APARECIÓ EL OTRO DÍA en un diario una viñeta antológica: en la pantalla de un televisor, único objeto que se veía en el dibujo, un texto rezaba: “Yo soy la opinión pública”. Y así es: la televisión, la radio, la prensa moldean a su capricho eso que antes se llamaba “la mayoría silenciosa”. Y lo hacen sutilmente. Cuando se escribe con irónica displicencia que el líder libio, Gaddafi, “no es jefe de Estado ni de Gobierno, sino un Hermano Guía de la Gran Revolución de Al Fateh”, o se habla de esas invisibles 30 vírgenes que al parecer le acompañan, se está creando opinión. Y dado que ahora lo frecuentan Aznar, Zapatero o el Rey y no se le puede tildar, como antaño, de terrorista, habrá que apuntar sobre sus extravagancias. Al menos, que se sepa, no viaja a países lejanos a cazar osos en estado de dudoso equilibrio...
Los medios airearon en días pasados que el líder extranjero peor valorado por los españoles era Hugo Chávez, del que no suelen decir que ocupa su cargo tras sucesivas elecciones democráticas (algo que no todo el mundo puede alegar, dicho sea entre paréntesis). Bueno, pues muy bien, será el peor valorado por los españoles, no lo dudo. ¿Pero qué dice la opinión pública de Than Shwe? ¿Nada? ¿Ni siquiera sabe quién es ese individuo? Claro, el que el general birmano que dirige una dictadura implacable ordene disparar contra pacíficas manifestaciones de monjes budistas es algo sin importancia, que no merece la pena de ser recogido por esos encuestadores que se escandalizan por unas palabras a lo sumo descorteses de Chávez (no más descorteses, desde luego, que las de quien sin autoridad para ello le mandó callar).
¿Y que opinión tenemos los españoles de Robert Mugabe? ¿Mejor que la del venezolano, pese a que la dictadura, en Zimbawe, encarcele y torture a los opositores, impida a la gente desplazarse libremente por su país, mantenga a la población hambrienta y desasistida...? En fin, no creo que sean necesarios más ejemplos. La opinión pública, en efecto, es ella.
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