SIENDO yo un niño de ocho o nueve años, los
padres de unos amigos me llevaron a una corrida de toros, o lo que
fuera aquello, durante las fiestas patronales de Montánchez, pueblo
cacereño situado en la sierra del mismo nombre y que, precisamente por
ello, produce unos excelentes embutidos, además de un excepcional jamón
ibérico, que compite sin complejos con otros acaso más afamados. Aunque
las guías turísticas mencionan su castillo como monumento más destacado,
a mi juicio tiene más interés su cementerio, repleto de capillas y
mausoleos, magníficamente glosado en su día por Luis Carandell, y que, en
los últimos años ha visto groseramente modificada su fisonomía con una
ampliación carente del menor gusto artístico. En él, por cierto, en una
lápida apenas legible por el paso de los años, pude descifrar en una
tarde ya lejana unas palabras cuyo recuerdo aún me emociona: "Tenía
nueve años y era un ángel", habían escrito unos desconsolados padres.
Pero, en fin, volviendo a lo de la corrida, que se celebraba en la plaza mayor del pueblo, repleta de público y de algunos de cuyos balcones colgaban sillones de mimbre por cuya ocupación se pagaba una fortuna, sucedió que, tras intentar matar inútilmente a uno de los toros durante largo tiempo, primero conforme a las reglas de la tauromaquia y, después como Dios les dio a entender, los matarifes que decían ser toreros se dieron por vencidos. ¿Cómo poner fin a un espectáculo cuya crueldad resultaba insoportable hasta para los más aficionados a un "arte" cuya esencia consiste en torturar a un noble animal? La voz del pregonero del pueblo, desde el balcón del ayuntamiento, disipó las dudas: una pareja de la Guardia Civil haría uso de sus armas reglamentarias para rematar al pobre toro. Y así fue. Tras ordenar a los espectadores que se protegieran en el interior de las casas o tras las barreras, una descarga de fusilería puso final a lo que algunos consideran singular muestra de cultura popular.
Ha pasado más de medio siglo desde entonces y en la actualidad ya no se cometen semejantes atrocidades, ¡cómo podría alguien siquiera insinuarlo! ... ¿O sí? Lo que hoy ocurre es lo que, en aras de la máxima objetividad, me limito a reproducir literalmente del diario Hoy de fecha 15 de mayo, para que sea el lector quien juzgue:
"Un toro de la ganadería de Pablo Mayoral ha causado el pánico este viernes en Talavera de la Reina y ha podido originar una tragedia al escaparse cuando estaba siendo desencajonado en la plaza de toros de esta ciudad. El animal, en su desbocada huída, ha embestido y corneado a once personas a las que ha causado heridas de diversa consideración, y ha acabado siendo atropellado por un coche de la Policía Local en el Puente del Príncipe de esta localidad".
"Atropellado".