UNA TRISTE COINCIDENCIA hace que mientras preparaba unas líneas sobre la conmovedora película Un corazón invencible, que narra de forma emocionante y objetiva el secuestro y posterior asesinato, en Pakistán, hace ahora seis años, del periodista americano Dan Futterman, me entere del asesinato de la ex primera ministra de dicho país, Benazir Bhutto. La película, cuyo guión se basa en un texto de la viuda del reportero, también ella periodista –interpretada por una magnífica Angelina Jolie– constituye una reflexión sobre cómo, en cualquier situación bélica o de crisis generalizada, son personas concretas, con nombre y apellidos, quienes sufren las consecuencias de la violencia y el terror.
El filme es en ciertos momentos un documental (algunas imágenes, como las de los prisioneros de Guantánamo, proceden de noticiarios de televisión) y cuando vemos en la pantalla las tumultuosas calles de Karachi, con sus más de ¡13 millones! de habitantes, cuando vemos la miseria de sus gentes, la extrema pobreza de sus barriadas, valoramos aún más la integridad de la periodista al proclamar, mientras su marido permanecía secuestrado, que en tanto no se elimine la miseria en la que malviven tantos seres humanos, no desaparecerá el terrorismo. El casi anunciado asesinato de Benazir Bhutto, cualesquiera que sean sus autores –se habla de grupos islamistas, pero también del propio servicio secreto pakistaní–, no es sino una muestra más de este estado de cosas.
Un corazón invencible atrapa al espectador por su crudeza y la confianza que transmite en que hay que vencer las adversidades; y lo hace sin palabras pretenciosas, simplemente con imágenes. Su conclusión, creo yo, es que las bombas, sean pegadas al cuerpo de un suicida, sean teledirigidas desde aviones de criminal precisión, no constituyen solución de un problema creado por la pobreza, los dogmatismos de uno u otro signo y la violación de los derechos humanos. Mientras subsistan las causas de la enfermedad, subsistirán los síntomas.
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