28 de septiembre de 2015

Cataluña y las Ordenanzas de Carlos III

EN ESPAÑA, por  difícil que pareciera, se pasó de los Principios Fundamentales del Movimiento a la Constitución del 78 como el rayo de luz atraviesa los cristales: sin romperlos ni mancharlos. De modo que, a propósito  de la “cuestión catalana”, que no me vengan ahora los Rajoy, Aznar y compañía con monsergas e impedimentos contrarios a su solución que, más que consecuencia de la observancia estricta de la ley, lo son de lecturas leguleyas de la misma.




Me permitiréis que a propósito de este tipo de actitudes os cuente una anécdota de la época —sí, ya lo sé: prehistórica— en la que aún estaba cumpliendo el servicio militar. Como me faltaban pocas semanas para licenciarme (la cosa duraba 18 meses) y acababa de obtener una plaza de profesor, me había sido concedido permiso para que cada día pudiera ausentarme del cuartel antes de la hora establecida con carácter general y así llegar puntualmente a mis clases. Mi centro de trabajo, la entonces Universidad Laboral de Cáceres, se encontraba a varios kilómetros del cuartel, lo que me obligaba a desplazarme en coche, un Seat 600 concretamente, que dejaba aparcado cada mañana en el interior del recinto militar.

Un día estaba de guardia en la entrada principal del cuartel un teniente recién salido de la Academia (eran los peores: chulos y franquistas hasta la médula) y, aunque en principio se negaba a dejarme salir, hubo de plegarse al permiso firmado por el coronel del regimiento, un tipo amable que me había confesado en cierta ocasión su frustración por no haber podido estudiar exactas. "Tú sí puedes salir", me dijo el lechuguino oficial de delator bigotillo, "pero el coche no". "Pero, teniente, sin él no puedo llegar a mis clases". "Eso no me incumbe. Las Ordenanzas de Carlos III, aún vigentes, impiden que la clase de tropa salga en carruajes de los cuarteles". Os evito la fatiga de leer, pues me enrollo más que Charles Boyer, el relato de cómo, finalmente, pude llegar puntualmente a mi clase, pero digamos que encontré un "agujero de seguridad" en las vetustas ordenanzas a que se acogía el envarado oficial.

Bueno, pues en relación con muchos de los problemas que tenemos pendientes de resolver en la tópicamente llamada piel de toro (que a veces más bien parece de borrego), la derecha más artrósica aún se niega a admitir que, intocable, lo que se dice intocable, la Ley de Gravitación Universal. Ni una más. Y que Carlos III ya ni a criar amapolas se dedica.

    

12 de septiembre de 2015

Lluís Llach y Elvira Lindo

OS SUPONGO al corriente de la historia pero, por si alguno de vosotros (me refiero especialmente a los amigos de Facebook) no lo conocierais, hago un pequeño resumen de la misma. El escenario en el que se desarrolla son las páginas de un periódico, El País, que, figurando todavía entre los dos mejores de España –me refiero a aspectos formales y editoriales–, ha optado decididamente por la beligerancia en el debate sobre la hipotética independencia de Cataluña.

Sucede que Lluís Llach, que hace siglos compuso piezas tan inolvidables como L'Estaca, convertida en himno antifranquista cuando apenas tenía 20 años, o Viatge a Ítaca, entre otras muchas, encabeza la lista por Gerona para las próximas elecciones catalanas de Junts pel Sí, lo cual ha levantado ampollas en esos ambientes de la derecha, llamémosla civilizada, para distinguirla de la montaraz de La Razón, El Mundo y compañía, a la que El País sigue suministrando el argumentario suyo de cada día.



Pues bien, como tal candidato, y en el transcurso de una entrevista, hace unos días manifestó que si la opción independentista no triunfaba en las elecciones del próximo día 27, se iría a Senegal. ¡Y la lió! La lió, me apresuro a decir, entre gente desinformada, como Elvira Lindo, la columnista del periódico madrileño, que escribe una columna lamentable partiendo de supuestos totalmente erróneos, en la que escribe cosas como que: “Si Cataluña, finalmente, no llegara a ser independiente yo le aconsejaría a Llach que se aventurara más cerca. Tiene ciudades extranjeras mucho más cercanas, como Cádiz, como Sevilla, como Málaga, lugares de fácil integración, en las que se come bien y barato, hace un tiempo excelente durante todo el año, una belleza que nadie puede discutir, riqueza histórica y una simpatía contagiosa que a los del norte les viene muy bien. Le será fácil hacerse entender e incluso comprobará que tiene un público que aún le aplaude. Puede que hasta le acaben dedicando una calle”.

Doña Elvira ha perdido una magnífica ocasión para haber permanecido callada, porque, mire usted por dónde, Lluís Llach no se refería en tono despectivo alguno al país africano; antes al contrario, su interés por el mismo le llevó a crear hace años una ONG, sostenida económicamente por él , dedicada a mejorar las condiciones de vida de los senegaleses. Doña Elvira, siempre tan deseosa de epatar,  se ha pasado varias decenas de pueblos. (Por cierto: lo del “público que aún le aplaude” no dé si tendrá algo que ver con el esposo de la escritora, don Antonio Muñoz Molina).