24 de septiembre de 2011

Nuestro corazón está a la izquierda

HACE AÑOS, en días infinitamente más negros que los presentes, vino a actuar en España la famosa cantante, musa de los existencialistas franceses, Juliette Gréco. Entrada ya en la madurez, lucía una elegancia que no solo se manifestaba en su austero porte y en las líneas sencillas de su vestir, sino en la forma serena en que respondía a los periodistas. Se anunciaban para fechas próximas elecciones presidenciales en Francia y alguien en televisión tuvo la indelicadeza de preguntarle a quién iba a votar. La Gréco, aunque prudente, no eludió la respuesta: «Su pregunta es de las que no deben hacerse, pero… mi corazón siempre ha estado a la izquierda».

Lo recuerdo hoy, a dos meses del próximo 20 de noviembre, cuando muchos de quienes tenemos el corazón en el mismo lugar que la Gréco nos debatimos en un mar de dudas. ¿A quién votar? ¿Merecerá la pena acudir al colegio electoral para algo que no sea dejar un voto en blanco?


No soy de quienes opinan que el PSOE y el PP son la “misma cosa”. Hay que estar ciego, o cegado, para mantenerlo. Pero es cierto que importantes decisiones de Zapatero en los últimos años, especialmente en el terreno económico, han hecho difícil distinguir la línea que los separa. Los giros, las improvisaciones, las contradicciones gubernamentales, hacen poco creíbles los compromisos que ahora formulan quienes, como Rubalcaba, participaron de ellos. El candidato del PSOE le da mil vueltas a Rajoy, pero no puede eludir haber sido ministro con Zapatero.

Izquierda Unida, por su parte, castigada por una ley electoral injusta, sigue pareciendo en muchos lugares una opción antes testimonial que efectiva. En Extremadura, además, su abstención en la Asamblea, permitiendo el acceso del PP a la presidencia de la Junta, nos dejó a muchos de sus votantes desconcertados. Una razón para elegir la papeleta de IU en circunscripciones con nula probabilidad de que obtenga diputados es contribuir a que a nivel nacional alcance el porcentaje requerido de votos para constituir grupo parlamentario. ¿Suficiente razón?

Pero la cuestión clave es si quienes, como la Gréco, tenemos el corazón a la izquierda vamos a colaborar, aunque sea por omisión, a la arrolladora victoria del PP que todas las encuestas vaticinan. ¿Tendremos derecho, luego, a quejarnos de lo que pase?

(Artículo publicado en El Periódico Extremadura).
 

17 de septiembre de 2011

El profesor expiatorio

SIEMPRE HE DETESTADO ciertas generalizaciones a las que los españoles somos propensos. Esas simplezas según las cuales los andaluces son chistosos, los catalanes peseteros y los extremeños indolentes. Tópicos de una España profunda que no desaparece por mucho que caigan las hojas del calendario. Tópicos a lo Martínez Soria, podríamos decir, frecuentes en los viejos espectáculos de revista, de pobres vedettes que se ganaban la vida luciendo lo poco que la censura les permitía lucir en ferias de pueblo, entre chiste y chiste de algún humorista rijoso.

Pero hay otros tópicos más recientes, tan injustos como los de antaño, que parecen ganar más adeptos cada día. Son esos de que los funcionarios no pegan ni golpe, que los profesores gozan de muchos privilegios o que todos los políticos son iguales. ¿Habrá alguien que haya oído, qué sé yo, a González Pons y Llamazares, por ejemplo, que pueda mantener sin sonrojo semejante disparate?

Entre los profesores –pues de ellos quería hablar– habrá, sin duda, quienes no constituyan ejemplo de entrega y sacrificio. Como entre los médicos, los fontaneros, los curas y los militares sin graduación (o con ella). Pero, según mi experiencia de casi cuarenta años en ese oficio, son una inmensa mayoría los que se esfuerzan para llevar a cabo su tarea lo mejor posible, en un contexto no siempre favorable. Los que no consideran finalizado su trabajo cuando, cada día, abandonan su instituto o colegio. Aunque haya, sí, maestros que no rindan al máximo, quienes se rijan por la ley del mínimo esfuerzo, quienes debieran ver su trayectoria más severamente evaluada...


Pero decir, de forma tan provocativa como han hecho cierta presidenta autonómica y su belicosa consejera de educación, que los profesores de la enseñanza pública, sin excepción, no trabajan lo suficiente y que su carga laboral es más ligera que la de cualquier funcionario denotaría, en el mejor de los casos, una ignorancia sobre el asunto impropia de los cargos que ocupan. En el peor, un intento de poner el parche, incluso a costa del buen nombre del colectivo docente, en la herida de los recortes en el sistema educativo que ya han emprendido.

O quizás, vaya usted a saber, se trate de contribuir a que entre sus administrados cunda la idea de que la mejor enseñanza es la privada. Crecidos como están, cualquier hipótesis es factible.
   

10 de septiembre de 2011

¡Todos a la cárcel!

CUANDO, tras la reunión de Las Azores, el Gobierno de Aznar decidió la participación del ejército español en la invasión de Irak, fuimos millones de españoles los que nos manifestamos abiertamente en contra. En la totalidad de poblaciones importantes de nuestro país se sucedieron las marchas de protesta. Entre ellas, Cáceres, donde un numeroso grupo de personas se reunió ante la sede del PP. Algunos militantes de este partido, con la inestimable colaboración de la jerarquía de la policía local, denunciaron judicialmente a varios de los participantes en dichas protestas, que hubieron de acudir a los juzgados, tras ser citados formalmente. Al cabo de unos meses y tras varias comparecencias, se les informó de que el juez había decidido archivar las denuncias por carecer de fundamento.


Ahora leo que «el Ayuntamiento de Guadalajara, que gobierna con mayoría absoluta Antonio Román (PP), aprobó una moción para pedir a la Delegación del Gobierno que identifique a los más de 500 profesores que el miércoles protestaron en la ciudad contra el aumento de horas lectivas, que según los sindicatos mandará al 10% de los interinos a la calle».  No que se identifique ni a uno ni a dos. A los 500. ¡Y aún no estamos a 21 de noviembre!

De casta le viene al galgo.
 

Apóstoles del sufrimiento

ME ASUSTÉ al leer en el periódico, con verdadero pavor, que una llamada Asociación Derecho a Vivir había denunciado recientemente ante los juzgados de Huelva a la dirección y los médicos de un hospital por «haber incurrido en un delito de omisión del deber de socorro y de inducción al suicidio». Con verdadero pavor, digo, porque si existen médicos que, además de no prestar cuidados a quien los necesite, inducen a sus pacientes al suicidio, entonces ya no sé en qué mundo vivimos.

Pero no. Leyendo con detalle la noticia me percaté de que el asunto no había sido exactamente así. Quiero decir, la denuncia existió y los motivos que se alegaron fueron los citados, pero lo sucedido tiene poco que ver con lo que la dichosa asociación pretendía hacer creer.


El caso, en realidad, ha sido el de una anciana de 91 años que, tras sufrir un derrame cerebral hace meses, quedó en una situación de coma profundo e irreversible, siendo alimentada artificialmente desde entonces, inmóvil en una cama hospitalaria, a través de una sonda que la mantenía en lo que difícilmente podría llamarse vida. La familia se acogió a la andaluza Ley de Muerte Digna para que cesara el encarnizamiento terapéutico con la anciana, la Justicia le dio la razón y, tras las oportunas consultas, el hospital retiró la sonda a la agonizante, que falleció de forma natural hace unos días.

Lo preocupante de este suceso no es que ciertas asociaciones integristas dicten a sus miembros las normas de conducta que estimen oportunas, sino que pretendan imponer sus puntos de vista morales y religiosos a toda la ciudadanía, aun a costa de derechos que debieran ser intangibles. Incluso atemorizando a médicos y enfermeros con denuncias injustificadas. Por ello es conveniente que, en la medida en que ciertas normas legales lo permiten, como la que en Extremadura regula la Expresión Anticipada de Voluntades, quienes no quieran verse sometidos, llegado el caso, a tratamientos hospitalarios que atenten contra su dignidad y prolonguen artificialmente su existencia, dejen constancia escrita de ello. No solo en beneficio propio y del personal sanitario, sino para contribuir a frenar el avance de posturas retrógradas como la que motiva estas líneas. Parar los pies a esos apóstoles del sufrimiento, que si es menester utilizan el crucifijo para implantar a martillazos sus criterios, es obligación de todos.
 

2 de septiembre de 2011

Un referéndum prescindible

UNA DE LAS MAYORES hazañas, por así decir, de Felipe González durante el largo período en que presidió el Gobierno fue quebrar la opinión pública, hasta entonces contraria a la pertenencia de España a la OTAN, para que en el referéndum celebrado en marzo de 1986 prevaleciera la postura favorable a la integración de nuestro país en esa organización militar. El PP, entonces Alianza Popular, propugnó por razones tácticas la abstención, los partidos nacionalistas se movieron en una estudiada ambigüedad y las organizaciones situadas a la izquierda del PSOE echaron el resto, sin éxito, para que venciera el no. El papel de la televisión pública (la única entonces existente) actuando sin complejos a favor del fue determinante.

Menciono lo anterior como precedente, para el improbable caso de que prosperara la idea defendida por algunos partidos y movimientos sociales de que la modificación de la Constitución recién acordada por el PP y el PSOE sea sometida a referéndum. Una consulta prescindible, a mi juicio. Y no porque la gente no merezca ser escuchada, ni porque el asunto sea insignificante. Prescindible porque si los dos grandes partidos, que reúnen a la inmensa mayoría de los electores, han acordado algo, por alevosamente que haya sido, es difícilmente imaginable que con la campaña que llevarían a cabo no lograran que su decisión fuera respaldada abrumadoramente en un plebiscito. Mejor ahorrarnos el espectáculo.


Me temo que quienes frecuentamos Internet y procuramos informarnos por canales independientes tendemos a confundir los deseos con la realidad, pensando que lo que se cuece en un rincón de la Red es fiel reflejo de lo que se cuece en la sociedad; que el nivel de politización de foros y redes sociales es generalizable a toda la población. Y no es así. No quiero ser pesimista, pero no hay más que analizar los paneles de audiencias de las distintas cadenas de televisión o ver qué noticias son las más leídas cada día en los periódicos de mayor difusión, para constatar lo poquito que tendrían que hacer los opuestos a la modificación constitucional ante una campaña en sentido contrario encabezada por los dos grandes partidos, con toda la artillería publicitaria a su servicio. Pensar lo contrario, siento decirlo, es tan respetable como propio de una ingenuidad casi angelical.