HE LEÍDO en algún sitio, y lo creo cierto, que buena parte del electorado español mantiene unos criterios ideológicos que le hacen comportarse de forma homogénea a lo largo de los años. Todos podríamos citar numerosos casos de personas que jamás votarían a la derecha y otros tantos de quienes jamás lo harían a la izquierda. Pero al margen de esas capas de población, cuyo porcentaje sobre el total no es fácil de precisar, existe un buen número de ciudadanos a los que todas las encuestas consideran como indecisos. Ellos son, paradójicamente, quienes deciden los resultados finales. Y es a ellos a quienes intentan seducir los partidos, más preocupados de suavizar sus rasgos extremos que de ofrecer ideas que pudieran hacerles perder votos. No habrá que extrañarse, pues, de que tanto el PP como el PSOE se esfuercen, por ejemplo, en prometer rebajas fiscales, aunque se cuiden de ocultar el coste que supondrán para el erario público. Lo importante es asegurarse la Moncloa por cuatro años. Luego, Dios dirá.
Debiera tenerse en cuenta la existencia de esas capas de indecisos antes de descalificar, como se está haciendo, ciertos sondeos recién publicados sobre los resultados de las próximas elecciones. El margen de la victoria que todos ellos pronostican para el PSOE se halla entre el 2 y el 6%. Pero, además, quienes descalifican estas encuestas debieran saber que toda estimación, como en Estadística se denomina a este tipo de estudios, está matizada por dos parámetros que suelen pasar desapercibidos. Uno de ellos, el margen de error, permitiría concluir que los sondeos no son tan discordantes como pudiera parecer a primera vista.
El segundo parámetro, el llamado nivel de confianza, mide la probabilidad de que la estimación sea certera. Nunca es del 100%. Es como si apostásemos que al lanzar un dado no saldrá el as: lo más probable es que ganemos, pero no es seguro. Eso sucede con los sondeos: que pueden errar; pero ello está en su esencia, no en la malicia de quienes los realizan.
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