3 de noviembre de 2006

Estilo poco universitario

EN NUESTRO PAÍS, quién lo duda, gozamos de una envidiable libertad de expresión. Y no me refiero, claro está, a la posibilidad que tienen algunos iletrados de aparecer en ciertos programas de televisión para comportarse como sólo lo hubieran hecho en una verdulería de haber nacido décadas atrás. Me refiero a que cualquier ciudadano, a poco que guarde un mínimo respeto a los demás y sepa enlazar con mayor o menor fortuna dos palabras, tiene acceso a los medios de comunicación. Este mismo periódico, pese a lo que algunos crean, es un ejemplo de lo que digo. En una región de escasa tradición crítica como Extremadura, con unas ciudades que pese a su crecimiento en los últimos tiempos no dejan de ser provincianas, es magnífico que cualquiera que tenga algo interesante que contar pueda hacerlo sin reparo en páginas como éstas.

Nadie debiera estar exento de las críticas. Y menos que nadie los que desempeñamos algún servicio público. Yo diría, incluso, que denunciar aquello que no funciona debidamente, señalar a aquel funcionario, cualquiera que sea su rango, que incumple sus obligaciones, es un deber de civismo y ciudadanía. Si un vecino revela una deficiencia en el sistema educativo público, por ejemplo, no habrá que pensar que lo que pretende es desprestigiarlo; más bien al contrario. Si otro clama contra algún fallo en los servicios de sanidad, fallos que en muchos casos son antes de tipo administrativo que sanitario, no debiera considerársele un detractor de los mismos. Y así sucesivamente.

Los políticos, los políticos extremeños en particular, ya han debido acostumbrarse a las críticas. Y deben saber que encajarlas con buenos modales forma parte de sus obligaciones. Aquí, en este mismo periódico, son numerosas las manifestaciones de uno u otro color en las que no siempre se contienen alabanzas a alcaldes, diputados o consejeros. Realmente, algunos de ellos son auténticos poemas andantes, pero hay que reconocer que, en general, y salvo excepciones bien conocidas y situadas en la cúspide del poder político regional, ninguno arranca teléfonos al modo que lo hiciera en su día un personaje aún importante en ese partido que todos sabemos.

Pero, al margen de las de carácter político, ¿hay una institución que debiera ser madre de toda actividad crítica, que debiera, no sólo permitir, sino propiciar, auspiciar, estimular, la crítica permanente e incluso despiadada llegado el caso? Pues sí, desde luego. Y esa institución es la universidad. No concibo nada más alejado del espíritu universitario (disculpen el tópico) que el adocenamiento, la actitud acomodaticia, el silencio permanente como medio de cobrar sin sobresaltos a fin de mes. Y creo que difícilmente habrá existido una época más propicia para la crítica de la universidad en general, y la extremeña en particular, como esta que corre. No hace falta estar al corriente de dimes y diretes, enredos y disputas vecinales, para saber que la situación es de crisis: Titulaciones implantadas alegremente hace nada, cuyo desarrollo pagamos entre todos, restando inversiones a otras actividades públicas, y que ahora no cuentan con estudiantes; acusado absentismo entre un alumnado que, en cambio, no se pierde una de esas fiestas para más escarnio llamadas universitarias, en las que el alcohol ocupa en los cerebros el lugar que debiera ocupar el saber; actitudes corporativas y endogámicas en el profesorado, elevada tasa de abandono de estudios, fruto quizás de un inadecuado sistema de acceso...

A los males que algunos ya atribuíamos a la Uex hay que añadir, por lo que veo, otro más: sus dirigentes no saben encajar la crítica. Y si no, véase la destemplada respuesta publicada aquí recientemente por su “equipo directivo” a un artículo anterior del profesor Francisco J. Olivares, a quien, por cierto, no tengo el gusto de conocer. No entro en el fondo del asunto, pues no poseo una especial información sobre el tema de debate. Pero hay algo sobre lo que me creo autorizado a opinar, si es que las iracundas autoridades universitarias me dan la venia: sobre la pobreza de la sintaxis que utilizan para rebatir las críticas, sobre las descalificaciones ad hominem contenidas en el escrito que menciono, incluso sobre el uso incorrecto en el mismo de los tiempos verbales. ¿De veras es la Universidad de Extremadura como la imagen que de ella dan sus cargos directivos?

28 de octubre de 2006

Descuentos como el diamante

LEO EN LA PRENSA que la Asamblea de Extremadura ha aprobado una ley que regulará la actividad de los que en ella son llamados establecimientos de “descuento duro”. La denominación literal de dicha norma es “Ley de extensión del Régimen de la Licencia Comercial Específica a la Implantación de Establecimientos Comerciales de Descuento Duro”. Y, francamente, aunque en este tipo de cosas debiéramos estar curados de espanto, no sé qué habrá hecho nuestra sufrida lengua castellana a los señores diputados para que la maltraten de este modo. No lo digo por la kilométrica longitud del nombrecito de la ley, que también, sino porque un descuento podrá ser alto o bajo, grande o pequeño, temporal o permanente, pero ¿duro o blando, como el turrón? ¿O se tratará más bien de que los legisladores extremeños, muy políglotas ellos, han leído en Internet la expresión anglosajona hard discount y ahora, para que veamos lo modernos que son, quieren endilgárnosla a todos? ¡Qué hard faces!

24 de octubre de 2006

Matemáticas y "pelotazos"

DICE UNO DE LOS concejales del PP en el Ayuntamiento de Tres Cantos, en la ejemplar conversación telefónica que se ha hecho pública, que "de los 30.000 millones yo quiero..., somos 11, yo quiero mi 11%". Lo que a un servidor, como profesor de matemáticas que es, le reafirma en la idea de que esta rama del saber será indispensable para el progreso de la Ciencia, pero en absoluto para que algunos sinvergüenzas e iletrados se llenen los bolsillos. Hasta un escolar de la ESO sabe que la onceava parte de algo no equivale al 11%, sino a poco más del 9%. ¡Qué país y, sobre todo, qué paisanaje!

10 de octubre de 2006

Historias de un paciente

TRAS VARIOS MESES de espera, un sufrido usuario del Servicio Extremeño de Salud recibe, al fin, escrito de citación para ser atendido por el médico especialista al que había sido remitido con carácter preferente por el médico de atención primaria. Sin embargo, el día anterior al señalado se le comunica telefónicamente que el doctor está enfermo y que la cita queda pospuesta hasta fecha indeterminada que se le comunicará cuando se conozca. Nuestro hombre acepta que también los médicos enferman y, aunque no acaba de entender que no haya sustituciones previstas para estos casos, confía en que no transcurran nuevamente meses hasta ser visto por el especialista.

Pocos días después, el viernes, 6 de octubre, el ciudadano en cuestión acude al hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres para la realización de ciertas pruebas diagnósticas. Solicitado previamente el preceptivo permiso laboral al director del instituto en que trabaja (nuestro hombre es profesor), acude puntualmente a la cita con los galenos. Sin embargo, en el servicio en que le han de atender se le indica que una de las pruebas para las que ha sido convocado nunca se realiza en ese día de la semana, como, añaden, debieran saber quienes le han citado; por lo que habrá de volver otro día. (No le dicen “vuelva usted mañana”, por lo de la risa). De las clases inútilmente perdidas por sus alumnos no dicen nada.

La historia termina cuando nuestro amigo, cuyos datos precisos puedo facilitar a quien lo solicite, mientras rellena una hoja de reclamaciones por triplicado ejemplar (a la que se da entrada con el número de registro 601), se consuela pensando que si a don Mariano José de Larra ya le ocurrían cosas semejantes hace casi dos siglos, por qué a él, señor normal y corriente, no habrían de ocurrirle también.

7 de octubre de 2006

¿Violencia escolar o fantasía?

NADIE QUE HAYA LEÍDO algunas de mis opiniones en este periódico [El Periódico Extremadura], especialmente las referentes a temas educativos, podrá sospechar de mí una actitud complaciente hacia la situación de la educación en Extremadura ni un acuerdo tácito con la política de la correspondiente consejería. He hecho referencia en diversas ocasiones a la palabrería huera que impera en muchos documentos firmados por los responsables de la educación en nuestra región, he protestado por el dispendio que supusieron en su día los miles de ordenadores que, obsoletos desde que se instalaron, sirven para poco más que pasar lista a los alumnos en los institutos, y he clamado en vano por la política de paños calientes que el gobierno central y subsidiariamente el extremeño siguen en el asunto de la enseñanza de la religión católica, tema en el que ni siquiera se aplica en muchos casos la normativa estatal, ya de por si claudicante ante la jerarquía eclesiástica: parece haberse olvidado, en efecto, que quienes deseen clases de religión habrían de solicitarlas expresamente al inicio de curso; no tratándose de que todos los alumnos hayan de elegir entre esa posibilidad y otra (que en todo caso les es impuesta como castigo a los malos), como sucede en muchos de nuestros centros educativos.

De modo que este servidor, de adulador de consejeros y adláteres, ni un pelo. Y eso quizás le confiera un poco de autoridad a la hora de dar la razón a la Consejería cuando ésta responde de forma inusualmente contundente a ciertas informaciones recién difundidas por algún sindicato de profesores y por el Partido Popular, siempre al acecho de las buenas noticias, sobre la llamada violencia en las aulas. Se habla de cifras escandalosas (un 15%, un 20%) de profesores agredidos en los institutos, de situaciones rayanas en el acoso permanente, de la casi necesidad de que los docentes acudamos al trabajo poco menos que con chaleco antibalas y guardaespaldas. ¡Ya será menos, hombre!

Nadie duda de que haya problemas en el terreno educativo. El más importante, a mi juicio, las altas tasas, éstas sí fehacientemente cuantificables, de fracaso escolar. O la sensación muchas veces repetida de que no se puede luchar contra esa tendencia a no dar ni golpe que parece reinar entre muchos alumnos. Tendencia, por cierto, que no sólo se da en la enseñanza no universitaria. Una noticia en este periódico [El Periódico Extremadura] decía el otro día, hablando de las bochornosas novatadas, que en Plasencia los universitarios “han vuelto a pintarse la cara, bautizarse en la fuente de la plaza o tirarse huevos, todo de forma lúdica y acompañado de canciones y aplausos, que animan la ciudad y la envuelven de ambiente universitario”. ¡Vaya un ambiente universitario de las narices, si me perdonan ustedes la vulgaridad! Claro que peor es lo de Cáceres, candidata a no sé qué en el 2016, algunas de cuyas calles céntricas eran ya al atardecer del pasado martes un “reguero de orines”. A todo hay quien gane.

Existen, pues, problemas, pero hablar de porcentajes tan escandalosos de profesores agredidos como los últimamente publicados requeriría alguna explicación detallada. ¿Cuál es la encuesta en que se basan esas conclusiones? ¿Quién la realizó? ¿Dónde se ha publicado su ficha técnica? ¿A cuantos profesores se ha interrogado? ¿Por qué procedimiento? ¿Cuál es su nivel de confianza? ¿Cuál el margen de error? El sindicato que ha difundido esas cifras debiera justificarlas seriamente si pretende hacerlas creíbles. Los chavales estarán, en algunos casos, mal educados desde la cuna, quizás sean groseros, estudiarán poco o nada, puede que incluso ocasionalmente se muestren amenazantes, ¿pero serán tan violentos como para que uno de cada cinco profesores haya sido agredido recientemente? No me lo creo, lo siento.

¡Ah, y en cuanto a que el PP intente sacar provecho de eso, hemos de entenderlo! Se ven desesperados, tanto en Mérida como en Madrid, saben que los tiempos de los Reyes Católicos cada vez quedan más lejos, por mucho que Aznar los añore, y se agarran como a un clavo ardiendo de lo que pueden. Los señores del PSOE pueden estar contentos. Con esta oposición, hasta el Pupas (y lo digo sin segundas) ganaría las próximas elecciones

26 de septiembre de 2006

Seguiremos pagando a la Iglesia

HAY UN ASPECTO en el reciente acuerdo entre el Estado español y la Iglesia católica para que la asignación de fondos a través del IRPF pase del 0,5% actual al 0,7%, suprimiéndose la garantía del Estado de cubrir la diferencia entre lo recaudado por esta vía y la cantidad global asignada hasta ahora, que, a mi juicio, no ha sido suficientemente explicado. Me refiero a que, en realidad, los no católicos, nos guste o no, seguiremos contribuyendo a esa financiación.

Por poner un ejemplo sencillo, es como si una comunidad de vecinos necesitara equis euros mensuales para atender sus gastos. Pues bien, si de la cuota que pagan parte de esos vecinos se detrajera cada mes un porcentaje para otros fines distintos de los de la propia comunidad y específicos de ese grupo, de aficionados al teatro, por ejemplo, es evidente que lo que pagan los demás habría de aumentar hasta cubrir la diferencia producida. O, si así no se hiciera, los servicios prestados por la comunidad habrían de reducirse. Lo lógico sería que los aficionados al teatro llevaran una contabilidad propia, al margen de la general.

De modo que en este asunto, al igual que en otros, el Gobierno sigue topándose con la Conferencia Episcopal.

19 de septiembre de 2006

Regreso a las aulas

LA TEORÍA DE PROBABILIDADES, y sé de lo que hablo, dirá lo que quiera, pero las casualidades son a veces asombrosas. Lo digo porque en toda mi vida me habrán parado dos veces en la calle, al azar, unos jóvenes periodistas para completar con mis respuestas a sus preguntas una de esas encuestas, no del todo rigurosas, que aparecen en los periódicos. La primera vez fue hace un cuarto de siglo, a principios de los ochenta, y lo que me preguntaron los reporteros, armados de un mísero cuadernillo de anillas, fue si sabía quién era un señor llamado Rodríguez Ibarra. Quedaron enormemente sorprendidos cuando les dije que sí y les hablé de él. De un sinnúmero de personas a las que habían interrogado, era yo la primera que respondía afirmativamente. Y justamente hoy, el día anterior a este en el que leen ustedes las presentes líneas, acababa un servidor de levantarse del sillón del dentista, con el que jamás osaré mantener una polémica ni hablar de política, cuando otro par de jóvenes, esta vez provistos de aparatos de grabación y cámaras digitales, me preguntaron de sopetón qué pensaba de la retirada de Ibarra, que acababa de anunciarse.

Supongo que solté algún taco, que para eso están, y con la sinceridad que da la inmediatez, les respondí lo que van a leer ustedes ahora. Les dije, sin más, que me parecía una decisión acertadísima. Para él, lo cual es importante, pero, sobre todo, para los extremeños. He opinado en alguna ocasión que todos, al paso de los años, tendemos a hacer aquello que los demás esperan que hagamos, alejándonos incluso de lo que hubiera sido nuestra forma de proceder genuina y natural. E Ibarra, en este aspecto, se había convertido en una caricatura de sí mismo. Dicho sea, innecesario es aclararlo, con el máximo respeto a su persona y a quien ha contribuido de una admirable manera al progreso de Extremadura. Pero eran ya muchos años de oírle decir lo mismo, de decisiones personalísimas, tomadas sin considerar opiniones que no procedieran de aduladores y cortesanos. De viajes a Segovia y peticiones de indultos. Algunos aspectos de su política me han parecido peligrosísimos, especialmente ese empeño suyo en reafirmar los valores propios a base de ignorar los de los demás. ¿No se puede defender lo de uno sin atacar lo ajeno? Acabo de escuchar al inefable Zaplana en unas viperinas declaraciones en las que, sin citarlos por su nombre, elogia a Ibarra, a Bono... ¿No le resultará eso suficientemente ilustrativo a nuestro hombre?

Pero, en fin, obligado por la rapidez con la que hago estas reflexiones, no puedo terminar sin referirme brevemente al anunciado regreso de Ibarra a las aulas. Y en este punto, como profesor que soy, me olvido de su condición de político y me fijo en su condición de colega y, especialmente, en la necesidad de que cuide al máximo su salud que, de todo corazón, deseo sea estupenda durante muchos años. Y le digo que la mejor prueba de que ha pasado demasiado tiempo en el cargo es que, ingenuamente, crea que en las aulas su equilibrio físico y psíquico no correrá peligro. ¡Cómo se nota que hace décadas que no las pisa!

16 de septiembre de 2006

Palabras, palabras, palabras

TIENE MÁS RAZÓN que un santo la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras de Extremadura cuando, en nota hecha pública recientemente, insta a la Consejería de Educación a poner en práctica en el menor plazo posible un buen número de las medidas acordadas con los sindicatos en el curso pasado para –cita literal– “la mejora de la calidad de la educación del siglo XXI”. Pretensión ambiciosa, como se ve. Pero, en efecto, en dicho acuerdo, rebosante de declaraciones tan bien intencionadas como de plasmación imposible de verificar (“se desarrollará un ambicioso programa de refuerzo”, “se potenciará la cultura emprendedora”, etcétera), se contenían algunas medidas concretas, como la reducción de jornada lectiva a los profesores mayores de 55 años o el establecimiento de compensación económica para algunas tareas lectivas singulares, cuya puesta en práctica, por lo que se ve, se ha dejado para mejor ocasión.

De modo que si cuando se trata de hacer realidad acuerdos muy sencillos de aplicar se muestra así de eficaz la Consejería, ¿qué hemos de pensar acerca de propósitos tan etéreos como “producir un cambio de actitudes y planteamientos por parte de educadores” o “poner en marcha una serie de medidas que entroncando con el modelo educativo extremeño y fiel a sus rasgos característicos, se agrupen en torno a ciertos ejes vertebradores”, también enunciados en el acuerdo citado? "Palabras, palabras, palabras".

Pocos efectivos

TENÍA QUE OCURRIR: si día sí, día no, se oye en emisoras de radio y televisión, y se lee en los periódicos, que determinado país ha enviado dos mil, o los que sea, efectivos a tal misión de carácter bélico, cuando debieran decir soldados o militares, pues efectivos es, en este caso, equivalente a cantidad o número, hace unos días sucedió lo inevitable: un locutor de la televisión autonómica extremeña se quedó tan tranquilo tras informar en un noticiario de que un efectivo había resultado herido de un tiro en la ciudad de Badajoz. En fin, que mucho hablar de padres y madres, en este comienzo de curso, o de niños y niñas, con la loable intención de evitar la discriminación, y luego reduces a un policía o a un militar a la condición de efectivo. Estamos apañados. ¿Jugarán los chavales, dentro de poco, a efectivos y ladrones?

13 de septiembre de 2006

Al empezar un nuevo curso

RECUERDO CON GRATITUD a muchos de mis profesores. De cuando niño, en la enseñanza primaria y en el bachillerato, y de joven, en la convulsa universidad de finales de los sesenta. Cierro los ojos y veo a don Antonio Ruiz, por ejemplo, en las desvencijadas aulas del colegio Paideuterium de Cáceres. No teníamos aún diez años los chavales, todos chicos, que atiborrábamos su clase, y él, maestro ejemplar, se esforzaba, probablemente pagado con menos de dos reales, en prepararnos para el temido ingreso en el bachillerato. Lo veo afilando con viejas cuchillas de afeitar, ya desechadas para tal función, el lápiz rojo con el que corregía nuestras faltas de ortografía y las cuentas mal hechas. Si dijera que hasta nos enseñó a calcular raíces cúbicas alguien podría pensar que exageraría, pero es la pura verdad. Luego, en el bachillerato, que entonces se cursaba desde los once hasta los dieciséis o diecisiete años, tuvimos oportunidad de aprender de la mano de profesores como don José Mariño, con sus magistrales clases de Latín, o de don Juan González Peramato, cuyas lecciones de Matemáticas y Física siempre he considerado, en mis más de 35 años como profesor, ejemplo de elegancia y precisión. Su rigor, en el mejor sentido de la palabra, y su capacidad de síntesis eran envidiables... No son los únicos, por supuesto, a quienes recuerdo. Me vienen también a la cabeza los nombres de don Ricardo Durán, tan joven y deportista entonces como ahora, a sus 76 años, de don Aurelio Luna, con un concepto de la disciplina que hoy sería, afortunadamente, imposible de poner en práctica... De todos ellos aprendí y a todos, ya lo he dicho, les guardo gratitud.

En la universidad, pese a los efectos de la purga franquista, que se mantuvo hasta la muerte del dictador, había excepciones y conocí, ya en las facultades de ciencias, catedráticos excelentes. El profesor Galán, por ejemplo, en Salamanca, siempre maltratado por las autoridades académicas, y que hablaba del ADN cuando aquí casi nadie sabía de qué se trataba. Don Norberto Cuesta, personaje singular donde los hubiera, con sus peculiares clases de matemáticas, a un nivel que se nos antojaba inalcanzable a muchos de sus alumnos, y dueño de un lenguaje que hubiera causado la envidia de más de un académico. Capaz incluso, llevado de su amor por la maravillosa ciudad del Tormes, de mantener una polémica pública con un obispo de nombre olvidado, debido a las obras que el clérigo efectuó en un edificio antiguo. Sus clases eran un espectáculo, como lo fueron más tarde, en Zaragoza, las de don Baltasar Rodríguez Salinas, eminencia del Análisis matemático que hubiera sido una figura internacional si el contexto en el que se desenvolvía no hubiera sido tan provinciano.

Podría citar muchos otros nombres, pero valgan los anteriores como ejemplo. Pienso en ellos en estas fechas en que se inicia un nuevo curso y en las que uno mismo se encuentra ya en la última etapa de su dilatada carrera docente. Pienso en ellos y, llevado por una mentalidad que acaso alguien juzgue de trasnochada, medito sobre lo mucho que nos enseñaron a sus alumnos, casi sin saberlo, podríamos decir. Sin hacer mayor mérito de ello. Sin utilizar palabras grandilocuentes que, con frecuencia, sólo sirven para envolver absolutos vacíos. Pienso en ellos en estas fechas en las que los profesores hemos de redactar mil y una programaciones y hacer reuniones sin tino: de tutores, de grupos de adaptaciones curriculares, con los padres (y madres, faltaba más), en las que, como dijo el otro, a veces pareciera que hablásemos en prosa sin saberlo. Documentos oficiales emanados de las consejerías de educación rebosan de alumnos/as, profesor/a, coordinador/a, padres/madres, proyectos curriculares, Plan de Actuación para el Control del Absentismo Escolar (las mayúsculas no me las invento) que ocupan folios y folios de indigesta lectura. ¡Pobres de mis admirados y respetados profesores de cuando joven y, sobre todo, pobres de sus esforzados discípulos, si aquellos hubieran tenido que perder el tiempo con tanta tontería como la que hoy campa a sus anchas en los centros escolares y si nosotros, sus discípulos, en lugar de aprovecharnos de sus enseñanzas, hubiéramos tomado el camino a ningún sitio por el que hoy, como fruto de tanta palabrería de tres al cuarto, transitan muchos de nuestros propios alumnos!

8 de septiembre de 2006

Cohen en Lorca

A FINALES DE LOS SESENTA, digo bien, de los años sesenta del pasado siglo, la música que se oía en las radios y en la una, grande y libre Televisión Española de la época era la de Karina, Los Bravos o, si nos poníamos en plan folclórico, Lola Flores y Manolo Escobar. Los más modernos oían también, aceptémoslo, a gente como Françoise Hardy, Adamo o, incluso, Jacques Brel. En los institutos se estudiaba francés y en inglés sólo sabíamos decir good morning y thank you. Por eso, cuando una amiga que había regresado de Londres nos puso en una de aquellas reuniones semi clandestinas de la época un disco de un desconocido cantautor canadiense llamado Leonard Cohen, todos mostramos caras de circunstancias. Que cambiaron al poco: el LP contenía una de las más maravillosas canciones que nunca hubiéramos escuchado: Suzanne, de la que luego se harían cientos, si no miles de versiones: Now Suzanne takes your hand, and she leads you to the river, decía una letra llena de dulzura y espiritualidad. Fue entonces, en aquel mismo momento, cuando se obró el milagro y nos convertimos en seguidores irredentos del poeta, cantante, y seductor irresistible nacido hace ya 71 años en Montreal. A aquel primer disco le siguieron muchos otros y canciones como The Partisan (freedom soon will come; then we'll come from the shadows), un cántico a la Resistencia francesa, o Chelsea Hotel (you told me again you preferred handsome men but for me you would make an exception), en la que Cohen rememoraba un encuentro con Janis Joplin, no hicieron sino incrementar nuestra admiración por un músico que hacía de la desesperanza, combatida a base de ironía, signo de identificación.

Asistimos por primera y única vez a un concierto de Leonard Cohen en el año 1993, en Madrid (una actuación a la que habíamos previsto asistir años antes, en el Teatro Romano de Mérida, hubo de suspenderse a causa de una inoportuna tormenta). Y cuando, al fin, pudimos escucharle en persona, acompañado de Perla Batalla y Julie Christensen, la emoción que se extendió por el Palacio de Deportes, donde se desarrolló el evento, desbordó todo lo imaginable. Cohen estaba en pleno dominio de sus recursos. Con extremada elegancia, voz profunda, compatible con una apariencia física que rozaba la fragilidad, y un poder de seducción que convertía en normal la nutrida lista de sus amantes, se metió al maduro auditorio en el bolsillo. La interpretación de la bellísima Take this waltz, basada en un poema de su admirado García Lorca (Oh my love, oh my love, take this waltz, take this waltz, It's yours now. It's all that there is) supuso el punto culminante de una noche que, por mucho que pasen los años, permanecerá viva en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de vivirla.

De modo, amable lector, que con esos antecedentes se entenderá que alguien como quien suscribe recorriera más de 700 kilómetros en plena canícula, desde Cáceres hasta Lorca, para asistir, en el majestuoso castillo de esa personalísima ciudad murciana, al concierto en homenaje al artista canadiense celebrado el pasado día 22 de julio. Organizado, entre otros, por Alberto Manzano, traductor al castellano de nuestro hombre y autor de varios libros sobre él, reunió en una noche inolvidable a gente aparentemente tan diversa como Enrique Morente, John Cale, Anjani Thomas (la actual compañera de Cohen), Luz Casal, Javier Muguruza, Jackson Browne, Perla Batalla y muchos otros. Aparentemente diversa, digo, porque, al menos en esta ocasión, a todos unió su identificación con la música y la poesía de Cohen. Hay acontecimientos que por irrepetibles se convierten en memorables, y eso le sucede al que vivimos en Lorca en aquella noche de ensueño. Cuando al final, todos, artistas y público, cantamos al unísono una de las más célebres creaciones de Leonard Cohen, dirigidos por un magistral John Cale al piano, cuando entonamos a pleno pulmón, con palmas flamencas incluidas, la maravillosa Hallelujah (You saw her bathing on the roof, her beauty and the moonlight overthrew you), supimos que algo indefinible nos unía a todos y nos hacía partícipes de una emoción que difícilmente podríamos trasladar a quienes más tarde nos oyeran hablar de lo sucedido. Los muros del castillo lorquino aún deben conservar señales de la conmoción que, a buen seguro, ellos también sufrieron.

7 de septiembre de 2006

Guías para "supermanes".

TENGO EN LAS MANOS las llamadas páginas blancas, o sea, la guía alfabética de abonados que publica anualmente Telefónica. Y me permito hacer a esa compañía, en el convencimiento de que el gasto que mi propuesta acarrearía no causaría perjuicios irreparables a su cuenta de resultados, la sugerencia de que, en la próxima ocasión en que repartan la guía, tengan la amabilidad de acompañarla de una lupa de ¿ocho aumentos?

Sé que la vista de quienes somos talluditos no es la misma de cuando teníamos veinte años, pero justamente por eso debiera tenérsenos un poco más en cuenta.

¿De veras hay alguien que no sea Clark Kent después de despojarse de la camisa que pueda leer la letra microscópica que utilizan en dichas publicaciones?

23 de agosto de 2006

¡Matemáticas en el Telediario!

POR UNA VEZ, las matemáticas han ocupado unos minutos en un telediario. El extraordinario fenómeno, del que no constan precedentes, se produjo el día 22 de agosto, con motivo de la celebración en Madrid del Congreso Internacional de Matemáticos ICM 2006. Como puede observarse en el siguiente vídeo, alguno aprovechó para chupar cámara, pero ello no es óbice para que en esta republicana página se recoja el acontecimiento. Además, mejor asistir a un congreso científico que a una regata en Mallorca. :-)


7 de agosto de 2006

Pitágoras vence a Soraya

LA INSTALACIÓN EN CÁCERES de una importante empresa dedicada a la realización de programas informáticos para uso de bancos y otras instituciones financieras constituye, por diversas razones, una magnífica noticia. Aunque la forma en que se ha hecho pública la novedad no haya sido la que cabría desear en una sociedad avanzada, en la que no debieran producirse actitudes caciquiles, o paternalistas, si no se quiere ser tan crítico, que nos hacen recordar las imperantes en nuestra región durante décadas. Algún convecino, lleno de satisfacción por el acontecimiento, se expresaba el otro día de tal manera — “¿has visto lo que nos ha traído Ibarra?”— que habría hecho sonrojar, de haberlo podido oír, al mismísimo presidente extremeño. Buenos estaríamos si aún hubiera que agradecer a este o aquel personaje que una empresa decida montar sus negocios aquí o allá. ¿Se imagina alguien a, quién sé yo, a un madrileño, por ejemplo, atribuyendo a Esperanza Aguirre el que una multinacional se instale en Alcalá de Henares? Nos queda a los extremeños mucho trecho por recorrer hasta desprendernos de ciertos hábitos que siguen trasmitiéndose de generación en generación como si los tiempos de los Santos inocentes no hubieran ya pasado.

Pero, volviendo a lo principal, hay que congratularse de que una empresa de la importancia de la que estamos hablando venga a Cáceres. En primer lugar, como ya se ha reconocido por diversos representantes políticos, por lo que para una ciudad de las características de la nuestra representará que medio millar largo de jóvenes técnicos y científicos se instalen en ella. No se trata ya de los aspectos económicos del asunto, nada desdeñables aunque quizás no todos ellos beneficiosos (se me ocurre ahora, por ejemplo, que habrá un rápido encarecimiento de la vivienda), sino de los aspectos sociales, culturales. Que tal cantidad de jóvenes, de mentalidad abierta, nacidos a finales del siglo XX, se queden o vengan a vivir a una ciudad tan vetusta como Cáceres, en la que los mayores acontecimientos anuales pueden consistir en la procesión de la patrona o en la apertura de una pista de verano, representará una bocanada de aire fresco – perdón por el tópico— del que tan faltos estamos. Con el tiempo incluso alguno de ellos podría llegar a alcalde... Esto último es una broma, desde luego, pero, hablando en serio, nadie pondrá en duda que se trata de un hecho que rejuvenecerá a nuestra ciudad.

Hay otro aspecto de la noticia que quizás haya pasado desapercibido y que a este servidor que suscribe, profesor de matemáticas al fin, le merece también alguna reflexión. Es el que afecta a la cualificación profesional de los más de 500 jóvenes que serán contratados por la conocida empresa informática. Vivimos los tiempos de lo light, ya se sabe. En colegios e institutos las materias tradicionalmente consideradas como necesitadas de un mayor esfuerzo van cediendo el paso a entelequias de importancia inversamente proporcional a la longitud de los pomposos nombres con las que se designan. Las actividades transversales, los objetivos actitudinales y otras zarandajas de ese tipo van copando poco a poco los horarios escolares. Y entre los chicos cunde la sensación de que no merece la pena el esfuerzo ni el sacrificio. Que, total, van a terminar saliendo adelante de todos modos. Y desde ese punto de vista la noticia que comentamos es un auténtico bombazo. Porque, digámoslo claramente, estos señores que montan aquí su negocio no vienen a contratar mano de obra sin cualificar, o gente que con las cuatro reglas vaya tirando. Viene a contratar informáticos, físicos, matemáticos... Cuando las facultades que se dedican al estudio de estas ciencias están viéndose despobladas en los últimos años, cuando el criterio imperante en muchos centros académicos parece ser el de no hagas hoy lo que puedas hacer mañana, el que, de golpe y porrazo, medio millar de jóvenes científicos digan aquí estamos, por nuestros propios méritos, constituye una noticia de primer orden. Y para quienes nos dedicamos no sin cierto esfuerzo, dado el ambiente reinante, a la tarea de explicar ciencias duras, de las que parecían estar de capa caída, hechos como el que motiva estas líneas suponen un resistente bastón en el que apoyarnos durante los próximos cursos académicos. Por una vez –toquemos madera– Pitágoras ha vencido a Soraya.

1 de agosto de 2006

Aznar: Sí a los bombardeos

DOS O TRES DÍAS antes del criminal bombardeo israelí sobre Qana, el ex presidente Aznar concedía una entrevista a la BBC. Reproduzco un fragmento de ella:

Entrevistador: ¡Pero usted nos está diciendo que la OTAN debe bombardear el Líbano!
Aznar: Si es necesario, sí. Porque yo considero que Israel es una parte esencial del mundo occidental. Y yo considero que mis intereses, mi democracia, mi libertad, mi prosperidad, mi libertad, en gran medida, pasan en este momento por la existencia de Israel.

Quien tenga duda de que tales palabras sean ciertas, puede escuchar la grabación original en: http://www.corcobado.net/aznar.mp3

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El percentil

LEO EN EL PAÍS, en una información sobre el incremento experimentado por la estatura de los españoles, que el percentil 50 de la altura de los chicos de 18 años es 1,73 m. Y el periodista añade que eso significa que 50 de cada 100 chicos tienen esa estatura. Pues no. Que el percentil 50 sea de 1,73 lo que quiere decir es que la mitad de las estaturas medidas son menores o iguales que 1,73 metros; y la otra mitad, mayores. Como profesor de matemáticas, cada día me reafirmo en la necesidad de dar mayor importancia a dicha disciplina en los planes de estudios para evitar errores que, como el que motiva esta carta, se ven con excesiva frecuencia en los medios de comunicación.

Patético Solana

VEO EN LA TELEVISIÓN a un Solana más histriónico que nunca, en rueda de prensa con la ministra de Asuntos Exteriores de Israel, con el rostro desencajado por lo que ha visto en Líbano. Clama por la desproporción del ataque israelí. Pero con eso no expiará sus culpas. No nos hará olvidar que era Secretario General de la OTAN cuando ésta bombardeó Belgrado. Tan inocentes eran aquellos que murieron cuando, a bordo de unos humildes tractores, pretendían huir de la muerte como estos que perecen bajo misiles lanzados impunemente desde aviones proporcionados al Estado judío por los EE UU. Mientras, Bush, entre bocado y bocado, da muestras de su capacidad de análisis. ¿Nos quedará algo diferente del llanto?

21 de julio de 2006

Derecha nada civilizada

RECORDARÁN LOS MÁS VETERANOS de los lectores cómo en los últimos años del franquismo se acuñó una expresión, la derecha civilizada, para referirse a ciertos sectores más o menos próximos al régimen que se pensaba podrían tener importancia decisiva en la vida pública en cuanto falleciera el dictador, y cuyas actitudes ante los numerosos problemas que acosaban a la sociedad española de la época no eran tan intransigentes como las de muchos jerarcas de camisa azul. Si por un lado estaban Arias Navarro, Girón, Solís, etcétera, por otro se hallaban Areilza, Garrigues... También éstos eran de derechas, por utilizar una expresión que todo el mundo entiende, pero entre ellos y gente como el tristemente célebre ex fiscal de Málaga mediaba una distancia considerable. Era gente con la que se podía hablar. Personas que admitían que no todo lo que se hiciera en nuestro país habría de hacerse con su permiso. Era aquella una derecha civilizada porque aceptaba que no siempre tenía razón; entendía que si en un futuro democrático la izquierda llegaba al poder, no habría de discutirle una y otra vez su triunfo. Era civilizada porque no era dogmática y permitía que otros tuvieran ideas económicas o sociales distintas de las suyas; u otras creencias, si nos referimos al espinoso asunto religioso que tanto ha pesado en nuestra historia.

La transición, pese a todos los pesares, transcurrió felizmente. Es cierto, y en estos días lo estamos viendo con mayor intensidad que en años precedentes, que se perdonaron demasiados pecados a los franquistas y no deja de ser doloroso que incluso hoy en día, setenta años después de la sublevación militar, haya miles de personas que ignoren dónde reposan los huesos de sus familiares asesinados en la guerra civil y en la posguerra; pero, en fin, la transición se realizó mejor de como muchos hubiéramos sospechado. La derecha más cavernícola quedó reducida a la mínima expresión en las primeras elecciones libres y la UCD de Suárez recogió en 1977 los votos de amplias capas sociales de mentalidad conservadora que no compartían los postulados de Fraga y compañía. En ayuntamientos y diputaciones, y luego en las comunidades autónomas, de esa derecha civilizada surgieron en muchos casos regidores conciliadores que gozaron de un amplio predicamento público. La derecha, en resumen, se fue adaptando a los nuevos tiempos y las actitudes extremistas tuvieron carácter marginal. Y aunque en el año 1982, fracasado el golpe de Tejero meses atrás, ganara el PSOE las elecciones y Felipe González lograra mantenerse en el Gobierno durante varios años, nadie discutió la legitimidad de su triunfo y su derecho a gobernar de acuerdo con la nueva mayoría.

Han pasado bastantes años desde aquello. Y hoy nos hallamos con una derecha a la que acaso sobrara el calificativo de civilizada. Los Zaplana, Acebes y muchos otros parecen presos de un fanatismo que hacía tiempo no se veía por estas tierras. Aún no han digerido la imprevista derrota que sufrieron en las urnas en el 2004, fruto tanto de su servilismo respecto a los EEUU en la invasión de Irak (la foto de las Azores, para entendernos) como, especialmente, de su actitud tras los atentados del 11-M. Y como no parece caber en sus cabezas que otros manden en un país en el que ellos pensaron mandar por décadas, no se paran en marras a la hora de ejercer la oposición. En el terreno de las costumbres sociales, por ejemplo, se alían con los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica para rechazar medidas adoptadas por el Gobierno que gozan de amplio respaldo. Medidas que no obligan a nadie, sino que amplían las libertades. En el terreno político, no tienen pudor en utilizar incluso a las víctimas del terrorismo para erosionar al Ejecutivo, en un momento en el que empiezan a existir fundadas esperanzas de llegar a la normalidad en el País Vasco. Bajo la tutela de un Aznar cuyo resentimiento queda patente a poco que pronuncie dos palabras, el Partido Popular se desliza hacia un extremo del espectro político pareciendo seguir aquella máxima de cuanto peor, mejor. Y ello es muy peligroso para la sociedad española. Casi una cuarta parte de los españoles, según una reciente encuesta, no tienen “ni idea” de lo que sucedió el 18 de julio de 1936. Convendría que lo supieran, especialmente si tuviera razón el viejo Carrillo cuando afirma que la actitud del PP le recuerda a la de los facciosos de aquel entonces. Esperemos que se equivoque.

11 de julio de 2006

¿Policías o congregantes marianos?

LES ASEGURO QUE he tenido que mirar dos veces al calendario para asegurarme de no estar en el Día de los inocentes. Ha sido tras leer en la prensa que "la Policía Local de Cáceres inició ayer --por el pasado sábado-- los actos religiosos en conmemoración de su patrona, la Virgen del Carmen. Hasta el 16 de julio se llevará a cabo un solemne novenario". Luego, la noticia continúa diciendo que "se celebrará una solemne procesión con la sagrada imagen de la Virgen, portada por los miembros de la Policía Local de Cáceres".

Pero no, definitivamente hoy no es el Día de los inocentes. Debe tratarse, pues, de un error. ¿No habrá querido referirse el periodista a una congregación mariana en vez de a la Policía Local cacereña? ¿O el error es mío, al pensar, ingenuamente, que había algo en la Constitución acerca de la no confesionalidad del Estado?

6 de julio de 2006

Funerales indiscriminados

CUANDO SE ESCRIBEN LÍNEAS que pueden leer miles de personas resulta muy difícil acertar con las palabras adecuadas para no ser mal interpretado. En determinadas ocasiones habría que tener unas virtudes de las que uno carece para ser capaz de expresar con nitidez las propias ideas sin ofender a nadie. Porque cuanto más a contracorriente nade uno, cuanto más desee uno mostrar su individualidad, más dificultad habrá en conciliar la libre expresión de sus ideas con el deseo de respetar las de las demás. Pero aun a riesgo de ser malinterpretado hay ocasiones en que es imperativo decir hasta aquí hemos llegado. Y, honradamente, creo que determinados tristes acontecimientos sucedidos en nuestro país en los últimos días obligan a no asentir con el silencio. A no dar por bueno lo que se hace por inercia, por temor a salirse de la norma establecida no se sabe muy bien por quién, por el qué dirán.

Quiero hablar, lo diré ya sin más rodeos, del desgraciado accidente ocurrido en el Metro de Valencia y en el que han perdido la vida más de cuarenta personas de distintas edades, ocupaciones, nacionalidades… y creencias religiosas, supongo, incluidos, por supuesto, los que carecieran de ellas, como sucede a un buen porcentaje de españoles según los últimos estudios sociológicos. Si alguien hubiera olvidado que el azar es un componente fundamental de nuestra existencia, bastaría con acontecimientos tan desgarradores como el del accidente del otro día para refrescar nuestra memoria. ¿Por qué ellos y no uno mismo?, podríamos preguntarnos ante tamaña desgracia. ¿Qué había hecho esa niña de ocho años destrozada entre dos vagones para merecer más que nosotros semejante final? Y ante ese tipo de preguntas las respuestas serían innumerables. Entre ellas, desde luego, la que atribuyera sucesos tan dolorosos como el de Valencia a oscuros designios de la Providencia Divina, en la que millones de seres humanos delegan la explicación de todo lo que nuestra razón no alcanza a explicar. Nada habrá que objetar a quienes opten por esa opción, a esa vía de escape. Están en su derecho.

Pero… Pero no todos elegimos esa vía. No todos buscamos el consuelo de divinidades en la desgracia. No todos aceptamos que nuestra existencia se explique por la voluntad inescrutable de ser alguno superior que maneja nuestra vida con hilos cuyo sentido se nos escapa. Y por eso, afortunadamente, nuestro Estado, constitucionalmente, se proclama como no confesional. La libertad de credo, de culto, está reconocida por nuestras leyes de mayor rango. Pero ¿qué ocurre en la práctica?, ¿cómo muestran nuestras máximas autoridades, incluido el Jefe del Estado, que vivimos en un país en el que uno puede declararse ateo, agnóstico, ajeno a cualquier religión, sin que ello le lleve a galeras, al ostracismo, a la condena inquisitorial?

Hubo más de cuarenta personas que por desgracia vieron interrumpida su existencia en un desdichado accidente que, probablemente, hubiera podido evitarse. Son, eran, cuarenta y tantas personas, más cientos de familiares, merecedores de nuestra solidaridad, de nuestro afecto, de nuestro apoyo. Pero ¿no hay, no había otra forma de manifestar institucionalmente esa cercanía a ellos que mediante una ceremonia religiosa católica, apostólica y romana a la que quizás hubieran sido ajenas muchas de las propias víctimas? ¿No podrían al menos los celebrantes de misas y funerales como los que hemos visto en televisión ser más comprensivos con las circunstancias e intentar reducir a la mínima expresión la manifestación de dogmas que, necesariamente, no todos las víctimas compartían? Lo diré de forma más rotunda, acaso juzgada de brutal por alguno de los lectores: Nadie esta libre de acabar sus días en un suceso de las características del de Valencia. Mañana, pasado, quien suscribe puede perecer en un avión que se estrella, en un tren que descarrila, en un terremoto que arrase con todo lo que se halle a cientos de kilómetros de su morada. Pero lo último que desearía uno sería que, en su ausencia, sin su permiso, su nombre se incluyera en una ceremonia acorde con los ritos de una religión que no ha profesado desde que tiene uso de razón y a la mayoría de cuyos ministros, a lo largo de la historia más reciente, siempre ha imputado la contribución más negativa que quepa concebir al avance de la humanidad. ¿Ni muerto le dejarán a uno en paz?

30 de junio de 2006

Poder judicial: juez y parte

PARECE FUERA DE DISCUSIÓN que en España gozamos de una amplia libertad de expresión. Los medios informativos cubren un amplio espectro ideológico e, incluso, el mal gusto imperante en muchos programas de televisión puede mostrarse impúdicamente sin que nadie se escandalice. Casi podríamos decir que no hay poder institucional que esté libre de la crítica pública. Un militar, por alta que sea su graduación, pronuncia unas palabras impropias y al día siguiente se ve justamente vapuleado en periódicos y revistas. Y si hablásemos de los políticos, que día sí día no se ven sometidos a críticas feroces, tendríamos muestras a cientos de que aquí casi nadie es intocable. Coja el lector un par de periódicos y cuente cuántas puyas se les colocan diariamente a Zapatero, a Rajoy o al último concejal de la más pequeña de las aldeas. ¿Es concebible, por poner un ejemplo, la existencia de un Jiménez Losantos en la inmensa mayoría de los países europeos? La sola hipótesis de que en Francia, digamos, una cadena de emisoras episcopal sirviera de altavoz a extremistas como el susodicho resulta inimaginable. Aunque hayamos de reconocer que personajes como Cañizares o Rouco tampoco abunden por ahí fuera.

Al lector no se le habrá escapado, sin embargo, que en las líneas precedentes aparece un repetido “casi”. Porque, según mi criterio, sí que existe un poder que permanece exento de crítica: el poder judicial. Aún recordamos el procesamiento al que se vio sometido hace años un conocido político andaluz por afirmar, con más razón que un santo, que “la justicia era un cachondeo”. Es cierto que un caso como ese sería impensable hoy en día, pero no lo es menos es que cuando se habla públicamente de asuntos que afectan a los jueces, parece que todo el mundo recurriera al papel de fumar, a la insinuación, al decir sin decir, al sobreentendido; a la natación y la guardarropía.

El proceso de paz en el País Vasco, el diálogo con ETA será, como el mismo presidente Zapatero dijo, duro, largo y difícil. Y los palos que se están metiendo en las ruedas del carro que conducen a él no son palillos de dientes. Ni siquiera de colmillos, por afilados que sean los de algunas fieras depredadoras que parecen estar rezando a diario por que se produzca algún accidente grave (no me atrevería yo a decir sangriento) en el difícil viaje emprendido por el Gobierno. Todo parece valer si de ello se pueden sacar réditos electorales. Quienes hablaban del “Movimiento vasco de liberación” ahora le niegan el pan y la sal a un Gobierno que está empeñado en poner fin honrosamente a cuarenta años de sangre y dolor. ¿Son estos agoreros del desastre, esos que enviaron españoles a la ilegal y causante de miles de muertes guerra de Irak, los que propician determinadas acciones judiciales que copan los titulares de los periódicos en las últimas semanas? ¿Tiene mucho sentido que investigaciones sobre el llamado impuesto revolucionario que se llevaban efectuando desde hace más de dos años conduzcan justamente ahora, cuando se está en puertas de un diálogo en busca del fin de la violencia, a la detención de un buen número de personas? ¿Es aceptado por la opinión pública que quienes, amenazados en sus vidas y en las de sus hijos, se han visto obligados a claudicar, se vean tratados como delincuentes, y sean esposados y así conducidos por la fuerza pública ante el juez? ¿Puede entenderse por el común de los españoles que un magistrado cuyo nombre era hace nada desconocido, ocupe últimamente todos los titulares de la prensa y que incluso coincida en el tiempo su arrolladora actividad con una larga entrevista en un periódico en la que exponga públicamente cuestiones tan íntimas como sus opciones sexuales?

El lector cómplice entenderá que las cuestiones anteriores queden formuladas como interrogantes. A diferencia de otros poderes, que en caso de sentirse injuriados por una crítica han de acudir a terceros para que sean éstos quienes sentencien, el poder judicial es juez y parte. Y aunque la crítica a sus decisiones sea consustancial a un estado de derecho, vale más tentarse la ropa antes de realizarla. Pero hay que hacerla. Especialmente si quien la efectúa es un ciudadano que, por haber carecido de ella durante muchos años, considera que la libertad de expresión es un bien inapreciable que se fortalece ejerciéndola.

9 de junio de 2006

Veintisiete mil clases

NO SOY AFICIONADO AL FÚTBOL, lo siento. Pero entiendo perfectamente que muchos de mis mejores amigos lo sean. Todavía recuerdo cuándo dejó de interesarme ir al estadio. Fue una vez, hace siglos, en que el Cacereño y el Badajoz disputaron un partido en el viejo campo de la Ciudad Deportiva: El encuentro hubo de suspenderse antes de que finalizara pues debido a agresiones sin tino entre los jugadores e insultos a cual más hiriente para la santa madre del árbitro, las expulsiones alcanzaron tal número que debieron quedar sobre el césped (o sobre la arena, pues me parece que eso de la hierba fue posterior) diez u once futbolistas. Pero, en fin, reconozco que de vez en cuando veo algún partido por la televisión y aunque mi entusiasmo no alcance el de, por ejemplo, Rodríguez Zapatero al ver ganar al Barça la Copa de Europa, disfruto con alguna que otra jugada. Desde luego, el sonido lo quito o lo pongo muy bajito. Los comentaristas me parecen siempre de una parcialidad manifiesta.

Decía antes que entiendo que mucha gente sea aficionada al fútbol, a verlo jugar. Se combinan en un partido aspectos que están presentes en muchas facetas de nuestra vida: El azar, la necesidad de sacrificio para ganar, del trabajo en equipo, pero también la injusticia en muchos casos del resultado (en todos, para el entrenador del equipo derrotado), la parcialidad de algunos jueces o árbitros… Además de trata de una afición inofensiva. El que haya unos desalmados que en los estadios o sus alrededores se comporten como auténticos salvajes no permite atribuir esos rasgos a la inmensa mayoría de los aficionados, tan pacíficos ellos como mi buen amigo y compañero Mariano de Vicente, eterno seguidor del Real Madrid y, por lo que sé, poco dado en esta última temporada a comentar los lunes los resultados del domingo anterior.

Como sé que cada persona que acude al estadio paga su entrada religiosamente, o que cada espectador de uno de esos partidos que sólo pueden verse por las cadenas de televisión digital también paga por verlos, no tengo nada que objetar a que los clubes paguen las cantidades astronómicas que pagan a las estrellas de ese deporte. A fin de cuentas se trata de un asunto privado que sólo atañe a los que, abonando sus entradas, reales o virtuales, permiten que se alcancen cifras tan enormes que resultan imposibles de abarcar por cabeza humana. Es como lo que cobran las estrellas del rock por dar uno de esos conciertos. Hace poco estuve en uno de Bob Dylan, pagué un riñón por asistir y, por lo tanto, si el viejo rockero se embolsó una millonada fue porque así lo quisimos quienes fuimos a oírle, no los que se quedaron en su casita, a los que el evento no les costó ni un céntimo.

Pero héteme aquí que el otro día, convaleciente todavía del impacto que me causaron las palabras de Acebes identificando las estrategia de Zapatero y ETA (estuvo acertado el socialista que le recomendó al ex ministro ayuda psicológica), empezó un telediario. Y en los titulares mencionaron lo que cobraría cada jugador de la selección española de fútbol si lograban proclamarse campeones del mundo: 540.000 euros. Es decir: Noventa millones de pesetas. ¿Por ocho, nueve partidos? Y entonces apagué el televisor. Porque, claro, ese dinerito, a diferencia del que pagan los clubes a sus estrellas, también sale de mi bolsillo. Y del de usted, amable lector; y del bolsillo del vecino del piso de arriba. Aunque el fútbol les interese lo mismo que a mí la procesión del Corpus, por poner un ejemplo.

Apagado el televisor, agarré una calculadora. E hice unas sencillas cuentas en las que manejé el sueldo mensual de un profesor de instituto con, digamos, veinte años de antigüedad y el número de clases semanales que ha de impartir, excluido el tiempo que necesita dedicar a las cada día más frustrantes tareas puramente burocráticas. Y el resultado me dejó definitivamente para el arrastre: Para que ese profesor llegara a cobrar lo que ganaría en pocos partidos un futbolista español, si la selección fuera campeona, necesitaría impartir, agárrense ustedes, unas 27.000 clases, en números redondos. Veintisiete mil clases. ¡Y que luego nos vengan los sucesivos ministros de educación, consejeros del ramo y otros afines, con que nuestra misión es de capital importancia! ¡A otros con ese cuento!

28 de mayo de 2006

Orejas de burro

HE DUDADO POR UN MOMENTO de si titular estas líneas con el españolito que vienes al mundo, que quizás resumiera mejor que las palabras que finalmente he elegido lo que van a leer a continuación, pero me he rendido ante el contundente atractivo del nombre de aquel vil instrumento escolar que acaso muchos pedagogos consideraron en su día como el no va más de la modernidad. Porque eso de ser modernos siempre se ha llevado mucho entre los teóricos de la educación, incluso antes de que existieran las consejerías del ramo.

Como profesor que soy, les confieso que me agrada que parte de mis alumnos sean de los primeros cursos de Secundaria. Casi niños, aún no han perdido la ingenuidad de la infancia y aunque matemáticas, la verdad sea dicha, aprenden poquitas, con ellos no ve uno todo su trabajo tirado por la borda, como a veces llegas a pensar que sucede cuando trabajas con chavales mayores, muchos de ellos presentes en las aulas exclusivamente por obligación, no por devoción. Cada gesto que haces ante los pequeños, cada modo de comportamiento que muestras, cada palabra que pronuncias, son absorbidos por ellos como si se hubieran convertido en esponjas.

El otro día, en medio de una clase que transcurría en buen ambiente (iba a decir que en el buen ambiente habitual, pero corría el riesgo de parecerles vanidoso a ustedes), como un chico no diera pie con bola, empecé a contarles lo que, muchos años atrás, se hacía con los alumnos menos despiertos. Y les hablé de aquellas orejas de burro de cartón que se colocaban en las cabecitas de quienes no se habían sabido la lección o el catecismo, antes de pasearlos para su vergüenza por el resto de las aulas del colegio, para que los demás escolares, a veces tan proclives a la burla, les llamaran “¡burro, burro!” y otras lindezas semejantes, mientras los pobres humillados enrojecían e inclinaban la cabeza. Se lo contaba a mis oyentes como el que cuenta una batallita, pero, para mi sorpresa, no había terminado de hablar cuando dos alumnos me interrumpieron al unísono: “Sí, sí, doña Fulanita, en el colegiox de Cáceres, lo hace siempre. El año pasado nos las puso a nosotros. Nos subía a la tarima y los demás niños se reían de nosotros”. Me dieron las referencias precisas como para que yo quedara convencido de que lo que contaban era cierto, pero el lector comprenderá que me reserve dicha información.

Terminada la clase, cayó en mis manos un documento suscrito recientemente por la Consejería de Educación y la práctica totalidad de los sindicatos de profesores extremeños, orientado a la “mejora de la calidad en la educación del siglo XXI”. Como se ve, nada de intentar mejorar la deteriorada enseñanza en, qué se yo, los veinte o treinta próximos años, que debe parecer objetivo bien modesto. ¡A un siglo vista! Bueno, pues en ese documento, cuyos fines pese a las apariencias son de tipo más organizativo y salarial que educativo, y cuya detenida lectura aconsejo a quien desee hacer un cursillo rápido de escritura creativa, se contienen párrafos de lenguaje tan liso y llano como éste: La práctica docente perseguirá que los alumnos y alumnas extremeños aprendan a ser, aprendan a hacer, aprendan a conocer, aprendan a convivir y aprendan a imaginar. O como este otro: El profesor debe ser el autor responsable de que cada alumno cree su propio paradigma. Textos en consonancia, como apreciará el lector informado, con ese indescriptible preámbulo del nuevo Estatuto de Autonomía de Andalucía que ha provocado reacciones sin tino.

Como supondrán ustedes, tras leer lo de paradigma y lo de aprender a imaginar quedé sumido en la perplejidad. Aquí, me dije, conviven la mayor proporción de ordenadores por alumno del universo (otra cosa es qué se haga con ellos) con las orejas de burro; las pomposamente llamadas secciones bilingües de algunos institutos con las tasas de fracaso escolar más altas de España. Pero, desde luego, no parece que entre nuestros próceres educativos haya tenido mucho eco aquel consejo que Machado puso en labios de Juan de Mairena: “No es conveniente que pueda decirse de vosotros: Muchas ñoñerías dicen, pero ¡qué bien las redactan!”

Porcentajes mal usados

LEO EN UNOS TITULARES del periódico que "el 4,4% de los pacientes muere en los hospitales por efectos adversos" producidos por infecciones hospitalarias, uso inadecuado de medicamentos o procedimientos quirúrgicos. Y me asusto, como es lógico. ¿Una de cada 23 personas ingresadas en los hospitales fallece, y no porque su enfermedad conduzca a tal desenlace, lo cual ya de por sí sería alarmante, sino por esos efectos adversos?
Menos mal que, según el texto de la noticia, ese 4,4% de fallecidos se refiere al 8,4% de los hospitalizados que sufren tales percances. O sea: tres de cada mil personas ingresadas, en números redondos. Y ello, amén de disminuir mi alarma -siguen siendo unas cifras muy altas-, me hace reflexionar sobre lo mucho que aún tenemos que esforzarnos los profesores de matemáticas para que conceptos tan sencillos como los porcentajes sean utilizados correctamente por, entre otros, los futuros periodistas.

10 de mayo de 2006

El pulgar del emperador

LO HABREMOS VISTO decenas de veces en las pantallas de los cines, en la sesión infantil, cuando éramos niños, y en las de la televisión, en las innumerables ocasiones en que la habrán pasado. Hablo de Quo Vadis, la inolvidable película del año 1951: Nerón, encarnado por Peter Ustinov, actor de aspecto tan bonachón como pintoresco, apuntaba con su dedo pulgar hacia abajo y ello significaba que el pobre gladiador vencido era rematado, o apuntaba al cielo, las menos de las veces, con lo que el vencedor se libraba de tener que atravesar con su espada el cuerpo sometido en la arena. Eran muy divertidas aquellas películas de romanos, de las que tanta historia aprendimos, o eso al menos pensábamos, la gente de mi generación. Luego nos dimos cuenta de que las cosas no eran tan simples. El curso de los acontecimientos, el que se cortara o no una vida, el que se emprendiera o no una guerra, el que se construyera o no una calzada romana, no podía depender de que al emperador le hubieran dolido las muelas en la noche anterior, o de que le hubiera sentado maravillosamente el asado bien regado que se había metido entre pecho y espalda a la hora del almuerzo.

Aunque vaya usted a saber. Hace tiempo que abandoné la ingenua creencia de que la razón y la lógica regían el funcionamiento de nuestra vida, de modo que ya nada me extraña. Pero uno confía (he dudado de si poner confiaba) en que las decisiones que afectan a los ciudadanos en un país democrático se tomen colegiadamente, tras los debates oportunos y sin que las decisiones personales tengan más peso del que deban teer. Para caudillos, con uno tuvimos bastante. Por eso la primera consideración que me hago, tras el sorprendente cambio de criterio manifestado por el presidente de la Junta de Extremadura acerca de la famosa autovía entre Cáceres y Badajoz, es la de en qué se habrá basado tan asombrosa rectificación. Porque ni con la mejor intención del mundo puede darse por válida esa peregrina excusa relacionada con la instalación en Cáceres de determinados grandes almacenes. ¡Por favor: que no se enteren fuera de aquí, que nos van a tomar a chirigota! ¿Tan tontos nos consideran?

Que conste que, como a todo hijo de vecino, me alegra el que por fin se acometa una obra que tanto va a mejorar las comunicaciones entre las dos capitales extremeñas (disculpen: soy de los de “Extremadura, dos: Cáceres y Badajoz”) y ojalá se hubiera tomado esa decisión hace años. Aunque, sinceramente, en mis frecuentes viajes entre ambas ciudades, con escaso tráfico a la vista, no haya echado tanto de menos una buena carretera de cuatro carriles como la echo cuando voy hasta Plasencia o hasta Trujillo. Pero, como digo, bienvenida sea la autovía. No olvido, en todo caso, que los 360 millones de euros que, en principio, costará la obra (luego probablemente se duplicará o triplicará la cifra, como suele suceder en estos casos), divididos entre el millón y pico de extremeños, supondrán un coste medio por habitante de unos 300 euros, pero, en fin, no es eso lo que más me llama la atención.

Lo que más me llama la atención, lo diré, es lo mismo que me sorprendía en las películas de romanos: que nadie, ni siquiera entre los más allegados, se permitiera discutir las decisiones del emperador. Bueno, en las películas aquello quizás tuviera su lógica: una objeción a Nerón podía costarles la vida. ¿Y aquí? Porque, me digo yo: ¿en qué lugar quedan los diputados regionales del partido mayoritario cuando ahora han de dar por bueno lo que ayer mismo se afanaban en dar por malo, cuando por poco sentido del ridículo que les quede habrían de ruborizarse leyendo en el diario de sesiones de la Asamblea de Extremadura sus propias palabras de hace media hora? Sé, y es un tópico con el que algunos intentan tranquilizar su mala conciencia, que en los ámbitos de la política, sobre todo cuando ésta se convierte en un medio de ganarse la vida, la ingestión de sapos y culebras es el pan suyo de cada día. Pero, claro, se trataba de sapos y culebras; nadie hasta ahora había hablado de dinosaurios. He de volver a ver Quo Vadis, para intentar aclararme.

6 de mayo de 2006

Tuteos improcedentes

Entre mis muchas ignorancias hay una de la que me lamento especialmente: la que me impide conocer los fundamentos del lenguaje, los misterios de esa característica que a los humanos nos diferencia de otros seres vivos. No concibo la posibilidad de pensamiento sin el uso de la palabra, y creo firmemente que nuestro habla, el decir de cada cual, es fiel reflejo de lo que somos y de cómo pensamos. Tengo un lema de Víctor Hugo en mi mesa de trabajo: “Lo que bien se concibe, bien se expresa, con palabras que surgen con presteza”. De modo que el lector comprensivo entenderá que para personas como este atrevido comentarista, leer las páginas de los periódicos o escuchar ciertas informaciones radiofónicas o televisivas se constituya con frecuencia en una verdadera sesión de tortura.

Hay un fenómeno en el lenguaje de nuestro tiempo del que ya han hablado voces mucho más autorizadas que la mía y que, en principio, no me disgusta: el del tuteo. Los profesores, por otra parte, lo conocemos desde hace mucho tiempo. El que un alumno se dirija a un profesor de usted es algo cada vez más raro; lo que, sinceramente, en tanto supusiera que entre discentes y docentes se ha establecido una relación más afectuosa y cercana que la de hace décadas, no me parecería mal. Y, además, tampoco es uno una persona engreída que vaya apartando por la calle con un bastón a quienes se aproximen a menos de tres metros a su persona. La sociedad es cada vez más igualitaria, y el que se rompan barreras innecesarias entre quienes la integran puede ser un saludable síntoma de cercanía y progreso.

Claro que, como digo, me gustaría conocer algo más a fondo los mecanismos del lenguaje. Porque si uno va a Francia, por ejemplo, o a Portugal, observa que allí la gente no se trata de entrada con la familiaridad con la que lo hace aquí. Y no creo que por ello en esos países las relaciones sociales se desarrollen en peores condiciones que entre nosotros o que existan barreras que aquí no hay. Es inimaginable que en un hospital francés, por ejemplo, un imberbe auxiliar de enfermería se dirija a un paciente anciano como se dirigiría a él en España: tuteándole como si le conociera de toda la vida y no golpeándole en la espalda, mientras le soltara un “¿qué pasa, tronco?” porque el pobrecito anciano probablemente daría con sus huesos en el suelo, no por otra razón. ¿Qué harán en esos países los expertos publicitarios? Porque, creo yo, muchos de los vicios, o digamos los cambios, si no queremos ser tan radicales, de nuestra forma de hablar tienen su origen en los gabinetes de las grandes agencias de publicidad. Debe tratarse, probablemente, de que cuanta mayor sea la familiaridad con la que traten al consumidor, cuanto más cercana le parezca a éste la voz engatusadora, mayor será la tentación que sienta por seguir los interesados consejos de su amigo. Dese el lector un paseo por las animadas galerías de cualquier centro comercial y aunque peine canas y haya de apoyarse en una cayada, olvídese de la posibilidad de que los locutores cuya voz insinuante oirá por los altavoces le traten con el respeto propio de su condición.

Para no aburrirles más mencionaré un último caso que me parece ya el colmo del refinamiento y de la falta de consideración. Porque todos sabemos que sin nuestros impuestos el Estado no sobreviviría. No tendríamos hospitales, escuelas ni autovías (bueno, esto último seguimos sin tenerlo por esta tierra, pero tengamos fe). Y como sabemos que hemos de pagar tales tributos, pues hacemos de tripas corazón y nos retratamos cuando toca hacerlo. Pero claro, aunque lejos de mí la idea de comparar a un recaudador de impuestos con un ladrón, si yo fuera por la calle y me asaltara un navajero pidiéndome todo lo que lleve encima, no me iría a poner a recriminarle que me tuteara sin mi permiso. Pero cuando accedo a la página web de la Agencia Tributaria y compruebo que los señores del fisco se dirigen a quienes la visitan en términos como: "accede directamente" o "contacta con nosotros", lo mínimo que me digo es: “pagaré sí, qué remedio, pero ¿no podrían estos señores tratarme con poco más de consideración?”

27 de abril de 2006

Que no nos metan en el mismo saco

TIENE TODA LA RAZÓN DEL MUNDO el editorialista de este periódico que en fecha reciente, y a propósito de la conmemoración del centenario, según dicen, del patronazgo canónico de la Virgen de la Montaña sobre la ciudad de Cáceres, escribe que sería un error considerar estas celebraciones sólo desde el punto de vista de la devoción religiosa, añadiendo que vivimos, afortunadamente, en una sociedad laica. Ello es tan evidente que parece mentira que haya que decirlo. Pero no sobran esas palabras, en absoluto. Y dado que quienes respaldamos nuestras opiniones con nombre y apellidos, sin necesidad de difíciles equilibrios, gozamos de una mayor libertad de expresión, podríamos ir más allá de lo que escribe el periodista. Porque a veces bien pareciera que aquí, quien no comulga con ruedas de molino es sencillamente porque no existe. Y seremos pocos (quizás no tan pocos), pero desde luego somos. Y de vez en cuando conviene que demos fe de vida.

Dijo el señor alcalde de nuestra ciudad, Cáceres, en reciente pregón con motivo de la efemérides que comentamos, que durante su pasada enfermedad, de la que todos nos alegramos sinceramente se recuperara, le acompañó una estampita de la Virgen de la Montaña. Pues muy bien. Ese es su muy respetable derecho y no habrá nadie que se lo discuta. Aunque sea más dudosa la oportunidad de mencionar tal circunstancia en un acto en el que hablaba como alcalde. Antecedentes los hay, desde luego. Recuerden los menos jóvenes de mis lectores que Franco tenía en su dormitorio metidito en una urna el brazo incorrupto de santa Teresa, del que, por cierto, nunca más se supo tras la muerte del dictador. Y perdonen si no puedo evitar traer a colación el chiste que se contaba cuando fue elegido papa el cardenal Montini: El general de voz atiplada le habría enviado un telegrama proponiéndole el intercambio del frío brazo de la santa por el muslo calentito de Sofía Loren, la exuberante actriz italiana entonces en plena madurez. El obispo de Roma, se decía, respondió que de eso nada; que él era Montini, pero no Tontini. Disculpen la frivolidad.

Volviendo a lo que íbamos: que todo el mundo, incluidas las autoridades, manifieste sus creencias religiosas, o la falta de ellas, como más oportuno le parezca, sin menoscabar los derechos ajenos. Pero que no se atribuya al hacerlo una representatividad que abarque a toda la ciudadanía, algo imposible en una sociedad plural y democrática como la nuestra. Porque cuando en el pregón del que hablo, el alcalde de una ciudad de cerca de noventa mil habitantes, dice que "el Cáceres del siglo XXI, con sus retos para construir un futuro mejor, sabe que el amparo de nuestra patrona es de vital importancia", quien suscribe, tan cacereño como el primer regidor, no puede por menos que, sonreír, primero, y llorar, después. A estas alturas de la historia, uno, francamente, no cree que el progreso se lo debamos a nadie distinto de nosotros mismos. El afirmar, como hace el señor Saponi, que se mantiene “viva y activa la presencia de la Virgen en el credo popular de todos los cacereños", me recuerda aquello de los antiespañoles de los que hablaban los antiguos profesores de la pomposamente llamada Formación del Espíritu Nacional, de nuestros lejanos ya, o eso pensábamos, años de Bachillerato. ¿No somos cacereños los que no participamos de tales credos? ¿Hay que creer en la Virgen y en sus milagros para gozar de esa condición?

En resumen: que cada cual exprese sus sentimientos religiosos como prefiera, sea en Roma, o en La Meca, donde raro es el año en que no mueren cientos de personas arrolladas por multitudes mayores que las de aquí. Que incluso se diseñen carteles tan pintorescos como ese que recientemente provocaba el asombro de propios y extraños al anunciar en nuestras calles un festejo taurino mezclando imágenes de toreros y vírgenes; pero, por favor, que cuando algunos hablen de estampitas o pregonen las bondades de ciertas costumbres que rozan la superstición, cuando se refieran a quienes caminan a su lado, no digan “todos”; no nos incluyan a quienes, uno, dos, cientos o miles, estamos ya hasta la coronilla de tanta caspa y tanto olor a sacristía.

2 de marzo de 2006

A la caza del conductor

QUE TENER UN VOLANTE entre las manos nos hace más proclives a la agresividad no es algo que haya que descubrir ahora. Y no me refiero a ese volante de la Seguridad Social con el que más de una vez hemos tenido que peregrinar de ventanilla en ventanilla confiando en que el especialista al que nos ha remitido el antiguamente llamado médico de cabecera nos eche un vistazo antes de que la Parca nos visite. Aunque, por supuesto, también me podía referir a él. Pero no, me refiero al volante de forma circular con el que los sufridos conductores, especialmente si somos extremeños y transitamos de vez en cuando por la nacional 630, procuramos sortear los mil y un obstáculos con los que nuestros viajes se ven amenizados. A ese volante que termina mareado cuando lo sometemos a los giros necesarios para poder circular por las curvas del Tajo sin salirnos de la calzada. Esas benditas curvas, por cierto, de las que habremos de seguir disfrutando unos cuantos meses más, pues parece que el tramo Hinojal-Cañaveral de la autovía del Escorial, digo de la Ruta de la Plata, aún necesita de varios meses para ser concluido. ¿Lo veremos transitable quienes superamos los cincuenta? ¿Los que están en la cuarentena? Cosas más difíciles se han visto, de modo que no desesperemos.

El caso es que si los conductores somos proclives a la agresividad (y dejo la explicación de las causas a los psicólogos, pues también tiene derecho a la vida), el jefe de la cosa esta del tráfico (y no de estupefacientes, aunque a veces parece que los conozca de primera mano), o sea, el Director General de Tráfico, don Pere Navarro, constituye el ejemplo más manifiesto de sujeto agresivo. Siempre está regañándonos. Y, francamente, uno ya es un poquito mayor como para que este buen señor le esté continuamente echando admoniciones. En más de una ocasión ha hablado el alto funcionario de dar caza a los infractores de las normas sobre límites de velocidad, expresión que puede estar muy bien en boca de un policía corrupto en alguna república bananera, pero no parece ajustarse a los modos de un país democrático que justo en estos días conmemora los veinticinco años del “se sienten, coño”, para mí la forma más precisa de definir en qué consistió el 23-F: en la quintaesencia de la zafiedad cuartelera. ¿Se puede “dar caza” a los ciudadanos españoles, por muy infractores que sean de las leyes?

Ahora parece que el señor Navarro no se conforma con dedicarse a la caza. Ahora pretende enjaular a los infractores. Meterlos en la cárcel durante varios meses. A los delincuentes. Entendiendo por tales a quienes superen en 60 kilómetros por hora, al mando de sus automóviles, los límites establecidos. O sea, que si usted, amable lector, hace un viaje a Alemania, pongamos por caso, y en una de sus numerosas autopistas circula a 180 kilómetros por hora, no sólo no le encarcelarán, sino que no estará cometiendo una simple infracción administrativa, pues en dicho país, en tales carreteras, no existe limitación alguna de velocidad. Aquí, en cambio, ya sabría a qué se arriesgaría: a dormir en la sombra durante una buena temporada a cargo de los presupuestos del Estado. ¡Viva la Unión Europea! Pero no se trata ya de eso, porque no tengo empacho en reconocer que circular a velocidad excesiva es peligroso, sino de que el señor Director General, con tan manifiesto aspecto de frustrado prefecto de colegio religioso de los años cincuenta (a saber dónde se educó) parece olvidar en qué país vive. Vive en un país en el que, por ejemplo, existe una ciudad llamada Cáceres en una de cuyas vías de comunicación más recientes, denominada Ronda Norte, existen unas señales de limitación de velocidad cuyo carácter totalmente absurdo hace que ni los vehículos policiales, circulando sin sirenas ni señales de emergencia, las respeten. Vive en un país en el que un operario cualquiera, un día en el que efectuó una pequeña operación en una cuneta, puso en el suelo una señal que limitaba la velocidad a 20 kilómetros a la hora, y la buena señal sigue allí donde el tipo la dejo, sin que nadie sepa ni por qué eligió esa y no otra ni por qué demonios no la han quitado después de meses, si no años, de terminada la obra.

De modo que es comprensible la agresividad de los conductores. ¿Cómo no ser agresivos si quienes habrían de predicar los buenos modos y la educación por vía del ejemplo parece que fueran sargentos del ejército de Pancho Villa?

8 de febrero de 2006

Preguntas para un referéndum

A LA VISTA DE LA CAMPAÑA que el Partido Popular ha iniciado en toda España para aprovechar los sentimientos cainitas aún enraizados en una buena parte de la población, previamente asustada a diestro y siniestro (y recalco lo de a siniestro, pues en Extremadura estamos) a propósito de la maldad intrínseca de esos malditos catalanes, que sólo aspiran a chuparnos la sangre a los demás, me gustaría sugerir a los responsables de dicha congregación mariana algunas preguntas que acaso podrían incluir en el referéndum cuya solicitud están pasando a firmar entre la gente. El coste del plebiscito no aumentaría y así, de paso, se podría conocer la opinión de la ciudadanía sobre importantes asuntos sin necesidad de esperar a las próximas elecciones, pues ya se sabe que esto de las elecciones es nefasto invento que a veces produce sorpresas desagradables.

Porque, claro, ya que la pregunta del PP es si se "considera conveniente que España siga siendo una única nación en la que todos sus ciudadanos sean iguales en derechos y obligaciones", se podrían solicitar firmas para que también se nos preguntara si somos partidarios de que desaparezca el impuesto sobre la renta, por ejemplo. Y como entre los dirigentes del PP aún quedan algunos de los que organizaban los referendos de incierto resultado de cuando Franco (¿sigue Fraga por ahí?), podrían aportar su experiencia para que el resultado de éste fuera tan democráticamente irreprochable como el de aquéllos. También sería interesante saber si los españoles estarían de acuerdo en que si Aznar, digo Rajoy, regresara algún día a La Moncloa, volvieran las tropas españolas a Irak para buscar las armas de destrucción masiva; porque ahora, sabiendo que son invisibles, buscarían mucho mejor. ¡Lástima que cuando las enviaron en el año 2003 al único al que consultaran fuera al amigo tejano! Si hubieran hecho un referéndum, otro gallo les hubiera cantado.

Igualmente se podrían aprovechar esos folios encabezados por los abajo firmantes para solicitar una consulta popular sobre si queremos que los sueldos suban el doble de lo que lo hace el IPC . O el triple. Total, por preguntar... O sobre si habría de ampliarse el período anual de vacaciones con sueldo, o si debieran ser gratuitos los medicamentos, o si debiera garantizarse a todos una vivienda digna a precios asequibles, o si estamos de acuerdo en que cierta recién nacida sea, sin más mérito que el de ser hija de su padre, la futura jefa del Estado...

Es cierto que el espectáculo ofrecido por muchos políticos con motivo de la discusión sobre el Estatuto de Cataluña está siendo deplorable. Y no hemos de alejarnos mucho de aquí para encontrar ejemplos de ello. Afirmar como ha hecho un destacado dirigente extremeño que el acuerdo al que se ha llegado es satisfactorio porque "si ellos pierden nosotros ganamos" es más propio de diálogo de un spaghetti western que de alguien responsable y en pleno uso de sus facultades. Pero aunque en toda esta historia no falten los ejemplos de incongruencias, de mentiras en busca del enfrentamiento, de recursos a los sentimientos más tribales y primitivos de una población que, aún en buena parte, fue educada en la España una, grande y libre, el montaje del dichoso referéndum del PP constituye la muestra más grosera del despropósito en el que algunos se han embarcado. Confiemos, al menos, en que una vez que Acebes , Rajoy, Zaplana y compañía hayan recogido todas las firmas que hayan de recoger, no acudan con ellas a la plaza de Oriente. ¡Mira que si apareciese en el balcón el fantasma de cierto general y un movimiento reflejo aún no curado les hiciera alzar el brazo a los sones del Cara al Sol!

30 de enero de 2006

Inmersos en períodos activos vacacionales

SIEMPRE SE HABÍA DICHO que alguien podía estar de buen o mal talante, pero no de talante. Ya el diccionario de la Academia define el término en su primera acepción como “modo o manera de ejecutar algo”. Pero ahora, a lo que se ve, se puede tener talante. Así, a secas. Pues muy bien. También se podrá decir, supongo, que fulanito está de humor. Y si se mete con nuestra familia aclararemos que era de mal humor. O que zutanito, a quien nos acaban de presentar, tiene leche. Cuando lo hayamos tratado más a fondo sabremos si es buena o mala.

Lamento no tener los conocimientos suficientes para analizar con más rigor ciertos fenómenos habituales en el lenguaje utilizado por políticos y periodistas, ni el ingenio que permitiría sacar de ellos provecho para proporcionar al lector un rato; quiero decir, un buen rato. Pero a riesgo de que alguien me mande a mis zapatos, o sea, a mis teoremas, me voy a permitir opinar algo sobre ellos. Sobre algunas de las expresiones con las que me he sentido últimamente sorprendido.

A diferencia de lo que le ocurría al maestro Lázaro Carreter, que no se perdía una crónica deportiva de las que a todas horas ofrecen las emisoras de radio, he de confesarles que cada vez que, por falta de reflejos en las manos, llegan a mis oídos algunas de las palabras que los intrépidos cronistas futboleros utilizan, noto en ellos un dolor insoportable. ¿Será algo grave, doctor? Curiosa asociación de ideas. Pues una expresión que el otro día soltó un locutor, y se quedó tan pancho el tío, fue que determinado futbolista no jugaría en el derby porque se “hallaba inmerso en un proceso gripal”. ¡Me cachis en la mar! Y a mí, que lo más que me pasa es que a veces tengo gripe. Debe de ser porque la gente como ustedes, lectores, o como yo, no tenemos derecho a sumergirnos en nada. Con una gripe vamos que chutamos. Y digo lo de chutamos ya que de balompié estábamos hablando.

Claro que a veces cambias rápidamente de emisora, para no martirizarte con la voz huera que intenta hacer trascendente la nada, y la siguiente que te encuentras acaba de rematarte. Entrevistaban a un concejal cacereño. No diré de quién se trataba, no por caridad, sino porque no apunté su nombre. Le entrevistaban, digo, y el tipo, ni corto ni perezoso, habló de que el ayuntamiento iba a desarrollar una “política activa de juventud”. Como suena. Convendrán ustedes conmigo en que en este caso ya no se trata de grandilocuencia. Es que no se dice nada. ¿Política activa? ¿La habrá pasiva, pues? Me falta preparación para entender esta jerga.

Pero como a menudo vemos la paja en el ojo ajeno sin percatarnos de la viga en el propio, no quisiera yo dejar de mencionar los dislates que en nombre de un nuevo mandamiento, el de no permitir que alguien te tome por un carca, utilizan algunos de mis colegas docentes; sobre todo los que se mueven en espacios contaminados por la política, pues en las aulas otro gallo canta y solemos ser más normales. Pero está tan visto lo que, para resumir, concretaríamos en lo de alumnos y alumnas o padres y madres (peor aún es cuando se utiliza el dichoso símbolo de la arroba), que no merece la pena más comentario al respecto. ¡Qué anticuallas, aquellas cartas que empezaban con el “queridos padres”! Comenzar ahora una así supondría un insulto a la madre.

En otras ocasiones el lenguaje se retuerce, pero no por pedantería o ignorancia. Se retuerce de mala fe, para dificultar la comprensión de lo que se dice, para oscurecer lo que debiera ser claro. Redacto estas líneas cuando acaba de anunciarse que hay acuerdo (pese a los pájaros de mal agüero) sobre el Estatuto de Cataluña y la frase que voy a transcribir, propuesta por el PSOE, no ha quedado plasmada en el texto definitivo. Pero era ésta: “De modo natural, muchos ciudadanos y ciudadanas sienten a Cataluña como una nación”. ¡No me digan ustedes que no es un artista quien la redactara! Todo por no llamar al pan, pan y al vino, vino. En fin, podríamos seguir un buen rato, pero como muestra ya es suficiente. Ahora, con su permiso, me voy a tomar unas pequeñas vacaciones. O, como dijo el otro día una moza en televisión, un “período vacacional”. Por supuesto. Si ya hasta los escolares lo corean: “¡Queremos períodos vacacionales!”. ¡Su santa madre!

20 de enero de 2006

Esclavos de su caricatura

COMPRENDO PERFECTAMENTE que a los lectores les importe un pepino dónde cursó el primer año de sus estudios universitarios el firmante de estas líneas, pero he de decirlo para poderes desarrollar mi argumentación: en Salamanca. Con todas las inmensas limitaciones que en los años sesenta sufría, hay que reconocer que la universidad española de entonces gozaba de algunas virtudes que hoy se echan en falta. Entre ellas, la de ser más universal que la actual, entendiendo por tal que en ella no existían aldeanismos, localismos, ni provincianismos como los que hoy se ven en escuelas y facultades. En otras palabras: que tanto en Salamanca, como en Valladolid, Zaragoza, Sevilla, Madrid y muchos otros lugares, el estudiante universitario convivía con gente venida de los cuatro puntos cardinales: catalanes, vascos en gran número, gallegos… Pero no sólo de España, ciertamente, aunque en aquella época la verdad es que de la Europa democrática a pocos se les ocurría venir a nuestro país, pero sí abundaban los estudiantes entonces llamados hispanoamericanos. Eran todos ellos, justo es reconocerlo, miembros de las burguesías, si no de las más poderosas familias, de países como Perú o Costa Rica. En nuestras universidades cursaban estudios preferentemente de medicina. Con irregulares resultados. Había quienes en el menor plazo posible se convertían en magníficos profesionales, que ejercían su trabajo al poco tiempo en sus lugares de origen, pero también abundaban los estudiantes eternos, que repetían curso tras curso, alcanzando edades que incluso superaban la treintena sin haber obtenido el título. Eran, junto con otros especimenes nacionales, los eternos integrantes de tunas y otras asociaciones de las que ahora se llamarían culturales.

Perdonen ustedes la digresión, pues me aleja del motivo de este comentario. Lo que les quería decir es que en cierta ocasión, caminando este su servidor por las bellísimas calles salmantinas, las que tan maravillosamente retrató Martín Patino en Nueve cartas a Berta; caminando, digo, en compañía de un amigo, joven estudiante catalán cuya emprendedora familia tenía un próspero negocio textil en Portugal, sucedió que nos topamos con otro joven, paisano por lo que supe después, de mi buen compañero. Y ambos, ante mi sorpresa, es decir, ante la sorpresa de un supuestamente buen estudiante extremeño, acostumbrado a que sus padres oyeran por las noches casi clandestinamente Radio París y la BBC en lugar del parte de la radio franquista, empezaron a hablar en un idioma desconocido por él. Ahora parecerá increíble, incomprensible, lo que ustedes quieran. Pero en aquella época era perfectamente normal que un estudiante universitario ignorase que había mucha otra gente, incluso entre sus amigos, cuya forma natural de expresarse no utilizaba el castellano.

Digo todo esto porque pienso que una buena parte de quienes componen eso que se ha dado en llamar clase política, con independencia de su color, pues en este asunto de admitir la diversidad entre unos y otros las siglas no tienen mayor importancia, todavía pertenece a esa generación que fue educada en la ignorancia de que hay quienes al nacer no oyen a su madre hablarles en castellano, sino en vasco, en catalán, en gallego… En la ignorancia de que si hay un principio democrático que deba prevalecer sobre cualquier otro es el de dejar a la gente que se organice social, políticamente como le venga en gana. Y sólo esos antecedentes explican, a mi juicio, que se produzcan coincidencias tan sui géneris como la de nuestro incombustible Ibarra, para quien la actual negociación del pronto de Estatuto catalán , es una "operación política nefasta", con destacados miembros del PP, que le piden que interceda ante el Gobierno y la dirección del PSOE para “reconducir” la situación.

En todos los órdenes de la vida, cada cual, según envejecemos, tendemos a parecernos cada vez más a la nuestra propia caricatura. A lo que los demás dicen ver en nosotros. Mucho me temo que algunos dirigentes políticos estén tan pendientes de su caricatura que se les haya agotado toda capacidad creativa. Y si esto fuera cierto, lo mejor que podrían hacer sería dejar paso a quienes aún tienen libertad de pensamiento. A quienes no están continuamente pendientes de repetir una y otra vez la misma cantinela.

19 de enero de 2006

Los funcionarios somos muy sensibles

LEO EN LA PRENSA que una mujer será juzgada próximamente en Cáceres por agredir a un médico y a una enfermera. Según el diario en el que veo la noticia, la mujer propinó al galeno, tras soltarle una catarata de insultos después de que el doctor se negara a recetarle unos medicamentos, una patada en su zona genital, lo que ocasionó al médico lesiones de las que tardó en curar ocho días.

Hasta aquí de acuerdo. Pero luego veo que a la buena señora (es una forma de hablar), amén de por una falta de lesiones, la llevarán a juicio por un delito de atentado a funcionario público. Y con respecto a esto ya no sé a qué atenerme. ¿Acaso insinúa el señor fiscal, pues de un hombre parece tratarse, que recibir una patada en tan delicado lugar es más doloroso si quien la recibe es un funcionario que si se trata de un trabajador que no cobre del Estado? Ya, ya sé que existe el delito de atentado a un empleado público en el ejercicio de sus funciones, pero ¿no tienen nada que decir sobre este caso los correspondientes sindicatos? ¿No debieran protestar? ¿Acaso insinúa la fiscalía que los funcionarios tengan determinada zona de su anatomía más sensible que el resto de los mortales, quizás por estar tocándosela todo el día? Como funcionario público que soy, protesto muy enérgicamente.

18 de enero de 2006

¿Es usted partidario de ganar más?

La anécdota es conocida y aparece en todos los libros de Estadística: Según algunos, esta poderosa rama de las matemáticas, cada día más omnipresente, es esa ciencia según la cual si usted se come un pollo entero y yo ninguno, cada uno nos habremos comido medio animal. La ocurrencia, ciertamente, es feliz. Tan feliz como inductora al engaño. Porque la Estadística, aliada con el Cálculo de Probabilidades, lejos de ser una patraña, es usada a diario para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Y no me hagan entrar en más detalles, por favor, porque, de hacerlo, mi insaciable vocación de maestro insatisfecho me llevaría a soltarles una lección que no soportaría ni el más paciente de mis jóvenes alumnos, por mucho que en el instituto en el que procuro enseñarles algo tengan conmigo una paciencia que para sí hubiera querido el santo Job.

El caso, y a eso iba, es que mientras los científicos que se dedican a esta rama de las matemáticas actúan de acuerdo con los principios de rigor y meticulosidad que les son habitualmente exigibles, los aficionados se toman la actividad estadística como si de un vulgar pasatiempo se tratara. Y eso, seamos generosos, descartando que en su forma de proceder medien propósitos inconfesables. Porque, lamentablemente, cualquiera se cree en condiciones, especialmente en los medios de comunicación, de obtener conclusiones supuestamente válidas sobre la opinión de la ciudadanía sobre éste o aquel asunto, basándose para ello en pretendidas encuestas que no cumplen ni uno solo de los requisitos que habrían de satisfacer a poco que se quisiera ser rigurosos.

Voy a ponerles algunos ejemplos. Todos ellos tomados entre los que cualquier lector que navegue por el proceloso mar de Internet conocerá de sobra. Es el de las encuestas que casi todos los medios, incluyendo este mismo en el que tienen la amabilidad de acoger mis opiniones, realizan entre los visitantes de sus ediciones en la Red. El primero me lo proporciona un conocido periódico de Madrid, aunque su nombre tenga resonancias mundiales, que hoy pregunta a sus lectores en su página web si “les parece bien que conocer el catalán se convierta en un deber en Cataluña”. No necesito mirar el resultado de las votaciones. Nadie es partidario de soportar deberes, ni de aprender catalán ni sueco, luego la pregunta se la podrían haber ahorrado. ¿Qué tal si ese periódico, supuestamente objetivo y con pretensiones científicas, hubiera preguntado si parece conveniente que un juez que ha de escuchar lo que un acusado diga entienda sin necesidad de intérprete lo que éste considere adecuado alegar en su defensa? ¿A que el resultado de la encuesta hubiera sido bien diferente?

Segundo ejemplo, sacado de otro periódico, éste exclusivamente digital: “¿La justificación del PP de las palabras de Mena –ya saben, el general de lengua incontrolada– es una muestra de su giro a la derecha extrema?” Si quieren saber mi opinión particular, yo diría que sí o, mejor, que el giro no necesitan darlo, porque ya están en la extrema derecha, pero la preguntita se las trae. ¿No hubiera sido más honrado preguntar si la reacción del PP está o no justificada?

Termino con un tercer ejemplo, éste más cercano. Tan cercano que me permitirán que diga que es, casi, de hoy mismo: “¿Deben adelantarse las rebajas de enero al día 2?” ¡Caramba, esa es una pregunta de las que ponían a Fernando VII! Pues claro que sí, al dos de enero, o, de ser posible, al uno, y que durasen todo el año…

De modo, amable lector, que desconfíe usted de estos estadísticos de tres al cuarto. Tiéntese bien las ropas cuando le interroguen tan capciosamente y, haciendo caso omiso de tales encuestas, cómase tranquilamente su medio pollo. El mío, entero y vero, hace tiempo que fue devorado. Por cierto, ¿es usted partidario de ganar más? Yo también. Lo digo para ver si los de El Periódico Extremadura se dan por aludidos.