SUPONGO que lo último que se le ocurriría a la señora consejera de Educación y Cultura de Extremadura en el supuesto, que no le deseo bajo ningún concepto, de que le sobreviniera una enfermedad y tuviera que recurrir al médico, sería elegir éste por su lugar de procedencia y no por su experiencia y conocimientos. Lejos de mí la idea de que la señora consejera de Educación tenga un solo pelo de tonta, doy por sentado que preferiría ser curada por manos sabias, aunque no pudieran acreditar extremeñidad de pura cepa, que, si se me permite la expresión, mandada al otro barrio por manos inexpertas, por muy de la tierra que fueran.
Sin embargo esta forma de proceder de la señora consejera no se repite cuando se manifiesta sobre la selección del profesorado de secundaria para los institutos extremeños. Según ella, lo importante es no perjudicar a los futuros opositores extremeños; es decir no convocar oposiciones si en otras comunidades autónomas no se convocan, porque el cansinamente llamado "efecto llamada" –¡pobreza de idioma, Dios mío!– produciría una mayor competencia para obtener las plazas que se ofrecieran.
No sé si merecerá la pena repetirlo, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír: Si entre los que dicen gobernarnos prevaleciera el sentido común y no el afán demagógico, el principio que debiera guiar a la señora consejera habría de ser que los estudiantes extremeños tuvieran los mejores profesores en cada una de las disciplinas de su plan de estudios, procedieran estos de Casar de Cáceres o de la mismísima Villaconejos.
¡Pero, claro, qué cosas tengo! ¿A que vivo en otro mundo, amigo lector?