23 de septiembre de 2007
¿Superstición o hipocresía?
UN BUEN AMIGO MÍO no puede evitar tocar madera en cuanto oye algo que le inquieta. Y como eso, enterarte de algo que te inquiete, se hace más frecuente a medida que se cumplen años, el hombre no para de tocar y tocar. Se trata, desde luego, de una persona supersticiosa. Define el DRAE superstición como "creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón". Sorprendente manera, por cierto, de diferenciar entre la fe religiosa y lo contrario a la razón, pero mejor no meterse en jardines floridos.
Digo lo anterior porque hace un rato, mientras hacía zapping, me he topado con la retransmisión de un partido de fútbol. No me pregunten de cuál. Uno se quedó en la alineación del Athletic de cuando Carmelo y Gaínza, y no se ha puesto al día desde entonces. Y en esa retransmisión apareció la imagen de un futbolista que "saltaba al terreno de juego" para sustituir a otro. El joven en cuestión, que acaso en un solo mes ingrese en su cuenta corriente más pesetas —el dinero de verdad se sigue contando en pesetas— que el mejor investigador contra alguna enfermedad mortal en toda su vida, se persignó una, dos, tres... no sé exactamente cuántas veces. Lo hizo tan rápido que me fue imposible contarlas.
Y ello me sumió en la melancolía. Porque uno, acaso por razones genéticas, acaso por formación, acaso simplemente por sentido común, siempre creyó que la humanidad progresaba según envejecía y confió en que las supersticiones formaban parte de un pasado que iría quedando en el olvido. Pero no. La irracionalidad sigue rigiendo muchos de nuestros actos. De modo cuando algunos importantes personajes llevan a su última hija ante no sé qué virgen para que la proteja (bajo la mirada complaciente del cardenal Rouco Velera, faltaba más), o cuando el mismísimo George Bush invoca a Dios antes de ordenar su penúltima invasión, no harán sino lo mismo que el multimillonario y acaso iletrado futbolista: manifestación pública de su superstición. ¿O acaso se trata de hipocresía?
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