17 de septiembre de 2011

El profesor expiatorio

SIEMPRE HE DETESTADO ciertas generalizaciones a las que los españoles somos propensos. Esas simplezas según las cuales los andaluces son chistosos, los catalanes peseteros y los extremeños indolentes. Tópicos de una España profunda que no desaparece por mucho que caigan las hojas del calendario. Tópicos a lo Martínez Soria, podríamos decir, frecuentes en los viejos espectáculos de revista, de pobres vedettes que se ganaban la vida luciendo lo poco que la censura les permitía lucir en ferias de pueblo, entre chiste y chiste de algún humorista rijoso.

Pero hay otros tópicos más recientes, tan injustos como los de antaño, que parecen ganar más adeptos cada día. Son esos de que los funcionarios no pegan ni golpe, que los profesores gozan de muchos privilegios o que todos los políticos son iguales. ¿Habrá alguien que haya oído, qué sé yo, a González Pons y Llamazares, por ejemplo, que pueda mantener sin sonrojo semejante disparate?

Entre los profesores –pues de ellos quería hablar– habrá, sin duda, quienes no constituyan ejemplo de entrega y sacrificio. Como entre los médicos, los fontaneros, los curas y los militares sin graduación (o con ella). Pero, según mi experiencia de casi cuarenta años en ese oficio, son una inmensa mayoría los que se esfuerzan para llevar a cabo su tarea lo mejor posible, en un contexto no siempre favorable. Los que no consideran finalizado su trabajo cuando, cada día, abandonan su instituto o colegio. Aunque haya, sí, maestros que no rindan al máximo, quienes se rijan por la ley del mínimo esfuerzo, quienes debieran ver su trayectoria más severamente evaluada...


Pero decir, de forma tan provocativa como han hecho cierta presidenta autonómica y su belicosa consejera de educación, que los profesores de la enseñanza pública, sin excepción, no trabajan lo suficiente y que su carga laboral es más ligera que la de cualquier funcionario denotaría, en el mejor de los casos, una ignorancia sobre el asunto impropia de los cargos que ocupan. En el peor, un intento de poner el parche, incluso a costa del buen nombre del colectivo docente, en la herida de los recortes en el sistema educativo que ya han emprendido.

O quizás, vaya usted a saber, se trate de contribuir a que entre sus administrados cunda la idea de que la mejor enseñanza es la privada. Crecidos como están, cualquier hipótesis es factible.