30 de diciembre de 2007

"Disolución de la democracia". ¿Palabra de Dios?

MENOS MAL que sólo el Papa, por delegación divina, es infalible cuando habla ex-cátedra. Menos mal que esa extraordinaria prerrogativa de no errar no alcanza a cardenales y obispos; menos mal. Menos mal que cuando el cardenal García-Gasco, arzobispo de Valencia, afirma en la manifestación de hoy (30 de diciembre, ver foto) en Madrid que "nos dirigimos a la disolución de la democracia", puede estar errado. ¿Sin hache?

¿Crisis en el Tribunal Constitucional? Pues que, con la intermediación de Fernández de la Vega, se sustituya por la Conferencia Episcopal. Son los más fieles intérpretes de la Constitución.

En fin, Martín.

29 de diciembre de 2007

Terrorismo y miseria

UNA TRISTE COINCIDENCIA hace que mientras preparaba unas líneas sobre la conmovedora película Un corazón invencible, que narra de forma emocionante y objetiva el secuestro y posterior asesinato, en Pakistán, hace ahora seis años, del periodista americano Dan Futterman, me entere del asesinato de la ex primera ministra de dicho país, Benazir Bhutto. La película, cuyo guión se basa en un texto de la viuda del reportero, también ella periodista –interpretada por una magnífica Angelina Jolie– constituye una reflexión sobre cómo, en cualquier situación bélica o de crisis generalizada, son personas concretas, con nombre y apellidos, quienes sufren las consecuencias de la violencia y el terror.

El filme es en ciertos momentos un documental (algunas imágenes, como las de los prisioneros de Guantánamo, proceden de noticiarios de televisión) y cuando vemos en la pantalla las tumultuosas calles de Karachi, con sus más de ¡13 millones! de habitantes, cuando vemos la miseria de sus gentes, la extrema pobreza de sus barriadas, valoramos aún más la integridad de la periodista al proclamar, mientras su marido permanecía secuestrado, que en tanto no se elimine la miseria en la que malviven tantos seres humanos, no desaparecerá el terrorismo. El casi anunciado asesinato de Benazir Bhutto, cualesquiera que sean sus autores –se habla de grupos islamistas, pero también del propio servicio secreto pakistaní–, no es sino una muestra más de este estado de cosas.

Un corazón invencible atrapa al espectador por su crudeza y la confianza que transmite en que hay que vencer las adversidades; y lo hace sin palabras pretenciosas, simplemente con imágenes. Su conclusión, creo yo, es que las bombas, sean pegadas al cuerpo de un suicida, sean teledirigidas desde aviones de criminal precisión, no constituyen solución de un problema creado por la pobreza, los dogmatismos de uno u otro signo y la violación de los derechos humanos. Mientras subsistan las causas de la enfermedad, subsistirán los síntomas.

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26 de diciembre de 2007

La papeleta del elector

CUANDO UNO ERA estudiante universitario, en tiempos tan remotos que se van diluyendo en el recuerdo, una papeleta, como dice el bendito Diccionario de la RAE, hoy tan fácilmente accesible desde cualquier pantalla de ordenador, era el “papel que el alumno entrega al profesor el día del examen para que anote en él la calificación obtenida”. He dicho lo de universitario no por vanidad, que sería ridícula, sino porque era sólo allí, en la universidad, donde se utilizaba el procedimiento de marras. La costumbre era que el alumno, si la calificación le era favorable, diera un duro de propina al bedel. El típico estudiante estilo Casa de la Troya, de los que aún quedaban ejemplares, cuando recibía algún cate se las apañaba para falsificar esos pequeños documentos y hacerles creer a sus padres que estaba a punto de finalizar la carrera, aunque tuviera por superar diez u once asignaturas a sus treinta añitos. Como les digo, pura prehistoria.

Otra acepción del término según el DRAE es la de “papel en el que figura cierta candidatura o dictamen, y con el que se emite el voto en unas elecciones”. Probablemente, dadas las fechas que corren, sea la acepción que más rápidamente habrá acudido a la mente del lector. Por cierto, que ya iría siendo hora de que se cambiasen las cutres cabinas utilizadas en nuestros colegios electorales, así como las mesas en las que las personas que no llevan el sobre bien preparadito desde casa –normalmente, quienes no votan a los partidos que pueden permitirse un buzoneo exhaustivo– han de elegir a la vista de todo el mundo el papel que van a meter en la urna.

Pero no; el significado de papeleta en el que yo estaba pensando no era ninguno de los anteriores, sino otro que también encuentro en el Diccionario: “asunto difícil de resolver”. Porque, en efecto, no hace falta figurar entre esos dudosos de los que siempre hablan las encuestas (uno siempre tuvo el corazón a la izquierda) para que la decisión en el día de las elecciones resulte difícil. Eso sin barajar la posibilidad de la abstención o el voto en blanco, cuya defensa, como en cierta ocasión tuve la osadía de hacer, te puede llevar a la hoguera. Debiera caber la opción de fijarse en los candidatos, no en los partidos, pero, sinceramente, ¿alguien recuerda quiénes fueron nuestros elegidos en los últimos comicios? En el caso de Cáceres, por ejemplo, ¿cuántos pueden dar los nombres de dos o tres de los siete candidatos a los que enviamos a las Cortes en 2004? ¿Por sus obras los conocemos?

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24 de diciembre de 2007

A vueltas con los escaños

SE ESTÁ HABLANDO mucho en estos días de una hipotética (y poco probable, diría yo) modificación de la Ley Electoral, que hiciera más justo el reparto de los escaños del Congreso de los Diputados. Como suele decirse que una imagen vale más que mil palabras (aunque yo añadiría que depende de qué imagen y de qué palabras), he preparado este sencillo gráfico en el que se refleja el coste que supuso un escaño a cada partido o coalición presente en el Congreso, en la legislatura que ahora expira. (Haz doble click sobre la imagen para agrandarla).

22 de diciembre de 2007

Corazón y entrañas

HE QUEDADO SORPRENDIDO al leer algunos términos de la sentencia de la Audiencia Nacional que ha condenado a 525 años de cárcel por integración o colaboración con organización terrorista a un total de 47 personas, incluidos entre ellas algún ex senador y varios ex alcaldes de importantes poblaciones vascas. La sentencia afirma que aunque las organizaciones a las que pertenecían los condenados no constituyen una organización armada son “las entrañas y el corazón de ETA”, según expresión literal del tribunal. La importante decisión de la Audiencia ha llevado al consejero de Justicia vasco a afirmar que su Gobierno “no puede permanecer en silencio cuando ve cómo las leyes penales y su interpretación son retorcidas con la consecuencia de privar injustamente a ciudadanos de su libertad”. No debieran desdeñarse estas palabras, procedentes de alguien que, aunque no despierte muchas simpatías en la Moncloa o en la calle Génova, representa sin duda a una buena parte, acaso mayoritaria, de la ciudadanía vasca. Aparte de que, a mi modesto entender, resulte difícil contemplar la actuación judicial fuera del contexto político en que se ha producido.

Mi sorpresa, me apresuro a decirlo, no proviene de que esté más o menos de acuerdo con las abultadas condenas, que aún no son firmes –doctores tiene la Iglesia, según dicen– sino de la singularidad de los términos entrecomillados. Quizás también provenga de que mi formación, que reconozco ajena al mundo de las leyes, siempre me hizo pensar que en este tipo de decisiones, de consecuencias políticas y personales tan graves, las argumentaciones se prestarían poco a florituras literarias. Lo del “corazón”, en efecto, lo consideraba más propio de poetas, y lo de las “entrañas” de autores de tratados de Anatomía. Por ello, leer en una sentencia que lleva de una sola tacada a la cárcel a tantas personas expresiones como las que comentamos me hubiera parecido hasta ayer poco probable... Pero ya sabe el lector: la ignorancia es muy atrevida.

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20 de diciembre de 2007

¿Una nueva circunscripción electoral?

EN SU RECIENTE visita a Mérida, el ex presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, defendió una reforma de la Ley Electoral para “ajustarla a criterios de mayor igualdad”. Consistiría la reforma en crear una nueva circunscripción que, con los votos sobrantes en las circunscripciones tradicionales, permitiera elegir 50 diputados más de los que ahora se eligen. Según él, de tal manera “se rompería ese desequilibrio que hay con los partidos nacionalistas y se beneficiarían, ajustándose más a los apoyos que tienen, el Partido Popular, el Partido Socialista e Izquierda Unida”.
Debiendo ser bien acogida, en nuestra opinión, cualquier modificación legal que hiciera más equitativos los criterios de composición del Congreso, que hoy perjudican manifiestamente a Izquierda Unida, a la que un diputado le cuesta 4 veces más que al PSOE o al PP, hemos querido comprobar hasta qué punto la reforma sugerida por el profesor Peces-Barba modificaría la correlación de fuerzas en el hemiciclo. Antes de exponer los resultados obtenidos, acaso convenga recordar al lector que la Ley D’Hont, que regula la asignación de escaños en cada circunscripción, se aplica dividiendo el número total de votos obtenidos por cada partido entre 1, 2, 3... hasta el número correspondiente a los escaños en disputa (por ejemplo: 4 en el caso de Cáceres, 6 en el caso de Badajoz). Una vez realizadas esas divisiones, la asignación de escaños se hace ordenando de mayor a menor los cocientes obtenidos y asignando a cada uno un escaño hasta que éstos se agoten. Así, por ejemplo, si en una circunscripción con 4 escaños se presentaran tres partidos A, B y C, que obtuvieran 120, 96 y 47 votos, respectivamente, el primer y tercer escaño corresponderían al partido A (al que le sobrarían 40 votos), los escaños segundo y cuarto irían al partido B (al que sobrarían 32 votos) y el partido C se quedaría sin escaño, pese a los 47 votos obtenidos.

Pues bien, hemos empezado nuestro estudio anotando, circunscripción por circunscripción, cuántos escaños obtuvo y cuántos votos le sobraron a cada partido en las elecciones de marzo de 2004 y luego hemos sumado todos esos resultados. Lo que hemos obtenido no ha sido únicamente la composición actual del Congreso (con los 164 escaños del PSOE, los 148 del PP, etcétera), sino el total de votos sobrantes de cada una de las listas electorales (totales que, tras prescindir de las listas que no llegaron al 1% de los votos, han ido desde los algo más de dos millones en el caso de socialistas y populares y el millón largo de IU hasta las tres decenas de miles en el caso de Na-Bai). A continuación, como se puede figurar el lector, hemos repartido mediante la Ley D’Hont los 50 nuevos escaños de la hipotética circunscripción de ámbito nacional de acuerdo con esos votos sobrantes de cada partido.

Finalmente, añadidos esos nuevos escaños a los actuales hemos construido la tabla adjunta, que permite comparar la composición actual del Congreso con la que habría resultado si hubiera existido, en las elecciones de 2004, la nueva circunscripción propuesta por Peces-Barba.


Dejando para el lector la obtención de las conclusiones que estime oportunas, nosotros, tras realizar los cálculos anteriores, consideramos que la modificación legal sugerida por Peces-Barba no rompería el “desequilibrio” que, según él, hay con los partidos nacionalistas. No lo haría, a nuestro entender, por dos razones: la primera, porque ponemos en duda la propia existencia de ese desequilibrio, pues el coste actual de un diputado para los partidos nacionalistas (resultado de dividir el total de votos recibidos entre el número de escaños obtenidos) es similar al del PP y el PSOE; la segunda razón es que, a la vista de la simulación que hemos hecho, lo que perderían esos partidos en términos porcentuales se mediría en décimas, si no en centésimas.

Mucho más importante, a nuestro entender, es que si la nueva circunscripción llegara a existir mejoraría el trato que actualmente se da a Izquierda Unida. Ello puede resultarle, hoy por hoy, indiferente al PSOE, pero sugerimos al lector unos cálculos semejantes a los presentados, partiendo de resultados electorales más ajustados entre socialistas y populares. Puede que, en tal caso, resultara más evidente la importancia que podría alcanzar IU a la hora de reunir mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.

(Puede verse una versión más extensa de este artículo en http://www.corcobado.net/textosht/simulacionextensa.html)

19 de diciembre de 2007

La opinión pública

APARECIÓ EL OTRO DÍA en un diario una viñeta antológica: en la pantalla de un televisor, único objeto que se veía en el dibujo, un texto rezaba: “Yo soy la opinión pública”. Y así es: la televisión, la radio, la prensa moldean a su capricho eso que antes se llamaba “la mayoría silenciosa”. Y lo hacen sutilmente. Cuando se escribe con irónica displicencia que el líder libio, Gaddafi, “no es jefe de Estado ni de Gobierno, sino un Hermano Guía de la Gran Revolución de Al Fateh”, o se habla de esas invisibles 30 vírgenes que al parecer le acompañan, se está creando opinión. Y dado que ahora lo frecuentan Aznar, Zapatero o el Rey y no se le puede tildar, como antaño, de terrorista, habrá que apuntar sobre sus extravagancias. Al menos, que se sepa, no viaja a países lejanos a cazar osos en estado de dudoso equilibrio...

Los medios airearon en días pasados que el líder extranjero peor valorado por los españoles era Hugo Chávez, del que no suelen decir que ocupa su cargo tras sucesivas elecciones democráticas (algo que no todo el mundo puede alegar, dicho sea entre paréntesis). Bueno, pues muy bien, será el peor valorado por los españoles, no lo dudo. ¿Pero qué dice la opinión pública de Than Shwe? ¿Nada? ¿Ni siquiera sabe quién es ese individuo? Claro, el que el general birmano que dirige una dictadura implacable ordene disparar contra pacíficas manifestaciones de monjes budistas es algo sin importancia, que no merece la pena de ser recogido por esos encuestadores que se escandalizan por unas palabras a lo sumo descorteses de Chávez (no más descorteses, desde luego, que las de quien sin autoridad para ello le mandó callar).

¿Y que opinión tenemos los españoles de Robert Mugabe? ¿Mejor que la del venezolano, pese a que la dictadura, en Zimbawe, encarcele y torture a los opositores, impida a la gente desplazarse libremente por su país, mantenga a la población hambrienta y desasistida...? En fin, no creo que sean necesarios más ejemplos. La opinión pública, en efecto, es ella.

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15 de diciembre de 2007

Ley electoral injusta

ES MUY SENSATA, aunque matizable, la propuesta hecha recientemente en Mérida por el ex presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, acerca de la conveniencia de crear una nueva circunscripción electoral que, con los votos sobrantes en las circunscripciones tradicionales, permitiera elegir 50 diputados más de los que ahora se eligen. Resultarían así más equitativos los criterios de composición del Congreso que, en la actualidad, priman a los grandes partidos (incluidos los nacionalistas, grandes en sus respectivas circunscripciones) y castigan a Izquierda Unida. En la presente legislatura, por ejemplo, cada diputado del PSOE tuvo un coste, por así decirlo, de 67.000 votos, mientras que en el caso de IU fue de 265.000. ¡Cuatro veces más!

No es éste el lugar de explicar en detalle por qué la Ley D' Hont produce esta injusticia; baste con recordar que en provincias con escasa población, como las extremeñas, IU no obtiene los votos necesarios para entrar en el reparto de los pocos escaños disponibles, y tales votos, aquí y en muchos otros lugares, se pierden. Esto favorece al PP y al PSOE, pero no redunda en mayor crédito del sistema electoral.

Sin embargo, matizando lo que sostiene Peces-Barba, quien habla de “desequilibrio” a favor de los nacionalistas, la representación de esos partidos, fundamentalmente el PNV, ERC y CiU, en el Congreso de los Diputados no se ve aumentada en términos absolutos por el modo de repartir los escaños (a CiU cada parlamentario le supuso en las últimas elecciones 84.000 votos, por ejemplo). O, en todo caso, no más que la de los dos grandes partidos. Lo que sucede es que la ley electoral, injusta con Izquierda Unida, no lo es con ellos, al estar concentrados sus votos en pocas circunscripciones. Las papeletas que, dirigidas a la coalición de Llamazares, no se convierten en diputados no las aprovechan los nacionalistas precisamente, sino el PP y el PSOE. Por eso mismo, dudo que la propuesta del ex presidente del Congreso llegue a buen puerto.

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12 de diciembre de 2007

La importancia del profesor

DECÍAMOS RECIENTEMENTE aquí mismo que los análisis publicados después de que el Informe PISA 2006 viera la luz resaltaban el hecho de que a la hora de mejorar un sistema educativo, mucho más importantes que el presupuesto que se dedicara a este fin –aun sin negarle trascendencia- eran la calidad y la forma de selección de los profesores. Es un tema difícil de plantear, pues a veces los intereses gremiales priman sobre los generales, pero cuando se ha ejercido la docencia durante cerca de cuarenta años (por no hablar de aquellos en que se fue alumno) las cosas pueden verse con cierta libertad de criterio. No exenta, faltaba más, de la posibilidad de error.

Según mi modesta opinión son dos las condiciones inexcusables para que alguien pueda convertirse en un buen profesor. La primera, la de disponer de un suficiente bagaje científico. No se trata, desde luego, de que para explicar física en un instituto haya que figurar entre los candidatos al premio Nobel de dicha especialidad, pero tampoco es lógico que un veterinario, dicho sea sin ironía, pueda impartir clases de latín. Y legalmente es posible. Oposiciones hay en que se valora más recitar aspectos triviales de la última ley educativa que haber obtenido premio extraordinario en la licenciatura. Por no hablar de méritos tan pintorescos como los de conocer “la realidad educativa extremeña”.

La segunda condición se refiere a la capacidad de comunicación exigible en quien quiera trasladar conocimientos y actitudes a los chicos. No se trata de ser colega de ellos, pero sí de ser capaz de estimular su interés, de hacerles las clases atractivas, sin menoscabo de su seriedad; de ser acreedor de su respeto. Los responsables educativos debieran reflexionar sobre si los vigentes métodos de selección del profesorado (por no mencionar su inexistente evaluación) son los más adecuados, incluyendo en la reflexión la forma en que se constituyen los tribunales de oposiciones. Y debieran hacerlo libremente, sin aceptar presiones corporativas.

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8 de diciembre de 2007

Educación, dinero y profesores


SIENDO DE CAPITAL IMPORTANCIA
para cualquier país la educación de sus jóvenes, no es de extrañar que desde que se conocieron los primeros datos del último Informe PISA hayan abundado en la prensa española los comentarios sobre el mismo. En esta misma tribuna, hace unos días, tuvimos ocasión de reflexionar brevemente al respecto. Y hoy volvemos a hacerlo, porque hay algo nuevo que, a mi juicio, merece la pena destacar de lo publicado. No me refiero a los mediocres resultados sobre las habilidades y conocimientos de los alumnos, sino a las propuestas que el informe ofrece para su mejora. Algunas de ellas tienen rasgos inéditos y pueden ayudar a resolver un problema que nadie libre de prejuicios negará: el de la escasa calidad de nuestro sistema educativo.

Así, por ejemplo, se constata en lo recién publicado que siendo conveniente incrementar los presupuestos invertidos en educación, el económico no es el factor decisivo en la calidad del sistema. Testigos mudos de esto podrían ser los miles de ordenadores que duermen el sueño de los justos en las aulas de los institutos extremeños, desde que algún iluminado pensó, ingenuamente, que con ellos nuestros jóvenes llegarían a la excelencia académica. ¿No podrían haber tenido los sesenta millones de euros entonces dedicados a su adquisición mejor destino?

Pero más digno de mención es que esa constatación de que mayor gasto no siempre implica mejor calidad se acompaña de una afirmación esclarecedora: aunque medidas como la disminución del número de alumnos por clase eleven ligeramente los niveles educativos, es más destacable que los chicos cuyos profesores son de “alto rendimiento progresan tres veces más rápido que los que tienen profesores con bajo rendimiento”. Y aquí nos topamos con un tema tabú, del que pocos se atreven a hablar: el de cómo conseguir docentes que, por utilizar una expresión ajena, “sean muy buenos dando clase”. No hay espacio para tratar hoy este asunto, pero, si el lector lo permite, volveremos sobre ello.

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5 de diciembre de 2007

La violencia y las palabras

LO OÍMOS CADA VEZ que ETA comete un atentado: “con la violencia nunca conseguirán nada”. Y es probable que ello sea cierto, aunque no hayan sido las actitudes pacíficas precisamente, sino las bélicas y las revolucionarias, las que han conformado el devenir de la historia. Es un terreno ese, el histórico, que será mejor dejar a sus estudiosos, pero no creo que tópicos como el mencionado sirvan para explicar cómo surgieron las naciones o cómo cambiaron los regímenes políticos. Hay ejemplos tan cercanos de ello que no parece necesario entrar en detalles. Aquí sufrimos una dictadura que no nació, creo yo, de unas elecciones; o allí, en la antigua Yugoslavia, un movimiento que hace nada era tildado de terrorista está a punto de conseguir la independencia de Kosovo.

Nada de eso va a ocurrir en España, desde luego. La inmensa mayoría de los ciudadanos, incluidos los vascos, rechazamos el tiro en la nuca como medio de obtener lo que las urnas nieguen y, desde esa perspectiva, la inutilidad de la violencia parece indiscutible. Pero a la vista de algunos comportamientos observados en los últimos días, no me atrevería yo a mantener que ETA no logre absolutamente nada cada vez que aprieta el gatillo. Es duro decirlo, pero así son las cosas.

El lunes pasado, por ejemplo, se celebraron concentraciones en las puertas de ayuntamientos y otras instituciones para solidarizarse con las víctimas del último atentado. Y ya ven: graves insultos al presidente del Gobierno, ofensas a algún concejal madrileño por su condición sexual, profusión de términos tabernarios, ampliación incluso de “la brecha abierta entre el PP y la Asociación de Víctimas del Terrorismo”... En estas mismas páginas se atribuía ayer a los etarras la “miseria de la carencia de valentía entre las piernas”. ¿Argumentos de carácter genital, pues? Si lograr que personas a las que cabría suponer razonables y sensatas se expresen de tal guisa no constituye un éxito de la violencia, que alguien me explique de qué se trata.

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1 de diciembre de 2007

Nos siguen suspendiendo

NUNCA HE DUDADO de las buenas intenciones de quienes en los últimos años han legislado sobre temas educativos. Ni pensé que el propósito del PSOE con su denostada LOGSE fuera el de sacrificar el buen nivel de conocimientos de nuestros jóvenes en aras de la ineludible extensión de la enseñanza secundaria a toda la población, ni pasó por mi cabeza que la no menos denostada Ley de Calidad, del PP, pretendiera discriminar a unos estudiantes de otros según su origen social. Los juicios críticos que muchos profesores hemos emitido sobre las normas reguladoras de nuestro sistema educativo no han sido de intenciones. Lo han sido de hechos. Y éstos son tozudos.

Acaba de hacerse público un nuevo informe PISA. Ya se sabe: una evaluación que periódicamente realiza la OCDE de los sistemas educativos en los países desarrollados. Y, a mi juicio, lo más destacable de los resultados, en lo que a España se refiere, no es tanto que sigamos ocupando un puesto mediocre en el ranking internacional (a fin de cuentas, no estamos en una competición deportiva, y siempre habrá quienes se hallen por debajo de la media) sino lo que revelan sobre nuestra escasa equidad educativa, dada la gran diferencia de nivel existente entre los mejores y los peores alumnos. Ello pone en evidencia el fracaso de las últimas medidas legislativas. Porque uno de los propósitos que las ha inspirado, especialmente a las impulsadas por el PSOE, ha sido el de alcanzar una generalización de la educación que, con instrumentos como la famosa diversificación curricular, fuera compatible con la atención a las peculiaridades de cada alumno. Pero, por lo que se ve, las diferencias de conocimientos entre los escolares españoles no han disminuido en los últimos años. De modo que no se trata sólo de que nuestro nivel medio sea muy mejorable, sino que sigue habiendo muchos estudiantes con graves carencias. Por cierto: Extremadura no figura entre las comunidades autónomas que, voluntariamente, participaron en el estudio. Ignoro la razón.

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28 de noviembre de 2007

Alta costura en el Vaticano

¡VAYA SERMÓN, el que tuvo que aguantar la vicepresidenta del Gobierno en la cena que el Ejecutivo ofreció el pasado sábado en la embajada en el Vaticano en honor de los tres nuevos cardenales españoles, recién investidos por el Papa! Como se sabe, el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, en lugar de hacer el brindis que se supondría adecuado en tales circunstancias y agradecer, bien que hubiera sido con la boca pequeña, la complaciente actitud del Gobierno ante nuestra recalcitrante jerarquía eclesiástica, le echó a Fernández de la Vega una bronca de las de no te menees, alertándola, como si de una de sus ovejas descarriadas se tratara, del peligro de “construir una sociedad al margen de Dios”. ¿Otra vez los monseñores a vueltas con eso del divorcio, el aborto y otros males del laicismo? ¿Condenarán también los “ceses temporales de la convivencia”? ¡Estamos listos!

Tengo ante los ojos dos fotografías. La primera, tomada durante la cena en la embajada; la segunda, durante la visita que la vicepresidenta realizó horas antes al secretario de Estado del Vaticano, cardenal Tarsicio Bertone. ¡Cómo lamento no tener la pluma que se precisaría para glosarlas en la forma debida! En la de la cena puede verse a la vicepresidenta mirando perpleja al clérigo tronante mientras los otros comensales –se distingue entre ellos a Rouco Valera y a Cañizares– agachan la mirada, puede que incluso avergonzados por lo que oyen.

En la otra foto, aparecida en este mismo diario, Fernández de la Vega, cuyo esmero en el vestir es proverbial, luce un modelo negro que habrá considerado apropiado para la ocasión –¡tan amante como es ella de los colores vivos!–, completado con un sombrerito con velo, todo a juego. Pero no tiene nada que hacer. Los encajes de Bertone, sus puntillitas, de un blanco hiriente a la vista destacando sobre el rojo de la púrpura; su bonete de seda, recién planchado, son señal inequívoca de quién va a ganar el desfile. Por goleada. Una imagen, sí, vale más que mil palabras.

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24 de noviembre de 2007

Encuestas preelectorales

HE LEÍDO en algún sitio, y lo creo cierto, que buena parte del electorado español mantiene unos criterios ideológicos que le hacen comportarse de forma homogénea a lo largo de los años. Todos podríamos citar numerosos casos de personas que jamás votarían a la derecha y otros tantos de quienes jamás lo harían a la izquierda. Pero al margen de esas capas de población, cuyo porcentaje sobre el total no es fácil de precisar, existe un buen número de ciudadanos a los que todas las encuestas consideran como indecisos. Ellos son, paradójicamente, quienes deciden los resultados finales. Y es a ellos a quienes intentan seducir los partidos, más preocupados de suavizar sus rasgos extremos que de ofrecer ideas que pudieran hacerles perder votos. No habrá que extrañarse, pues, de que tanto el PP como el PSOE se esfuercen, por ejemplo, en prometer rebajas fiscales, aunque se cuiden de ocultar el coste que supondrán para el erario público. Lo importante es asegurarse la Moncloa por cuatro años. Luego, Dios dirá.

Debiera tenerse en cuenta la existencia de esas capas de indecisos antes de descalificar, como se está haciendo, ciertos sondeos recién publicados sobre los resultados de las próximas elecciones. El margen de la victoria que todos ellos pronostican para el PSOE se halla entre el 2 y el 6%. Pero, además, quienes descalifican estas encuestas debieran saber que toda estimación, como en Estadística se denomina a este tipo de estudios, está matizada por dos parámetros que suelen pasar desapercibidos. Uno de ellos, el margen de error, permitiría concluir que los sondeos no son tan discordantes como pudiera parecer a primera vista.

El segundo parámetro, el llamado nivel de confianza, mide la probabilidad de que la estimación sea certera. Nunca es del 100%. Es como si apostásemos que al lanzar un dado no saldrá el as: lo más probable es que ganemos, pero no es seguro. Eso sucede con los sondeos: que pueden errar; pero ello está en su esencia, no en la malicia de quienes los realizan.

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21 de noviembre de 2007

Aniversarios venidos a menos

DEAMBULANDO el pasado domingo por calles próximas a la Plaza Mayor de Madrid, en un día soleado, propicio para caminar sin rumbo y detenerse de vez en cuando a mirar con asombro los astronómicos precios de los menús ofrecidos por restaurantes y tabernas o las estatuas de carne y hueso con la que muchos intentan ganarse la vida, fuimos a parar, mis acompañantes y yo, a las proximidades de la Plaza de Oriente. Convendrá explicar a los lectores más jóvenes que en dicha plaza, lindante con el Palacio Real, organizaban los franquistas enormes manifestaciones de apoyo al régimen a las que se trasladaba gratuitamente en grandes flotas de autobuses, desde todos los puntos de España y previa entrega de bocadillos y alguna que otra bota de vino, a miles y miles de personas, que coreaban consignas tan elegantes como aquella de “si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos”, en referencia a una resolución de las Naciones Unidas contraria a la dictadura. El último de tales despliegues propagandísticos tuvo lugar, como se sabe, pocas semanas antes de la muerte de Franco, que apareció en condiciones patéticas en un balcón del Palacio Real junto a quien poco después sería proclamado Rey de España.

El caso es que, el otro día, creí por un instante haber hecho un viaje al pasado. En una esquina de la plaza, provistos de descomunales banderas preconstitucionales, vigilados a distancia por la policía y con una megafonía que convertiría en juego de niños la utilizada por esos anunciantes que nos agraden diariamente a los pobres cacereños con sus altavoces rodantes, un grupo de uniformados, que parecían sacados de una película de romanos, cantaban a voz en grito el Cara al Sol y otros himnos semejantes.

La principal reflexión que me hice fue sobre lo cruel que puede ser el paso del tiempo. Los paseantes, muchos de ellos extranjeros, miraban a los concentrados con cierta curiosidad, considerándolos quizás una parte más del espectáculo dominical. ¿Serán sólo eso, una reliquia del pasado?

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17 de noviembre de 2007

Se presume la inocencia

VEO AL ARZOBISPO de Granada, sentado en el banquillo —mejor dicho: en un sillón— de los acusados, y no puedo por menos que compadecerme de él y de todos los que, inocentes mientras no se demuestre lo contrario, son tratados como culpables convictos y confesos en muchos de los juicios celebrados en nuestro país. Este hombre, como digo, quizá por ser quien es, puede hacer descansar su voluminosa persona en un sillón de oficina algo cutre, insuficiente para su tamaño, y no en un banco de madera, pero ni siquiera tiene delante una mesita en la que apoyar los brazos, en la que colocar sus papeles, que supongo contenidos en la cartera que reposa en el suelo. Los fotógrafos, a la caza de tan extraordinaria pieza, lo atosigan con sus cámaras, mientras el clérigo cruza los brazos como diciendo ¡qué le vamos a hacer! Las piernas, dobladas y recogidas, procuran ocultarse a la vista de los demás.

Aunque en la fotografía que tengo en la pantalla sólo aparece el prelado, acusado de “un presunto delito de acoso moral, injurias, calumnias, lesiones y coacciones a un sacerdote”, me imagino a los miembros del tribunal juzgador medio metro por encima de él, instalados en enormes poltronas y luciendo sus almidonadas puñetas o como se llamen esos encajes bordados que muestran sobre las togas. ¿Contribuye esa escenografía a que la gente normal y corriente considere que la justicia, como se dice, emana del pueblo? No lo creo. Si se humilla tan innecesariamente a todo un arzobispo, se preguntará cualquier hijo de vecino, ¿qué no se hará con el común de los mortales?

A la vista del trato que reciben quienes entran como acusados en las salas de juicios, bien pareciera que lo que se presume en nuestro sistema judicial es la culpabilidad y no la inocencia. ¿Contribuirá a ello el empeño de periodistas y locutores en hablar de presuntos autores de un delito cuando debieran decir supuestos? No lo sé. El caso es que, culpable o inocente, sólo por sentarse el acusado en el banquillo tiene una condena.

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15 de noviembre de 2007

¿Fascista, Aznar?

LAS MENTES BIEMPENSANTES, de las que andamos más que sobrados en este ruedo ibérico, se han llevado las manos a la cabeza ante la actitud poco acorde con los usos diplomáticos mantenida por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile. Como se sabe, Chávez, tres veces elegido democráticamente para desempeñar su cargo, tildó de “fascista” al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar. A diestra, especialmente, pero también a siniestra, se han alabado la “comedida” actitud de Zapatero al salir en defensa de su antecesor en el palacio de la Moncloa y la menos comedida del Jefe del Estado español, quien, acaso motivado por ciertos resabios colonialistas, perdió el control exigible a quien ocupa tan alta magistratura y en un lenguaje que en nada tiene que envidiar al utilizado por el presidente venezolano le soltó a éste un “¿por qué no te callas?” que quizás hubiera sonado normal en épocas pretéritas, pero que hoy parece algo anacrónico. La respuesta de Chávez resultó inaudible.

Como nosotros somos de quienes pensamos que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, hemos de coincidir con el coordinador general de Izquierda Unida, Llamazares, quien a propósito del incidente de marras, y al margen de las malas formas que en él se exhibieron por ambas partes, afirmó que el hecho de que “a estas alturas alguien se escandalice” porque se censure la implicación y el apoyo del Gobierno de Aznar a la intentona de derrocar a Chávez en 2002 resulta “cuando menos, hipócrita”.

Pero es que, a mayor abundamiento, el Diccionario de la Real Academia Española, al que quizás fuera conveniente que acudieran con más frecuencia políticos y periodistas, entre las tres acepciones que incluye para el término fascista, ofrece una según la cual merece tal calificativo quien es “excesivamente autoritario”. Juzgue entonces el lector sobre el acierto o error de Chávez al atribuir ese rasgo al ex presidente Aznar.

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11 de noviembre de 2007

No somos finlandeses

CUALQUIERA QUE haya tenido la paciencia de leer algunos de los comentarios que con mi firma y sobre asuntos educativos han aparecido en estas páginas en los últimos años, sabrá que no soy precisamente un defensor de las correspondientes administraciones, tanto se trate del ministerio de Madrid como de la consejería de Mérida. Siempre he mantenido que críticas de las que antes se llamaban constructivas, aunque hoy el término suene a chiste, son necesarias para que los responsables políticos no se duerman en los laureles y puedan barajar opiniones que no procedan únicamente de quienes entonan la misma canción que ellos.

Ese forma de actuar quizás le conceda a uno cierta autoridad cuando, como ahora ocurre, siente la necesidad de denunciar el oportunismo que caracteriza a algunos políticos de la oposición. En esta ocasión quien provoca mi reflexión es el secretario general del PP de Extremadura, que recientemente manifestó que incidentes como el de Helechosa, en el que la abuela de una alumna tuvo un altercado con una maestra, u otros semejantes ocurridos anteriormente, son debidos al «fracaso» de las medidas de convivencia puestas en marcha por la Junta, y a los preceptos de la anterior Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), que «socavó» la autoridad de los docentes y dio a los alumnos «muchos derechos y pocos deberes».

Menos mal que el diputado que así se expresa no es finlandés. No quiero ni imaginar qué hubiera dicho ante el tremendo suceso en el que un alumno de esa nacionalidad mató a tiros a siete compañeros y una profesora antes de disparar sobre sí mismo. Sabe el lector que Finlandia, donde el 95% de sistema educativo es público, encabeza todas las clasificaciones sobre el nivel formativo de los jóvenes, que allí la docencia es la profesión de mayor prestigio social...Y pese a ello ocurren sucesos como el que comento, de los que nadie responsabiliza a las leyes vigentes. Claro que allí, para su fortuna, no tienen una oposición como la nuestra.


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8 de noviembre de 2007

Títulos devaluados

EL GOBIERNO, según leemos en la prensa, acaba de aprobar la anunciada medida que flexibiliza —¡vivan los eufemismos!— el bachillerato. Entrará en vigor el año que viene. Se trata de que los alumnos de primer curso que sean suspendidos en tres o cuatro asignaturas —de las ocho o nueve que constituyen el correspondiente plan de estudios— no habrán de repetir obligatoriamente dicho curso, pudiendo matricularse al año siguiente de varias materias de segundo. Como apreciará el lector, se trata de un modo tan sui géneris como pedestre de acabar con el llamado fracaso escolar. Un ¿estudiante? que, pongamos por caso, no alcance el nivel mínimo en materias tan fundamentales como Lengua, Inglés, Historia y Matemáticas, podrá pasar a la etapa siguiente como en el juego de la oca: porque le toca.

Y eso sucederá al tiempo que muchas compañías tecnológicas españolas están suplicando a las autoridades para que flexibilicen los criterios que permiten contratar a inmigrantes cualificados (ingenieros, matemáticos, físicos) procedentes de India o países del este de Europa, porque con los titulados españoles no cubren sus crecientes necesidades de personal debidamente preparado.

De modo que no es difícil predecir qué ocurrirá al cabo de unos años: los titulados en nuestro país verán su prestigio crecientemente cuestionado y los puestos de mayor responsabilidad, al menos en el mundo empresarial, serán ocupados por jóvenes procedentes de lugares donde, con menos asesores en los despachos de los ministerios de educación, y un nivel de exigencia académica como Dios manda, no se andan con tonterías a la hora de formar y seleccionar a los mejores. La flexibilidad, la falta de rigor, el progresa adecuadamente, que se inician en nuestros colegios e institutos y continúan en universidades, se volverán a corto plazo contra aquellos a quienes se dice proteger. Las intenciones de los responsables educativos serán buenas, no lo dudo, pero todos sabemos de qué está empedrado el camino del infierno.


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5 de noviembre de 2007

Ceuta, Melilla, Gibraltar

PODRÍA UNO SENTIR cierto pudor –y de hecho a veces lo siente- cuando opina públicamente sobre asuntos cuya naturaleza quizás hiciera aconsejable disponer de una mejor información antes de pronunciarse. Pero ese prudente criterio, llevado a sus últimas consecuencias, nos impediría a la mayoría de los ciudadanos manifestarnos libremente sobre muchos asuntos, renunciando así al ejercicio de uno de nuestros derechos fundamentales. Además, cuando uno habla sólo en su nombre a nadie más compromete, pues sus posibles errores únicamente a él le conciernen. No es comparable, por ejemplo, que un servidor de ustedes diga un disparate a que cierto expresidente autonómico, hoy convertido en vedette televisiva, haga público alarde de su filosofía de calendario zaragozano al afirmar que “en mi casa, como en todas, quien manda es mi mujer”. Manifestaciones tan cazurras no sólo lo desprestigian a él, sino que nos afectan a quienes fuimos sus representados hasta hace bien poco.

Pero volviendo al principio y concretando, alguien podría pensar que para opinar sobre la supuesta españolidad de las ciudades de Ceuta y Melilla o sobre el carácter británico del Peñón de Gibraltar, sería necesario poseer una solidísima formación académica, que permitiera desenvolverse con soltura en cuestiones históricas, culturales, políticas... Es muy probable que así sea, en efecto. Pero ese tipo de argumentos son perfectamente revisables y discutibles. Los de carácter geográfico, en cambio, son incontrovertibles. Basta con mirar un mapa.

En estos días está siendo noticia la visita de los reyes a las dos ciudades norteafricanas. Mi opinión sobre ese viaje es la misma que expresan muchos políticos españoles cuando algún miembro de la familia real británica visita Gibraltar. Hace tres años, por ejemplo, el Gobierno español expresó su «disgusto y contrariedad» por la visita de la princesa Ana de Inglaterra a la colonia. ¿Por qué extrañarse, ahora, de la reacción marroquí, totalmente mesurada por otra parte?

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31 de octubre de 2007

¿Servicios de atención telefónica?

CON GRACIA INSUPERABLE, narraba aquí mismo [El Periódico Extremadura] hace unos días mi buen amigo Salvador Calvo las mil y una vicisitudes que había sufrido en su heroico intento de lograr la devolución, por parte de cierta compañía telefónica, del importe indebidamente cobrado, no de uno ni de dos, sino de tres recibos en los que se le cargaba un dineral por cientos de SMS que él no había cursado. Nadie habrá puesto en duda que lo contado por Salvador sea cierto, porque, en mayor o menor medida, a todos nos habrá ocurrido algo parecido en más de una ocasión.

Mi última experiencia en la siempre arriesgada aventura de llamar a uno de esos centros telefónicos de atención al cliente, en los que te contesta una máquina a la que le resbala cuanto digas o un explotado trabajador que en ocasiones apenas si sabe farfullar dos palabras en castellano, sucedió el otro día, al poco de contratar, tras varias llamadas que se interrumpían al cabo de unos minutos, una mejora en mi conexión a internet. Luchando contra un molesto ruido de fondo, acaso originado porque mi interlocutora se hallara en Sri Lanka o en Papua Nueva Guinea, acordamos la contratación del servicio, así como que me enviarían un nuevo router, cuyo nada desdeñable importe cargarían en una próxima factura.

Recibido e instalado el aparatito, como la conexión no funcionara hube de recurrir al centro de supuesta atención telefónica. Tras varios minutos de música (a precio de la Sinfónica de Berlín, dada las tarifas vigentes), y varios “pulse uno, pulse dos, no diga tacos”, al final pude hablar con una joven que, la pobre, sólo fue capaz de pedirme perdón una y otra vez porque de aquello por lo que le preguntaba no tenía ni puñetera idea. Exhaustos ambos al cabo de dos horas de diálogo de sordos (y notablemente disminuido mi saldo bancario), la conversación finalizó cuando la chica vio la luz y, para salvarse, me dijo que no daban soporte a ordenadores como el mío. Lo que yo exclamé, a diferencia de Salva, no es reproducible en periódico alguno.

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28 de octubre de 2007

La uniformidad no es progresista

CONVERSANDO en cierta ocasión con un colega, defensor acérrimo de la política educativa seguida por los gobiernos socialistas en las últimas décadas, este contraponía a mis argumentos sobre el bajo nivel de conocimientos de los estudiantes actuales, en comparación con los de otras épocas, el hecho de que, como la población que hoy en día acudía a las aulas era muy superior a la que lo hacía décadas atrás, la "cantidad global de conocimiento", por así decirlo, era mucho mayor que antes. No me fue difícil rebatirle, aunque no creo que le convenciese, pues ya se sabe cuán gravemente se pierde la capacidad crítica cuando se entrega uno con armas y bagaje a las disciplinas partidistas. Me bastó con argumentarle que, de ser cierto lo que él mantenía, el país de mayor nivel científico y humanístico sería China: por poco conocimiento que cada uno de sus mil y pico millones de habitantes albergase, la masa global de ciencia de tan inmensa nación, según el razonamiento de mi amigo, sería insuperable.

Lo que se discute no es la posibilidad de que todo el mundo, sin excepción, disponga de medios de formación que antes sólo estaban al alcance de las capas más privilegiadas de la sociedad. Lo que se discute es que esa deseable generalización haya sido lograda, en muchos casos, a costa de un notable empobrecimiento de los niveles de conocimiento de los alumnos. Empobrecimiento que a quienes más perjudica no es a los hijos de las familias acomodadas, que ya contarán con otros medios para mantener su estatus, sino a aquellos cuya única forma de promoción social es la que se basa en la valía y los méritos propios.

El problema de hacer compatible la generalización del acceso a la educación, incluida la universitaria, con la consecución de los mayores niveles de formación no es de fácil resolución, pero las autoridades educativas debieran ser conscientes de que la uniformidad establecida por decreto ni es progresista ni favorece a largo plazo la desaparición de las diferencias sociales.

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25 de octubre de 2007

¡Qué cruz, señor!

LA AUTÉNTICA CARA de los políticos no hay que buscarla en los grandes discursos pronunciados en los parlamentos o lugares parecidos. Ni tampoco, habida cuenta de lo que los publicistas logran hoy en día, en lo que digan en televisión o en los mítines. Si tanto Rajoy como Zapatero, por ejemplo, en sus recientes vídeos, se han limitado a llevar hasta la caricatura lo que sus respectivos partidarios esperaban ver en ellos (gesto triste y aburrido, en el caso del gallego; jovialidad y modernidad en el caso del leonés), en realidad han sido meros interpretes de guiones ajenos. Aunque no todos los guionistas merezcan el Oscar.

Pienso que la verdadera faz, el auténtico carácter de los políticos, cualquiera que sea su importancia, se descubre cuando opinan a bote pronto; cuando se expresan espontáneamente, sin guión al que echar mano. Ejemplos de lo que digo los hay a montones en la actualidad, y, así, algún partidario del PP podría traer a colación la reciente declaración –acertada, a mi juicio- del Ministro de Justicia sobre el fin más o menos próximo de la violencia en el País Vasco. La muestra que pondré yo, más de andar por casa, la proporcionó hace unos días el alcalde de Navalmoral de la Mata al manifestar, a propósito de la Cruz de los Caídos existente en esa ciudad, que ese monumento erigido por la dictadura no debe tocarse pues está dedicado a “los caídos en todas las guerras”; como si el cambio de lápidas referentes a las “hordas marxistas” o parecidas que, supongo, también se haría allí años atrás, hubiera eliminado el carácter sectario de semejante vestigio de la Guerra Civil. Pero eso no fue lo peor, sino que luego remató su faena afirmando que “todos los objetivos de este presidente por accidente sólo conducen a dividir a la nación". Ya ven ustedes: Los más de once millones de votos obtenidos por el PSOE en marzo de 2004, sin contar el millón largo logrado por Izquierda Unida, fueron un accidente. Ni Goya hubiera retratado al alcalde mejor que sus propias palabras.

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21 de octubre de 2007

Oposición de opereta


SEREMOS TODO
lo europeos que se quiera, pero desde luego, en esta piel de toro, como antes se decía, se ven cosas que confirman el acierto, aunque sea por una vez y sin que sirva de precedente, de aquel famoso eslogan de Fraga: Spain is different. Lo digo porque por más esfuerzos que hago para imaginarme a un político francés, por ejemplo, defendiendo las bondades del régimen de Vichy y no condenando a Pétain debido a que bajo él mucha gente vivía tranquila, no lo logro. Ni el mismísimo Le Pen creo que se atreviera a sostener hoy en día tal despropósito.

Pero aquí, en efecto, somos diferentes. Aquí sí es posible que un melifluo Mayor Oreja, de voz jesuítica y maneras educadas, se pregunte, como si tal cosa, que por qué va a tener él que condenar el franquismo dada la "naturalidad y normalidad" con la que "muchas familias lo vivieron". O sea, que lamentar pero no condenar un atentado terrorista es, pongamos por caso, motivo para la ilegalización de una fuerza política que, guste o no, cuenta con el apoyo de miles de ciudadanos vascos, pero no condenar un régimen dictatorial que causó la muerte de cientos de miles de españoles se considera propio de un dirigente político con todas las credenciales de demócrata. Que no me digan que la cosa no es chusca.

Aunque, a fuer de ser sincero, tampoco sé muy bien de qué me extraño. Hace nada, en estas páginas, un diputado del mismo partido que Oreja, entre una maraña de números con pretensiones de rigor, y a propósito de si los Presupuestos Generales del Estado favorecen o perjudican a Extremadura, hablaba de "los engañados por este presidente sin rubor [Zapatero], que juega con la buena fe de sus compañeros y de todos los ciudadanos". Con ese argumento no sé para qué abrumar al lector con cifras. Éste, el lector, que no es tonto, quedará convencido por la moderación y las buenas formas del señor diputado, compañero de filas de Oreja. Definitivamente, con esta oposición de opereta los del PSOE pueden dormir tranquilos.

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19 de octubre de 2007

¿Violencia en la escuela?

HAY ASUNTOS, como el de la supuesta violencia en las aulas, que resultan resbaladizos y sobre los que hay que andar con tiento. Pero si se procura ser respetuoso con opiniones distintas de la propia y se intenta no sentar cátedra, cabe esperar comprensión aunque se mantengan criterios no muy al uso.

Hago el breve exordio anterior porque el propósito de estas líneas es trasladar al lector algunas ideas producto de la lectura en la prensa de las extensas crónicas sobre lo ocurrido recientemente en un colegio de Navalmoral, en el que dos profesores fueron “agredidos por la abuela y la madre de un niño de 7 años”. Y sin quitar ni un ápice de trascendencia a lo ocurrido, que tendrá que determinar en su dimensión exacta el juez ante el que se ha cursado una denuncia, habrá de admitirse que prestar atención desmesurada a un suceso tan excepcional como ese puede deberse, entre otras causas, a la existencia de un clima en el que casi si está deseando que ocurran tal tipo de cosas para poder exclamar: ¡Ves cómo te lo decía yo!

No se trata de recordar con nostalgia, ni muchísimo menos, aquellos recreos escolares de antaño, en los que las peleas, a veces brutales, entre los chavales eran pan nuestro de cada día, ni a aquellos maestros que a falta de otros recursos para mantener la disciplina recurrían a métodos que hoy tildaríamos de cuarteleros, pero al hablar de incidentes como el que comento debiera extremarse la prudencia para no extender, aun con la mejor intención posible, la errónea imagen de que nuestras aulas son ingobernables y que en ellas reina el desorden y la anarquía. Que el juez condene con la pena que corresponda, si corresponde alguna, a la madre y abuela del niño ¡de 7 años! “de carácter agresivo”, que el profesor ofendido reciba las reparaciones a su honor a que sea acreedor, pero procuremos no hacer del grano un granero y no dar de buena fe argumentos a quienes, si pudieran, volverían a implantar la escuela del crucifijo y los dos retratos.

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18 de octubre de 2007

Periódicos en Internet


COMO SÉ QUE
los responsables de este diario [El Periódico Extremadura] son gente de mentalidad abierta, críticos cuando han de serlo, elogiosos cuando corresponde y receptivos a las sugerencias de sus lectores, estoy seguro de que me permitirán dedicar el comentario de hoy a la versión digital del periódico, que buena parte de los lectores de esta edición impresa conocerán sobradamente.

Las versiones en internet de los periódicos están creciendo de manera acelerada (diría exponencial, si no fuera matemático) y, al mismo tiempo que ganan en la inmediatez con la que trasladan a sus lectores las últimas noticias, ofrecen opciones de participación imposibles con los medios tradicionales. A esto que ustedes están leyendo nadie podría objetar nada en el papel. En la versión digital, sí. Y de hecho son muy abundantes los comentarios que aparecen habitualmente al poco de colocarse en la Red la edición de cada día.

Pero debiera reducirse al mínimo, y hay medios para ello, la posibilidad, como decía recientemente alguien en otro lugar, de que los foros se conviertan “en la guarida de los sin nombre, en el reino de los alías”. No se trata ya de evitar que pueda ofenderse gravemente a alguien que haya opinado a cara descubierta, sino de que se haga con total y absoluta impunidad. Todos los comentarios expuestos a la luz pública debieran pasar por un control y sus autores debieran estar plenamente identificados. ¿No ocurre eso con, por ejemplo, las cartas al director, sin que nadie hable de censura?

Otro aspecto que, a mi juicio, debiera cuidarse más es el referente a los sondeos hechos entre los internautas. Así, hace poco, se planteaba a los lectores: “La encuesta del CIS dice que Fernández Vara es el segundo presidente autonómico mejor valorado. ¿Está de acuerdo?” ¡Hombre, respondo yo, cómo no voy a estar de acuerdo con las conclusiones de una encuesta efectuada con todos los requisitos! Es como si me preguntaran si estoy de acuerdo con la teoría de la gravitación. ¿Podría decir que no?

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13 de octubre de 2007

Ha llegado el tapicero


NO SÉ SI
el meritorio esfuerzo de tantas personas como se hallan embarcadas en el objetivo logrará que Cáceres sea declarada Capital Europea de la Cultura en el dichoso 2016. Dicen ciertas autoridades que para conseguirlo es preciso que la gente “se lo crea”. Vale. Nos lo creeremos. Pero ya me conformaría yo con que algún día nuestra ciudad fuera simplemente la capital extremeña de la buena educación. Me daría con un canto en los dientes.

Lo digo después de algunas experiencias de las que todos podemos sufrir sin más que salir a la calle. Por ejemplo, cuando nos encontramos en la cola para comprar el periódico y sus accesorios (películas, discos, fascículos, medallitas de la Virgen...) y pasa a nuestro lado un espécimen de simio cuya moto emite tal ruido que provoca la ruptura de nuestros tímpanos. Va el macho, eso sí, provisto de casco, aunque no se acabe de entender qué pueda proteger dicho adminículo. Siendo imposible que haya un policía en cada esquina, aceptamos resignados que nadie retire al individuo su agresiva máquina y lo condene a galeras. O a un zoo.

No nos hemos recuperado del susto cuando “ha llegado el tapicero”, según repiten una y otra vez los altavoces de una furgoneta que recorre inmisericorde nuestras calles. Es digno de respeto quien se gana la vida de forma tan honrada como esa, pero ¿de veras precisa molestar con su invasiva publicidad a todo bicho viviente? Y lo peor es que este que ha llegado contará, al contrario del motorista incívico, con autorización municipal. ¿Qué tal si aparcase la furgoneta durante un buen ratito frente al despacho de la alcaldesa?

No hay más espacio. Otro día les hablaré, si vivo para entonces, de quienes al volante de sus macarra-coches se saltan los semáforos y ante las protestas de los asustados peatones les ofrecen ese bonito gesto de alzar el dedo corazón, mientras doblan los otros, para expresar cuánto les importan sus quejas. Hasta entonces, creámonos lo de la capital de la cultura, ¿vale?


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11 de octubre de 2007

¡Viva la tortilla española!


PIDE RAJOY a su parroquia (dicho sea sin doble sentido), en el famoso vídeo grabado a propósito del 12 de octubre, que "en casa, en la calle, de forma individual, con la familia o con amigos", manifiesten el orgullo que sienten por ser españoles, animándoles a hacer gestos públicos "para mostrar lo que guardan en su corazón". De modo que yo, en la imposibilidad de hacerme un ecocardiograma en tan breve espacio de tiempo, ya he decidido cómo cumpliré su ruego: La tortilla que pensaba llevar al campo no será francesa. La haré española.

10 de octubre de 2007

Faltan matemáticos


ESCRIBE HOY
Carlos Benítez, catedrático de Análisis Matemático de la Universidad de Extremadura, con la gracia y el rigor que le caracterizan, en el periódico Extremadura, sobre la alarmante escasez de estudiantes de Ciencias Matemáticas, no sólo en nuestra universidad, sino en toda España. Y poco se puede aportar a lo que él tan bien dice. Si acaso podría echarse en falta en sus palabras alguna referencia a esta cultura predominante en virtud de la cual el esfuerzo no merece la pena. Se busca el rendimiento inmediato. Y en eso, mi amigo Carlos habrá de admitir que el panorama está muy crudo. Mientras puedan obtenerse titulaciones en disciplinas de importancia inversamente proporcional a la longitud de la enrevesada denominación que reciben con la quinta parte del esfuerzo y dedicación que requiere alcanzar una licenciatura en matemáticas o una ingeniería superior, y mientras empresas y Administración no discriminen según la preparación de los aspirantes a empleo, será difícil que las tornas cambien.

Escribir para mojarse


DECÍA HACE POCO
cierto articulista que para escribir en lugares como este que, cuando llueve, la gente se moja, no merecía la pena el esfuerzo. Que había que opinar sobre asuntos propicios al debate, la polémica. Y estoy de acuerdo, si me permiten la inmodestia. Se debiera escribir, valga el juego de palabras, para mojarse, para nadar a contracorriente, para provocar discusión y controversia. ¿Va uno, por ejemplo, a mencionar a este o aquel político para deshacerse en loas y alabanzas? Parece innecesario; ya habrá algún escritor de cámara que se encargue de ello. ¿Va uno a felicitar a un alcalde por un parque recién inaugurado, pagado con nuestro dinero, o por una exposición en cuya apertura se puso las botas a base de canapés? Los lectores agradecemos, creo yo, opiniones que se salgan de lo políticamente correcto, de lo trillado. Acogemos gustosos a quienes se arriman al toro. Aunque a veces resulten cogidos. Nos agradan quienes, como dice Juan Goytisolo de manera magistral, prefieran equivocarse por su cuenta a tener razón por consigna.

Pero nadie piense que para seguir esas peligrosas veredas sea preciso opinar sobre asuntos de gran trascendencia. A veces se puede mostrar independencia de criterio hablando de cuestiones cotidianas, domésticas. El otro día, sin ir más lejos, apareció aquí mismo la rotunda opinión de un profesor acerca del lamentable espectáculo ofrecido por numerosos jóvenes que en estado de ebriedad decían celebrar en las calles extremeñas la llegada a la universidad de las nuevas promociones de estudiantes. Lo que algunos habían llamado “desembarco universitario”, él lo tildaba certeramente de manifestación de “absentismo, alcohol, suciedad y todo lo que aleja de una vida universitaria”. Y así es. Como que dos más dos son cuatro. Y está bien que alguien con autoridad lo diga abiertamente. Se expondrá a ser tachado de antiguo, carca y retrógrado. Pero no debiera importarle: siempre habrá quien confunda el culo con las témporas.

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8 de octubre de 2007

Todos a la cárcel


NO SOY EXPERTO EN LEYES,
y quizás por eso no acabe de entender el encarcelamiento generalizado de dirigentes de Batasuna. ¿Controlaba Garzón las reuniones de la cúpula abertzale desde junio de 2006, y es sólo ahora, en la duodécima ocasión en que se han reunido desde entonces, cuando cometen delito? ¿Hasta el pasado jueves ninguno era acreedor de prisión y hoy lo son todos? ¿Son colectivas las responsabilidades penales? ¿Tan peligrosas son estas personas que cuando la policía, autonómica o no, las detiene y conduce esposadas, ante las cámaras, las obliga físicamente a inclinar la cabeza, como si de vulgares navajeros se tratara? No lo entiendo. Pero ya lo dije: no soy experto en leyes.

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7 de octubre de 2007

Prietas las filas


AFORTUNADOS QUIENES
no entiendan el encabezamiento de estas líneas. Afortunados, porque Prietas las filas era el himno del Frente de Juventudes, la organización juvenil de Falange Española, el único partido permitido durante la larga dictadura franquista; y no saber de qué iba eso de las filas, ni lo de los “camaradas que fueron a luchar, el gesto alegre y firme el ademán”, es síntoma de haber vivido desde pequeñito en democracia. En las tres o cuatro estrofas del himno de marras (según veo en Internet, no vaya alguien a pensar que me lo sé de memoria) se repetían una y otra vez los mismos vocablos: España, bandera, patria... España, bandera, patria... ¿Les suena? ¿Capta el lector por qué hablo hoy de estas cosas?

En efecto. Lo que escribo viene a cuento de la movida que están organizando Acebes y compañeros mártires con motivo de la próxima celebración del 12 de octubre, festividad a la que no me extrañaría nada volvieran a llamar, para recuperar la denominación tan cara a sus progenitores ideológicos, Día de la Raza. Aunque no; probablemente esté yo exagerando e incluso a ellos eso de la raza les resulte excesivo y se conformen con lo de España una, grande y libre; y las banderas, claro. Quien fuera ministro del Interior de Aznar dice que el objetivo del PP, usando en su propio provecho una festividad cuyo carácter institucional debiera preservarse a toda costa, es lograr una movilización en defensa de la Nación. Así, con mayúsculas. De modo que habrá que suponer que la nación, la española, está en peligro. La acosarán, digo yo, sus enemigos tradicionales: los rojos, los separatistas, los masones, ¿los demócratas...? Y por ello don Mariano, don Ángel y sus huestes se disponen a defenderla. Ungidos por obispos montaraces que ceden sus púlpitos radiofónicos a incendiarios más peligrosos que los chavales que queman unas fotos, se agruparán, prietas las filas, para marchar “cara al mañana que nos promete Patria, Justicia y Pan”. ¡Pues estamos aviados!

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3 de octubre de 2007

Cuestionar la monarquía


ME ENTERO,
gracias a este diario [El periódico Extremadura], de que nada más y nada menos que el presidente del Tribunal Supremo, Francisco Hernando, aprovechó su reciente presencia en unas jornadas en Cáceres para asegurar que “quien cuestiona la figura del Rey cuestiona la transición a la democracia”. Y como uno mismo podría hallarse en esa situación, tan resbaladiza, acude al Diccionario de la Real Academia. Allí encuentra, en una primera búsqueda, que cuestionar es “controvertir un punto dudoso, proponiendo las razones, pruebas y fundamentos de una y otra parte”. Y, luego, que controvertir es “discutir extensa y detenidamente sobre una materia defendiendo opiniones contrapuestas”. Y entonces queda tranquilo. Porque, que uno sepa, salvo quienes por extraños motivos aceptan como dogmas lo que alguien establece en Roma o Madrid, lo normal entre ciudadanos, y no súbditos, es discutir, razonar, poner en cuestión cualesquiera de las decisiones tomadas por gobernantes y legisladores. Incluso por jueces, aunque se trate de algunos tan prominentes como el señor Hernando, no sólo presidente del Tribunal Supremo, sino de ese desprestigiado Consejo General del Poder Judicial que debiera haber sido renovado hace meses y que se encuentra, según los entendidos, sumido en la inanición.

De modo que, efectivamente, podríamos discutir sobre la transición a la democracia. Es cierto que muchos, bajo el franquismo, padeciéndolo –no como algunos demócratas “de toda la vida”, beneficiándonos de él–, nos hubiéramos dado con un canto en los dientes si con ello hubiéramos contribuido a alcanzar una situación de libertades como la actual. Pero de ello a admitir que la monarquía, hereditaria, encarnada en alguien que goza de inviolabilidad absoluta y no está sujeto a responsabilidad ni veredicto en las urnas, es la manifestación suprema de democracia, o que la Transición fue un proceso milagroso que hay que guardar en un relicario sin tocar, porque se rompe, media un gran trecho. Estamos en 2007, ¿no?


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30 de septiembre de 2007

Medallas para todos


OCURRIERON EN UN INTERVALO DE HORAS,
hace unos días, tres trágicos sucesos en los que perdieron la vida varias personas. El primero, el ataque realizado en Afganistán contra una patrulla de militares españoles de los que forman parte de la misión de la OTAN. Como se sabe, fallecieron dos de ellos; uno de origen extremeño, de 33 años, y otro ecuatoriano, mucho más joven. Fue al tiempo que un displicente Bush saludaba de refilón, mientras se cruzaba con él en una sala de la ONU, a un Zapatero de cara convertida en poema ante la grosería. ¿Qué será, por cierto, de aquellas mujeres enfundadas de pies a cabeza en el burka, cuyas imágenes mostraron una y mil veces los telediarios en los días previos a la invasión del país asiático? ¿Se habrán liberado por fin de la prenda infame?

Se produjeron, digo, tres sucesos. A los militares fallecidos ya se les han tributado funerales de Estado, presididos por los reyes, y el Gobierno les ha concedido medallas en reconocimiento de sus méritos. Perfecto. Pero los otros acontecimientos no tuvieron tanta trascendencia mediática. En uno de ellos, un guardia civil de tráfico murió arrollado por un camión cuando ayudaba a unos accidentados, cerca de Madrid. No sé cómo ocurrieron exactamente los hechos, pero me imagino al agente despreciando el peligro para auxiliar a quien lo necesitaba. Me impresionó la noticia, oída en la radio, de la que luego no encontré ampliación en ningún otro lugar. ¿No merece ese guardia reconocimiento público?

Como también merece reconocimiento mayúsculo la cuarta persona fallecida en esos días mientras trabajaba. Era una modesta percebeira gallega, de 64 años de edad, que se ganaba la vida en la costa lucense arrancando el marisco de las rocas batidas por el oleaje. Un golpe de mar la sorprendió y la pobre mujer desapareció entre las aguas. 64 años, repito. Nadie habló, tampoco en este caso, de funerales de Estado, ni de medallas. ¿Acaso no era su trabajo tan honrado y meritorio como el que más?

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28 de septiembre de 2007

Honras fúnebres


HAN OCURRIDO HACE NADA
tres sucesos que costaron la vida a varias personas. El primero, el ataque realizado en Afganistán contra una patrulla de militares españoles. Como se sabe, fallecieron dos de ellos. Fue al tiempo que Bush saludaba de refilón, mientras se cruzaba con él en una sala de la ONU, a un Rodríguez Zapatero perplejo ante la grosería. ¿Qué será de aquellas mujeres enfundadas de pies a cabeza en el burka, cuyas imágenes mostraron una y mil veces las televisiones en los días previos a la invasión del país asiático? A los militares fallecidos se les han tributado funerales de Estado y se les han concedido merecidas medallas póstumas.

Pero los otros acontecimientos no tuvieron tanta trascendencia. En uno de ellos, un guardia civil de tráfico murió arrollado por un camión cuando ayudaba a unos accidentados. Me impresionó la noticia, oída en la radio, de la que luego no encontré ampliación en ningún otro lugar. ¿No merece ese guardia reconocimiento público?

Como también merece reconocimiento mayúsculo la cuarta persona fallecida ese día mientras trabajaba. Era una modesta percebeira gallega, de 64 años de edad, que se ganaba la vida arrancando el marisco de las rocas batidas por el oleaje. Un golpe de mar la sorprendió y la mujer desapareció entre las aguas. Nadie habló en este caso de funerales de Estado, ni de medallas.

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27 de septiembre de 2007

Malos padres y matemáticas


LEO UNAS DECLARACIONES
del nuevo presidente regional de la confederación católica de asociaciones de padres de alumnos (CONCAPA), acerca de las causas que han contribuido a que, según él, los padres participen escasamente en la educación de sus hijos. Acaso no le falte razón cuando menciona la “falta de tiempo” que entrañan los nuevos modos de vida, con ambos cónyuges trabajando fuera de casa, o las nuevas formas de entretenimiento doméstico, en las que la televisión y el ordenador resultan tan absorbentes. Quizás no le falte razón, digo, aunque sus palabras desprendan un cierto aroma a algo rancio, falto de ventilación.

Sin embargo, con lo que este buen señor ha provocado mi perplejidad ha sido con su afirmación de que el desentendimiento de los padres por la educación de sus hijos empezó “con la matemática de los conjuntos”. Como, según él, “los padres no lo entendían, dejaron de ayudar en los deberes”. ¿También en los de Geografía o Lengua? ¿Dejaron de explicar a sus retoños qué está bien y qué mal, qué está permitido y qué no, por culpa de los conjuntos?

Aseguro al lector que nunca, desde mis lejanos tiempos de estudiante en la facultad de ciencias de Zaragoza, cuando la Teoría de Conjuntos se hallaba en pleno apogeo, había oído sobre ella nada tan peregrino. Se habló mucho en tiempos, aunque ahora se trataría de una discusión anacrónica, de que su estudio podría reducir la capacidad intuitiva de los chicos, de la excesiva primacía que otorgaba a los aspectos formales de las matemáticas sobre los de fondo... Pero eso de que fuera el detonante del abandono por parte de los padres de sus responsabilidades, eso, créanme, no lo había oído en mi larga vida docente. ¡Y cuidado que he oído cosas!

Digo yo que cuando la CONCAPA defienda ante la Administración su postura en relación con los asuntos educativos aportará argumentos más sólidos que los aducidos por su presidente al culpar a los pobres conjuntos de males a los que fueron tan ajenos, ¿no?

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23 de septiembre de 2007

¿Superstición o hipocresía?


UN BUEN AMIGO MÍO
no puede evitar tocar madera en cuanto oye algo que le inquieta. Y como eso, enterarte de algo que te inquiete, se hace más frecuente a medida que se cumplen años, el hombre no para de tocar y tocar. Se trata, desde luego, de una persona supersticiosa. Define el DRAE superstición como "creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón". Sorprendente manera, por cierto, de diferenciar entre la fe religiosa y lo contrario a la razón, pero mejor no meterse en jardines floridos.

Digo lo anterior porque hace un rato, mientras hacía zapping, me he topado con la retransmisión de un partido de fútbol. No me pregunten de cuál. Uno se quedó en la alineación del Athletic de cuando Carmelo y Gaínza, y no se ha puesto al día desde entonces. Y en esa retransmisión apareció la imagen de un futbolista que "saltaba al terreno de juego" para sustituir a otro. El joven en cuestión, que acaso en un solo mes ingrese en su cuenta corriente más pesetas —el dinero de verdad se sigue contando en pesetas— que el mejor investigador contra alguna enfermedad mortal en toda su vida, se persignó una, dos, tres... no sé exactamente cuántas veces. Lo hizo tan rápido que me fue imposible contarlas.

Y ello me sumió en la melancolía. Porque uno, acaso por razones genéticas, acaso por formación, acaso simplemente por sentido común, siempre creyó que la humanidad progresaba según envejecía y confió en que las supersticiones formaban parte de un pasado que iría quedando en el olvido. Pero no. La irracionalidad sigue rigiendo muchos de nuestros actos. De modo cuando algunos importantes personajes llevan a su última hija ante no sé qué virgen para que la proteja (bajo la mirada complaciente del cardenal Rouco Velera, faltaba más), o cuando el mismísimo George Bush invoca a Dios antes de ordenar su penúltima invasión, no harán sino lo mismo que el multimillonario y acaso iletrado futbolista: manifestación pública de su superstición. ¿O acaso se trata de hipocresía?

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20 de septiembre de 2007

Calidad educativa y sindicatos


CASI CUARENTA AÑOS
como profesor le confieren a uno, creo yo, cierta autoridad para opinar sobre temas educativos. Y al decirlo no pretendo que la educación haya de ser competencia exclusiva de los docentes; como tampoco debiera ser competencia exclusiva de los médicos la organización de la sanidad, pongamos por caso. En eso coincidíamos un viejo amigo y yo cuando hace unos días charlábamos tras reencontrarnos al cabo de un montón de años. Durante ese tiempo él ha ejercido como profesor en uno de los más prósperos países europeos, mientras yo mismo lo he hecho aquí, en Extremadura.

Tras exponerle algunas verdades de perogrullo sobre la situación de la enseñanza en nuestro país (como que la deseable igualdad de oportunidades para acceder a cualquier tipo de estudios no debiera implicar una igualdad de salida, por ejemplo), él mencionó algo que le había llamado la atención a su regreso a España: que nadie controlara in situ el trabajo de los docentes. Le sorprendía que un profesor pudiera estar cuarenta años en activo sin que nadie examinara ni una sola vez, de forma directa, su trabajo. En el país del que él venía era normal que los inspectores acudieran con regularidad a las aulas y eso a nadie le extrañaba. Como tampoco lo hacía que se evaluara al profesorado mediante encuestas a los alumnos.

Tuvimos que interrumpir nuestra plática cuando iba yo a mencionar el papel desempeñado por los sindicatos docentes, para no culpar de todo lo que ocurre a las administraciones educativas. ¿Se imagina el lector la que se montaría si ministerio o consejerías anunciaran controles periódicos del trabajo de los profesores? ¿Se figura quiénes encabezarían las más sonoras protestas? Mientras que la defensa de los derechos de los docentes no se acompañe de medidas para separar el trigo de la paja, mientras que lo rechazable para el alumnado —todos café— no sea también rechazable para los profesores, nos quedará mucho trecho por recorrer para acercarnos a los países más avanzados.

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16 de septiembre de 2007

Quema de fotos


LAS RAZONES SERÁN DIVERSAS,
pero parece difícilmente objetable que empieza a cundir un cierto sentimiento antimonárquico en la sociedad española. Especialmente entre sus sectores más jóvenes, que, afortunadamente para ellos, no se ven condicionados, a la hora de enjuiciar a la institución encarnada por don Juan Carlos, por experiencia tan nefasta como la de haber conocido de primera mano la dictadura franquista. Estos jóvenes republicanos actuales son, desde ese punto de vista, mucho más libres que sus padres, acaso monárquicos a la fuerza. Y no se me entienda al pie de la letra.

Que yo sepa no se han hecho encuestas científicamente contrastadas sobre el famoso asunto de la portada de la revista El Jueves, pero si uno diera crédito a ciertos sondeos que se publicaron en internet, la mayoría de los españoles no consideramos que la publicación del dibujo en cuestión constituyera un ilícito penal. ¿A la cárcel por ser autor de la caricatura? ¿Por publicarla? Parece excesivo, creo yo. Como parece excesivo que la Fiscalía de la Audiencia Nacional esté investigando unos incidentes acaecidos el otro día en Gerona, cuando un grupo de jóvenes independentistas quemaron en la calle fotos del rey. Me trae esto a la cabeza aquel mínimo gesto de protesta, infantil si me apuran, que algunos nos permitíamos en la época del invicto caudillo, cuando al poner el sello con su rostro en una carta, lo hacíamos colocándolo cabeza abajo. No se rían, por favor. ¡Un amigo mío pasó tres meses en prisión por llevar en su agenda escrito "aquí nadie come carne, nadie come fruta, y todo por culpa de un hijo... del Ferrol"!

¿Incurriríamos en un delito de injurias si hoy le diéramos la vuelta a un sello? Mucho me temo que tal y como se están poniendo las cosas en la Audiencia Nacional, sería aconsejable que nos lo pensásemos dos veces. Es probable que el monarca, al que no cabe atribuir ni un pelo de tonto, haya recordado en más de una ocasión aquello de "de mis fiscales, digo amigos, me libre Dios, que de mis enemigos me encargo yo".

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12 de septiembre de 2007

¡Que vienen los social-comunistas!


HAY QUE QUITARSE
el sombrero ante la suerte de los señores del PSOE. ¡Qué oposición tienen! A nivel nacional, hasta el mismísimo Fraga, tras su apoyo a Ruiz Gallardón, pasa por progresista en las filas de un partido que navega tan escorado a estribor que a poco que se descuide su capitán —si es que lo tiene— naufragará, dejando a sus tripulantes en pelota picada a merced del oleaje. Aburren con su cantinela, que ni ellos se creen, de la rendición del Gobierno a ETA, con su alianza con Cañizares y su banda en la batalla contra la Educación para la Ciudadanía, con su indisimulable deseo de que haya algún tropezón en la economía para obtener réditos electorales... Y menos mal que ya parecieron olvidarse de la desintegración de España que, según ellos, iba a ser sucesiva a la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, de la “entrega” de Navarra a los anexionistas vascos... Sólo les falta decir que una nueva victoria electoral de Zapatero nos conduciría a la dictadura, pero todo se andará, no se preocupe el lector. De dictaduras, por cierto, ellos saben bastante.

Aunque no hace falta buscar ejemplos a favor de lo que digo en los grandes titulares de los periódicos, en las entradas de los telediarios. Basta con echar un vistazo a las páginas de información local en la prensa. En las de información municipal de Cáceres, pongamos por caso. En ellas pudo leerse recientemente que según el portavoz del PP en el Ayuntamiento, Javier Castellano, la actitud del consistorio evidencia “el desconcierto interno del gobierno social-comunista”. ¿Social-comunista? ¡Madre mía, qué miedo! Mira que si la señora Heras, tan moderada ella que hasta acude al besamanos o lo que sea del nuevo obispo, o el sensato señor Pavón, tan amable y respetuoso él, se dispusieran a confiscar todas nuestras propiedades, a recorrer con un cuchillo sanguinolento entre los dientes, bien entrada la noche, los domicilios de los disidentes, a dejar en mantillas al mismísimo Stalin... Los “social-comunistas”... Estos del PP, definitivamente, están más pasados de moda que la Tarara.


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4 de septiembre de 2007

Pobrecitos divorciados


DESDE LUEGO,
hay cosas en este bendito país que no tienen remedio. Es lo primero que he pensado al leer en la prensa extremeña algunas informaciones sobre la toma de posesión del nuevo obispo de la Diócesis de Coria-Cáceres. Y no me refiero, aunque bien podría hacerlo, a la nutrida presencia en el acto religioso de autoridades civiles, presidente de la Junta en primera fila –y no sé si arrodillado– entre ellas. ¿Cortesía, electoralismo, común devoción mariana? Me es indiferente. Lo que me ha llamado poderosamente la atención, cuando estaba leyendo con la mejor actitud posible algunas de las palabras pronunciadas por el nuevo prelado, ha sido enterarme de que, según él, “hay nuevas formas de pobrezas entre nosotros, que no podemos ignorar: enfermos mentales, depresivos, separados, divorciados, jóvenes y ancianos a los que no quiere nadie”.

¿Los separados y los divorciados entre los nuevos "pobres"? ¡Venga ya, hombre, pero en qué mundo viven ustedes! Me temo, a la vista de este tipo de cosas, que los Cañizares y los Rouco Valera no son la excepción. Son la regla.

31 de julio de 2007

Javier Marijuán, in memóriam

POSEÍA EL PROFESOR Javier Marijuán, reciente y prematuramente fallecido, dos rasgos fundamentales que le caracterizaban como a pocos en su actividad profesional, que es la que como compañero suyo durante cerca de treinta años quisiera glosar en estas breves líneas. El primero, que era un amante radical del trabajo bien hecho. No había cometido que se propusiera –y luego hablaremos de algunos de los muchos que se marcó en su existencia– que no fuera enfocado bajo el prisma del rigor y la calidad. Se refiere el cantautor canadiense Leonard Cohen, al que él escuchaba a menudo, en una de sus más célebres canciones, a quienes “están oprimidos por las formas de la belleza”. Es posible que Javier, cada vez que oyera esa canción, desde sus años como estudiante en la Universidad de Valladolid, de la que luego fue profesor, pensara que él mismo se hallaba incluido en ese grupo de seres que no se conforman con cualquier cosa; merecedores, por cierto, no sé si de más admiración que respeto o viceversa. Es posible. Lo seguro es que si alguna vez ha existido un enemigo de la chapuza, ése fue él.

La segunda virtud de mi amigo Marijuán era su capacidad casi infinita para embarcarse en uno, otro y otro proyecto. Escribo de memoria, sin pretensión de exhaustividad, pero me vienen a la cabeza muchas de las empresas que Javier emprendió, siempre desde su condición de profesor de matemáticas en la Universidad Laboral de Cáceres. Había ganado dos premios nacionales Giner de los Ríos a la Innovación Educativa, así como otro, también de carácter nacional, relacionado con la música y la poesía; fue de los más activos organizadores, años atrás, de las primeras Escuelas de Verano de Extremadura, dedicadas a impulsar los entonces nacientes movimientos de renovación pedagógica; era coautor, con algún compañero de su departamento, de varios libros de texto; había desempeñado durante once años la dirección de un centro educativo —La Laboral— con más de 1300 alumnos... Y cuando, sin atender al reloj ni al calendario, ejercía en un cargo que le confería especial responsabilidad, como el último que he citado, no lo hacía desde el cómodo sillón de un despacho. Era capaz, por ejemplo, de subirse a un tejado defectuoso para comprobar por sus propios ojos qué obra había que acometer en él, y no se le caían lo anillos si viendo apurado al personal de comedor del instituto se ponía el primero, junto a ellos, a fregar platos.

Amante y difusor de la astronomía, de cuya enseñanza se encargó durante muchos cursos, supo contagiar esta pasión a compañeros y alumnos, hallándose muy ilusionado en los últimos tiempos con el proyectado planetario de Cáceres, cuya próxima construcción él mismo estaba propiciando... Recientemente, quiso acercarse a otra cara del complejo mundo de la educación, y hace unos meses obtuvo plaza como inspector técnico. Lo que más le gratificaba, en este su último puesto, era la oportunidad de conocer las necesidades de los colegios situados en pequeñas localidades rurales, esas a las que sólo llega la enseñanza pública. Porque era, y hay que decirlo abiertamente, un defensor a ultranza de todo lo público; pero sin poner nunca en riesgo, bajo ningún concepto, su radical independencia de criterio, su espíritu de hombre libre.

Escribí arriba que no quería ser exhaustivo y habré de cumplir mi propósito. Valga como colofón a estas urgentes líneas la manifestación de que si la valía de un hombre ha de medirse por la huella dejada en quienes lo hayan conocido, la del profesor Javier Marijuán ha sido tan grande que incluso él, tan exigente consigo mismo, no tendría más remedio que juzgarla de inmensa.

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21 de abril de 2007

La falacia de Rajoy

CONFIESO QUE ni en su día aguanté toda la intervención de Zapatero en la primera edición del programa Tengo una pregunta para usted, ni el pasado jueves pude estar más de media hora ante la pantalla cuando el personaje interrogado fue el señor Rajoy; al que, por cierto, no sé por qué se empeñan algunos en llaman líder de la oposición, como si la única oposición al Gobierno fuera la del Partido Popular.

El caso es que aunque se pudiera discutir sobre si es preferible decir lo que uno piensa (caso de Zapatero, al creer, erróneamente, que con 80 céntimos se podía pagar un café) o bien irse por los cerros de Úbeda, cuando la pregunta es incómoda (caso de Rajoy, cuando le mencionaron su salario), hay algo que me parece especialmente ilustrativo sobre el pensamiento del político conservador. Me refiero a que cuando un invitado al programa le habló de las banderas franquistas presentes en alguna de las manifestaciones convocadas por el PP, Rajoy respondió que pudo haber dos, pero muchas menos que las "decenas" de banderas republicanas que suelen verse en las manifestaciones de la izquierda. Y claro, eso lo retrata hasta los huesos. Porque comparar la bandera de un régimen democrático como fue la Segunda República española con la de una dictadura como la del general Franco es como mínimo una frivolidad, si no la manifestación de que aún queda bastante camino que recorrer al PP para que muchos españoles lo consideremos un partido realmente democrático.

20 de abril de 2007

Los inventos del tebeo en educación

HACE MÁS DE 30 AÑOS, en diciembre de 1976, cuando Santiago Carrillo aún tenía que andar con peluca por las calles de Madrid y alguno de los actuales demócratas de toda la vida dudaban entre sacar brillo a sus correajes o meterlos en el baúl, un numeroso grupo de profesores españoles, la mayoría catalanes, pero también unos cuantos extremeños, visitamos Cuba. Nuestro objetivo era conocer el sistema educativo vigente en el país caribeño desde el triunfo de la revolución. Los avances en algo tan prioritario en aquellas tierras como la alfabetización de toda la población, lograda en un tiempo récord, o en el campo de los estudios universitarios, como los de medicina, ya eran reconocidos universalmente. De aquel viaje, me permitirá el lector que recuerde una sola anécdota, pues algo tiene que ver con la actualidad educativa en la España de nuestros días. Consistió ésta en que hallándonos los visitantes en una escuela rural, su joven director, animado de un impulso revolucionario que acaso le había cegado los ojos, se mostró extraordinariamente satisfecho porque, según nos dijo, mientras que el ministerio de educación, desde La Habana, había planificado para su escuela un porcentaje de éxito del 96%, ellos habían logrado mejorarlo hasta el 98%. Lo que a muchos de los presentes nos hizo pensar que si de lo que se trataba era de superar lo planificado, de modo que aprobaran cuantos más alumnos mejor, sin importar cómo, aún se podría haber llegado al 100%.

Sé que lo anterior es una simplificación, pero he recordado la anécdota al enterarme de los nuevos (¡otra vez novedades, Dios mío!) proyectos del Ministerio de Educación —esta vez el de España, no el de Cuba— sobre las condiciones en que los alumnos de bachillerato podrán pasar de un curso al siguiente. Desde luego, así es fácil acabar con el fracaso escolar. Y confío en que el lector sepa interpretar la ironía, que es un arma cuyo uso a veces depara sorpresas. Porque, en efecto, nada mejor para obviar lo que nos desagrada que cambiarle el nombre. Hace unas semanas, por ejemplo, nos anunciaron que en las calificaciones escolares habría que prescindir de la que siempre, aun utilizada con carácter excepcional, ha servido para poner de manifiesto la total falta de conocimientos, esfuerzo, interés, incluso presencia en las aulas, de determinados alumnos. El dichoso cero, vamos. ¡Qué ridículo temor a las palabras! En eso, lamento decirlo, parece que algunos legisladores aún no se hayan liberado del lenguaje franquista, que estipulaba que no había obreros sino productores; tampoco maestros, sino profesores de educación general básica; nada de enfermeros, sino ayudantes técnico sanitarios, ni mucho menos hospitales, convertidos en residencias. Bueno, pues ahora, cuando ya habíamos admitido que no existe el mal estudiante, sino el alumno diverso, ni el chico que no da un palo al agua, sino el desmotivado, tampoco va a existir el cero. Se ha escrito ya tanto sobre eso que no merecería la pena insistir, pero el nuevo y revolucionario invento del tebeo que han parido las preclaras mentes ministeriales nos vuelve a sacar de nuestro ensimismamiento. Ya saben: el alumno, pobrecito él, que suspenda cuatro o cinco asignaturas en el primer curso de bachillerato (todas menos esas a las que no hace falta poner nombre), para que no se sienta frustrado ni cercenado en sus derechos inalienables, podrá matricularse en diversas materias del curso siguiente. Como si estuviera en la universidad, vamos, y no recibiendo en los institutos unas enseñanzas básicas en las que difícilmente pueden separarse las churras de las merinas.

Está muy bien, y ahora sin ironía, que los chavales con más dificultades, con una formación inicial o unas condiciones sociales más desfavorables, reciban toda la ayuda que se les pueda prestar; es magnífico que el sistema escolar no los margine prematuramente, etcétera, etcétera. ¿Habrá alguna persona razonable que no defienda esos principios? Pero basta ya, por favor, de juegos de palabras, de malabarismos seudo pedagógicos, de enmascarar la realidad a base de cosmética y coloretes. Y empecemos de una vez a legislar pensando, también, en el mérito de los chicos, en quienes acuden a la enseñanza pública dispuestos a trabajar en aras de su progreso social y personal. Dejémonos de adoptar decisiones falsamente progresistas en las que ya no creen ni quienes las propugnan.

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17 de abril de 2007

Radio París

EL DÍA 2 DE JULIO DE 1999, el director de El País tuvo la amabilidad de publicar una carta mía, de igual titulo que la presente. Hoy podría repetir buena parte de su contenido. Decía entonces que en una noche cualquiera del año 1969, en la habitación de un colegio mayor zaragozano, más de veinte personas escuchaban en silencio la radio: "Ici Paris. Vous pouvez entendre notre emission en langue espagnole...". Las inolvidables voces de Adelita del Campo y Julián Antonio Ramírez llevaban a miles de hogares españoles las noticias que la dictadura franquista, que acababa de proclamar su enésimo estado de excepción, nos ocultaba.

Muchas veces, acabado tan triste periodo de nuestra historia, me pregunté qué habría sido de aquella pareja amiga a la que, paradójicamente, las libertades recuperadas habían terminado por silenciar. ¡Cuántos deseos de agradecerles el ánimo, el rigor, la objetividad que pusieron en su trabajo, mucho más trascendente que el de algunos locutores que hoy en día informan con igual tono de voz de una inmensa tragedia que del resultado de un partido de canicas!

Hace ya casi ocho años me enteré con tristeza del fallecimiento de Adelita del Campo. Hoy lo hago del de su compañero Julián Antonio Ramírez. Sus nombres quedarán para siempre asociados en mi memoria, y en la de tanta gente de mi edad, a una generación que sigue suscitando nuestra admiración y respeto.