.