5 de noviembre de 2011

La teoría de las catástrofes se quedó corta

HABRÁN pasado 30 años desde que tuve ocasión de oír, en unas jornadas celebradas en Zaragoza, a René Thom, el célebre científico francés creador de la teoría de las catástrofes. Tuvo una importancia capital en las matemáticas del siglo pasado y recibió la medalla Fields, una distinción equivalente en su mundo al premio Nobel. El hombre estaba ya notablemente envejecido y los oyentes nos esforzábamos por no perder detalle de su conferencia, pronunciada en un francés monocorde y apenas audible. Falleció en 2002 sin lograr su objetivo de hallar un procedimiento para evitar situaciones caóticas en campos tan aparentemente dispares como la biología o la economía, por ejemplo.


Lo recuerdo en este momento, cuando las noticias sobre la crisis mundial, y más concretamente en esta Europa que creíamos tan asentada, se suceden a un ritmo propio de ópera bufa. Salen unos personajes al escenario, sueltan su gracia, se van, aparecen otros, se suceden los líos, hoy dicen que blanco, mañana que negro, ahora convocan referéndums, más tarde los desconvocan,  por la mañana se adoptan medidas definitivas y suben las bolsas, por la tarde las medidas se tornan inútiles y las bolsas se hunden. Al tiempo aumenta el paro, se reducen los salarios, servicios públicos esenciales se hallan en riesgo…

Ignoro si René Thom se fue al otro mundo sin lograr su propósito porque le faltara tiempo o, más probablemente, porque se tratara de un objetivo imposible. Los economistas intentan resolver problemas de una gran complejidad aplicando criterios científicos y se olvidan de que el mundo que pretenden regular no se rige por tal tipo de razones, sino por otras puramente egoístas, basadas en la búsqueda del máximo beneficio en el mínimo tiempo posible. La cuadratura del círculo resulta más sencilla.

Mientras, aquí, dicen que ha empezado la campaña electoral. Así será. La ilusión que otras veces acompañaba estos días se ha tornado en indiferencia. El voto que antes se entregaba con convencimiento, ahora, en el mejor de los casos, se dejará caer con desgana. Los programas políticos se mezclan con los folletos del supermercado y dedicar tiempo y esfuerzos a discutir sobre si se gastaron tres euros más o menos en las baldosas de un edificio oficial parece la contribución más importante que algunos pueden hacer al bien común. ¡Lo que hubiera disfrutado René Thom viendo este panorama!

Publicado en El Periódico Extremadura