EN NUESTRO PAÍS, quién lo duda, gozamos de una envidiable libertad de expresión. Y no me refiero, claro está, a la posibilidad que tienen algunos iletrados de aparecer en ciertos programas de televisión para comportarse como sólo lo hubieran hecho en una verdulería de haber nacido décadas atrás. Me refiero a que cualquier ciudadano, a poco que guarde un mínimo respeto a los demás y sepa enlazar con mayor o menor fortuna dos palabras, tiene acceso a los medios de comunicación. Este mismo periódico, pese a lo que algunos crean, es un ejemplo de lo que digo. En una región de escasa tradición crítica como Extremadura, con unas ciudades que pese a su crecimiento en los últimos tiempos no dejan de ser provincianas, es magnífico que cualquiera que tenga algo interesante que contar pueda hacerlo sin reparo en páginas como éstas.
Nadie debiera estar exento de las críticas. Y menos que nadie los que desempeñamos algún servicio público. Yo diría, incluso, que denunciar aquello que no funciona debidamente, señalar a aquel funcionario, cualquiera que sea su rango, que incumple sus obligaciones, es un deber de civismo y ciudadanía. Si un vecino revela una deficiencia en el sistema educativo público, por ejemplo, no habrá que pensar que lo que pretende es desprestigiarlo; más bien al contrario. Si otro clama contra algún fallo en los servicios de sanidad, fallos que en muchos casos son antes de tipo administrativo que sanitario, no debiera considerársele un detractor de los mismos. Y así sucesivamente.
Los políticos, los políticos extremeños en particular, ya han debido acostumbrarse a las críticas. Y deben saber que encajarlas con buenos modales forma parte de sus obligaciones. Aquí, en este mismo periódico, son numerosas las manifestaciones de uno u otro color en las que no siempre se contienen alabanzas a alcaldes, diputados o consejeros. Realmente, algunos de ellos son auténticos poemas andantes, pero hay que reconocer que, en general, y salvo excepciones bien conocidas y situadas en la cúspide del poder político regional, ninguno arranca teléfonos al modo que lo hiciera en su día un personaje aún importante en ese partido que todos sabemos.
Pero, al margen de las de carácter político, ¿hay una institución que debiera ser madre de toda actividad crítica, que debiera, no sólo permitir, sino propiciar, auspiciar, estimular, la crítica permanente e incluso despiadada llegado el caso? Pues sí, desde luego. Y esa institución es la universidad. No concibo nada más alejado del espíritu universitario (disculpen el tópico) que el adocenamiento, la actitud acomodaticia, el silencio permanente como medio de cobrar sin sobresaltos a fin de mes. Y creo que difícilmente habrá existido una época más propicia para la crítica de la universidad en general, y la extremeña en particular, como esta que corre. No hace falta estar al corriente de dimes y diretes, enredos y disputas vecinales, para saber que la situación es de crisis: Titulaciones implantadas alegremente hace nada, cuyo desarrollo pagamos entre todos, restando inversiones a otras actividades públicas, y que ahora no cuentan con estudiantes; acusado absentismo entre un alumnado que, en cambio, no se pierde una de esas fiestas para más escarnio llamadas universitarias, en las que el alcohol ocupa en los cerebros el lugar que debiera ocupar el saber; actitudes corporativas y endogámicas en el profesorado, elevada tasa de abandono de estudios, fruto quizás de un inadecuado sistema de acceso...
A los males que algunos ya atribuíamos a la Uex hay que añadir, por lo que veo, otro más: sus dirigentes no saben encajar la crítica. Y si no, véase la destemplada respuesta publicada aquí recientemente por su “equipo directivo” a un artículo anterior del profesor Francisco J. Olivares, a quien, por cierto, no tengo el gusto de conocer. No entro en el fondo del asunto, pues no poseo una especial información sobre el tema de debate. Pero hay algo sobre lo que me creo autorizado a opinar, si es que las iracundas autoridades universitarias me dan la venia: sobre la pobreza de la sintaxis que utilizan para rebatir las críticas, sobre las descalificaciones ad hominem contenidas en el escrito que menciono, incluso sobre el uso incorrecto en el mismo de los tiempos verbales. ¿De veras es la Universidad de Extremadura como la imagen que de ella dan sus cargos directivos?