LA EXTREMA DERECHA, que durante décadas hizo y deshizo a su antojo en nuestro país y hoy encuentra acomodo en ciertas asociaciones, presidencias de colegios profesionales (lean ustedes algún articulo publicado en el periódico Extremadura hace unos días) o en órganos de la judicatura, vuelve a campar a sus anchas. Y buena culpa de ello, lo digo lamentándolo profundamente, la tiene el gobierno socialista, atrapado en un dilema del que no ha sabido salir. Fuimos muchos españoles, millones, los que saludamos la victoria electoral de Rodríguez Zapatero. Frente a un Aznar que, alcanzada la mayoría absoluta en su segunda legislatura, tardó poco en desprenderse de la piel de cordero centrista de los primeros años y mostrar sus auténticas orejas de lobo en decisiones como la de enviar tropas a la ilegal invasión de Irak, Zapatero actuó en los primeros meses de su mandato de forma valiente y progresista: la retirada de los soldados españoles de la guerra fue celebrada por una opinión pública que se había opuesto clamorosamente a la actitud belicista del Partido Popular. ¿Recuerdan a aquella ministra de Asuntos Exteriores mirando en la ONU con cara bobalicona al secretario de Estado americano cuando éste, con un tubito de ensayo en la mano, aseguraba impertérrito que Sadam Husein poseía innumerables armas de destrucción masiva?
Zapatero, en efecto, fue valiente y autónomo en los primeros meses de su mandato. Las modificaciones legales sobre el matrimonio o sobre inmigración fueron ejemplos de que mantenía actitudes coherentes con su programa electoral y los intereses generales del país. Sin embargo, poco a poco, el impulso de los primeros meses se fue amortiguando. Los acuerdos sobre las subvenciones a la Iglesia Católica, por ejemplo, o la incapacidad para llevar a sus últimas consecuencias el proyecto de ley sobre la memoria histórica, que ni siquiera anula las sentencias dictadas por los tribunales franquistas, defraudaron a muchos. Parece que le preocupara más la opinión de sus adversarios que la de la base social que le aupó al poder. Y en el asunto de la negociación o diálogo sobre el fin de la violencia en el País Vasco, esta situación llegó al paroxismo.
El repetido proceso (¡vaya una manía de hablar con latiguillos!) ha sido una manifestación lamentable de cómo el Gobierno no ha sabido liberarse de unas ataduras que lo único que pretendían era su naufragio. Parecía estar a veces más atento a los Acebes y compañía, que a los deseos de una mayoría de ciudadanos que apoyaban sin dudarlo los esfuerzos de paz. Para este modesto observador parece que la audaz actitud del presidente del Gobierno en los primeros meses de su mandato hubiera desaparecido en esta nueva etapa, quedándose sin terreno de juego. Ciertos sectores de poder en la sociedad española, en los que la Transición fue soslayada como se pudo, hoy no pierden ocasión de intentar imponer sus criterios, sea desde púlpitos radiofónicos que llaman al odio, periódicos incendiarios, o instituciones que, como bien ha dicho alguien, más que ciegas parecen tuertas. A mi juicio, entre las dolorosas verdades que el lamentable asunto de De la Juana Chaos está poniendo de manifiesto, una de las principales es que en el mundo de la judicatura la Transición aún no ha tenido lugar. Es triste ver cómo la actitud de alguien que en términos legales se halla preso preventivamente por la publicación de dos artículos (las penas por sus viles asesinatos ya fueron cumplidas) está dando lugar a un espectáculo deprimente, con unos jueces corriendo arremangándose las togas para adelantarse a otros, con políticos que reciben una de las "mayores alegrías" al conocer una resolución que contribuye a poner en riesgo la vida de una persona... Porque se puede estar de acuerdo o no con la famosa decisión de la Audiencia Nacional, pero ¿qué juicio merecerá quien hace de la venganza satisfecha motivo de alegría?
Aquí, en casa, resulta penoso que algunos destacados dirigentes socialistas, de esos que en el pasado se sabían de memoria el camino a Segovia, no estén echando en el asador todo lo que echaban cuando exigían destempladamente indultos de condenados por secuestros y asesinatos. ¿Cuándo unas declaraciones de cierto locuaz presidente autonómico de apoyo a Zapatero? ¿Dónde unas manifestaciones que animen al Gobierno a no dejarse amilanar por los depredadores? ¿O es que entramos en una nueva etapa, caracterizada por lo light?