Lo recuerdo hoy, a dos meses del próximo 20 de noviembre, cuando muchos de quienes tenemos el corazón en el mismo lugar que la Gréco nos debatimos en un mar de dudas. ¿A quién votar? ¿Merecerá la pena acudir al colegio electoral para algo que no sea dejar un voto en blanco?
No soy de quienes opinan que el PSOE y el PP son la “misma cosa”. Hay que estar ciego, o cegado, para mantenerlo. Pero es cierto que importantes decisiones de Zapatero en los últimos años, especialmente en el terreno económico, han hecho difícil distinguir la línea que los separa. Los giros, las improvisaciones, las contradicciones gubernamentales, hacen poco creíbles los compromisos que ahora formulan quienes, como Rubalcaba, participaron de ellos. El candidato del PSOE le da mil vueltas a Rajoy, pero no puede eludir haber sido ministro con Zapatero.
Izquierda Unida, por su parte, castigada por una ley electoral injusta, sigue pareciendo en muchos lugares una opción antes testimonial que efectiva. En Extremadura, además, su abstención en la Asamblea, permitiendo el acceso del PP a la presidencia de la Junta, nos dejó a muchos de sus votantes desconcertados. Una razón para elegir la papeleta de IU en circunscripciones con nula probabilidad de que obtenga diputados es contribuir a que a nivel nacional alcance el porcentaje requerido de votos para constituir grupo parlamentario. ¿Suficiente razón?
Pero la cuestión clave es si quienes, como la Gréco, tenemos el corazón a la izquierda vamos a colaborar, aunque sea por omisión, a la arrolladora victoria del PP que todas las encuestas vaticinan. ¿Tendremos derecho, luego, a quejarnos de lo que pase?
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura).