16 de julio de 2011

¿Crisis? Aquí tenemos la solución

LEER LA PRENSA en los últimos meses se ha convertido en un ejercicio solo apto para personas con moral a prueba de bombas. Da lo mismo que el periódico sea de aquí o de allá, de una tendencia u otra: las malas noticias no cabrán en él. Crisis económica global, disminución de prestaciones sociales, caída de ingresos familiares y empresariales, desahucios, negocios de distinto tamaño idos a pique, dejando en la calle a miles de trabajadores... Unas veces, por una gestión desastrosa en la que la búsqueda del máximo beneficio en el más corto periodo de tiempo era la única meta; otras, porque un crecimiento descontrolado cuando todo eran facilidades crediticias y respaldos políticos ha terminado por ser insostenible. Y en todos los casos, como efecto secundario de una tormenta financiera que, originada lejos, se ha instalado entre nosotros y no tiene visos de dejarnos.
La dichosa crisis tiene carácter casi planetario (algunas naciones emergentes parecen estar librándose de ella) y afecta a países con gobiernos claramente derechistas, como sucede en Italia, o a países en que, dimitidos los ejecutivos socialistas anteriores, como en Portugal, su sustitución por otros conservadores no ha resuelto los problemas, sino que parece haberlos agravado. Por eso es chocante y poco respetuosa hacia la inteligencia de los electores la cantinela del Partido Popular, aquí en España, en el sentido de que un adelantamiento de elecciones y la victoria, que dan por hecha, de Rajoy, supondría el fin de nuestros males. No se lo creen ni ellos.

Pero, ojo, no pongo en duda que todas las papeletas que se llevarán el premio electoral estén en la calle Génova. Lejos de mí el propósito de interpretar la intención de nadie, tengo sin embargo por cierto que la gente irá a votar con una idea muy simple: peor que ahora no nos puede ir. Tal es el panorama.

Menos mal que, por aquí, a nivel local, la salvación de los cacereños vendrá de manos de un nuevo Míster Marshall que, tantas veces anunciado, parece que por fin se instalará entre nosotros. ¿Caerá por igual en todos los barrios la prometida lluvia de monedas? Lo seguro es que habrá unos pocos (y unas pocas, pues en este caso se impone señalar con el dedo) que se pondrán las botas. Ad maiorem Dei gloriam, por supuesto.