10 de mayo de 2006

El pulgar del emperador

LO HABREMOS VISTO decenas de veces en las pantallas de los cines, en la sesión infantil, cuando éramos niños, y en las de la televisión, en las innumerables ocasiones en que la habrán pasado. Hablo de Quo Vadis, la inolvidable película del año 1951: Nerón, encarnado por Peter Ustinov, actor de aspecto tan bonachón como pintoresco, apuntaba con su dedo pulgar hacia abajo y ello significaba que el pobre gladiador vencido era rematado, o apuntaba al cielo, las menos de las veces, con lo que el vencedor se libraba de tener que atravesar con su espada el cuerpo sometido en la arena. Eran muy divertidas aquellas películas de romanos, de las que tanta historia aprendimos, o eso al menos pensábamos, la gente de mi generación. Luego nos dimos cuenta de que las cosas no eran tan simples. El curso de los acontecimientos, el que se cortara o no una vida, el que se emprendiera o no una guerra, el que se construyera o no una calzada romana, no podía depender de que al emperador le hubieran dolido las muelas en la noche anterior, o de que le hubiera sentado maravillosamente el asado bien regado que se había metido entre pecho y espalda a la hora del almuerzo.

Aunque vaya usted a saber. Hace tiempo que abandoné la ingenua creencia de que la razón y la lógica regían el funcionamiento de nuestra vida, de modo que ya nada me extraña. Pero uno confía (he dudado de si poner confiaba) en que las decisiones que afectan a los ciudadanos en un país democrático se tomen colegiadamente, tras los debates oportunos y sin que las decisiones personales tengan más peso del que deban teer. Para caudillos, con uno tuvimos bastante. Por eso la primera consideración que me hago, tras el sorprendente cambio de criterio manifestado por el presidente de la Junta de Extremadura acerca de la famosa autovía entre Cáceres y Badajoz, es la de en qué se habrá basado tan asombrosa rectificación. Porque ni con la mejor intención del mundo puede darse por válida esa peregrina excusa relacionada con la instalación en Cáceres de determinados grandes almacenes. ¡Por favor: que no se enteren fuera de aquí, que nos van a tomar a chirigota! ¿Tan tontos nos consideran?

Que conste que, como a todo hijo de vecino, me alegra el que por fin se acometa una obra que tanto va a mejorar las comunicaciones entre las dos capitales extremeñas (disculpen: soy de los de “Extremadura, dos: Cáceres y Badajoz”) y ojalá se hubiera tomado esa decisión hace años. Aunque, sinceramente, en mis frecuentes viajes entre ambas ciudades, con escaso tráfico a la vista, no haya echado tanto de menos una buena carretera de cuatro carriles como la echo cuando voy hasta Plasencia o hasta Trujillo. Pero, como digo, bienvenida sea la autovía. No olvido, en todo caso, que los 360 millones de euros que, en principio, costará la obra (luego probablemente se duplicará o triplicará la cifra, como suele suceder en estos casos), divididos entre el millón y pico de extremeños, supondrán un coste medio por habitante de unos 300 euros, pero, en fin, no es eso lo que más me llama la atención.

Lo que más me llama la atención, lo diré, es lo mismo que me sorprendía en las películas de romanos: que nadie, ni siquiera entre los más allegados, se permitiera discutir las decisiones del emperador. Bueno, en las películas aquello quizás tuviera su lógica: una objeción a Nerón podía costarles la vida. ¿Y aquí? Porque, me digo yo: ¿en qué lugar quedan los diputados regionales del partido mayoritario cuando ahora han de dar por bueno lo que ayer mismo se afanaban en dar por malo, cuando por poco sentido del ridículo que les quede habrían de ruborizarse leyendo en el diario de sesiones de la Asamblea de Extremadura sus propias palabras de hace media hora? Sé, y es un tópico con el que algunos intentan tranquilizar su mala conciencia, que en los ámbitos de la política, sobre todo cuando ésta se convierte en un medio de ganarse la vida, la ingestión de sapos y culebras es el pan suyo de cada día. Pero, claro, se trataba de sapos y culebras; nadie hasta ahora había hablado de dinosaurios. He de volver a ver Quo Vadis, para intentar aclararme.