28 de septiembre de 2007

Honras fúnebres


HAN OCURRIDO HACE NADA
tres sucesos que costaron la vida a varias personas. El primero, el ataque realizado en Afganistán contra una patrulla de militares españoles. Como se sabe, fallecieron dos de ellos. Fue al tiempo que Bush saludaba de refilón, mientras se cruzaba con él en una sala de la ONU, a un Rodríguez Zapatero perplejo ante la grosería. ¿Qué será de aquellas mujeres enfundadas de pies a cabeza en el burka, cuyas imágenes mostraron una y mil veces las televisiones en los días previos a la invasión del país asiático? A los militares fallecidos se les han tributado funerales de Estado y se les han concedido merecidas medallas póstumas.

Pero los otros acontecimientos no tuvieron tanta trascendencia. En uno de ellos, un guardia civil de tráfico murió arrollado por un camión cuando ayudaba a unos accidentados. Me impresionó la noticia, oída en la radio, de la que luego no encontré ampliación en ningún otro lugar. ¿No merece ese guardia reconocimiento público?

Como también merece reconocimiento mayúsculo la cuarta persona fallecida ese día mientras trabajaba. Era una modesta percebeira gallega, de 64 años de edad, que se ganaba la vida arrancando el marisco de las rocas batidas por el oleaje. Un golpe de mar la sorprendió y la mujer desapareció entre las aguas. Nadie habló en este caso de funerales de Estado, ni de medallas.

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