28 de octubre de 2006
Descuentos como el diamante
LEO EN LA PRENSA que la Asamblea de Extremadura ha aprobado una ley que regulará la actividad de los que en ella son llamados establecimientos de “descuento duro”. La denominación literal de dicha norma es “Ley de extensión del Régimen de la Licencia Comercial Específica a la Implantación de Establecimientos Comerciales de Descuento Duro”. Y, francamente, aunque en este tipo de cosas debiéramos estar curados de espanto, no sé qué habrá hecho nuestra sufrida lengua castellana a los señores diputados para que la maltraten de este modo. No lo digo por la kilométrica longitud del nombrecito de la ley, que también, sino porque un descuento podrá ser alto o bajo, grande o pequeño, temporal o permanente, pero ¿duro o blando, como el turrón? ¿O se tratará más bien de que los legisladores extremeños, muy políglotas ellos, han leído en Internet la expresión anglosajona hard discount y ahora, para que veamos lo modernos que son, quieren endilgárnosla a todos? ¡Qué hard faces!
24 de octubre de 2006
Matemáticas y "pelotazos"
DICE UNO DE LOS concejales del PP en el Ayuntamiento de Tres Cantos, en la ejemplar conversación telefónica que se ha hecho pública, que "de los 30.000 millones yo quiero..., somos 11, yo quiero mi 11%". Lo que a un servidor, como profesor de matemáticas que es, le reafirma en la idea de que esta rama del saber será indispensable para el progreso de la Ciencia, pero en absoluto para que algunos sinvergüenzas e iletrados se llenen los bolsillos. Hasta un escolar de la ESO sabe que la onceava parte de algo no equivale al 11%, sino a poco más del 9%. ¡Qué país y, sobre todo, qué paisanaje!
10 de octubre de 2006
Historias de un paciente
TRAS VARIOS MESES de espera, un sufrido usuario del Servicio Extremeño de Salud recibe, al fin, escrito de citación para ser atendido por el médico especialista al que había sido remitido con carácter preferente por el médico de atención primaria. Sin embargo, el día anterior al señalado se le comunica telefónicamente que el doctor está enfermo y que la cita queda pospuesta hasta fecha indeterminada que se le comunicará cuando se conozca. Nuestro hombre acepta que también los médicos enferman y, aunque no acaba de entender que no haya sustituciones previstas para estos casos, confía en que no transcurran nuevamente meses hasta ser visto por el especialista.
Pocos días después, el viernes, 6 de octubre, el ciudadano en cuestión acude al hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres para la realización de ciertas pruebas diagnósticas. Solicitado previamente el preceptivo permiso laboral al director del instituto en que trabaja (nuestro hombre es profesor), acude puntualmente a la cita con los galenos. Sin embargo, en el servicio en que le han de atender se le indica que una de las pruebas para las que ha sido convocado nunca se realiza en ese día de la semana, como, añaden, debieran saber quienes le han citado; por lo que habrá de volver otro día. (No le dicen “vuelva usted mañana”, por lo de la risa). De las clases inútilmente perdidas por sus alumnos no dicen nada.
La historia termina cuando nuestro amigo, cuyos datos precisos puedo facilitar a quien lo solicite, mientras rellena una hoja de reclamaciones por triplicado ejemplar (a la que se da entrada con el número de registro 601), se consuela pensando que si a don Mariano José de Larra ya le ocurrían cosas semejantes hace casi dos siglos, por qué a él, señor normal y corriente, no habrían de ocurrirle también.
Pocos días después, el viernes, 6 de octubre, el ciudadano en cuestión acude al hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres para la realización de ciertas pruebas diagnósticas. Solicitado previamente el preceptivo permiso laboral al director del instituto en que trabaja (nuestro hombre es profesor), acude puntualmente a la cita con los galenos. Sin embargo, en el servicio en que le han de atender se le indica que una de las pruebas para las que ha sido convocado nunca se realiza en ese día de la semana, como, añaden, debieran saber quienes le han citado; por lo que habrá de volver otro día. (No le dicen “vuelva usted mañana”, por lo de la risa). De las clases inútilmente perdidas por sus alumnos no dicen nada.
La historia termina cuando nuestro amigo, cuyos datos precisos puedo facilitar a quien lo solicite, mientras rellena una hoja de reclamaciones por triplicado ejemplar (a la que se da entrada con el número de registro 601), se consuela pensando que si a don Mariano José de Larra ya le ocurrían cosas semejantes hace casi dos siglos, por qué a él, señor normal y corriente, no habrían de ocurrirle también.
7 de octubre de 2006
¿Violencia escolar o fantasía?
NADIE QUE HAYA LEÍDO algunas de mis opiniones en este periódico [El Periódico Extremadura], especialmente las referentes a temas educativos, podrá sospechar de mí una actitud complaciente hacia la situación de la educación en Extremadura ni un acuerdo tácito con la política de la correspondiente consejería. He hecho referencia en diversas ocasiones a la palabrería huera que impera en muchos documentos firmados por los responsables de la educación en nuestra región, he protestado por el dispendio que supusieron en su día los miles de ordenadores que, obsoletos desde que se instalaron, sirven para poco más que pasar lista a los alumnos en los institutos, y he clamado en vano por la política de paños calientes que el gobierno central y subsidiariamente el extremeño siguen en el asunto de la enseñanza de la religión católica, tema en el que ni siquiera se aplica en muchos casos la normativa estatal, ya de por si claudicante ante la jerarquía eclesiástica: parece haberse olvidado, en efecto, que quienes deseen clases de religión habrían de solicitarlas expresamente al inicio de curso; no tratándose de que todos los alumnos hayan de elegir entre esa posibilidad y otra (que en todo caso les es impuesta como castigo a los malos), como sucede en muchos de nuestros centros educativos.
De modo que este servidor, de adulador de consejeros y adláteres, ni un pelo. Y eso quizás le confiera un poco de autoridad a la hora de dar la razón a la Consejería cuando ésta responde de forma inusualmente contundente a ciertas informaciones recién difundidas por algún sindicato de profesores y por el Partido Popular, siempre al acecho de las buenas noticias, sobre la llamada violencia en las aulas. Se habla de cifras escandalosas (un 15%, un 20%) de profesores agredidos en los institutos, de situaciones rayanas en el acoso permanente, de la casi necesidad de que los docentes acudamos al trabajo poco menos que con chaleco antibalas y guardaespaldas. ¡Ya será menos, hombre!
Nadie duda de que haya problemas en el terreno educativo. El más importante, a mi juicio, las altas tasas, éstas sí fehacientemente cuantificables, de fracaso escolar. O la sensación muchas veces repetida de que no se puede luchar contra esa tendencia a no dar ni golpe que parece reinar entre muchos alumnos. Tendencia, por cierto, que no sólo se da en la enseñanza no universitaria. Una noticia en este periódico [El Periódico Extremadura] decía el otro día, hablando de las bochornosas novatadas, que en Plasencia los universitarios “han vuelto a pintarse la cara, bautizarse en la fuente de la plaza o tirarse huevos, todo de forma lúdica y acompañado de canciones y aplausos, que animan la ciudad y la envuelven de ambiente universitario”. ¡Vaya un ambiente universitario de las narices, si me perdonan ustedes la vulgaridad! Claro que peor es lo de Cáceres, candidata a no sé qué en el 2016, algunas de cuyas calles céntricas eran ya al atardecer del pasado martes un “reguero de orines”. A todo hay quien gane.
Existen, pues, problemas, pero hablar de porcentajes tan escandalosos de profesores agredidos como los últimamente publicados requeriría alguna explicación detallada. ¿Cuál es la encuesta en que se basan esas conclusiones? ¿Quién la realizó? ¿Dónde se ha publicado su ficha técnica? ¿A cuantos profesores se ha interrogado? ¿Por qué procedimiento? ¿Cuál es su nivel de confianza? ¿Cuál el margen de error? El sindicato que ha difundido esas cifras debiera justificarlas seriamente si pretende hacerlas creíbles. Los chavales estarán, en algunos casos, mal educados desde la cuna, quizás sean groseros, estudiarán poco o nada, puede que incluso ocasionalmente se muestren amenazantes, ¿pero serán tan violentos como para que uno de cada cinco profesores haya sido agredido recientemente? No me lo creo, lo siento.
¡Ah, y en cuanto a que el PP intente sacar provecho de eso, hemos de entenderlo! Se ven desesperados, tanto en Mérida como en Madrid, saben que los tiempos de los Reyes Católicos cada vez quedan más lejos, por mucho que Aznar los añore, y se agarran como a un clavo ardiendo de lo que pueden. Los señores del PSOE pueden estar contentos. Con esta oposición, hasta el Pupas (y lo digo sin segundas) ganaría las próximas elecciones
De modo que este servidor, de adulador de consejeros y adláteres, ni un pelo. Y eso quizás le confiera un poco de autoridad a la hora de dar la razón a la Consejería cuando ésta responde de forma inusualmente contundente a ciertas informaciones recién difundidas por algún sindicato de profesores y por el Partido Popular, siempre al acecho de las buenas noticias, sobre la llamada violencia en las aulas. Se habla de cifras escandalosas (un 15%, un 20%) de profesores agredidos en los institutos, de situaciones rayanas en el acoso permanente, de la casi necesidad de que los docentes acudamos al trabajo poco menos que con chaleco antibalas y guardaespaldas. ¡Ya será menos, hombre!
Nadie duda de que haya problemas en el terreno educativo. El más importante, a mi juicio, las altas tasas, éstas sí fehacientemente cuantificables, de fracaso escolar. O la sensación muchas veces repetida de que no se puede luchar contra esa tendencia a no dar ni golpe que parece reinar entre muchos alumnos. Tendencia, por cierto, que no sólo se da en la enseñanza no universitaria. Una noticia en este periódico [El Periódico Extremadura] decía el otro día, hablando de las bochornosas novatadas, que en Plasencia los universitarios “han vuelto a pintarse la cara, bautizarse en la fuente de la plaza o tirarse huevos, todo de forma lúdica y acompañado de canciones y aplausos, que animan la ciudad y la envuelven de ambiente universitario”. ¡Vaya un ambiente universitario de las narices, si me perdonan ustedes la vulgaridad! Claro que peor es lo de Cáceres, candidata a no sé qué en el 2016, algunas de cuyas calles céntricas eran ya al atardecer del pasado martes un “reguero de orines”. A todo hay quien gane.
Existen, pues, problemas, pero hablar de porcentajes tan escandalosos de profesores agredidos como los últimamente publicados requeriría alguna explicación detallada. ¿Cuál es la encuesta en que se basan esas conclusiones? ¿Quién la realizó? ¿Dónde se ha publicado su ficha técnica? ¿A cuantos profesores se ha interrogado? ¿Por qué procedimiento? ¿Cuál es su nivel de confianza? ¿Cuál el margen de error? El sindicato que ha difundido esas cifras debiera justificarlas seriamente si pretende hacerlas creíbles. Los chavales estarán, en algunos casos, mal educados desde la cuna, quizás sean groseros, estudiarán poco o nada, puede que incluso ocasionalmente se muestren amenazantes, ¿pero serán tan violentos como para que uno de cada cinco profesores haya sido agredido recientemente? No me lo creo, lo siento.
¡Ah, y en cuanto a que el PP intente sacar provecho de eso, hemos de entenderlo! Se ven desesperados, tanto en Mérida como en Madrid, saben que los tiempos de los Reyes Católicos cada vez quedan más lejos, por mucho que Aznar los añore, y se agarran como a un clavo ardiendo de lo que pueden. Los señores del PSOE pueden estar contentos. Con esta oposición, hasta el Pupas (y lo digo sin segundas) ganaría las próximas elecciones
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