LAS MENTES BIEMPENSANTES, de las que andamos más que sobrados en este ruedo ibérico, se han llevado las manos a la cabeza ante la actitud poco acorde con los usos diplomáticos mantenida por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile. Como se sabe, Chávez, tres veces elegido democráticamente para desempeñar su cargo, tildó de “fascista” al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar. A diestra, especialmente, pero también a siniestra, se han alabado la “comedida” actitud de Zapatero al salir en defensa de su antecesor en el palacio de la Moncloa y la menos comedida del Jefe del Estado español, quien, acaso motivado por ciertos resabios colonialistas, perdió el control exigible a quien ocupa tan alta magistratura y en un lenguaje que en nada tiene que envidiar al utilizado por el presidente venezolano le soltó a éste un “¿por qué no te callas?” que quizás hubiera sonado normal en épocas pretéritas, pero que hoy parece algo anacrónico. La respuesta de Chávez resultó inaudible.
Como nosotros somos de quienes pensamos que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, hemos de coincidir con el coordinador general de Izquierda Unida, Llamazares, quien a propósito del incidente de marras, y al margen de las malas formas que en él se exhibieron por ambas partes, afirmó que el hecho de que “a estas alturas alguien se escandalice” porque se censure la implicación y el apoyo del Gobierno de Aznar a la intentona de derrocar a Chávez en 2002 resulta “cuando menos, hipócrita”.
Pero es que, a mayor abundamiento, el Diccionario de la Real Academia Española, al que quizás fuera conveniente que acudieran con más frecuencia políticos y periodistas, entre las tres acepciones que incluye para el término fascista, ofrece una según la cual merece tal calificativo quien es “excesivamente autoritario”. Juzgue entonces el lector sobre el acierto o error de Chávez al atribuir ese rasgo al ex presidente Aznar.
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