25 de septiembre de 2010

El poder de las imágenes

NO SOY de quienes crean que una imagen valga más que mil palabras, pero he de reconocer que los efectos producidos por una fotografía tomada en el momento oportuno o por una película grabada en el instante adecuado pueden ser más intensos, inmediatos y, paradójicamente, permanentes, que los de cualquier discurso. En ocasiones, es difícil que un relato pueda superar en su capacidad de emocionar a imágenes que se meten en nuestro cerebro en segundos, quedándose en él para siempre.

Se habrán escrito miles de páginas sobre la guerra de Vietnam, por ejemplo, que tanto supuso para la gente de mi generación, pero es difícil que alguna de ellas ilustre tan claramente sobre lo que fue aquella atrocidad como dos famosas fotografías: la de la niña desnuda de brazos abiertos, huyendo entre alaridos de una explosión de napalm cercana, y la del general sudvietnamita asesinando a un guerrillero, de manos esposadas a la espalda, de un tiro en la sien.



Existen ejemplos menos dramáticos de lo que digo, por supuesto. La tormenta que días atrás azotó la ciudad de Cáceres difícilmente hubiera alcanzado la repercusión que tuvo en periódicos digitales y televisiones si no hubieran existido imágenes de ellas, tomadas en el instante preciso, aunque no fueran captadas por profesionales. Se podría haber intentado describir cómo diluviaba, cómo azotaba el viento, cuán enormes y abundantes eran los granizos que chocaban contra árboles, farolas y persianas, pero ninguna descripción hubiera igualado los efectos ilustrativos de unos pocos minutos de vídeo.

En sentido contrario, a nadie le cabrá duda de que acontecimientos de primer orden son ignorados por los medios de comunicación, precisamente por no existir testimonios gráficos de ellos. Cuántas guerras indocumentadas seguirán causando miles de muertos en lugares recónditos sin que nos enteremos. Cuántas hecatombes de causas naturales producirán destrucción y caos sin que nos lleguen ni siquiera indicios de ello. Mientras, el tobillo inflamado de un célebre futbolista ocupará las portadas de los periódicos y el estrafalario vestido de un modisto o los besos de una pareja de actores llenarán las pantallas de las televisiones.

No descubro nada nuevo, ya lo sé, pero no creo que existan palabras que puedan superar el efecto aleccionante de unas buenas imágenes. Ni tampoco evitar –y esto es mucho peor– el adormecedor de conciencias de su ausencia.

19 de septiembre de 2010

"Allá donde estés"

ES MUY DURO decirlo, pero rara es la ocasión, cuando desaparece alguien y se le quieren dedicar unas palabras como homenaje, que no leamos eso de "allá donde estés", "te halles donde te halles". Pues no, queridos amigos: en ningún sitio. El recuerdo de la gente a la que quisimos, de quienes nos dieron algo; la huella de sus obras, su vida… podrán durar mucho tiempo, tanto como nosotros mismos, pero no existe ningún allá donde puedan estar, ningún paraíso celestial ni terrenal en el que descansen, salvo nuestra memoria, tan perecedera y frágil como lo fueron ellos mismos.

18 de septiembre de 2010

Grillos y camaleones

LA ACTUALIDAD política y social de nuestro país, como acaso nos suceda a sus pobladores, está llena de contradicciones. Por razones altruistas o interesadas, por decir lo que se piensa o solo por buscar un titular en la prensa o la televisión, quienes, en su condición de dirigentes, debieran contribuir al debate riguroso sobre los muchos problemas que nos acosan, muestran comportamientos desconcertantes, ante los que solo cabe la perplejidad.

Rajoy, por citar un caso: Acude a Melilla, con el cansino argumento de que solo faltaba que no pudiera viajar a la ciudad española que le placiera. Y son pocos los que, al oírlo, echan un vistazo al mapa, exclusivamente para poner las cosas en su sitio. Acude a Melilla, digo, consciente del avivamiento del fuego que ello supone, pero una vez allí llena su boca de deseos de concordia y entendimiento con Marruecos. ¿A qué nos atenemos? ¿Sube o baja las escaleras?, ¿hombre de Estado o agitador de masas?

Zapatero, por ser equitativo en el reparto: Afiliado –digo yo– a la UGT, habitual asistente, hasta el año pasado, a uno de los actos más significativos de ese sindicato, y ahora manifestando que ciertas medidas que su Gobierno ha adoptado o piensa adoptar –la reforma del sistema de pensiones, por ejemplo– serán mantenidas pese a quien pese y se convoquen las huelgas que se convoquen. ¿A cuál de los dos haremos caso?


Fernández Vara, por seguir y para que el lector no piense que, opinando sobre quienes están lejos, este modesto columnista evita mojarse: rechaza vehementemente el llamado “montaje artístico” consistente en pegar miles de pobres grillos en un panel para que se retuerzan mientras agonizan, pero al tiempo permite, en un canal autonómico de televisión que nadie creerá que no controla, que se incremente día a día el tiempo dedicado a las corridas de toros y otros festejos populares en que se tortura, llamándolo cultura para mayor escarnio, a otros animales no menos merecedores de piedad que los insectos martirizados.

De modo que no es de extrañar que cada día esté más de moda en lo referente a la política ese término hasta hace poco de uso limitado: desafección, al que la Academia solo asigna el significado de “mala voluntad”, pero utilizado hoy más en el sentido de alejamiento, extrañamiento. ¿Cómo no alejarse, cómo no sentir desconfianza hacia unos individuos que superan a la veleta en su capacidad de adaptación al viento, a los camaleones en su facilidad para cambiar de color según las circunstancias imperantes?

11 de septiembre de 2010

Gómez no vive aquí

SI, como dijera Fraga hace siglos tras su inesperada asociación con destacados miembros del Opus Dei que habían sido sus adversarios, “la política hace extraños compañeros de cama”, no debieran sorprendernos los parabienes con los que ciertos medios de la derecha están acogiendo la decisión de Tomás Gómez de ser candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Decisión tomada contra los deseos de las máximos dirigentes de su partido, que día sí, día no, se pronuncian a favor de otra candidata, la preferida del casi desahuciado inquilino de la Moncloa.
Ciertamente, llama la atención que esos medios, en su afán por destruir a Zapatero –como si no se bastara él solito en el empeño– arrojen flores sobre alguien a quien, si ganara en las primarias, pondrían a caer de un burro inmediatamente. Pero ello no debiera privar a su candidatura de méritos a los ojos de una militancia, primero, y un electorado de izquierdas, después, que se hallan desconcertados desde hace tiempo. Que la derecha elogie espuriamente a Gómez no debiera privarle de apoyos entre los madrileños progresistas, hartos según todas las encuestas, como tantos otros españoles, de los giros, los incumplimientos, la falta de reflejos de quienes llevan las riendas del PSOE. Hay muchas personas que jamás votarán al PP ni a Izquierda Unida y a quienes la falta de candidatos socialistas idóneos, libres de culpa, podría estar impulsando hacia la abstención. La aparición de Gómez, por mucho que algunos lo elogien solo para dañar a Zapatero, constituye una bocanada de aire fresco para esa parte del electorado.

Lástima que el ejemplo de Madrid no haya cundido en otros lugares. ¿Cómo es posible que en Cáceres, sin ir más lejos, no haya existido quien, a la vista del panorama existente, diera un paso al frente y luchara por ser elegido por sus compañeros candidato socialista a la alcaldía? Con todo el respeto que merecen las personas afectadas y dado que solo hay dos partidos con posibilidades reales de optar a ese cargo, ¿no es lamentable que, según parece, el PSOE prefiera llevar –o dejar ir– al sacrificio a la actual alcaldesa antes que arriesgarse a presentar un nuevo rostro que movilice a su electorado? ¿O es que se da por perdida la batalla con cualquier candidato? Aunque Gómez no viva aquí y el tiempo de las primarias haya pasado, podría hacerse algo para evitar la hecatombe.

4 de septiembre de 2010

Desde lejos puede verse mejor

ALEJARSE, por corto que sea el tiempo, del punto de vista habitual permite al observador hacerse una mejor idea de la verdadera importancia de lo que de cerca parece trascendente. Sabiendo que nos preocupa más una desgracia próxima que un millón de ellas sucedidas lejos, basta con abandonar por unos días las coordenadas de siempre para comprobar cuán pequeños pueden ser los aconteceres, las rencillas, las disputas de nuestros vecinos más cercanos. Los movimientos en torno a las candidaturas para la alcaldía de Cáceres –si no pongo este ejemplo reviento– nos hacen recordar, desde la distancia, aquella inolvidable película de nuestra infancia: La guerra de los botones. Quienes se ofrecen no valen, y quienes valen no se ofrecen. Lo tenemos claro.


Otros asuntos no cambian de perspectiva aunque el observador se mueva. Así, por ejemplo, el de Ceuta y Melilla, sobre el que pocos parecen decir lo que piensan. Como en el caso del porquero de Agamenón, que un dictador del jaez de Franco afirmara que Gibraltar era español no restaba ni un ápice de verdad a la sentencia; pero tampoco deja de ser cierto lo que los mapas evidencian en el caso de los enclaves de soberanía española en el norte de África, por mucho que también lo mantenga el despótico rey de Marruecos. Hay que ver cómo destilan sus resabios colonialistas los tertulianos de las cadenas de ultraderecha de la TDT al hablar al respecto.

Sin embargo, recibida desde cualquier lugar, la noticia más tremenda de las últimas semanas, excluida acaso la de las inundaciones en Pakistán, ha sido la de la mina de Chile. Treinta y tres hombres atrapados a casi un kilómetro de profundidad por la avaricia de unos empresarios que pese a los avisos del peligro en ciernes no hicieron nada para evitarlo. Contemplar las imágenes austeras de esos hombres sufridos y ennegrecidos, escuchar sus palabras serenas, en ese precioso castellano aquí perdido, debiera provocar en todos nosotros profundos sentimientos de solidaridad. Ésos son asuntos verdaderamente serios y no las disputas por platos de lentejas, por muy a nuestro lado que se produzcan.