4 de septiembre de 2010

Desde lejos puede verse mejor

ALEJARSE, por corto que sea el tiempo, del punto de vista habitual permite al observador hacerse una mejor idea de la verdadera importancia de lo que de cerca parece trascendente. Sabiendo que nos preocupa más una desgracia próxima que un millón de ellas sucedidas lejos, basta con abandonar por unos días las coordenadas de siempre para comprobar cuán pequeños pueden ser los aconteceres, las rencillas, las disputas de nuestros vecinos más cercanos. Los movimientos en torno a las candidaturas para la alcaldía de Cáceres –si no pongo este ejemplo reviento– nos hacen recordar, desde la distancia, aquella inolvidable película de nuestra infancia: La guerra de los botones. Quienes se ofrecen no valen, y quienes valen no se ofrecen. Lo tenemos claro.


Otros asuntos no cambian de perspectiva aunque el observador se mueva. Así, por ejemplo, el de Ceuta y Melilla, sobre el que pocos parecen decir lo que piensan. Como en el caso del porquero de Agamenón, que un dictador del jaez de Franco afirmara que Gibraltar era español no restaba ni un ápice de verdad a la sentencia; pero tampoco deja de ser cierto lo que los mapas evidencian en el caso de los enclaves de soberanía española en el norte de África, por mucho que también lo mantenga el despótico rey de Marruecos. Hay que ver cómo destilan sus resabios colonialistas los tertulianos de las cadenas de ultraderecha de la TDT al hablar al respecto.

Sin embargo, recibida desde cualquier lugar, la noticia más tremenda de las últimas semanas, excluida acaso la de las inundaciones en Pakistán, ha sido la de la mina de Chile. Treinta y tres hombres atrapados a casi un kilómetro de profundidad por la avaricia de unos empresarios que pese a los avisos del peligro en ciernes no hicieron nada para evitarlo. Contemplar las imágenes austeras de esos hombres sufridos y ennegrecidos, escuchar sus palabras serenas, en ese precioso castellano aquí perdido, debiera provocar en todos nosotros profundos sentimientos de solidaridad. Ésos son asuntos verdaderamente serios y no las disputas por platos de lentejas, por muy a nuestro lado que se produzcan.