OIGO en la radio a González Pons, el melifluo portavoz del PP que antaño pretendiera darnos gato por liebre; le oigo decir «cuando ganemos las elecciones» y lamento no tener en mi agenda un teléfono al que llamarle. No ya para pedirle menos arrogancia, pues por herido que esté el oso no es prudente vender su piel antes de cazarlo, ni para que deje de agitar nuevamente, de la mano de algún periodista de cámara, las viejas patrañas del 11-M, no. Le llamaría para pedirle más precisión gramatical. Porque en el supuesto, muy probable, de que las elecciones de 2012 confirmasen lo que las encuestas auguran, no serían ellos, el PP, quienes las ganaran. Serían los socialistas, el PSOE de Zapatero para ser más preciso, quienes las perdieran.
Lo más chocante del caso es que, de cumplirse los vaticinios, el electorado no llevaría a Rajoy a La Moncloa para que ejerciera una política distinta de la de Zapatero, sino para que la aplicara hasta sus últimas consecuencias, acentuando sus rasgos más impopulares. ¿O alguien puede pensar seriamente que el Partido Popular practicaría una política social, económica, autonómica, etcétera, sustancialmente distinta de la del PSOE? ¿Eliminaría acaso el recién aprobado retraso en la edad de jubilación? ¿Subiría las pensiones? ¿Aumentaría los presupuestos de sanidad o educación? ¿Recuperaría prestaciones sociales ahora eliminadas? ¿Terminaría con lo que ellos llaman, no sin motivo, despilfarro, eliminando televisiones autonómicas costosísimas, organismos y cargos públicos de dudosa necesidad, subvenciones multimillonarias a la Iglesia Católica, a la enseñanza privada...?
No seré yo quien mantenga la incorrección política de afirmar que la mayoría puede equivocarse, luego habré de admitir que esa mayoría, la misma que, nos guste o no, convierte ciertos programas de televisión en los de máxima audiencia, la que sigue al minuto la vida y milagros de personajes de ínfima estofa, tendrá razón cuando vote próximamente. Si la tiene en Italia, donde las encuestas aseguran que si hubiera hoy mismo elecciones las volvería a ganar el incomparable Berlusconi, ¿por qué no habría de tenerla en España? Rajoy, al menos, no es aficionado a las bacanales.