¡VAYA SERMÓN, el que tuvo que aguantar la vicepresidenta del Gobierno en la cena que el Ejecutivo ofreció el pasado sábado en la embajada en el Vaticano en honor de los tres nuevos cardenales españoles, recién investidos por el Papa! Como se sabe, el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, en lugar de hacer el brindis que se supondría adecuado en tales circunstancias y agradecer, bien que hubiera sido con la boca pequeña, la complaciente actitud del Gobierno ante nuestra recalcitrante jerarquía eclesiástica, le echó a Fernández de la Vega una bronca de las de no te menees, alertándola, como si de una de sus ovejas descarriadas se tratara, del peligro de “construir una sociedad al margen de Dios”. ¿Otra vez los monseñores a vueltas con eso del divorcio, el aborto y otros males del laicismo? ¿Condenarán también los “ceses temporales de la convivencia”? ¡Estamos listos!
Tengo ante los ojos dos fotografías. La primera, tomada durante la cena en la embajada; la segunda, durante la visita que la vicepresidenta realizó horas antes al secretario de Estado del Vaticano, cardenal Tarsicio Bertone. ¡Cómo lamento no tener la pluma que se precisaría para glosarlas en la forma debida! En la de la cena puede verse a la vicepresidenta mirando perpleja al clérigo tronante mientras los otros comensales –se distingue entre ellos a Rouco Valera y a Cañizares– agachan la mirada, puede que incluso avergonzados por lo que oyen.
En la otra foto, aparecida en este mismo diario, Fernández de la Vega, cuyo esmero en el vestir es proverbial, luce un modelo negro que habrá considerado apropiado para la ocasión –¡tan amante como es ella de los colores vivos!–, completado con un sombrerito con velo, todo a juego. Pero no tiene nada que hacer. Los encajes de Bertone, sus puntillitas, de un blanco hiriente a la vista destacando sobre el rojo de la púrpura; su bonete de seda, recién planchado, son señal inequívoca de quién va a ganar el desfile. Por goleada. Una imagen, sí, vale más que mil palabras.
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