10 de enero de 2009

Los nuevos nazis

VEMOS EN LOS PERIÓDICOS, en la televisión, las horribles imágenes de cuerpos infantiles destrozados por las bombas, de personas mutiladas esperando ser atendidas en hospitales atiborrados y carentes de medicamentos, de madres llorando, de ancianos clamando contra tanta barbarie. Y pese a la indiferencia con la que a menudo convivimos con la bestialidad, con la prevalencia de la fuerza, sentimos que aún nos queda un resto de vergüenza: la de sentirnos del mismo género de quienes provocan tanto dolor y tanta destrucción. El mismo género, que no sabemos si todavía podría calificarse de humano, de quienes actúan contra los débiles como, en tiempos, otros que se creían imbatibles actuaron contra ellos. Viendo lo que vemos, nuestra sensibilidad, la natural tendencia de cualquier persona a rechazar la injusticia y la sinrazón, se siente profundamente herida.

Pero, por casualidad, mientras pasamos de un canal a otro de nuestra televisión, damos con una emisora árabe que, amén de ofrecer imágenes de las que sus homólogas occidentales ocultan a los espectadores, entrevista, en un alarde de objetividad, a un portavoz del Gobierno israelí. Le pregunta sobre el ataque del ejército invasor a una escuela de la ONU en el que murieron decenas de personas. Le interroga, más particularmente, sobre la negativa israelí a permitir que una comisión de investigación internacional determine lo que realmente ocurrió; que averigüe si, como alegan los militares hebreos, el ataque criminal contra los refugiados fue respuesta a algún disparo desde la escuela. Y la contestación del individuo, entrenado sin duda para ignorar cualquier gesto de humanidad, no hiere sólo nuestra sensibilidad. Hiere nuestra inteligencia. Dice el tipo que esa comisión habría de preguntar sobre lo sucedido a los propios palestinos sobrevivientes de la matanza. Y que estos, debido al terror al que los tiene sometido Hamás, mentirían, por temor a las represalias que contra ellos se tomarían si dijeran la verdad.

El tipo en cuestión, cuyos antepasados quizás sufrieran el horror nazi, llegará a su casa por la noche, besará a su mujer y a sus hijos, se sentirá satisfecho de su trabajo. Puede, incluso, que se llame Himmler.